Desenmascarando a Ayn Rand (Alisa Zinovievna Rosenbaum); renovadora del iluminismo, del satanismo a las multinacionales.

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El 2 de febrero de 1905, cuando se cocía la primera revolución rusa, nació Alissa Rosembaun, hija de un matrimonio de burgueses de San Petersburgo. Al cumplir 21 años, tras concluir sus estudios de Filosofía, obtuvo permiso para viajar a los Estados Unidos con la excusa de visitar a unos familiares. Jamás volvió.

Pocos meses después apareció en Hollywood. Cecil B. DeMille le ofreció trabajo como extra en una de sus primeras películas. Mas tarde accedió a contratarla como guionista. Fue entonces cuando adoptó el seudónimo “Ayn Rand”.

En 1929 contrajo matrimonio con el actor Frank O’Connor. Su matrimonio duró los siguientes 50 años. En 1934, fecha en que apareció Los que vivimos, empezaba ya a ser conocida como escritora. La novela resultó un fracaso, pero el carácter anticomunista del libro le dio cierto relieve. La consagración vino con El Manantial (1943). El director King Vidor lo convirtió en una película protagonizada por Patricia Neal y Gary Cooper que encarnaba al típico héroe americano redefinido por Ayn Rand, individualista y tozudo, que se resiste a variar sus principios.

En 1957 publicaría su novela más ambiciosa, La Rebelión de Atlas. A partir de ese momento juzgó que ya había dicho todo lo que tenía que decir como novelista; de ahora en adelante no escribiría más que ensayos filosóficos que contribuirían a definir el objetivismo.

En el último tercio del siglo XX su fama fue creciendo en los medios intelectuales nortemericanos. Falleció en Nueva York el 6 de marzo de 1982.


LA REBELIÓN DE ATLAS

La Rebelión de Atlas supuso un punto de inflexión en su carrera. Ciertamente el éxito ya le era conocido cuando publicó esta extraña obra, cuyo argumento logró seducir a la intelligentsia liberal americana.

El libro profetiza la decadencia de los EE.UU. debida al intervencionismo estatal. El país queda dividido en dos clases: la de los saqueadores y la de los no-saqueadores. La clase política y dirigente está formada por los primeros que piensan que cualquier actividad debe estar regulada y sometida a una fuerte imposición fiscal. Los segundos son los hombres emprendedores, los dirigentes políticos, religiosos y sindicales, los capitanes de empresa y los intelectuales que piensan que la solución está justamente en lo contrario. De estos últimos, y más en concreto, de los patronos, surge un movimiento de protesta que se concreta en una huelga de empresarios acompañada de sabotajes y desapariciones. El líder del movimiento es John Galt, a la vez filósofo y científico.

Galt, escondido en las Montañas Rocosas, dicta órdenes, sugiere iniciativas y mueve los hilos. Con el se refugian los principales empresarios. Durante el tiempo que dura la huelga y la desaparición de los empresarios, el sistema americano se hunde bajo el peso del intervencionismo estatal. La novela termina cuando la patronal decide abandonar su escondite de las Montañas Rocosas de Colorado y regresar a Wall Street y a los centros de decisión; marchan encabezados por el dólar, elegido por Galt como símbolo de su particular rebelión.

Rand quería llamar a su novela simplemente La Huelga; el título de La Rebelión de Atlas fue sugerido por su marido. Se equipara al empresario al titán mítico que carga a sus espaldas los destinos del mundo. Cuando apareció la obra en 1956, llamó la atención lo osado del planteamiento; hasta ese momento, ni siquiera en EE.UU., nadie se había atrevido a realizar un planteamiento en el que los empresarios eran los buenos, el Estado el malvado y las masas ni siquiera contaban.

Para Ayn Rand, el hecho de que una huelga suma en el caos a EE.UU. es el signo de que éste país no puede vivir sin su clase empresarial, que la política debe subordinarse a las necesidades de la economía y, finalmente, que es preciso volver al espíritu de los primeros colonos que se sublevaron contra Inglaterra en el siglo XVIII: lucharon contra el intervensionismo inglés y en defensa de sus derechos individuales. Lo que propone Rand es volver al origen de la tradición americana, solo que el “héroe” no es el granjero que se subleva contra los ingleses, sino el patrono que lucha contra la maquinaria del Estado y cuyo esfuerzo crea riqueza.

En poco tiempo se agotaron cuatro millones de ejemplares de la obra. A partir de ese momento sólo escribiría ensayos que profundizarían en las líneas apuntadas en esta novela, como La virtud del egoismo que puede ser considerado uno de los manifiestos de la corriente filosófica inaugurada por Rand, el objetivismo.

LOS FUNDAMENTOS FILOSOFICOS DEL ILUMINISMO CAPITALISTA

De la misma forma que Zbigniew Brzezinsky y su libro La Era Tecnotrónica constituyeron el manifiesto fundacional de la Comisión Trilateral, organización iluminista que abrió la era de la globalización, la obra de Ayn Rand ha constituido el soporte jovenlandesal de la intelligentsia neocapitalista mundial y de los grupos del poder secreto iluminista.


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Desde principios de siglo hasta 1973, la élite de la alta finanza mundial había asumido al pensamiento de la Sociedad Fabiana como el núcleo ideológico de su interpretación de la realidad. La Sociedad Fabiana, fundada en Inglaterra poco antes de la Primera Guerra Mundial, constituía un apéndice del Partido Laborista en Inglaterra y del Partido Demócrata en Estados Unidos. Había logrado impregnar a las élites capitalistas a través de sus centros de enseñanza, en particular de la London Economic School y de las Universidades Fabianas de EE.UU. La Sociedad Fabiana fue uno de los núcleos de pensamiento iluminista en la primera mitad del Siglo XX.

La doctrina fabiana era gradualista. Tal como el matrimonio Webb, H.G.Wells, Bernard Shaw y otros destacados miembros de este grupo de poder teorizaron, era preciso mejorar las condiciones de las clases proletarias en las que adivinaban el núcleo central de consumidores del futuro. No en vano “proletario” deriva de “prole”; los proletarios serían pues, los que tienen mayor descendencia y hacia ellos tenía necesariamente que tender el capitalismo en un momento en que los problemas de mecanización y producción en cadena se habían resuelto.Los dos ejes del “socialismo” fabiano consistían en llegar un régimen de bienestar para las masas trabajadoras a través de un proceso gradual de conquistas sociales que tendería a transformar al proletario en burgués y al productor en consumidor. Para ello era preciso que el proceso fuera liderado por los detentadores del capital –los únicos que podían dar coherencia y viabilidad a un proceso de este tipo- y que éstos tuvieran la capacidad de imponer sus decisiones a los detentadores del poder político.

Este proceso se realizó por etapas. Inicialmente los dirigentes fabianos de ambos lados del océano crearon asociaciones en las que magnates de los grandes consorcios industriales y bancarios, los intelectuales orgánicos a su servicio y los políticos comprometidos con ellos, formaron grupos de presión: así surgieron las modernas organizaciones iluministas, el Instituto de Estudios Internacionales, el Consejo de Relaciones Exteriores, el Club de Bilderbergs y, finalmente, la Comisión Trilateral.

Pero cuando Brzezinsky crea la Trilateral resulta evidente que el socialismo fabiano ya no responde a las necesidades del capitalismo de su época. Si los fabianos habían sostenido una especie de cínico despotismo ilustrado –“todo para el pueblo, pero sin el pueblo”- lo que se echaba en falta era, no tanto un proyecto global, como una norma jovenlandesal para uso y disfrute de la intelligentsia neocapitalista; algo así como un basamento ético que tranquilizara las conciencias y diero sentido a la vida de los magnates del capital. Y allí estaba Ayn Rand para ofrecerlo.

Había algo que jugaba a favor de Rand. A diferencia del socialismo fabiano que compartieron las élites financieras liberales inglesas y norteamericanas, Rand, lejos de cuestionar finalmente el sistema capitalista –como hacían los fabianos, los cuales creían que a través de la mejora del sistema capitalista se llegaría a un régimen más justo y a algo que, apenas sin darse cuenta, sería diferente del capitalismo- consideraba que el capitalismo era la mejor, sino la única forma racional y “objetiva” de guiar los destinos de la economía y de las comunidades humanas.

Para ello era preciso que el capitalismo no perdiera de vista los valores que le dieron origen: el individualismo, la libre empresa, la voluntad de unos pocos de imponerse a la mayoría y guiarla, la abstinencia por parte del Estado de cualquier intervensionismo y el egoismo que constituye el polo ético de la norma jovenlandesal propuesta por Aynd Rand.

Al igual que los fabianos del primer tercio de siglo, los partidarios de Ayn Rand se han organizado en círculos, escuelas e institutos con un propósito misional, educativo y militante; casi como una sociedad secreta. Extendidos, sobre todo por el mundo anglosajón, en apenas dos décadas han sustituido al pensamiento fabiano en la educación de las élites neocapitalistas. El hecho de que Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal y el presidente ruso Vladimir pilinguin, reconozcan públicamente su tributo con Ayn Rand es suficientemente significativo del impacto que tiene su pensamiento.
OBJETIVISMO – EGOISMO – SATANISMO

Todo esto enlaza perfectamente con los principios de la Iglesia de Satán y del judío satanista Anton LaVey (versión francesa de Levi, nombre de la tribu de sacerdotes de Israel), fundador de la Iglesia de Satán, en particular, el cual en varias ocasiones, afirmó explícitamente inspirarse en Rand. Las Nueve afirmaciones Satánicas que forman la declaración de principios de la Iglesia de Satán están directamente extraídos de La Rebelión de Atlas, tal como ha demostrado George C. Smith, hoy miembro del Templo de Seth (una escisión de la Iglesia de Satán). La diferencia entre Rand y LaVey estriva en que mientras éste cree que es posible llegar a establecer el “culto al hombre” mediante el ocultismo y la magia, Rand propone hacerlo a través de la economía y la ciencia.

Anton LaVey.

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En una de sus obras “canónicas”, La Biblia Satánica, LaVey propone una visión del mundo que debe todo a Rand: LaVey exalta el egoismo y el capitalismo, el orgullo del fuerte sobre las necesidades del débil, la abolición de las religiones, las jovenlandesales y la hipocresía. ¿Y Satán? Para LaVey, Satán no es sino el símbolo del “culto al hombre”, en absoluto un personaje real (a diferencia de Michel Aquino y del Templo de Seth que si lo considera un ser personal).

Ni LaVey ni Rand se quedaron sólo en las teorías. Descendieron al terreno de la práctica. La vida y las andanzas de la Iglesia de Satán son suficientemente conocidas. Barbara Branden, biógrafa de Rand, ha facilitado datos para entender que ésta siguió por vías parecidas. Su objetivismo se tradujo en una “experimentación radical, comprendidos los planes sensual y familiar, a través de formas de poligamia y poliandria, en el seno del pequeño grupo que dirigía el movimiento político y literario que había creado”.

Rand se ha hecho eco de las doctrinas ocultistas de Aleister Crowley, especialmente cuando declaraba que uno de los postulados de la magia es “Haz lo que quieras”. En esa frase se resumía algo mucho más complejo que lo que denotaba la aparente simplicidad de la frase: se trata de elegir una tarea y apasionarse con ella, de tal manera que nada, ni siquiera la crítica más acerva desvíe del objetivo marcado. Como a Roark, el arquetipo humano propuesto por Crowley debía de concentrar todo su esfuerzo en lograr su deseo con una dedicación absoluta.

Aleister Crowley.



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Los discípulos de Ayn Rand forman hoy un pequeño grupo de poder, extremadamente influyente, del que Alan Greenspan es el principal exponente y que constituyen el alma ideológica de los movimientos que hoy tienden hacia el poder mundial, Club Bilderberg, Comisión Trilateral, CRF... en otras palabras: Rand ha renovado y actualizado el fundamento doctrinal del “iluminismo”.
 
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