Abad
Puedo proporcionar un ejemplo delicioso que ilustra lo que vengo diciendo respecto a la importancia que Zapatero concede a la imagen sobre los grandes temas del trabajo fundamental del gobernante, incluido el Consejo de Ministros. Me refiero a cuando se escapó de la reunión del gobierno del viernes 28 de julio de 2006 para recibir a los niños que habían participado en la Ruta Quetzal. Esta operación, que lleva realizándose desde hace 30 años por sugerencia del Rey Donjuán Carlos, está dirigida por el aventurero Miguel de la Quadra-Salcedo y patrocinada por el BBVA; consiste en un viaje que realizan 350 niños de 16 y 17 años procedentes de 50 países, durante mes y medio, por América y España, con el objeto de estudiar la cultura común. En la edición de 2006 el lema elegido era: «A las selvas de la Serpiente Emplumada. El mundo perdido de los mayas». A los niños ruteros les recibe el Rey cada año, pero en esta ocasión Miguel de la Quadra-Salcedo recibe el soplo de que Zapatero recibiría a los niños si se le solicita. De la Quadra-Salcedo llama a José Enrique Serrano, jefe de gabinete del presidente, para confirmarlo y éste así lo hace y le da una fecha: el próximo viernes. Miguel, el aventurero, lo comunica alborozado a los patrocinadores, pero éstos le hacen notar que está equivocado, que ese viernes se celebra el Consejo de Ministros.
Miguel vuelve a llamar a Serrano y le confirman la cita. «Os recibe el viernes a la una a todos los niños de la Ruta».Y les recomienda que estén en palacio a las 12 de la mañana. Y en efecto los niños se presentan a la hora acordada y forman en los jardines de palacio, donde soportan un calor implacable, pero todos están encantados. A la una en punto aparece el presidente con el ministro de Exteriores, Miguel Ángel jovenlandesatinos, y cuatro asistentes y se dirige a los niños: «Que os quede claro que he salido del consejo para recibiros». Se hace en primer lugar la foto oficial del presidente con todos los asistentes y luego anima a los niños a que hagan sus propias fotos. El presidente posa individualmente con todos los que se lo piden. Terminada la sesión fotográfica dice: «Ahora vamos a tomar algo arriba, que aquí hace mucho calor». Todos suben a un salón en el que se habían preparado fantas, coca-colas y muchas patatas fritas. Pasa el tiempo y Zapatero sigue con los niños, sin prisa para regresar a la reunión del gobierno donde se está culminando el borradordefinitivo de los Presupuestos Generales del Estado. Llega un momento en que Miguel, preocupado, le dice: —Presidente, no queremos molestarte más, que sabemos que tienes que volver al consejo. Pero Zapatero le tranquiliza: —No te preocupes Miguel, que están con los presupuestos, que son un ******. Lo primero es antes, como dice la copla, y lo primero no es la economía sino la foto. Un año después se desencadena la crisis económica más grave desde la Segunda Guerra Mundial y el presidente no da signos de darle la menor importancia. El no había llegado al poder para enfrentarse con crisis económicas, sino para hacer política; lo de la economía debía parecerle entonces una grosería. En cierta ocasión le confiesa a su profesor de Derecho Mercantil, José Manuel Otero, en la presentación de un libro de cuentos que el profesor había escrito: «Mira Mane!, reconozco que me gustan más tus cuentos que la letra de cambio». Los Presupuestos Generales del Estado, la ley básica de la política económica, y de la otra, le interesan poco.
Dos años antes del asunto Quetzal, en el verano de 2004, se había encontrado con Carlos Solchaga, ministro de Hacienda con Felipe González, que le comenta para abrir la conversación: —Ya estarás en la pelea de los presupuestos, tus primeros presupuestos. Y Zapatero responde muy tranquilo: —No, Carlos, ya no hay peleas, esto no es como en tu tiempo, es mucho más fácil, pues una vez que te ponen un techo para los gastos se acabó la discusión; ahora de lo que se trata es de si compramos más cañones o más mantequilla; que quiere usted más en Defensa, pues menos en Educación. Zapatero sentía ese alivio de no tener que arbitrar, como hacía González, entre la visión siempre dura, restrictiva, del ministro de Economía y Hacienda y las necesidades del titular de Educación o del de Sanidad. —Mira, Carlos —remachó— al final todo el mundo tiene que aceptar que tenemos un techo... Después el techo se lo pasaría por sus partes nobles, pero eso es otra historia.