VII Liga Burbuja de ajedrez

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Bajé a comprar sin los auriculares. Sergio Dalma entonaba una de sus horribles canciones. Palpando los aguacates pensé en los años que llevaba sin oírlo. En el bar soy yo quien elige la música y fuera de él rara es la vez que ando por ahí sin taparme los oídos. No conozco a nadie de todos los que copan las listas de éxitos. En ocasiones leo algún titular en los foros de opinión que frecuento pero no entro en ellos. No sé ni qué cara tiene Rosalía. Pero sí recuerdo todavía la de Sergio Dalma y su angustiosa voz. Por eso, entre otras razones, prefiero las grandes superficies y su música ambiental: si olvido los auriculares no por ello hago la compra a la carrera para escapar de allí.

La rubia cajera del trastero duro acababa de echar el cerrojo a su cinta transportadora. No dije ni pregunté nada y me dirigí a la adyacente atendida por una de las serias gorditas, la de gafas. De reojo, mientras iba sacando los productos del carro, vi como la alegre y parlanchina rubia daba la vuelta por mi lado para reincorporarse a otra tarea. Seguro que le gusta Sergio Dalma.

Me he comido uno de los aguacates. Está bueno. No siempre es así. Hay que tener mucho ojo con ellos, mucho tacto. A la más mínima te la meten, saben como hacerlo. Se guardan en cámaras frigoríficas y allí recobran el punto de madurez al tacto y a la vista. Pero pasadas unas horas los abres y están casi podridos por dentro.

Ha terminado el programa de la lavadora y el silencio es casi total. Tan sólo el rumor del ordenador y los atenuados rugidos de una excavadora allá abajo, tras las ventanas bien cerradas.

Ahora colgaré las sábanas.
 
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Pasé la tarde viendo otro PlayGame en el ordenador. Ni por un segundo consideré la posibilidad de salir a dar un paseo para aprovechar la última hora y media de luz. El día estaba marchándose a otra parte de la misma manera en que lo había hecho al llegar hasta aquí: nublado, frío y ventoso. Hace no tanto esto no habría supuesto ningún problema; y un poco más atrás en el tiempo tampoco la caída de la noche misma. Ahora es otra cosa.

Encendí la calefacción y me puse el pijama y la bata. En el espejo encontré algunas señales de dermatitis en la cabeza y resultó raro porque había tenido que verlas para sentirlas. Había pasado una mañana bastante buena después de casi un mes con diversas molestias, la mayor parte de ellas provocadas por el dolor de cuello que me causé el día de Año Nuevo al dormir con el gorro de ducha puesto la penúltima vez que tuve que utilizar la pomada. La siguiente ocasión que tuve necesidad de ella me la apliqué por la tarde y me duché antes de ir a dormir. También llevo unas noches sin hacerme la coleta. Y por supuesto están los ibuprofenos, claro. Llegué a pensar en acudir a una masajista pero al final no ha hecho falta.

Tenía hambre y merendé bastante bien. La idea de leer algo pasó por mi cabeza al igual que la de escribir, pero las dejé marchar sin pensarlo mucho más. Bajé las persianas, corrí las cortinas, encendí la luz, eché mano de la manta del sofá y aprovisionado de tabaco y agua me senté en el sillón para seguir viendo el juego empezado el día anterior. Muy pronto, una vez resuelto el asunto del estómago, volví a sentir la incomodidad en la cabeza. Quizá sería conveniente hacer lo mismo de la última vez. No lo pensé más y me levanté para aplicarme el ungüento. Después de todo cuando me fuese a dormir habrían pasado más o menos las mismas horas que al despertar. Y otra noche de gorro que me ahorraba.

El juego no pintaba mal. Era la aventura de un tío con problemas psicológicos que acompañado de un perro policía se adentraba en las profundidades del bosque para ayudar a la poli en la búsqueda de un niño desaparecido. Pero la oscuridad era tanta y las alucinaciones del personaje tan desconcertantes que resultaba difícil de ver. Mi cerebro iba desconectándose de lo que estaba viendo para pasarme imágenes de la mañana en el bar, sobretodo la de aquel tío que vino al mediodía.

Tenía mal aspecto. Era grande y rellenito, con la cara abotargada y una melena sucia, vestido de cualquier manera. Apoyado en la barra, consultando el teléfono, pidió un tercio casi en voz baja y rechazó la tapa que le ofrecí. Se le notaba cansado, aunque no borracho. Mi hermano pequeño me dijo antes de irse que se le veía medio trastero. Salí a recoger algo y vi que era verdad: media raja de su rellenito trastero sobresalía de los pantalones. ¿Como era posible algo así, con el frío que hacía en la calle? ¿qué clase de persona sale por ahí sin reparar en eso? El colega estaba rellenito y sin duda su capa de grasa le protegía pero...¿tanto? Recordé a las viejas que a veces encuentro a primera hora de la mañana limpiando la fachada de sus casas en zapatillas y apenas con la bata medio puesta sobre la falda. ¿Qué clase de calefacción interna tienen esas mujeres? ¿No van los pobres barrenderos protegidos hasta las cejas que da lástima verlos? ¡Y ellas ahí, casi a pelo y tan campantes! ¿Acaso no tienen otra hora para hacer algo tan absurdo como barrer su parte de la acera y pasar trapos y bayetas sobre los helados hierros de las ventanas? ¿Pero hay algo más inexplicable que eso? ¿Qué clase de persona puede dedicarle tiempo a eso?

El tipo del taburete con el trastero aire recibió una llamada que terminó por coger tras dudarlo un poco. Con voz tímida, casi trémula, respondía a las preguntas de alguien que estaba claro no era ningún amigo. Era sorprendente ver a un bruto como ese utilizando ese tono de voz de niño asustado. ¿Quizá era un médico el que le hablaba? ¿la poli? ¿uno del banco, o el del paro, o la de Cáritas? No, yo creo que era un médico. Colgó, se quedó mirando al teléfono, pagó, se despidió y marchó tan cansado como vino, aunque se subió los pantalones. Ese hombre, ese mostrenco, era la viva imagen de la desesperanza.

Llegó mi tío poco después para comentarme ciertos aspectos que por supuesto no entendí acerca de unos documentos necesarios para no sé qué tema de casas y herencias familiares. El día anterior había acabado otro ciclo de radio y ya puede disponer de las mañanas para tales asuntos. Dijo algo del testamento que mi padre no hizo pero que él había dejado en orden hace algunos días, de la conveniencia de hacerlo en vida, de los problemas futuros que ahorraba y todo eso. También dijo algo que una vez, ya cercano el final, escuché de boca mi padre: "Yo estoy acabado; puede que dentro de seis meses, ocho...Pero es mejor así" Tenía los ojos humedecidos. No respondí nada. Me joroba tanto verlo con ese miedo que nunca sé qué decirle. Morir tan gastado, tan debilitado, debe ser una larga tortura. Uno acaba siendo lo que nunca fue ni quiso ser. Y a esa humillante rendición algunos la llaman Gracia. ¿Qué tipo de victoria, qué clase de gloria sobrevenida hay en recibir la razón cuando el otro está impotente y sentenciado?

El héroe del juego continuaba su camino junto al fiel perro. Las alucinaciones cada vez era más fuertes y empezamos a conocer cosas de su pasado: malas acciones, peores decisiones. "Sé un hombre por una vez en tu vida. Deja de pensar en ti mismo" le decía una mujer sin rostro antes de abandonarlo. Entonces el perro lo despertaba del desmayo con sus lengüetazos y el héroe lo abrazaba y acariciaba antes de levantarse para seguir adelante. Dejé de verlo justo después de su salida del laberinto al que un orate lo había conducido. En él, reventado por el cansancio y con el perro malherido en sus brazos, a cada revuelta iba formándose la frase que aquel iba escribiendo cada vez con mayor claridad: "Abandona al perro"


- ¡No, no lo abandonaré, me gusta la fruta! -gritaba él con todas sus fuerzas.


Hasta que cayó desmayado y al despertar fuera del laberinto no encontró a su amigo.
 

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¿Como fueron las tardes como esta de hace sesenta años, cuando todo lo más había una radio en el populoso hogar y la televisión era cosa de ricos y americanos? Semanas, meses enteros de enormes cielos encapotados, la lluvia y las heladas en las oscuras calles y el frío en las casas, los braseros de picón, la mortecina luz de la lámpara del techo, una baraja quizá, todos juntos pierna con pierna bajo las sayas, el runrún del parte, la animosa voz del locutor, el tazón de leche previamente hervida y unos trozos de pan, tal vez alguna galleta, los silencios y las campanas a muerto de la iglesia, el toque de las horas en el reloj de la plaza, compartir cama con hermanos y primos, allí vivían todos juntos, todos revueltos, el calor de los cuerpos, los gases y las risas, ¡qué frío!, ¡déjame poner mis pies sobre los tuyos!, como animalillos, el padrenuestro previo al sueño, ¡a dormir!, la oscuridad, las risas ahogadas, reprimidas, el sofoco y al fin el sueño.

Aquellas grandes familias llenas de adolescentes y niños pequeños estaban tan unidas por la pobreza. Luego cada cual se buscó la vida, los más atrevidos en la capital, el país fue progresando y la vida cambió. La familia empezó a dejar de ser imprescindible, hubo quienes ya en Madrid optaron por quedarse solteros, sobretodo las mujeres, y hasta hoy, que cada día son más los que prefieren vivir solos.

Conocí algo de todo aquello. No recuerdo la casa sin televisión. Sí compartí cama con alguno de mis hermanos, también rezábamos en voz alta el padrenuestro antes de que nos mandaran apagar la luz, pero eso era más una superstición que otra cosa: nuestros padres ya no eran tan religiosos como los suyos, ni mucho menos. Si algo tengo claro de todo aquel tiempo que no vi es que la gente joven estaba mucho más harta de la iglesia que de Franco. Y después de todo se le rezaba al buen Dios, no a los curas, esos metomentodos de las narices.

En la casa del abuelo todavía se usaba el brasero de picón. Pasó tiempo hasta que accediera al cambio por uno eléctrico. Quizá algún susto, no lo sé. Su televisor era en blanco y oscuro, no como el de casa. Luego compró otro a color donde veíamos los partidos de fútbol. Supongo que con lo economizador que era lo compró por nosotros, para que no dejásemos de ir a ver el fútbol con él. Se ponía verde al vernos coger con despreocupación el mando a distancia, algo totémico para él. Que cortáramos el pan con las manos era algo que le sacaba de quicio. "¡Dádmelo a mi y yo os lo corto!" decía. Y sacaba su navaja y cortaba el pan. Ver restos de comida en el plato era algo imperdonable. Y dejar la grasa aparte poco menos que un pecado. "¡Pero si eso es lo mejor!" A nosotros ya nos habían enseñado de otra manera. A veces yo protestaba por el sonido de las campanas a muerto de la cercana iglesia, algo que siempre me ha deprimido. "Ten un respeto" respondía.

La gente de Madrid seguía viniendo para las fiestas pero con los años esto también se fue perdiendo. Apenas conocimos a los primos nacidos allí. Hoy no podría reconocerlos. Ni siquiera recuerdo sus nombres excepto el de una, por lo extraño.

Los abuelos murieron, también mi buen padre. Él fue quien durante su enfermedad me contaba con una sonrisa la vida antigua, a veces hasta las lágrimas de las carcajadas compartidas. Todo, hasta lo de aquel cura del colegio que en confesión le preguntó si ya se tocaba obteniendo como respuesta una huida a todo correr de la iglesia a la que ya no volvió. "¿Pero quien le pregunta eso a un niño?" decía. Y no le hizo falta ningún cura para seguir creyendo en Dios durante toda su vida. Un padre necesita a un Dios, a un buen Dios por la salud de sus hijos, no a un cura que nada sabe de la vida viva.

Y aquí estoy yo, solo y calentito, en mi piso de tres habitaciones y dos cuartos de baño, salón con amplias vistas a la calle, cocina, trastero y cochera, un televisor desconectado de la red desde hace diez años y alguna radio sin pilas por algún sitio. Pero con conexión a Internet. ¿Qué diría el abuelo de Internet? ¡Ay, Dios...!

El pueblo sigue creciendo, barrios nuevos en los que uno se siente como un intruso. Ahora es una pequeña ciudad con todo lo necesario para una vida cómoda, segura y a una hora de Madrid. Cada año hay más gente que no nació aquí. Hace mucho que las iglesias están más para los funerales que para los bautizos, y no digamos de las bodas. Cada año hay más quejas ciudadanas por los cohetes que al amanecer se disparan durante las dos semanas dedicadas a las ancestrales festividades de San Antón y San Sebastián.

Pero a esas horas yo ya estoy despierto y en el bar. Y tampoco creo que a mi gata le importe mucho, aunque ahora que lo pienso puede que sí. Bueno, uno no puede tener todo lo que quiere, como decían los Stones. También quienes tienen todo lo que se puede comprar lo pasan mal a veces. Algunos hasta se quitan de en medio. Otros se dedican a jorobar al personal por alguna razón que no entiendo.


Aunque si pidieran mi firma para algo sólo la estamparía en una petición para prohibir el toque de las campanas a muerto.


Al menos para las tardes como esta, encapotadas, lluviosas y heladas por el ululante viento que se mete hasta los huesos.


O no. ¿Qué más da?
 

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La voz no era la de Lennon o McCartney pero la canción sí: "And I love her" cantada en versión femenina por una mujer negra. La melodía era la misma sólo que cambiada por una orquestación tan almibarada que provocaba un cierto rechazo ante la memoria del recuerdo original. La canción pasó, otra cualquiera empezó y en cuanto pude fui al ordenador para buscar la lista de Spotify de los Beatles. Busqué "And I love her" y como no podía ser de otra forma allí estaba. Eso era otra cosa.

Era el mediodía de otro viernes en el bar. ¿Otro? No tanto. Hoy el sol amaneció de otra manera; hoy su luz sí le ha plantado frente al frío de todas estas noches pasadas. Hoy ha sido el aviso; sólo eso, un aviso. Pero imparable.

Empecé a cantar las canciones de los Beatles que iban sucediéndose. Estábamos pocos en el bar: el más que maduro y golfo topógrafo y su amiga a un extremo de la barra y en el otro el tipo triste y solitario que viene los viernes; el abogado aficionado a las líneas blancas y ese viejo con los pulmones destrozados en una de las mesas del salón y en otra Kamil, el pedigüeño de iglesia, leyendo el As a base de chupitos de J/B y una caña de cerveza. Todos amigos. Me vine muy arriba al oír a McCartney entonando "Hey Jude"

- ¡leche fruta! -dije de viva voz- ¡Un temón tras otro! -Y el topógrafo rió de buena gana.

Poco me faltó para animar al resto de la congregación a que me acompañara en ese largo y maravilloso estribillo final, sobretodo cuando andaba cerca del tipo triste y solitario que viene todos los viernes. No cantó pero volvió a dejar una propina muy generosa por los dos tercios que se había tomado. Antes se bebía tres. La chica del topógrafo, al pagar, alabó mi buen ánimo. Estaba muy maquillada, se iban de comida, y aún así le vi un montón de arrugas. Kamil, el abogado y el viejo se juntaron en la puerta para irse juntos aunque no revueltos. Kamil regresó de fuera en el último momento para tomarse otro chupito, el cuarto. Dejó una buena propina (no permite que la rechace), agarró la bici y se fue andando con ella. Y me quedé solo.

Sentado en el taburete se fueron las ganas de seguir cantando. Entonces recordé que esta mañana había visto a mi tía.

"Unos análisis de sangre de tu tía" había dicho mi tío unos diez minutos antes ante mi sorpresa por verle tan temprano en el bar. Él está todavía más enfermo que ella pero sigue haciendo por llevar la vida que llevaba hasta que le detectaron el tumor, aunque con todas las precauciones. Ella no. Ella apenas sale de su casa.

Entró a la cocina.

- ¡Kufistín! -exclamó tras la FFP3-

Había alegría por verme en sus azules ojos húmedos. Ya se han ido dos Navidades sin pasarlas juntos. Nos dijimos cosas desde la distancia. Un par de metros nos separaban. Me preguntó qué tal estaba, como iba el bar, todo eso...La coleta salió a relucir.

- ¿Por qué no te cortas el pelo, Kufistín...? ¿Qué diría tu abuela si te viera?

"Vaya -pensé instantáneamente- ¿qué raro? Lo normal habría sido que lo preguntara por la memoria del abuelo, siempre tan serio"

- A la abuela le daría igual, tía...-Y es la verdad. A la abuela le hubiera dado igual. No tanto al abuelo, pero no creo que un hombre como él, prudente sobre todas las cosas, se hubiese rasgado las vestiduras.

Callamos un momento. Yo con las pulgas a medio hacer y ella con los ojos cada vez más humedecidos en la puerta.

- ¿Qué tal estás, Kufistín? -dijo otra vez como para convencerse de que estaba bien.
- Estoy bien, tía. Estoy bien.

Y sus ojos azules, lo único que podía ver de su rostro, desprendían tanto amor que me hizo daño.

Se fueron. Y mientras acababa las pulgas la imaginé en su lecho de muerte pidiéndome que me cortara la coleta. Y yo buscaba alguna manera para salir del paso.

Cuando yo era niño nos íbamos todos, tías, hermanos y primos en un dos caballos a la viña del abuelo. ¿Cuantos nos metíamos en aquel coche? Tres eran ellas y nosotros...todavía tres por nuestro lado y dos por el de ella...ocho. Ocho en un dos caballos a la viña del abuelo, cantando canciones hasta que llegábamos..."Mariiiineritos al agua, chop, chop...Mariiineritos al agua, chop, chop...Que no sé qué ya se acabó, chibidibidí, chibidibidó, que nooo sé qué ya acabó" Nunca lo dije pero me ponía enfermo la fruta canción.

¿Cuantos años tenía ella? ¿Treinta y pocos? Recuerdo aquella algarabía general, no tanto la mía pues fui un niño serio. El mayor tenía que dar ejemplo a los pequeños. Siempre.

Mi buen padre tenía una buena colección de discos que nosotros utilizábamos para poner clicks de playmovil sobre ellos: Elvis, Beatles, Stones, Santana, Triana, Barrabás, Status Quo...El tocadiscos tenía cuatro velocidades y siempre acabámos por ponerlo a 78, hasta que los muñecos volaban. Nunca nos dijo nada. Para él éramos bastante más que todos aquellos discos que ya habían quedado atrás.

Pero un día, ya entrando en la adolescencia y con el tocadiscos muerto de ardor de estomago desde hacia tiempo y tal vez rememorando el tiempo en el que al menos podía lanzar playmobils a hacer leches, aburrido por una lluviosa tarde de invierno en la que no era posible hacer nada más que quedarse en casa, hurgué en él y encontré los dos álbumes recopilatorios de los Beatles, el rojo y el azul. Era la misma fotografía sólo que con un años de distancia. Allí estaban ellos en el rojo, muy jóvenes, casi a carcajada limpia apoyados en un barandilla desde la que miraban hacia abajo; en el otro ya tenían barbas y las carcajadas habían dado paso a una leve sonrisa. El rojo llamaba más la atención.


Los Beatles seguían sonando en el bar cuando hizo acto de aparición la rara chica gallega que vino a primera hora de la mañana para tomar café y un chupito. Ya entonces la noté un tanto jodida. Sin pregunta alguna de mi parte dijo que estaba en el hospital. Pero ahora estaba totalmente borracha.

Entró dando un portazo del que se disculpó. Pidió un chupito de lo mismo que había tomado al amanecer. Dudé pero se lo puse. Sacó el monedero y pagó por ese y el siguiente. Acepté. Echó un traguito cuyo borde derramó pidiendo perdón otra vez. Cogió el teléfono y salió a hablar a la calle. Al volver adentro le oí decir amor al móvil antes de colgar. Yo estaba a punto de irme y le puse el otro chupito que ya había pagado.

- ¿Y eso? -dijo-
- Ya lo has pagado
- No me acordaba...Qué noble eres.
- No bebas más -le dije con suavidad.

Volví a sentarme en el taburete. Ella estaba allí, al otro extremo, absorta por el teléfono, tecleando, con el primer chupito mediado y el segundo entero.


Y mientras la miraba todo pareció irse a la hez.


Pero no.


No.
 

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Los ajos. Ayer fueron las naranjas y hoy han sido los ajos. Y eso que anoche me acordé de ellos mientras veía en Youtube otro playgame, uno un tanto aburrido: "Los ajos, Kufisto. Levántate y echa una cabeza en la bolsa de trabajo que mañana se te va a olvidar"

Juraría que pasaron por mi cabeza cuando desperté todavía de madrugada. Duermo bien pero poco. La última mujer con la que me acosté hará como dos meses me dijo que mi sueño parecía el de un muerto: ni me rebullía, ni roncaba, ni siquiera se oía el ruido de la respiración.

Eran las cinco y "Custard Pie" suena a las siete y media los fines de semana, aunque casi siempre lo hace en la cocina del bar. Dos horas en tal estado bajo el mando del impaciente cerebro dan hasta para acordarse de la cabeza de ajos, creo, pero no es plan. Puse en el móvil un audiolibro de Lovecraft cuando vi que la cosa iba yéndose de madre y entré en una especie de duermevela del que, hastiado, salí a las seis y media, hora en la que "Bron Yr Aur" llega para sacarme del sueño los días de diario mientras en el mejor de los casos ya estoy afeitándome.

- Los ajos -me dije al sofreír los pimientos para el arroz del mediodía- Los puñeteros ajos, Kufisto. me siento amigablemente en el WC mientras pienso en la fruta.

Pero había que esperar al momento adecuado. Apenas eran las ocho y aún no había venido ni la churrera, esa que no me mira a los ojos y sin embargo me recuerda a mi abuela. No era plan de dejarla colgada. Y también estaba el panadero, siempre atacado. Y luego el de los periódicos, aunque hoy como ayer lo sustituía la hermana porque se ha ido a Zaragoza a un torneo de billar.

Fueron viniendo en tiempo, al menos los dos primeros. La chica se retrasaba un poco y justo fue llegar y ya estar yo cogiendo el abrigo para salir hacia casa cuando vi a una mujer que entraba. La primera clienta del día y encima la propietaria del local. No podía excusarme. Siempre estamos al debe.

- ¿Qué tal, Kufisto?
- Bien, Carmen...¿y tú?
- Con mi padre en el hospital...
- Ah...sí. El otro día no te dije nada porque estabas con una amiga, pero lo imaginé.
- Sí. Tiene un poco de neumonía pero no parece que sea demasiado grave. Los médicos dicen si todo va bien que nos iremos esta semana.
- jorobar, pues menuda paliza te estarás metiendo. Venir desde el pueblo y todo eso...
- No tanto, nos vamos turnando.
- Bueno, ¿café?
- Y una tostada.
- ¿Tomate, mantequilla, jamón, atún...?
- Mantequilla
- ¿Mermelada de fresa o melocotón?
- La que quieras.

Buen rollo. Pero dos meses de retraso.

Preparé la tostada y la llevé a la mesa. En el intervalo, a falta de ajos, me puse con las pulgas.

- ¿Kufisto?
- ¿Sí?
- ¿Puedes darme otra pastilla de mantequilla? Tus tostadas son muy grandes.
- Claro.

"Está claro -me decía conforme iba colocando rodajas de salchichón y chorizo sobre una fina capa de tomate untada en el pan- Está claro"

- ¿Kufisto?
- ¿Sí?
- Cóbrame

No le cobré el extra de mantequilla. La invitación está descartada por deseo de ella.

Viuda desde hace algunos años y madre de al menos una hija ya casada con la que ha venido al bar alguna vez, es mujer que maneja las propiedades de su difunto marido como mejor puede. Para ella, está claro, no es fácil, aunque pienso que es más por la presión de sus hijos. Pero con nosotros se porta bien y nos conocemos desde hace mucho tiempo. Siempre estamos al retrotero (deudores) pero siempre cumplimos.

- Espero que tu padre se mejore, Carmen.
- Sí. Ya te digo que parece no es grave. Es muy mayor...Tiene cien años.
- ¿Cien años?
- Noventa y nueve. Los cumple este que estamos.
- ¡Cien años! ¡La madre que me parió!
- Jajaja...

Hablamos un poco más. Le pregunté acerca de la vida que había llevado su padre y se explayó un tanto. Quizá mi hermano había saldado la deuda.

- Bueno, Kufisto, me voy...Y los dos meses esos que te dije el otro día por wasap...
- Sí, claro, no te preocupes. Mañana como con mi hermano y se lo recuerdo.
- Bueno, no lo dejéis. Yo voy a manteneros el alquiler aunque nos ayudan subido el IRPF, pero vamos a hacer porque todo vaya bien.
- Claro, claro, no te preocupes.

Se fue. Ojalá dure tantos años como su padre.

Agarré el abrigo, la bufanda y el gorro y ya estaba en la calle cuando antes de cerrar la puerta eché un vistazo a la esquina y vi que la ancianita y su hijo, vecinos nuestros, venían de camino al bar. jorobar.

- Me iba -dije de viva voz.
- ¿Otra vez? -dijo él- Bueno, pues esperamos.

Ayer les pasó lo mismo con las pilinguis naranjas, sólo que no los vi al salir. ¿Pero como vas a dejar a esa dulce nonagenaria tirada en medio de la calle a las nueve de la mañana de un domingo de enero? ¡A la hez los ajos!

- No, no, no...De todas formas no tardo nada...¿Oye, tienes una cabeza de ajos en casa? -le voceé en un instante de lucidez al hijo que apenas había avanzado al paso del tacatá de su madre.
- ¿Una cabeza de ajos?
- Sí, una cabeza de ajos.
- Sí, creo que sí.
- Bueno, pues...Si quieres yo me quedo con tu madre y me la bajas...
- Claro, claro.

Es un tío cojonudo, un médico a quien no me cabe la menor duda le debemos que nuestro padre viviese los últimos veinte años que vivió. Me acerqué a la anciana y él se fue a por la cabeza de ajos.

- Hola, Carmen.
- Hola, Kufistín.

Y soltó la manita derecha del tacatá hasta acercarla a mi mejilla.

- ¡Qué frío hace! -dije.
- No. Es que te quiero.

Poco a poco, pasito a pasito, alcanzamos la plataforma de la puerta de entrada al bar que con mucho cuidado y a petición suya la ayudé a subir.

Siempre lo hago. Lo de las caras, digo. Ella se toma el desayuno y su hijo se va a hacer recados. Durante la semana tiene a la cuidadora y habla con ella, pero el finde lo pasa sola. A veces, en mis salidas de la cocina a la barra con las bandejas de pulgas, la veo con la cabeza ladeada, como dormida; pero es salir para atender a algún cliente, dejarle el servicio y al darme la vuelta veo que está sonriéndome. Entonces le hago una mueca bajo la mascarilla y sonríe todavía más.

Gonzalo llegó a eso de las dos y media. Enseguida vi que no estaba del todo bien. Pidió un café que le serví descafeinado, pagó con un billete de diez euros y murmurando tal y como había entrado se fue a la tragaperras.

Había poca gente en el salón. Afuera, en la terraza, apurando los últimos rayos del sol en nuestra acera, en la mesa alta que da a la puerta, seguía aquel grupete del mediodía, tres tíos y una tía rubia cachonda más una niña que se había pasado todas las horas mirando un teléfono. Uno de ellos estaba apoyado en mi sucio coche. No me importó.

Gonzalo empezó a tirar de tarjeta, de diez euros en diez euros, el límite que le tienen estipulado. Se lo dije una vez hace tiempo, puede que dos o tres. Ya no le digo nada. Y cada visita a la barra era más desquiciada. Su padre tenía la culpa. Su padre y su falta de confianza en él. Su padre era el culpable de lo que estaba haciendo. Su padre era el culpable de todo. Su padre.

- Ojalá no hubiese nacido -le oí decirse a sí mismo al tiempo que le entregaba otras diez monedas que recogió como si yo no existiera.

Ya iba por los setenta pavos cuando le vi juntar las manos a modo de oración.

- ¡Kufisto! -dijo poco después- ¿Como se cobra esto?

Salí y miré la máquina.

- No lo sé, Gonzalo.

Finalmente encontró la forma, me cambió cincuenta euros y se fue más tranquilo.

A la conversación del grupete de afuera, ya de cubalibres, se le había añadido una pareja de conocidos por la cercanía de las mesas altas.

- Adiós, Kufisto -dijo mi colega al verme salir abrigado con la bolsa de trabajo.
- Adiós.
- Te he dejado este lado del coche niquelao -dijo el otro sonriendo.


También yo sonreí.
 

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Bueno con permiso de Clavisto Bukowski pego aqui los resultados de la BUNDESLIGA del domingo.
Quedamos en la posicion 8 y por tanto descendemos a la division 10.
Estabamos hace poco en la division 5 a un paso de ganar la BUNDESLIGA.
Descalabro total.
Hoy estabamos 14 la mayoria activos, muchas gracias a los 14 por jugar.
Ya vendran tiempos mejores, a ver si conseguimos activar a la gente del foro para que participe.


Lo pego aqui porque @querido líder no me deja escribir 2 post seguidos en el hilo del equipo.
querido líder siempre facilitando la vida a los foreros. que para eso subimos contenidos y hacemos posible que siga vivo el negocio.
 

naufragodelpisito

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Joer! No se puede ni escribir! Te lo borra jajaja. Bueno yo no se lo que pasa pero observo y veo que de los finalistas de la liga no hablemos ninguno jugando ayer salvo Gueldos.Así que sin la alineación y escuadra de lujo de Burbuja solo hay un camino hacia abajo.
 

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Joer! No se puede ni escribir! Te lo borra jajaja. Bueno yo no se lo que pasa pero observo y veo que de los finalistas de la liga no hablemos ninguno jugando ayer salvo Gueldos.Así que sin la alineación y escuadra de lujo de Burbuja solo hay un camino hacia abajo.

Na, yo creo que es un bache, volveremos a la 5 y mas alla.
Este equipo es insumergible.
 

Hermericus

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En lo alto de un carballo
El ajedrez se va al guano en España.

No hay nadie menos de 22 años con mas de 2460 de ELO.

Paco Vallejo ya va viejo y solo consiguió llegar a ser un segundon 2 o 3 años, en el puesto 24 o por ahí.

Y David Anton idem, se va a quedar en en 2700 raspado. Si llega a TOP -30 sera de milagro

Los nuevos Santos Rui y Santos Latasa que prometian años ni eso, llevan años atascados y se quedarán en 2600-2650 o por ahí.
 

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El ajedrez se va al guano en España.

No hay nadie menos de 22 años con mas de 2460 de ELO.

Paco Vallejo ya va viejo y solo consiguió llegar a ser un segundon 2 o 3 años, en el puesto 24 o por ahí.

Y David Anton idem, se va a quedar en en 2700 raspado. Si llega a TOP -30 sera de milagro

Los nuevos Santos Rui y Santos Latasa que prometian años ni eso, llevan años atascados y se quedarán en 2600-2650 o por ahí.

Bueno los SANTOS si nos leen que se apunten al equipo del FORO.
Jugando la terrible KARTOFFEL encontraran ese punto que les falta y que andaban buscando.
Ademas es lo que necesita el equipo, SANTOS, ARCANGELES, QUERUBINES, toda intercesion del SEÑOR en nuestro provecho es poca.


 

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Madmaxista
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Será cuestion de fichar asiaticos, como hace EEUU

Chinos , indios, filipinos....
Esa gente es rara, invite a un coreano hace tiempo a jugar en nuestro equipo y me dijo que me iba a denunciar a lichess porque no podia hacer publicidad dentro de la aplicacion, y tambien me iba a denunciar por varias cosas mas.
Evito asiaticos en lo posible aunque las filipinas me parecen interesantes.
 
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25 Dic 2018
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바르셀로나
El ajedrez se va al guano en España.

No hay nadie menos de 22 años con mas de 2460 de ELO.

Paco Vallejo ya va viejo y solo consiguió llegar a ser un segundon 2 o 3 años, en el puesto 24 o por ahí.

Y David Anton idem, se va a quedar en en 2700 raspado. Si llega a TOP -30 sera de milagro

Los nuevos Santos Rui y Santos Latasa que prometian años ni eso, llevan años atascados y se quedarán en 2600-2650 o por ahí.
Yo creo que es porque cuando un jugador español empieza a destacar, enseguida es secuestrado por la industria de los servidores de ajedrez online... El día que reciben una llamada del Divis diciéndoles: "Oye crack, ¿te interesa venirte a grabar un dicharachero con nosotros?", ya pueden empezar a despedirse de sobrepasar la barrera de los 2700 de Elo.
 

Clavisto

Será en Octubre
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10 Sep 2013
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Lovecraft consiguió llegar a ser Lovecraft cuando rendido, humillado y ofendido dejó Nueva York para regresar a Providence; sólo entonces pudo liberarse del sueño de una vida. Y apartado de ella escribió lo mejor de una obra que perdurará en el tiempo más allá de quienes hoy la miran con desprecio. Hay tiempo de sobra. Si hay algo es tiempo.

Decir que hoy acabé desquiciado en el bar sería decir demasiado. No, al contrario, lo hice en plena forma: una vez más, a mis casi cincuenta años, saqué adelante por mis propias fuerzas toda una mañana de un sábado muy ajetreado. Eran las cuatro y pico de la tarde cuando salí a fumar un cigarrillo a la puerta mientras bebía una cerveza en compañía de unos amigos. "Lo has conseguido, Kufisto" dijo ya medio borracho uno de ellos, el que estaba allí bebiendo tercios desde la una, un buen chaval que pronto dejará de seguir viviendo en casa de madre para irse al piso que compró hace unos meses. Los otros dos, cuarentones como él, habían llegado hacia apenas media hora y ya, por lo parlanchines, con un algún tirito de cocaína encima; ambos también solteros y ninguno viviendo en su propia casa. Quince minutos antes se habían ido casi de naja el otro par de colegas que había tenido danzando todo el mediodía, "ahora venimos, Kufisto", claro está por cocaína; uno es camello y el otro está casado y con hijos pero aún las caza al vuelo y hoy era un día de esos en los que puede hacerlo.

Se fueron todos. El buen chaval con sus diez tercios en la barriga haciendo eses a casa de su madre y los otros dos, también buenos amigos, a otro garito más adecuado. El camello y el casado con dos hijos pequeños no habían regresado pero esto no suponía ningún problema. Son amigos míos. Y si me esperaba un rato más, ya como estaba relevado por mi noble hermano pequeño, podría meterme un par de tiros del cuellete sin ningún problema. Pero no lo hice. Le dejé la nota bien especificada a mi hermano y me vine a casa.


Fuera de aquí sólo está Nueva York.
 

Clavisto

Será en Octubre
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A no ser que un escuadrón de furiosos lunáticos invisibles estuvieran agitando los troncos de los árboles que se ven tras mi ventana era asunto del viento. Claro está que la epiléptica bandera del colegio de enfrente izada en una alta asta sobre el techo del edificio podría excluir aquella primera posibilidad, ¿pero quien podía asegurar que aquel cabreadísimo ejército camuflado no constara entre sus filas de una falange de obedientes monos trepadores? Nadie. Y yo, con un cocido más que completo y media botella de vino tinto saludándose todavía en el estómago, menos que nadie.

La primera tarde de la semana lucía espléndida. Era casi un crimen desperdiciar el día de descanso durmiendo la siesta. Sin pensarlo me calcé los duros botines y abandoné la seguridad del piso para marchar otra vez en busca de los molinos: la penitencia auto-impuesta tras la saturnal noche del sábado aún no había acabado.

Ya en las afueras, con los molinos tan a la vista como lo permitía mi melena alborotada, noté los primeros avisos de los pies. De nada iba a servir el experimento del doble par de calcetines; los dedos de allí abajo, esos pequeños deditos que cuentan nos servían para trepar a los árboles cuando fuimos monos sin tiempo que perder en tonterías, protestaban una vez más ante mi terquedad: "No es calzado para esto, Kufisto; no, no lo es. Ya no sabemos como decírtelo" Y lo peor estaba por llegar.

Si yo fuera otro habría dado marcha atrás para regresar por donde había venido; si yo fuera un poco menos menso habría dejado a un lado la senda pedregosa para al menos ascender por el camino asfaltado; pero como yo soy yo y nunca dejaré de serlo lo hice como si en vez de cepos portara pantuflas y en lugar de un pequeño huracán soplara la brisa de los mares del Sur, allí donde jóvenes chicas de piel trigueña y amplias sonrisas blancas cuelgan medallones de fragantes flores multicolores sobre tu pecho quemado por el naufragio habitual.

Una ráfaga de viento desquiciado me dio la bienvenida al pisar resollando la cima del molino de más difícil acceso. Tal fue el golpe que me envió unos metros más allá, como el empujón de un portero harto de rechazar borrachos a la puerta de un garito nocturno. Con todo, me encaré con él al recuperar el equilibrio y le hice frente descendiendo por la vía que siempre tomo en esa ladera, una que las mismas cabras consideran intolerable. Allí fue donde la satánica furia del viento se desató por completo ante el terror de mis pies que más que ir pisando piedras eran mordidos por ellas. Por fin alcancé el camino y ya más tranquilo pude oír los lloros de mis pies. Pero aún faltaba ascender el cercano cerro del repetidor, mucho más corto aunque igual de duro. Allí, al menos, no encontraríamos ningún desnortado portero a sus puertas.

Regresé tan reventado a casa que di por concluida la penitencia. Es más, decidí ipso facto tomarme dos días de descanso: ni gimnasia, ni saco, ni paseos a los molinos ni a ninguna otra parte. El trabajo en el bar y nada más. Descanso. Necesitaba descansar. Esto, semejante rara determinación y una vez comprobado el resultado, nos calmó a todos.

Y dormí como hacía meses no dormía.


Desperté como si una comitiva de jóvenes chicas de piel trigueña y amplias sonrisas blancas hubiesen pasado la noche besándome todas las heridas.

No vi ninguna al abrir los párpados pero...No hay otra explicación.


O al menos yo no necesito otra.