El manicomio de Ciempozuelos

CiclopeBizco

El pesado de La Sagra
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27 Mar 2017
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Chozas de Canales
El psiquiátrico de Ciempozuelos





El primer sitio en el que estuve ingresado fue en la planta de psiquiatría del Hospital Miguel Servet de Zaragoza donde ingresé tras intentar suicidarme. De allí me di a la fuga al día siguiente tras tener una reacción paradógica con el trileptal logrando evitar a los seguratas uno tras otro al estilo de cómo se zafaba Maradona de los futbolistas contrarios. Una reacción paradógica es cuando un medicamento hace el efecto contrario que se supone debe hacer, en vez de aplacarme me dio un subidón de la leche y me puse aceleradísimo y muy muy agresivo. Cogí el coche y a toda pastilla a velocidad muy muy temeraria me fui a refugiarme a mi pueblu, al altura de Uesca me di una leche que no me maté no sé como, llegaron los picoletos... hicieron falta una docena para reducirme y me llevaron de vuelta al manicomio. Allí estuve quince días hasta que me soltaron, salí bien librado ya que el manicomio era responsable por mí y no me procesaron ni nada por el pifostio que monté. Claro que la culpa no la tuve yo sino la reacción paradógica de las narices. La vida allí era muy aburrida, dar vueltas arriba y abajo en el pasillo sin para al estilo de la peli "El Expreso de Medianoche". Hice amistad con todos los locos, la mayoría me cogieron muchísimo cariño, me ligué a una cuarentona de muy buen ver, rubia y de ojos azules, berzas muy obesas con trastorno bipolar. Le partí la cara a un latinito muy chiflado que me insultó gravemente en una comida. Una noche vi como las auxiliares que iban con el carrito con el que repartían las pastillas se les caían todas al suelo y antes de que se diera cuenta la jefa las metieron otra vez todas en los botecicos al azar, los iban rellenando como les ocurría. No veáis qué noche más divertida con alaridos de enfermos que tomaban pastillas de un compañero en vez de las suyas propias. El psiquiatra de jefe resultó ser un impresentable del Opus que me decía que yo de niño cuando tenía diez u once años me ponía los zapatos de mi progenitora, cuando le replicaba que ni de lejos me decía que no me acordaría pero que seguro que lo hacía. Entonces yo le decía que mi progenitora murió cuando un servidor tenía tres años, entonces me replicaba que entonces lo haría con los zapatos de alguna tía o prima. En fin... no sé.

















Me olvidé contaros de que antes de coger el coche me fui corriendo por la salida de urgencias hasta la Z-30, de allí subí hasta el cementerio, eran las tres de la madrugada y me metí a un velatorio donde no había nadie. Allí había un señor mayor encerado bien muertecico y bien solo, la familia lo había dejado allí para irse a dormir. Hice compañía al muerto desconocido varias horas mientras tenía pensamientos extrañísimos y aceleradísimos y negrísimos y poco antes de amanecer me fui a buscar mi coche y me fui a todas pastilla de Zaragoza.

De mi primer ingreso salí con la cabeza muy aturdida y un diagnóstico de trastorno de personalidad límite, lo cual para una persona que ni ha bebido en la vida, ni ha tomado drojas, ni le ha gustado el juego ni ha ido nunca de pilinguis pues como es que es bastante risible. El diagnóstico fue errado, como posteriormente se verá. Un año después del primer ingreso al ver que no levantaba cabeza pedí ingreso en la Unidad de Trastorno de la Personalidad del psiquiátrico de Ciempozuelos, en la comarca de La Sagra. Allí estábamos seis personas ingresadas día y noche más otras dos o tres que estaban de ingreso sólo de día. El primer día me interrogó un enfermero que me preguntó entre otras cosas si había sido vagabundo en alguna ocasión y que si era lgtb. El mismo día de mi ingreso simultaneó su entrada conmigo una tía de 38 tacos que parecía que tuviera sesenta debido al abuso de barbituricos para dormir. La tía nada menos era notaria y a esa edad estaba ya jubilada por una lesión del recopón de la espalda que hacía que no pudiera andas más cien metros seguidos sin apoyarse y aún así con bastón. Conocí una fauna de la leche, la mayoría de la gente eran tías con serios problemas de ninfomanía. Recuerdo a una que ingresó al mes de estar yo allí que contaba que su primera experiencia sensual había sido con nueve años y que con trece ya había hecho de todo. Yo le pregunté: "¿Qué quiere decir de todo" Y me respondió:"Pues quiere decir sesso con hombres, con mujeres, en grupo, con animales, por todos los orificios... de todo". También había otra que había nacido en Alemania hija de emigrantes extremeños, una carita de porcelana, era una ex-sargento expulsada del ejército. Robaba en la cocina del cuartes para vender en los mercados de abastos y pagarse operaciones de cirugía estética, era bellísima, pero inexpresiva y artificial. La expulsaron por robar, obviamente. No me acuerdo de cuántas cosas se había operado ya pero era un disparate, su familia había obtenido que un juez mandara una orden a todos los cirujanos de España para que no la operaran más, para que os hagáis a la idea.





La tía esta que se desvirgó con nueve años era la leche, un problema de ninfomanía del recopón. Contaba que su marido era camionero de rutas internacionales de esos que estaba semanas enteras fuera de casa y que si su marido estaba diez días fuera estaba con diez tíos diferentes mínimo, y que no bajaba nunca de uno al día, y a veces eran dos o más... y amaba sin condón ni palos, y decía que nunca había cogido ninguna enfermedad y en los análisis que le hicieron en el hospital (a todos nos los hacían de venéreas allá) salió limpia. También había otra tía que a sus 23 años ya había abortado ocho veces, era hija adoptada por unos señores mayores a los que amargó la vejez. Chiflada total, montaba broncas por lo más mínimo. Su progenitora biológica era una cortesana de la calle del caballo de Zaragoza. Después de mi ingreso un dí que pasé por esa calle la vi con minifalda provocando a los paseantes. Es terrible ver como una persona criada en una familia de gente trabajadora normal acabe exactamente igual que su progenitora biológica a la que no trató en la vida. También había un tío de mi quinta, que era lgtb, el tío se había pegado los últimos doce años de suvida sin salir de su cuarto salvo los sábados por la noche que se iba de marcha y se ponía hasta el ojo ciego de drojas y hacía que le dieran por el tercer ojo. Había obligado a sus padres a que le colgaran un pc del techo para manejarlo desde la cama sin levantarse, y no sólo eso: Había hecho que le instalaran una nevera a un lado de la cama y un retrete al otro para así evitar moverse lo menos posible. El tío estaba gordísimo como puede suponerse, era un broncas de campeonato y a la vez un encanto.





También había un tío de la quinta del Nini de Elda Era del barrio del Raval de Barcelona, hincha del Español, charnego. Politoxicómano, extremadamente violento, cumplía condena en Ocaña por incidentes muy violentos y muy graves a la salida de un partido. Nos hacían pruebas para saber nuestro deterioro mental, el tío no se sabía ni el alfabeto ni la tabla de multiplicar. A mí me quedó la duda de si eso se debía al abuso de drojas o al hecho de que nunca los había sabido. El tío vino de prisión al manicomio, si se portaba bien en el hospital y acababa la terapia quedaba en libertad. El tío se portó como un santo, fue mi compañero de cuarto durante los tres meses de ingreso salvo la primera semana y la última.





Nos levantabamos a las ocho, hacíamos gimnasia con algo de taichí, después nos duchábamos y limpiábamos el cuarto. Nos daban de desayunar leche de soja con galletas raras de no sé qué palos ya que el doctor Larrosa decía que según no sé qué estudios los no sé qué de la soja aliviaban la depresión y estábamos siendo objeto de un experimento para comprobarlo. Después de eso teníamos terapia de grupo. A las once nos daban una pieza de fruta y después hacíamos psicodrama hasta las una. Entonces nos daban de comer, el menú estaba personalizado según las analiticas y el peso de cada paciente. Como por aquel entonces estaba muy flaco me daban de comer más que a ninguno, lo que provocaba envidias entre los otros. Después de esto teníamos terapia ocupacional hasta las cinco, modelábamos mucho barro, hacíamos máscaras y pintábamos sobre todo. A las cinco nos daban una fruta. Después de esto uno de nosotros hacía "un taller" de cosas que sabía hacer. Yo daba clases de inglés una vez a la semana, la ex-militar no enseñaba krav magá. La notaria nos enseñaba cosas de derecho por si algún día teníamos problemas con el banco, o los vecinos o quien fuera. El charnego nos enseñaba futbol ya que había sido delantero del Español B, etc. Así nos hacían sentirnos útiles. Luego a las ocho cenábamos. A las ocho y medía cogíamos el periódico y comentábamos alguna noticia debatiendo y así hasta las nueve y media, nos dejaban ver la tele o hacer loque quisiéramos hasta las diez y media y a la cama.

Una vez a la semana teníamos sesión con el psiquiatra y otra con la trabajadora social.

Ah, nos daban medicación con cada comida, siempre eran cinco pastillas rojas,en su mayoría placebos para evitar que al discutir entre nosotros nos reprocharamos que unos estábamos más locos que otros por tomar más pastillas. Cinco para cada uno cada vez y solucionado.








Una vez a la semana, los miércoles por la tarde, a los que nos habíamos portado bien, nos dejaban salir de paseo. Nos daban un papel firmado por el jefe del centro, ese papel servía para que en caso de meternos en algún follón evitáramos que nos detuvieran, con ese papel nos mandaban directamente al psiquiátrico de vuelta. la verdad que estuve tentado de montarla subida de peso sabiendo que con eso los policías no te enjaulaban pero..... claro, que te llevaran de vuelta al manicomio no quería decir que por eso estuvieras libre de ser sometido al procedimiento judicial.

Por cierto, las cinco pastillas eran rojas, y se cagaba colorado, como el tomate frito orlando, a saber qué colorante llevaría eso.






De caricias nada en el encierro, por aquel entonces tenía una amante ecuatoriana que me amaba a pelo y cuando salí de allí le metí la engrumada más burra que hi soltado nunca. Que menuda elementa era, es la única mujer que hi conocido que se iba de pilinguis, le gustaban las rusas altas, rubias, de ojos azules y de mucho pecho y no le importaba pagar por acostarse con ellas, decía que para amarse a tías caninas, morenas y antiestéticas como ella que pasaba, a veces se iba tambien de shemales. esta tía había sido mormón, testigo de Jehová y al final evangélica, lo último que supe de ella era que se había casado con un etniano de Carabanchel al que había conocido en la parroquia y que estaba preñada a sus 41 tacos, la última vez que la vi estaba con el bombo en la puerta de Riesgo en la calle del Desengaño y me dijo que había visto a la por entonces mi esposa en fb y que le había gustado y que si podíamos hacer un trío con ella, petición a la que me negué.








Mi compañero de cuarto se metía de todo en las salidas, claro que después controlaban con análisis de orina si te drojabas o no. Él evitaba esto trayendo dentro de condones orina de terceros que estaba limpia de drojas y era ésta la que metía en los botes de análisis.

También había un latinito:

Era colombiano, padecía de psicosis. Era muy blanco, rubio, de ojos azules pero achaparrado y con cara de personaje. No paraba de dar vueltas inclinándose a los lados a cada paso mientras mostraba una mirada perdida y unos ademanes temblorosos. Un día que estaba jugando al guiñote con otros tres pacientes nos encaró el latinito y sin venir a cuento nos dijo: "Es que yo si quiero voy y los mato a todos ustedes porque soy muy macho". Yo me le quedé mirando fijamente y le dije con acento andaluz aspirando las eses: "¡Ole tuh cojoneh!". Entonces el con poca gracia de él agarró un vaso lleno de agua que teníamos para apagar y depositar las colillas y me lo estampó en los morros. Yo no me lo pensé dos veces y agarré la silla y con ella le abrí la cabeza. Esto nos costó a ambos dos días en la celda de castigo, atadicos a una camilla en una habitación con las paredes acolchadas. Allí hice muy mala uva, tan mala uva que me llegué a poner de pie con la camilla atada y todo de la fuerza que hice para intentar liberarme. Recuerdo que la enfermera que me descubrió de esa guisa se quedó atónita, dijo: "Jamás había visto a alguien con tanta fuerza en mi vida como para ponerse en pie con camilla incluida mientras está atado a ésta". Después de esto el latinito estuvo muy, muy suave conmigo. Si es que estas razas inferiores el único lenguaje que entienden es el de la violencia.











Justico al lado de donde nos poníamos a jugar al guiñote estaba siempre un tío de unos dos metros diez al que le faltaba un brazo, jamás hablaba salvo apenas unos balbuceos incomprensibles. Le faltaba el brazo derecho, estaba siempre de pie salvo cuando se servía la comida. Muy moreno y alopécico, le temblaba la cara continuamente y tenía una mira extraviada y llena de sufrimiento. Cuando a nosotros los fumadores se nos caía alguna minúscula partícula de ceniza al suelo cogía él y la recogía con el dedo índice de la mano izquierda y se la llevaba al espantoso muñón del otro brazo, que estaba de cosa de ceniza que daba gusto. Un horror. Buff, anda que no puedo contar espantos de lo que vi allá....











Jamás olvidaré el día de mi ingreso al etniano aquel siniestro que llevaba la tira de años de ingresos continuos de hospital en hospital porque en ninguno lo aguantaban. Se había pasado de rosca con las drojas lo cual el había provocado psicosis, pero lo peor no era eso, además era orate. Y para colmo perteneciente a una etnia que cultiva la sociopatía como rasgo distintivo, os podéis imaginar la boma de relojería que era el individuo éste. Esa mirada fija, fija, ojos ojerosos por el abuso de la medicación. A ratos lo ataban muy parecido a como hacían a Hannibal Lecter. A pastillazo limpio lo tenían tranquilo, y aún así algunas veces era peligroso. Su familia hacía la tira de años que no iba a verle, y es que a los etnianos la locura es como la bicha, huyen de ella como de la peste.

Añado que era todo un lol cuando el etniano les gritaba a las enfermeras y celadores que él les daba de comer ya que si no hubiera locos ellos no tendrían trabajo.

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