CONTRA EL gaysISMO COMO IDEOLOGÍA
La gaysidad, en tanto que práctica u orientación sensual, no sólo no es una ideología pequeño burguesa sino que no es ninguna ideología. Para transformar la gaysidad en ideología -gaysismo- es necesario, en primer lugar, abstraer en forma de valor dicha práctica sensual, es decir, idealizarla, para, posteriormente, insertarla en un conjunto más amplio de valores que no sólo constituirá la visión del mundo de la clase social que lo sustente, sino también una herramienta de esa clase para modelar el mundo con arreglo a sus intereses.
Así pues, las preguntas que un marxista debe plantearse, hinc et nunc, sobre este tema son: ¿Existe una ideología gaysista? Y si existe, ¿a los intereses de qué clase sirve? La respuesta a la primera pregunta es "sí"; la respuesta a la segunda pregunta es "a los intereses de la clase burguesa dominante de los países imperialistas occidentales".
Antes de analizar el papel histórico del gaysismo como ideología burguesa, quede meridianamente claro un aspecto: en las líneas que siguen no se juzga moralmente la gaysidad. Su práctica atañe en exclusiva a la vida privada de quien la practique y como tal no merece más que la abstención ajena.
La paulatina equiparación legal de la gaysidad con la heterosexualidad en el derecho de familia de los países imperialistas occidentales acaece en un momento histórico caracterizado por la grave crisis económica del capitalismo, con su corolario de agudización de las tensiones interimperialistas y de redoblamiento de la explotación y la represión a nivel nacional en dichos países. Es en ese contexto de agravamiento de las condiciones objetivas revolucionarias en el que surge el gaysismo con un objetivo concreto: desalojar al marxismo -supuestamente fracasado tras el hundimiento del socialimperialismo soviético- como ideología del sujeto revolucionario y ocupar su lugar. En esa tarea, que no hay que dudar en calificar de antisubversiva, el gaysismo se amalgama con otros productos ideológicos burgueses tales como el feminismo, el animalismo, el vegetarianismo, la reforma del lenguaje, etc. para formar un corpus teórico destinado a reemplazar al marxismo o a completarlo corrompiendo su ser.
No es pretensión de este escrito valorar el grado de eficacia de la política burguesa de formación del pensamiento en su propósito de liquidar o desafilar la herramienta teórico-revolucionaria del proletariado, el marxismo. Su éxito no escapa a nadie medianamente objetivo. ¡Hasta se corrigen las citas del gran Lenin [VER] cuando de conmemorar la Revolución de Octubre se trata!
La cuestión más urgente es poner en claro la esencia burguesa y antisubversiva de todo ese entramado ideológico, empezando por su pretensión de liquidación del concepto de "clase obrera", único sobre el que pueden erigirse la unidad y la lucha políticas de los explotados por el régimen del capital. Para ello, con el fin de fragmentar y atomizar al sujeto revolucionario, el mencionado entramado ideológico burgués oferta unos presuntos antagonismos (gays-heterosexual, mujer-hombre, hombre-animal) que, a diferencia de la contradicción entre explotadores y explotados, se caracterizan por dos rasgos básicos: de un lado, la supuesta posibilidad de su superación en el marco jurídico-político de las relaciones de producción capitalista; de otro, por no nacer de las condiciones materiales en que se desarrollan tales relaciones, sino de imperativos naturales insuperables o de decisiones personales cuyo efecto no se proyecta más allá del ámbito de lo estrictamente individual. Es decir, por una parte, una lucha que no trasciende el régimen burgués y que, por eso mismo, lo perfecciona; por otra, una lucha metafísica de contenido a lo sumo individualista. Un lucha, pues, que no es tal lucha, elucubrada sobre unos antagonismos que no pueden resolverse dialécticamente, es decir, que no son verdaderos antagonismos.
Del mismo modo que este entramado ideológico tiene por finalidad desarmar -en este caso por la vía de la alienación ideológica- a los explotados en cada uno de los países imperialistas occidentales, en el marco más amplio del conflicto interimperialista se emplea como instrumento de injerencia y de desestabilización, bajo el pretexto de los derechos humanos. El gaysismo ha sido elevado por el imperialismo occidental a la categoría de seña de identidad de un mundo cultural, social y políticamente superior, sangriento embeleco con que revestir de altruismo y filantropía lo que no es más que rapiña y guerra. A nadie puede extrañar que una de las piedras sobre las que ha edificado su santa sede el gaysismo se encuentre en Tel Aviv.
Lenin decía que no hay Revolución sin teoría revolucionaria. Hoy la lucha ideológica, entendida como "ser o no ser" de la operatividad de esa teoría, pasa inexorablemente por extirpar de la izquierda comunista todas esas excrecencias burguesas hechas a medida de su mundo, que es, precisamente, el que debemos destruir.
José Manuel Ruiz Valarino