Hola amigos. Aquí estoy de nuevo, esta vez para poner sobre la mesa un caso verídico, que me ha pillado de cerca, y puede poner de manifiesto algunos de los riesgos de empepitarse sin control (los cuales, por cierto, creo que están más que asumidos aquí en este foro).
Los hechos son reales, aunque por cuestiones de privacidad y anonimato he cambiado los nombres (de la ciudad también).
Benito era mecánico chapista en una importante empresas de bañeras en Benidorm. Con el auge de la construcción costera, la empresa amplió la flota y llegó a contar con casi doscientos vehículos. Benito tenía trabajo asegurado.
Laura acabó sus estudios de administrativo y se colocó en el taller donde trabajaba Benito.
A pesar de ser de la misma ciudad, de edades similares y de barrios próximos, ninguno de los dos se conocía. Pero surgió ese chisporroteo discordante en la boca del estómago (por encima de los narices), y ambos dos se enamoraron locamente.
Benito, pobre infeliz, era un hombre de pocas pretensiones: su coche tuning, el cual tenía pagado a tocateja, era su única posesión. Vivía con los padres, contribuía en los gastos y todos tan contentos.
Pero la ambición de Laura iba mucho más allá de vivir con los papis e incluso de alquilar zulito. Laura era una visillera de primera categoría.
Ni las ventanas del Escorial hubieran satisfecho sus ansias de visillos.
Total, que allá por el año 2002, se casaron por lo civil, y se compraron un pisito de segunda mano, al módico precio de 123000 lereles. De aquella, aunque era una cantidad respetable, podían asumir perfectamente las cuotas de la cipoteca porque los tipos estaban bajando, y además sus trabajos y sueldos iban viento en popa a toda vela.
Tuvieron un hijo, Jeromín, fruto de tan modélico, ejemplar y puro amor.
Y cuando Jeromín fue lo suficiente grandecito como para requerir un cuarto propio, Benito y Laura estimaron que su zulito de 60 m2 (¡¡con tres dormitorios!!) no era suficiente, y decidieron ponerse a la busca y captura de algo más acorde a sus necesidades. Además, su empresa iba de narices, había trabajo para dar y regalar, y los ascensos se efectuaban con una inusitada frecuencia.
Laura dio con la solución: un chalesito en una urbanización muy cuqui a las afueras. Piscina y campo de Golf incluídos en el pack.
Corría el verano de 2006 cuando dieron este decisivo paso en sus vidas, del cual probablemente se acuerden hasta la muerte.
Puesto que el chalecito estaba ubicado a una distancia respetable, ahora necesitaban de vehículo propio para desplazarse al curro. Además, puesto que el trabajo era realmente desbordante y Benito trabajaba a turnos, no coincidían en los horarios. De modo que se les ocurrió la magnífica idea de solicitar la nueva hipoteca para el chalecito, pensando en incluír en ella, además, los montos para la adquisición de dos nuevos y famantes vehículos. Un A3 para él, y un monovolumen para ella.
Todo esto, con una hipoteca puente, pues el pisito zulo, en venta por 247000 lereles (casi veinte kilos más de lo que les costó) ahí seguía, muerto de risa.
Puesto que la cantidad del crédito de la hipoteca ascendía a una cifra absolutamente demencial, Benito tuvo que echar mano de un aval que sus padres firmaron. La hinbershiòn lo merecía, oche.
¿Qué pasó? Supongo que no necesito explicar mucho de los siguientes acontecimientos. Abreviando:
- Frenazo en costrucción.
- Empresa de flota de bañeras que tiene que reducir plantilla.
- Primero Laura a la fruta calle.
- meses más tarde, Benito, despedido también.
- Hipotecón del quince para el chalecito y los cochecitos + hipteca normalita para el pisito, que a pesar de haberle dado unas rebajitas de unos 30000 euritos, no hay quien lo compre.
Y llega el momento dramático: no pueden pagar.
Benito ha vendido su A3, por dos millones y medio (le costó cuatro), y el monovolumen de Laura lo han cambiado por un Mondeo de 10 años (han perdido, al menos otro milloncito).
Alquilaron el zulito para el verano (está bien situado, en la misma ciudad y a un pasito de la playa), pero ni de coña lo venden. Sin embargo, parece ser que es hipoteca pueden afrontarla pero:
- No pueden pagar el chalecito.
- El estrés de la situación económica hace mella en el estado de la parejita, y deciden poner fin a su relación (inmejorable momento, hoyga!)
Al menos tienen la cordura de separarse, pero no divorciarse.
Benito no encuentra curro ni haciendo de saltimbanqui en la cuerda floja en mitad de la plaza de toros. Conclusión: le embargan el chalecito, y después del embargo, aún debe unos 260000 lereles, que no puede afrontar con el zulito con el que lo avaló, con lo cual, pierden el zulito, y después de esto, con costes notariales y demás, aún les queda a deber 180000 lereles.
¿Qué hace el banco? Recurrir a los papis de Benito, los cuales avalaron la jimbersión de su niño un par de años atrás. El padre de Benito, lonchafinista nacido y criado en la posguerra, posee algunos ahorrillos, pero no suficientes como para afrontar semejante deuda.
Lloran, rezan, y se meten en juicios, y el resultado, sin embargo, sólo va a peor: 24000 lereles más de gastos de abogados. Para nada.
Conclusión, Laura y el niño viven ahora en la casa de los padres de ella. Y Benito y familia, con padres pensionistas (pensión mínima, gracias al seguro agrario que pagaron durante toda su vida), malviven en un zulito en un barrio regularcero de la ciudad.
De alquiler, obviamente.
¿Y lo más gracioso sabéis qué es? Que aún así, ahora, sobre ellos sigue pesando una deuda de 86000 boniatos. Ahí es nada.
Si no fuera porque es una situación complicada para ellos, y la cosa puede acabar de forma violenta, les diría:
"Para jugar al dominó, Benito, mejor en el club social".
Los hechos son reales, aunque por cuestiones de privacidad y anonimato he cambiado los nombres (de la ciudad también).
Benito era mecánico chapista en una importante empresas de bañeras en Benidorm. Con el auge de la construcción costera, la empresa amplió la flota y llegó a contar con casi doscientos vehículos. Benito tenía trabajo asegurado.
Laura acabó sus estudios de administrativo y se colocó en el taller donde trabajaba Benito.
A pesar de ser de la misma ciudad, de edades similares y de barrios próximos, ninguno de los dos se conocía. Pero surgió ese chisporroteo discordante en la boca del estómago (por encima de los narices), y ambos dos se enamoraron locamente.
Benito, pobre infeliz, era un hombre de pocas pretensiones: su coche tuning, el cual tenía pagado a tocateja, era su única posesión. Vivía con los padres, contribuía en los gastos y todos tan contentos.
Pero la ambición de Laura iba mucho más allá de vivir con los papis e incluso de alquilar zulito. Laura era una visillera de primera categoría.
Ni las ventanas del Escorial hubieran satisfecho sus ansias de visillos.
Total, que allá por el año 2002, se casaron por lo civil, y se compraron un pisito de segunda mano, al módico precio de 123000 lereles. De aquella, aunque era una cantidad respetable, podían asumir perfectamente las cuotas de la cipoteca porque los tipos estaban bajando, y además sus trabajos y sueldos iban viento en popa a toda vela.
Tuvieron un hijo, Jeromín, fruto de tan modélico, ejemplar y puro amor.
Y cuando Jeromín fue lo suficiente grandecito como para requerir un cuarto propio, Benito y Laura estimaron que su zulito de 60 m2 (¡¡con tres dormitorios!!) no era suficiente, y decidieron ponerse a la busca y captura de algo más acorde a sus necesidades. Además, su empresa iba de narices, había trabajo para dar y regalar, y los ascensos se efectuaban con una inusitada frecuencia.
Laura dio con la solución: un chalesito en una urbanización muy cuqui a las afueras. Piscina y campo de Golf incluídos en el pack.
Corría el verano de 2006 cuando dieron este decisivo paso en sus vidas, del cual probablemente se acuerden hasta la muerte.
Puesto que el chalecito estaba ubicado a una distancia respetable, ahora necesitaban de vehículo propio para desplazarse al curro. Además, puesto que el trabajo era realmente desbordante y Benito trabajaba a turnos, no coincidían en los horarios. De modo que se les ocurrió la magnífica idea de solicitar la nueva hipoteca para el chalecito, pensando en incluír en ella, además, los montos para la adquisición de dos nuevos y famantes vehículos. Un A3 para él, y un monovolumen para ella.
Todo esto, con una hipoteca puente, pues el pisito zulo, en venta por 247000 lereles (casi veinte kilos más de lo que les costó) ahí seguía, muerto de risa.
Puesto que la cantidad del crédito de la hipoteca ascendía a una cifra absolutamente demencial, Benito tuvo que echar mano de un aval que sus padres firmaron. La hinbershiòn lo merecía, oche.
¿Qué pasó? Supongo que no necesito explicar mucho de los siguientes acontecimientos. Abreviando:
- Frenazo en costrucción.
- Empresa de flota de bañeras que tiene que reducir plantilla.
- Primero Laura a la fruta calle.
- meses más tarde, Benito, despedido también.
- Hipotecón del quince para el chalecito y los cochecitos + hipteca normalita para el pisito, que a pesar de haberle dado unas rebajitas de unos 30000 euritos, no hay quien lo compre.
Y llega el momento dramático: no pueden pagar.
Benito ha vendido su A3, por dos millones y medio (le costó cuatro), y el monovolumen de Laura lo han cambiado por un Mondeo de 10 años (han perdido, al menos otro milloncito).
Alquilaron el zulito para el verano (está bien situado, en la misma ciudad y a un pasito de la playa), pero ni de coña lo venden. Sin embargo, parece ser que es hipoteca pueden afrontarla pero:
- No pueden pagar el chalecito.
- El estrés de la situación económica hace mella en el estado de la parejita, y deciden poner fin a su relación (inmejorable momento, hoyga!)
Al menos tienen la cordura de separarse, pero no divorciarse.
Benito no encuentra curro ni haciendo de saltimbanqui en la cuerda floja en mitad de la plaza de toros. Conclusión: le embargan el chalecito, y después del embargo, aún debe unos 260000 lereles, que no puede afrontar con el zulito con el que lo avaló, con lo cual, pierden el zulito, y después de esto, con costes notariales y demás, aún les queda a deber 180000 lereles.
¿Qué hace el banco? Recurrir a los papis de Benito, los cuales avalaron la jimbersión de su niño un par de años atrás. El padre de Benito, lonchafinista nacido y criado en la posguerra, posee algunos ahorrillos, pero no suficientes como para afrontar semejante deuda.
Lloran, rezan, y se meten en juicios, y el resultado, sin embargo, sólo va a peor: 24000 lereles más de gastos de abogados. Para nada.
Conclusión, Laura y el niño viven ahora en la casa de los padres de ella. Y Benito y familia, con padres pensionistas (pensión mínima, gracias al seguro agrario que pagaron durante toda su vida), malviven en un zulito en un barrio regularcero de la ciudad.
De alquiler, obviamente.
¿Y lo más gracioso sabéis qué es? Que aún así, ahora, sobre ellos sigue pesando una deuda de 86000 boniatos. Ahí es nada.
Si no fuera porque es una situación complicada para ellos, y la cosa puede acabar de forma violenta, les diría:
"Para jugar al dominó, Benito, mejor en el club social".