Ladrillo Mortal
Será en Octubre
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¿No habéis tenido nunca la sensación de saber algo pero no ser consciente hasta darte de bruces con ello?.
Seguro que sí.
Esta mañana, de camino al trabajo, me he encontrado con una de las cientos-de-miles de obras que invaden Madrid. Da igual su forma: pisos, metros, carreteras, rotondas, restauraciones, restauraciones de las restauraciones; es lo mismo, ahí están como una maldita plaga. Y digo bien, plaga.
Cualquiera en su sano juicio podrá decir, con cierta razón por supuesto, que esas obras son necesarias, que no se puede tener la ciudad hecha un ardor de estomago y que para algo sirven los impuestos. Y sí, no les quitaría la razón. El problema viene más bien, cuando acabas por darte cuenta de su verdadera naturaleza.
Mirando aquella delicatessen urbanística, obrero de la construcción palillo en boca, he sentido el sudor frío. El mismo que notas cuando, efectivamente sabes algo, pero sólo eres consciente de ello cuando te suelta una bofetada en las córneas.
Aquella acera, levantada, aquellas barreras, aquel contenedor de escombros, aquel paso cortado, todo aquello y todo ello no tenía por objeto acondicionar la vía pública u ofrecer un mejor servicio peatonal a los viandantes. No, nada de eso. Aquello, que hasta hace un mes estaba razonablemente bien, se encontraba mal porque algo hay que levantar, porque la maquinaria de la construcción no puede frenarse y en general, por narices.
Después de unos saltitos y alguna que otra mirada furtiva al señor del palillo he conseguido llegar al trabajo. No sin antes llegar a la terrible conclusión: El tinglado está así montado.
Y es que aquí está el valor añadido de la economía E..pañola. Levantar un adoquín, para volver a levantar otro mañana.
Seguro que sí.
Esta mañana, de camino al trabajo, me he encontrado con una de las cientos-de-miles de obras que invaden Madrid. Da igual su forma: pisos, metros, carreteras, rotondas, restauraciones, restauraciones de las restauraciones; es lo mismo, ahí están como una maldita plaga. Y digo bien, plaga.
Cualquiera en su sano juicio podrá decir, con cierta razón por supuesto, que esas obras son necesarias, que no se puede tener la ciudad hecha un ardor de estomago y que para algo sirven los impuestos. Y sí, no les quitaría la razón. El problema viene más bien, cuando acabas por darte cuenta de su verdadera naturaleza.
Mirando aquella delicatessen urbanística, obrero de la construcción palillo en boca, he sentido el sudor frío. El mismo que notas cuando, efectivamente sabes algo, pero sólo eres consciente de ello cuando te suelta una bofetada en las córneas.
Aquella acera, levantada, aquellas barreras, aquel contenedor de escombros, aquel paso cortado, todo aquello y todo ello no tenía por objeto acondicionar la vía pública u ofrecer un mejor servicio peatonal a los viandantes. No, nada de eso. Aquello, que hasta hace un mes estaba razonablemente bien, se encontraba mal porque algo hay que levantar, porque la maquinaria de la construcción no puede frenarse y en general, por narices.
Después de unos saltitos y alguna que otra mirada furtiva al señor del palillo he conseguido llegar al trabajo. No sin antes llegar a la terrible conclusión: El tinglado está así montado.
Y es que aquí está el valor añadido de la economía E..pañola. Levantar un adoquín, para volver a levantar otro mañana.