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Imágenes de un control policial en una playa de Niza en las que se ve a una mujer, con un pañuelo en la cabeza, quitándose su túnica turquesa a petición de los agentes, han levantado indignación en las redes sociales y relanzado la polémica sobre la prohibición del burkini en varias ciudades de Francia.
La decisión de varias ciudades de la Costa Azul de prohibir en sus playas el burkini, los bañadores para mujeres musulmanas que cubren todo el cuerpo, excepto cara, manos y pies, ha abierto un encendido debate en ese país y también en el extranjero.
Este miércoles, la publicación en la prensa británica de una serie de fotos (sin fecha) en las que se ve a cuatro policías armados realizando un control a una mujer que descansaba en una playa de el Paseo de los Ingleses de Niza, el lugar donde ocurrió el atentado yihadista del 14 de julio, que dejó 86 muertos.
La mujer lleva en la cabeza un pañuelo y una túnica de manga largas, que luego se retira bajo la mirada de los policías. El alcalde de Niza no ha dado detalles sobre las circunstancias de este control policial, pero ha confirmado que unas 15 mujeres han sido multadas desde principios de semana en las playas de la ciudad, debido a la vestimenta que llevaban. La sanción es de 38 euros.
Una madre de familia que fue multada el pasado 16 de agosto porque llevaba un velo, un pantalón y una túnica en una playa de Cannes, es que impugnará la multa.Las imágenes del control policial en Niza provocaron una lluvia de reacciones en las se denuncia "una humillación" y "una cacería a los velos". "Quieren quitarle su ropa. ¡Que se quiten sus uniformes! Policía de la vergüenza", reaccionó Marwan Muhammad, presidente del Colectivo contra la islamofobia en Francia (CCIF).
"Pregunta del día: ¿Cuántos policías armados se necesita para obligar a una mujer a quitarse su ropa en público?", escribió, indignado, en Twitter el director de comunicación de Europa de Human Rights Watch, Andrew Stroehlein.
Cuatro policías rodean a una mujer cubierta en la playa de Niza hasta que se quita algunas prendas | Sociedad Home | EL MUNDO