Todas las burbujas son un esquema de Ponzi

murcielago

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martes, abril 10, 2007

Bubble bobble

Una burbuja financiera es una alteración hormonal. De forma cíclica somos arrastrados a un desenfreno de compraventa de alguna cosa, con consecuencias nefastas a medio plazo. Es una orgía monumental a la que el sistema es arrastrado por fuerzas internas y externas, pero una orgía con fecha de caducidad porque siempre, siempre, llega el momento que alguien entra en razón y se despierta estropeado, sin pelas y con un compañero de cama inverosímil. Entonces viene la parte chunga, pero para cuando se reparan los efectos de la última, ya se está preparando una nueva. Es el día de la marmota.

Hacía tiempo que no tocábamos el tema inmobiliario que está dando a este país grandes mecenas futbolítisticos, un puñado de alcaldes con gracejo como José María Peña o Jesús Gil y Gil y una pujante clase empresarial que ha convertido Españaza en la envidia de Europa, en el nuevo Silicon Valley, en el país donde el sueño americano ha alcanzado las más altas cotas y la alfabetización ha dejado de ser un factor en el ascenso de las personas a los escalafones más altos de la corte. Pese a ello, en nuestro afán por crear una juventud cultivada, bienpensante y limpia de vicios, les vamos a obsequiar con varias tazas sobre la burbuja inmobiliaria de Españaza, empezando por explicar, más o menos, qué es una burbuja financiera y para ahorrarnos el aburrido paso de “que sí, que los pisos o los sellos pueden bajar de precio, porque de lo contrario su precio sería ya infinito”.

La burbuja siempre viene marcada por las mismas fases. En primer lugar, pasa algo. Ese algo, que suele ser un cambio tecnológico, aunque no necesariamente, genera una creciente demanda de un determinado bien o activo como forma de inversión. Ponemos pasta porque pensamos que después recibiremos más. Las características de la cosa son irrelevantes. Pueden ser tulipanes, empresas de Internet, casas, acciones de ferrocarriles, cuadros de arte moderno, bonos, ancho de banda, petróleo, sellos, paneles solares o soja. La percepción de que algo subirá de precio suele estar, por cierto, bien cimentada. En España el choque externo para el subidón inmobiliario fue la bajada de los tipos de interés –y la convicción de que no volverán al 14% de los 80- ligada al euro, que se vio reforzado por la bajada del paro (pese a la calidad del empleo) y la inmi gración.

Así, pocas burbujas los son desde un principio, y resulta imposible saber en qué momento un simple ajuste se convierte en una bomba de relojería. En todo caso, esto es como los libros de historia cuando los reyes no se abren la cabeza mutuamente; no tiene mucho interés. La cosa sólo se pone cachonda cuando la subida de precios de retroalimenta y deja de atender a factores externos. Las personas que se han perdido la subida inicial ven que, efectivamente, quienes la anticipaban tenían razón. Se van subiendo al carro, lo que acelera los precios y afianza dicha percepción. En paralelo, quienes están al otro lado; quienes venden o hacen posible que esa cosa entre en el mercado, también se dan cuenta de que hay pasta de por medio y elevan la oferta, a costa de un descenso de la calidad de los activos.

Pero la mayor oferta no relaja los precios. Antes al contrario, sirve para que más gente participe del maná colectivo. Un señor con traje se lo cuenta a un taxista, hermandos ambos por Federico, el taxista se lo cuenta a su cuñado, su cuñado a los compañeros de oficina y lo huevonudo es que hay para todos. Si se produjese una burbuja en el mercado de, pongamos, los diamantes, no habría mucha gente capaz de sumarse a ella, dado que el número de diamantes es más o menos fijo. Pero si se vendiesen como diamantes cristales de Swarowski y la gente ganase dinero con ellos, cada vez se comprarían más y más caros, porque las expectativas de subida de precios no parten de la cosa en sí (el cristal fantasía de Cenicienta), sino del efecto imitación, de extrapolar al futuro hechos pasados y de una especie de mística alrededor de los tulipanes, los ferrocarriles, Terra, los sellos o las casas.

La pregunta que viene a continuación es siempre la misma ¿Está todo el mundo equivocado? O, tal y como se plantea a los escpécticos, ¿Si todo el mundo está invirtiendo, te crees tú más listo? Pues no. Y permítanme que en un acto de egolatría digno de, por lo menos, Jesús Hermida, me repregunte a mi mismo. Dime, Jesús, ¿está permitido forrarse con una burbuja a sabiendas de que es una burbuja? Pues sí, mientras cuele, es decir, mientras el resto del mundo compre al pensar que algún fenómeno relacionado con el desarrollo cognitivo protege a los pisos de las bajadas.

El ejemplo perfecto de burbuja es la estafa piramidal, cadena de dinero o esquema de Ponzi. No sé si se acuerdan de aquellas cadenas postales ideadas por algún cartero loco en la que tú recibías una postal y por esa razón tenías que enviar cinco a peña desconocida para, supuestamente, recibir al cabo de un par de meses un saco de cartas de peña rara, algo que, supuestamente, molaba. Aquí lo mismo, pero con pasta. Tú me das pasta, y luego te ocupas de convencer a otros para que te la de a ti. Suena un poco raro, pero cuela. En Albania en 1997 dos millones de personas sobre una población de 3,5 millones (o sea, todo Cristo) fueron víctimas de un pufo piramidal de estos, provocado por unos chiringuitos (llamados sociedades de inversión) que ofrecían a sus clientes altos intereses que pagaban con las aportaciones de nuevos clientes, hasta que la cosa petó de manera bastante mala. Bastante mal significa que hubo revueltas, el ejército abandonó los cuarteles, las mafias se hicieron con el control de partes del territorio y hubo unos 2.000 muertos. En la versión inglesa de la wikipedia esta parte de la historia de Albania no existe.

Todas las burbujas son un esquema de Ponzi. Cuando su cuñado les dice que ha vendido por 50 millones una casa que compró por 30, pregúntense quién lo está pagando. El comprador, dirán. Pero, ¿por qué lo paga? Si le pudiesen preguntar si cree que la casa lo vale, seguramente diría que no, pero que después vendrá otro a pagarle 55. Pues eso. Obviamente, son cosas distintas, pues forzando la lógica, el billete con el que pagan el café se basa en un gran esquema de Ponzi. Pero bueno, dejemos las trampas al solitario para otros y centrémonos en los ladrillos.
 
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