VII Liga Burbuja de ajedrez

Triptolemo

Corripiendi sunt inquieti, oppressi liberandi...
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He quedado para ir a coger el cobi a un restaurante!!! me temo que no voy a juejar!
 

Vorsicht

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Cuando nos den la cuenta me conecto y te digo, ya de momento seremos 7, así que muy desencaminado no va el tema.
 

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Acabo de poner una lavadora. No he bebido en todo el día. Tal vez sea por el chico de esta mañana.

Entró al bar con la mascarilla puesta y sin quitársela pidió un White Label con naranja. Todavía no era la una del mediodía, no lo conocía y estuve a punto de decirle que no, que no servía copas hasta la tarde, pero vi su mirada y se la puse.

Había poca gente, apenas un par de clientes en la barra y otro en el salón; el chico estaba ahí varado, junto a la puerta. Bebía rápido y mirando de reojo, como uno que está descolocado. Pasó al water después de echar un vistazo al bar. Pronto pidió el segundo, como en un susurro. Estaba claro que no era el primer bar del día para él. El vaso vacío y la fanta a medias.

Iba limpio, era alto, rubio, la barba cuidada y de mirada clara aunque ya acuosa. Pidió un tercero con el zumo todavía entero. "Sólo el whisky" Preguntó cuanto debía, se lo dije, sacó la cartilla del banco y de ella extrajo uno de los billetes. Se fue poco después. No habían pasado ni quince minutos desde su llegada.

Poco antes de irme, a eso de las tres y media, oí a dos clientes hablar de una amiga mía. Hace unos días, puede que diez, por circunstancias que no vienen al caso, sufrió una crisis de ansiedad en un bar y se lió parda. Tuvo que ir hasta la policía. Es una mujer admirable en muchos aspectos, pero está medicada y el alcohol en exceso no le sienta bien. Entendí porqué sólo la he visto una mañana desde entonces. Ella me contó algo de lo que le pasaba en el breve rato que estuvo conmigo. La vi regular, con miedo. Anoche me envió una canción de amor por wasap. No respondí.


También yo las he liado pardas, incluso en días como hoy o el de hace una semana. Muchas veces. Habré sido comidilla popular como para alimentar a una bandera legionaria durante un año. Pero yo no las oía, aunque luego sí veía las miradas y algún que otro difuso fotograma en mi cabeza que no intentaba retener.

Esta tarde he llegado a casa pensando sólo ligeramente en escribir algo, pero enseguida me he puesto a hacer ejercicio; luego una ducha, un afeitado y ya casi eran las seis. Todavía faltaban dos horas para regresar al bar, limpiar, recolocar, cerrar e ir a cenar con la familia.

Puse una lavadora y recogí la ropa tendida. Un cuarto de hora menos. ¿Escribo algo?

Miré en el armarito y vi lo que esperaba: no había whisky. Lo terminé el 26.


Son las siete y media y acabo de oír el final del programa de la lavadora. Voy a tenderla y ya casi será la hora.


Me abriré una cerveza en cuanto llegue al bar. Los últimos clientes que queden estarán borrachos y sentimentales. Tres cervezas como mucho, no más. Ni una copa.


Y a cenar con la familia.
 

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Aún hoy recuerdo el nombre del juego. El año no lo tengo tan vivo en la memoria pero no sería más allá de 1985. La yaya había ido de excursión a Andorra con su comunidad religiosa (creo que "Comunión y Liberación") y nos trajo un Spectrum. Por entonces las viudas todavía jóvenes se metían a esas cosas. Y es que a ella nunca le gustó que la llamásemos abuela; era la yaya. La otra, la paterna, la que nos aguantaba con gusto todas las tardes no tenía ningún problema con la palabra. También es verdad que era algo mayor y conservaba al marido, iba a misa todos los días y rezaba el rosario pero no estaba metida en ningún grupo de beatas con sed de Dios. Esta era una mujer de muy buen humor y aquella era arisca. Para la yaya nosotros éramos un fastidio y de hecho sólo íbamos por su casa muy de vez en cuando. Creo que no echó mucho de menos al abuelo, tan diferente a ella. Pienso que hoy en día habría cambiado la repentina pasión religiosa por otras cosas. Apenas contaba cincuenta años y a decir de los hombres todavía tenía un meneo, aunque claro está que esto lo supe después. Pero a comienzos de los ochenta en un pueblo de La Mancha no había más para estas mujeres que la Iglesia.

Aquello fue un acontecimiento para nosotros. Supongo que para ella sería una especie de lavatorio de conciencia. De todas formas no nos duró mucho. Tuve que cargármelo yo porque de haber sido mi hermano le hubiese abierto la cabeza y no recuerdo tal cosa. El ordenador tenía una ranura donde se cargaban los juegos y había que andarse con ojo, pues tal era la advertencia de manipulación. Muchas veces se quedaba colgado y entonces había que reiniciarlo o algo así y volver a colocar el cartucho. Hasta que una tarde, supongo, desesperado por la lentitud de todo corrí el riesgo, me salté las reglas y perdí y me lo cargué. Mis gritos, maldiciones y lamentaciones tuvieron que ser de banda noruega de death metal.

Anoche acabé de ver la serie de vídeos con el gameplay de "Call of Cthulhu" El tío que la jugaba y comentaba tenía mi edad. Me recordó a un amigo de juventud. Todo me recuerda a algo.

Había sido un mal día de Año Nuevo. No me quité el malestar del cuerpo en todo el día, y eso que caminé cuatro horas por ahí bajo un sol magnífico. Por ello no presté demasiada atención a la última parte del juego, tan magnífico de ver. Un detective (como aquel que siendo niño maté para siempre) iba de acá para allá haciendo preguntas y buscando objetos misteriosos; también había algo de acción, alguna chica sexy y otra inquietante, como en "La novena puerta" de Polanski. Los gráficos que a mi parecer eran maravillosos no pasaban del aprobado justito para el experto comentador. Había monstruos horripilantes que te mataban una y otra vez hasta que tú encontrabas la vía correcta para matarlos una y cambiar de escenario. Era divertido de ver como se desesperaba el jugador. Uno hubo (ahora que lo pienso sólo había uno que salía un par de veces) que lo trajo por el camino de la amargura durante tres cuartos de hora. El pobre hombre ya no sabía qué hacer. Consultaba por el chat a quienes le siguieron en directo hace tres años, cuatro gatos mal contaos. Y gracias a uno de ellos pudo acabar con ese "cabrón" Había dos finales y escogió el "malo" no sin expresarnos su desinterés por el otro: "había venido a jugar y ya" dijo rememorando la frase del Un, Dos, Tres. Era un cachondo. Al acabar hizo un breve comentario alabando el juego que tantas veces le había vencido. Cerré la página, abrí una prono, me masturbé, apagué todo, me lavé los dientes y tras aplicar un poco de pomada en la cabeza contra la dermititis me puse el gorro de ducha y entré en la cama donde no tardé en dormir acompañado del audiolibro "El que susurra en la oscuridad"

Dormí del tirón y sólo tras salir de la ducha noté que algo no iba bien en el cuello. Una mala posición. El puñetero gorro. El descanso no había servido de nada y tuve que tomar un ibuprofeno que apenas sentí. A eso de las doce, cuatro horas más tarde, saltándome las recomendaciones, tomé otro que al rato me alivió un tanto. Esperaré a las ocho para el tercero.


Hubo un instante curioso hoy en el bar. Eran las tres de la tarde y la clientela de lo más variopinta: un par de sudamericanos en la barra, aparte de los dos amigos a quienes estaba oyendo contarse sus viejas películas y en el salón un par de maestras en compañía de un lgtb; un padre pijo tomando café con su hijo pijo; un niñato demasiado grande ya para seguir siéndolo, esta vez sin la compañía de su estulta novia y el pobre de iglesia que desde hace meses viene a nuestro bar.

Mis amigos se fueron sin haberme dejado hablar; en cuanto trataba de decir algo, aunque fuese una apostilla de cortesía, seguían a su ritmo, como si no oyeran. Pronto dejé de intentarlo. Entonces oí el rumor de la conversación de los latinoamericanos, mucho "usted" hablando de charlas mantenidas con otros, "porque usted, le dije..." Unas voces melodiosas, muy alejadas de la sequedad usada por aquí que más parecen rocas que palabras lo que sale de nuestras bocas. El pobre de iglesia se acercó a la barra por otro chupito de JB. Poco antes había saldado la pequeña deuda que suele tener con nosotros, nunca más de diez o quince euros. "Cobro tal día -dice- y vengo y te pago" Y así lo hace. Cumple su palabra y le damos carrete. No molesta a nadie, va a su aire. Llega, coge el bote desinfectante que hay junto a la puerta y con cierta notoriedad se embadurna manos y antebrazos con él.

- ¿Chupito?" le pregunto
- Ja -responde y le sirvo el primero que se bebe de un trago- Y una caña

Le añado una pulga de chorizo o de atún, coge el As y va a sentarse en la mesa rinconera para leerlo. Luego una pasada por el water (que siempre deja impoluto), otro chupito de trago, recoge su mesa, deja el periódico en el revistero y adiós. Agarra la bicicletilla y se va.

Hemos hablado un par de veces; más bien le he escuchado, pues este también va a su ritmo. No puedo decir su edad; lo mismo tendrá cuarenta años que sesenta; el rostro oscuro, todo lleno de arrugas y apenas tres o cuatro dientes en una boca grande, el pelo ensortijado, oscuro, fuerte; hay quien le encontraría aspecto de bosquimano pero él me contó que es "eslavo", con esa uve tan característica de aquellas gentes. Por el acento yo pensaba que era brasileño o portugués, quien lo sabe. Estuvo en Herrera de La Mancha, bebe demasiado, tiene una hija y cree en Dios con todo su corazón. Duerme en una cochera de alguien de la Cruz Roja. Pide en las iglesias y ayuda al sacerdote en las tareas que le encomiendan. Se le ve bravo, conserva una cierta dignidad personal. Sabe donde está pero "nadie es más que nadie, ¡sólo Deus!" No es un pordiosero, mantiene un buen aseo personal, algo que es un buen síntoma.


Hay un bar. Tú estás dentro y la gente entra y sale. Algunos interaccionan contigo y otros sólo hacen bulto. Te cuentan cosas y después se van. Unos vuelven y otros no. Tu objetivo es...


¿Escribirlo para llegar a comprenderlo?
 

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Llega un día en la vida que empiezas a pasarla como si condujeras con el sol de frente; un sol cada vez más pausado, más terco, más irritante. El placer de conducir se transforma poco a poco en la tortura de conducir. Lo que antes eran autopistas al mediodía pasar a ser carreteras con doble sentido y calles de colegios y asilos de ancianos. Hasta que, ya casi ciego y con los nervios deshechos, metes el coche en la cochera, lo aparcas de oído, subes al piso y tiras la llave por el retrete.

Llega el frío y trae a los Reyes Magos. La gente parecía hasta molesta por el buen tiempo de estas últimas semanas. Debería haber hecho más frío y no lo hizo. Ahora llegará y se quejarán. Claro que la gente con la que trato ya lleva años con el sol de frente, como yo, pero al menos todavía nos quedan las gafas y el quitasol; otros hay, sin embargo, que ya viejos, muy enfermos y sin protección alguna lo único que le piden a los Reyes Magos es que les permitan ver el sol hasta el año que viene para seguir sintiendo a hijas y nietos. Y es que si el sol es tan molesto cuando nos mira como un iluso, el frío y la última noche dan miedo hasta a los que no están solos.

Llega el viento de invierno aullando entre los quicios de puertas y ventanas; un viento ya sin hojas muertas que arrastrar; un viento que necesita algo más; un viento helado que esta vez no viene como un barrendero cualquiera a las órdenes de nadie.

Llegan Melchor, Gaspar y Baltasar llenos de regalos para todos los niños que se han portado bien. Pero antes, mañana al atardecer, pasearán en carroza al son de sus fanfarrias por las calles, saludándolos mientras sus pajes les lanzan caramelos. Y los niños les mirarán con la boca abierta, extasiados de felicidad al comprobar que son de verdad.


Vi un águila en el mediodía del Año Nuevo. Planeaba en amplios círculos bajo el templado cielo azul. Fue justo cuando caminaba junto a los blancos muros del cementerio. Me paré para observarla con la música que iba escuchando en ese momento bajo el sol que no me hirió. La miré hasta que se perdió de vista. Los Magos. Los Reyes Magos.


No creo que tenga quince minutos mejores en lo que queda de año.


Suficiente.



 
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Clavisto

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- ¡Aivá! -dijo el cliente- ¿Habéis quitado la foto de vuestro padre?
- jorobar -respondí-, pero hace tiempo
- No me había fijado -continúo- Claro que como no vengo por aquí desde antes de Navidad...
- ¡Pero qué dices! Más, mucho más -repliqué sorprendido- Hará años ya. Lo menos...¿tres?
- leche, pues no me había dado cuenta, tío

Él estaba sentado en "su" sitio. Es curioso, o quizá no tanto, pero todos los habituales del bar, todos, tienen "su" sitio. Puede que alguna vez lo encuentren ocupado por algún extraño y entonces no les queda más remedio que cambiar de lugar. Y os juro que se ven como fuera de lugar. Lo noto. Me doy cuenta.

Este de quien escribo, por ejemplo, siempre se pone en una mesa alta junto a la columna maestra, uno de los pilares el edificio; y además lo hace sentado en la misma posición, dándole la espalda al salón pero sin quedar frente a la barra. Su campo directo de visión, pues, es el muro de ladrillos que separa los aseos. Allí estuvo la foto de nuestro padre, una composición ampliada que realizó uno de mis hermanos. Era de joven en el viejo bar. Una vez que murió, algún tiempo después, en uno de las ocasiones que pintamos el bar, creo que la última, mi hermano (el que la hizo) se lo llevó para restaurarlo y al final así ha quedado la cosa.

Me extrañó tanto el comentario del cliente que aún siendo tan torpe como lo soy para casi todo caí en la cuenta del porqué.

Era evidente que no estaba de guasa, no es de esos; es un chico lo menos diez años más joven que yo y siempre me trata con mucho respeto, quizá demasiado. Ha vivido lo suyo, trabajó de manera familiar en esto, ahora anda en las vías, y, lo diré, lleva desde chaval con una chica que sin lugar a dudas tiene uno de los mejores pares de berzas que haya visto en mi vida o, por mejor decir, vislumbrado. Y además muy simpática ella. La verdad es que uno le ve a él y comprende que guste a las mujeres. Tiene ese punto macarrilla, espabilao, que tanto las encandila, como de joven delincuente de buen corazón en película americana. Y ya cerca de los cuarenta sigue conservando un rostro juvenil. Hay gente así. Uno de mis hermanos, el pequeño, es así. Parece como si no envejecieran. De hecho tal vez sea por esto lo del exagerado respeto hacia mi: yo soy el mayor de mis hermanos y él tiene amistad con los tres pequeños que, de seguro, le habrán hablado de mi.

- Ya sé lo que ha pasado -le dije, para mi sorpresa, casi al instante- Has visto el adorno de Navidad y eso te ha recordado la fotografía de mi padre. Estabas acostumbrado a ver el muro limpio y al verlo hoy distinto te ha venido a la cabeza.
- ¡jorobar, es verdad! ¡Tiene que haber sido eso!
- El cerebro es la leche
- Madre mía


- Sí...Siempre está procesando, relacionando, combinando aunque no nos demos cuenta. Muchas veces pasa que algo te viene a la cabeza sin que tú mismo sepas la razón. Un pensamiento como salido de la nada que de golpe se apodera de ti. "¿Y por qué estoy pensando en esto?" te dices. Pero si tiras un poco hacia atrás, hacia antes de su llegada, a veces puedes seguir la mecha hasta cuando fue prendida. Claro que tienes que concentrarte, recordar que habías estado haciendo, en qué estabas pensando. Pero si lo logras entonces ves al del mechero. Y el pensamiento se diluye ante la maravilla de las conexiones que lo llevaron a formarse. ¡Y pasas a estar preso de otra cosa! Pero al menos eres consciente de ello. Puede que tú, cuando quitamos la foto de nuestro padre, no vinieras por aquí, cosa que dudo pues nos conocemos desde hace muchos años y no recuerdo haberte perdido de vista durante largo tiempo. Lo más probable es que te dieses cuenta y lo comentaras como tantos otros. Quizá no a mi, al menos no lo recuerdo, pero casi seguro a alguno de mis hermanos. Con los años te has acostumbrado a no ver nada donde había algo que siempre veías. Y de alguna manera llegaste a olvidar si alguna vez hubo algo allí. Sólo cuando otra cosa ocupó ese lugar caíste en la cuenta de que allí, antes, había otra cosa. Y el tiempo se comprimió de tal forma que te pareció cosa de semanas, desde que no vienes por aquí. Como en los sueños y sus cambios de escenarios, tan lógicos cuando estás dentro de ellos. Cuando uno sueña no se pregunta por qué está ahora aquí si hace un instante estaba allí. Está dentro y hay que hacer algo, Dios sabrá qué, pero algo. No hay tiempo para tirar del ovillo hacia atrás cuando uno sueña. Todo se desarrolla a otra velocidad. Es como si la memoria no existiera y el cerebro campara a sus anchas. Puedes ser cualquier cosa y estar en cualquier situación que reaccionarás, ¡ya lo creo que reaccionarás! Sin duda eres tú quien estás ahí; con tus filias y fobias, tus deseos y miedos, tus proyecciones y tus reprensiones pero puestas a la entera disposición del cerebro, que juega a placer contigo, indefenso. La vida es una guandoca, pero tampoco soñando somos libres. Pero...¿es bueno ser libre? Hoy está más claro que nunca que la gente no quiere ser libre y que odia a quien quiere serlo. "Tu libertad acaba donde empieza la de los otros" ¿Pero y si las cadenas que ellos llaman su libertad te provocan eccemas en las muñecas, el corazón y el espíritu? ¿Acaso no hay hoy en día todo un infinito listado de obligado cumplimiento ante las reacciones alérgicas? Mira; hoy, sin ir más atrás, ha venido al bar un viejo amigo. Hacía tiempo que no le veía. ¿Cuanto? No lo sé. Tampoco fuimos amigos nunca y sin embargo ahora lo trato como tal. Bastará con decir que nos conocemos desde pequeños. El tiempo y su decadencia hacen el resto. Hay que tener mucho cuidado con el tiempo y su decadencia, amigo...Hay que conservar la memoria. Bueno, pues vino hoy al bar con su mujer y otra pareja. Pidió una cerveza sin gluten y se la puse. Yo recordaba esto, que es celíaco y de los severos, aunque esto tuvo que sobrevenirle ya pasada la juventud pues lo recuerdo tan borracho como todos en aquellos años. Era algo que tenía latente y al final explotó. La mecha; a ver quien recuerda lo que la encendió. Ahora es una cosa indecible hasta el extremo. Bien, que me voy por las ramas...Perdona, estoy escribiendo y acabo de abrir la última cerveza, la cuarta. Tengo un poco de whisky ahí, en el armarito...Hoy hice un guiso. Un guiso contundente, un guiso de patatas con chorizo. Ya va haciendo frío...Bueno, ya sabes que desde hace tiempo, desde que empezó todo esto, sólo hacemos pulgas para aperitivo. Nos quitamos de todo lo demás. Muchos protestaron y protestan pero después de todo no fueron tantos los que dejaron de venir. La verdad es que tenemos una buena clientela; pequeña, pero buena. Dejaron de venir los previsibles. Si lo hubiera pensado casi que habría acertado al cien por cien. Pero en fin...Pues eso, el guiso. "¿Pero qué lleva, Kufisto" me preguntó, "esto, y esto, y esto..." No parecía muy convencido. Al final añadí otro y esto que sabía iba a echarle atrás: una pastilla de caldo que no llevaba. Pero no quería jugármela. Tal vez el chorizo llevara gluten de ese, o la patata, o la cebolla, o el perejil o...yo qué sé. Siempre fue muy cagón, la verdad. Tengo cerveza sin gluten, ¿no? Pues ya está. Esto es un bar, jorobar, no un quirófano...jorobar, me siento amigablemente en el WC mientras pienso en la fruta, ¿entiendes lo que te digo? ¡Yo no iría a una iglesia o a un plató de televisión! ¡A qué voy a ir yo a una iglesia o un plató de televisión! Y si por circunstancias, por obligaciones, por narices, por mi madre o la mujer que no tengo tuviera que hacerlo me bastaría con el pensamiento de que pronto pasaría. ¡Y sin cerveza sin gluten! ¡Si hasta las tablas donde se parten los alimentos deben estar poco menos que limpiadas con ácido sulfúrico! ¿Pero tú has visto lo que hace Mercadona y todas las grandes superficies? Miras un pastel, un puñetero pastel, y en la vitrina que lo cubre tienes una pegatina bien visible de que puede contener trazas de crustáceos y otros hezs. ¡En un pastel! ¡Cangrejos! ¡En Mercadona, en Carrefour, en empresas inmensas que se cubren las espaldas ante cualquier historia! ¡Una jodida nécora en un puñetero donuts! ¿Qué esperas, dime, qué esperas en un bar familiar si lo tuyo es tan grave como parece? No me entiendas mal, de verdad, no creas que soy un insensible, un Harry Callagham de la vida, un superhombre, no, no lo soy, pero...¡jorobar, no me queda más!


Me voy al chino.