Sobar a la pasajera de al lado

Misosofos

Madmaxista
Desde
2 Ene 2007
Mensajes
1.576
Reputación
1.715
Francesas con el shishi depilado y limpio

Con todos ustedes un relato que escribí hace algunos años.


Acabar allí no era precisamente el plan que me había trazado al salir de casa. Los grupos de personas normalmente tienen opiniones discordantes acerca de dónde ir y qué hacer; y yo por lo general, guardo las fuerzas para menesteres más importantes que ponerme a debatir con ellos los pormenores de una salida.

El método que sigo para explorar una ciudad en la que viviré algún tiempo es bastante aleatorio. Hay quien se provee de mapas o de guías turísticas; algunos intentan entablar amistad lo más rápido posible con algún lugareño. Lo mío en cambio es el azar: comprar un billete de metro, coger la línea más cercana, salir al exterior y liarme un cigarrillo.

Luego, caminar hasta llegar al próximo medio de transporte urbano y descender en la primera parada que me diga algo. A veces bajaba detrás de una rubia cuyo trastero quería comprobar si hacía juego con el balcón. Otras, observaba desde la ventanilla a alguien con un cigarrillo entre los dedos y me acercaba a pedirle otro, o quizás fuego. Sin embargo en aquel día me adherí como una lapa a un grupo de personas recién llegadas que más o menos estaban en mi misma situación.

Conocerlos fue fácil. Bastó oír que hablaban en mi idioma para acercarme a ellos y darme cuenta de que estaban unidos por casualidad y de que se conocían desde hacía poco. Todos recién llegados a París gracias al programa Erasmus, asustados como borregos, deseando ser simpáticos y conocer a mucha gente… Por mi parte necesitaba lazarillos.

Gente que supiera ir y venir a los sitios porque hubieran leído una de esas guías que había rechazado comprar. ¿La razón? Después de coger dos metros y permanecer bajo tierra alrededor de una hora, no sé cómo, había venido a parar al mismo punto de partida. Era gracioso: uno se gastaba tres euros veinte en dos billetes y terminaba a escasos pasos del mismo lugar del que salió.

Tenían algunos años menos que yo, pero nada preocupante. La improvisada amistad me había llevado a conocer a dos empollones que no dejaban de hacer comentarios sobre todo cuanto veían; ya fuera para compararlo con otras muchas ciudades que ya habían visitado, o para nombrar los lugares y monumentos frente a los que pasábamos, demostrando que en efecto, se habían aprendido bien su guía turística.

Uno de ellos era delgaducho y con gafas y decía que estudiaba algo que tenía que ver con el cine. El otro, un estudioso de las teorías literarias, que no dejaba de hacer referencias a autores y sus andanzas por los sitios que íbamos viendo. Enseguida me pregunté si en París habían vivido tantos dolidos escritores como para que cada parque, cada estatua y cada banco tuviera una anécdota aparejada.

En cuanto a las tres tías que nos acompañaban, parecían bastante estúpidas, aunque una de ellas no me hubiera importado meterle la platano en la boca (sobre todo porque hubiera conseguido que se callara). Era algo subida de peso, pero tenía los labios carnosos y sin duda era la más hermosa de las tres.

Además, se marcó el detalle de no pararse en cada escaparate cuya fama y renombre le recordara a un diseñador famoso o a una línea de ropa, o a no sé qué zarandaja, porque la verdad es que ni entiendo del tema, ni pretendo hacerlo. Cuando cayó la noche, apuramos las últimas cervezas junto a unas calderas que conseguían que las terrazas de Saint Michel fueran utilizables incluso en los meses fríos.

No recuerdo muy bien hasta dónde nos desplazamos, porque parecía haber discrepancias, pero a juzgar por lo poco que aprendí más tarde del callejero de aquella ciudad, debíamos andar cerca de Chatêlet. Nos adentramos en uno de los antros a los que jamás regresé y al cabo de media hora me di cuenta de que los empollones se habían puesto a charlar con las dos cazadoras de escaparates.

La gordita de los labios carnosos intentaba mantener una conversación conmigo, pero dado que le contestaba con monosílabos, acabó por ponerse a charlar con los otros. La vejiga me iba a explotar de tanta cerveza. Nunca me gustó especialmente esa bebida, dado que existen otras que embriagan más rápido y saben mejor.

Sobre todo teniendo en cuenta que era cerveza de barril y que nos la servían en vaso de plástico. No obstante, no tenía ganas de averiguar cuánto costaba un cubata ni a qué irrisorias cantidades se reducía. Además, de mi última visita a París me había quedado claro que aquí no conocen el hielo.

Decidí aliviar mi presión interior adentrándome en un baño unisex. Se me ocurrió pensar la suerte que era el no tener que sentarme en aquella taza y caí en la cuenta de que los servicios separados por sexos, no eran ni mucho menos una discriminación, sino una solución paliativa al problema de guarrería que sufría gran parte de la población masculina.

Sin duda también había mujeres guarras, pero eso ya me encargaría de confirmarlo más tarde mediante mis propios métodos. Analicé la situación: no tenía ni idea de dónde estaba y me había unido a un grupo de otras cinco personas.

El plasta de los monumentos se llamaba Héctor, el que eyaculaba por las noches sobre una página de Víctor Hugo, ya no lo recordaba. En cuanto a las tías, por lo que a mí respecta no tenían nombre. Estaba claro que en algún momento se habían presentado, e incluso que sus nombres se habían repetido varias veces a lo largo de la tarde y la noche. Sólo sabía que el nombre de la que no miraba más que uno de cada tres escaparates, empezaba por la letra eme. Mónica, Magdalena, Manuela, María…

Me embargó la certeza de que si la interpelaba por su nombre, fallaría en la elección estrepitosamente. En cualquier caso uno de mis sueños se estaba haciendo realidad: estaba en una gran urbe. Las posibilidades de volverlos a encontrar eran casi nulas, pues los había conocido lejos de mi residencia y me habían explicado de pasada dónde vivían. Salí del baño y me encaminé hacia la puerta para fumarme un cigarrillo.

¿En qué clase de país estaba? ¿Ni siquiera se podía fumar en un pub? ¿Por qué me había acabado juntado con los más iluso, de cuantos españoles habían puesto el pie en aquella tierra?

Por si fuera poco ninguno de ellos fumaba e incluso sentados en el exterior junto a las calderas, habían estado haciendo muecas cuando el humo de mis cigarrillos les llegaba a los ojos y a la nariz.

Caminé tan deprisa como pude, con la idea de perderlos para siempre. En la calle había mucha gente hablando entre sí, en lo que me resultaba una lengua incomprensible. Los letreros estaban borrosos y me tambaleaba un poco más de lo que me hubiera gustado. Por si fuera poco llevaba andando media hora y la vejiga volvía a solicitarme un vaciado urgente.

Entré en un bar y fui directamente al baño. Estaba bastante más limpio que el anterior, aunque aquello parecía deberse simplemente a que la afluencia de clientes era menor. Me acerqué a la barra y me pedí una cerveza, porque acababan de entrar una turba de gente bastante animada.

Las tías iban disfrazadas de algo que no acertaba a comprender. Llevaban pelucas de diversos colores y se contoneaban. Cuando una medianamente agraciada empezó a bailotear cerca de donde yo estaba, le dije a media voz: “¡Sexy!”. Se alejó al instante y se puso a hablar con un tío, y yo volví a mi cerveza.

En cuanto me la terminara saldría de allí y buscaría alguien que me contara cómo volver a casa. Pero la chica de la peluca blanca se me acercó, dejándome notar que antes me había oído perfectamente pero esperaba un poco más de insistencia por mi parte.

Normalmente era bastante malo para entablar conversación con una desconocida en un sitio en el que no me sentía a gusto, así que hacerlo en una lengua en la que me hacía comprender a duras penas y con una música estridente de fondo, era poco menos que imposible.

Para mi sorpresa me saludó simplemente, nos dijimos nuestros nombres, nos besamos las mejillas y me contó que estudiaba algo que tenía que ver con la ecología o no sé qué palos.

Ni que decir tiene, me preguntaba si el protocolo nacional marcaría alguna pauta para que pudiéramos pasar de conversaciones banales a practicar sesso. Por suerte para mí, tenía un nivel de español semejante al mío de francés, así que pudimos hablar un poco antes de que a los diez minutos se nos hubieran acabado todos los temas de conversación.

Una vez más las ganas de irme me apremiaban. Le comuniqué que salía a fumarme un cigarrillo y me acompañó. -¡Al menos fuma!- me dije. En la puerta estaban otras tres amigas suyas que dado su estado de ebriedad se animaron a hablar rápidamente conmigo, conjugando mal los tres verbos que habían aprendido en español.

Aún así, era de agradecer que se tomaran el esfuerzo. Más tarde aprendería que el parisiense medio tenía un carácter bastante cerrado en cuanto a conocer gente nueva, y que aquella timidez o cerrazón mal entendida, se veía compensada gracias al alcohol, que lo llevaba a comportarse más desinhibidamente de lo que lo hubieran hecho unos adolescentes españoles de botellón.

Parecía como si sus ganas de hablar y de socializar se hubieran comprimido durante mucho tiempo en una botella de gas, y de pronto alguien hubiera abierto la válvula. La chica con la que hablaba al principio me contó que su novio la había dejado por una española.

¿Qué querría decirme con aquello? ¿Acaso quería enrollarse ahora con un español, sólo para desquitarse? Sus tres amigas entraron en cuanto acabaron el cigarrillo y ella se quedó un poco más hablando conmigo, a pesar de que los nuestros se habían acabado casi a la vez.

Decidí que si escuchaba una sola bagatela más, la cabeza me explotaría y dejaría mis sesos esparcidos por todo el suelo, así que le puse fin a tanto preámbulo a la par que notaba sus labios contra los míos. Para ser la primera francesa que besaba en mi vida, la verdad era que no lo estaba disfrutando demasiado.

La estreché contra mí y empecé a tocarle el ojo ciego sin más, apretándolo fuertemente y casi levantándola. Me propuso que fuéramos a dar un paseo y pronto llegamos a una calle totalmente desierta, que no estaba más que a unos cuantos metros del local del que ambos habíamos salido.

Con la mano izquierda quise desabrocharle el sujetador, pero pareció resistirse. Entonces la coloqué en el ojo ciego mientras la besaba con fuerza, utilizando la mano que me quedaba libre para metérsela ligeramente por debajo de las ropa interior. Volvió a detenerme y me preguntó si tenía un cigarrillo… Otra vez volvíamos a fumar.

Mi platano estaba tiesa y cada vez tenía más ganas de quedarme solo y hacerme simplemente una manola. Comprendía que no quisiera que nos vieran en plena calle copulando como dos animales, ¡pero jorobar, allí no había nadie! ¿Tan difícil era que nos masturbáramos un poco el uno al otro? Antes de que acabara el cigarro la empecé a besar por el cuello, mientras estaba de espaldas a mí.

Esta vez mis manos se zambulleron tan profundo en sus ropa interior y de manera tan rápida, que no tuvo modo de evitarlo. Al cabo de unos segundos notaba su shishi húmedo y ella parecía haber desistido en su afán por detenerme. Sabía que si hacía que se corriera probablemente se le pasaría el calentón y cada vez dudaba más que tan denodados esfuerzos, merecieran a sus ojos una churrupaica o una simple pajilla por compasión.

Saqué mi derecha de aquellas ropa interior y de aquel pantalón poco ajustado y le pregunté por qué no íbamos a su casa. La muy mujer que no me cae bien me contó que aún vivía con su ex novio y que si quería podíamos volver a la mía, pero al contarle dónde vivía debió parecerle muy lejos, porque rechazó mi invitación. La deposité en el bar del que nunca hubiera debido sacarla y me encaminé hacia el metro.

Al fin y al cabo debía abrir dentro de poco, y milagrosamente, ¡había un tren de cercanías que me llevaría directo a casa! Al coger el papel para liarme otro cigarrillo, me di cuenta de que en la mano tenía algo viscoso. No es que me den ardor de estomago los flujos vaginales ni muchísimo menos, pero inevitablemente tuve que olerme la mano…

Olía igual que el bacalao. Aquella hija bastarda de Molière no sólo no se había depilado el shishi, sino que además, ¡tampoco se lo había lavado! Me limpié como pude en un pañuelo de papel e incluso saqué una botella de agua con sabor a naranja de una máquina expendedora, la cual vertí directamente sobre mis manos, frotándolas enérgicamente y mojando el suelo de aquel andén.

Un año y medio más tarde volvía a estar en París, en el aeropuerto de Charles de Gaule. Me habían cobrado algo más de cinco euros por una cerveza de medio litro, así que me pedí otras dos para asegurarme de hacer un plácido viaje de vuelta.

La noche anterior no había dormido nada y mi vuelo contra todo pronóstico, iba a despegar a la hora marcada. Mientras hacíamos una cola que parecía que nunca iba a avanzar, me cercioré mirando los billetes de algunos de los presentes, de que estaba en el lugar apropiado, en la terminal correcta y en el mostrador que el monitor señalaba.

Entré casi el primero al autobús que había de transportarnos hasta el avión y me puse a mirar sonriendo a una pasajera. Volvió la cara, como si le molestara y sin embargo, se sentó a mi lado dentro del transbordador. Contaría unos veinte años, era rubia y tenía la nariz algo respingona.

Deseaba fervientemente comprobar si también tenía el shishi en mal estado, o por el contrario era igual que el de las vedettes, bien depilado y perfumado. Aquello no iba a ser tarea fácil, porque probablemente ni siquiera nos sentáramos en el mismo sitio. Tal y como preveía, a mi lado había otra persona…

Otra francesa, que se había dirigido hacia mí en francés para pedirme que la dejara ocupar su asiento junto a la ventanilla. Ésta calculé que era más vieja que yo y supe que también viajaba sola, porque nuestra fila era de tres asientos y el otro estaba libre. Tenía la cara con algunas marcas de viruela, o qué sé yo. No era ni de lejos tan agraciada como la primera, pero daba igual…

No me costó trabajo dormirme, despertándome a los diez minutos. Los asientos no eran precisamente cómodos y extrañamente el efecto del alcohol parecía haberse desvanecido un poco, de manera que podía entregarme a una duermevela plácida.

Intencionadamente, comencé a echar mi cabeza sobre su hombro. De vez en cuanto me reincorporaba, para darle algo más de credibilidad al atentado contra la dignidad de Francia que estaba a punto de cometer. La primera vez que puse mi mano sobre uno de sus muslos, me di cuenta de que reaccionó espantándose un poco.

La retiré haciéndome el dormido y luego la dejé caer sobre ella de nuevo. Esta vez no pareció prácticamente inmutarse, así que comencé a acariciarla, primero de forma más fortuita y luego más descarada. En un momento dado nuestras cabezas estaban frente a frente, así que le abrí los ojos de par en par y sonreí un poco.

Ella también lo hizo… Y justo cuando ya me había deslizado por debajo de la falda, la megafonía anunciaba que abriéramos las ventanillas y enderezáramos los asientos. Entre todos los que se agolpaban e intentaban bajar del avión, estábamos nosotros dos.

De un salto me levanté, casi pisando a un tipo con cara de pocos amigos que no obstante, no formuló protesta alguna. Tomé mi equipaje de mano y en cuanto me aseguré de que pisaría tierra antes que ella, le espeté un au revoir casi al tiempo que me llevaba la mano a la nariz. ¡Faltaría más! Por supuesto que había francesas con el shishi limpio y depilado.
 
Última edición:
35iys1g.gif
 
Con todos ustedes un relato que escribí hace algunos años.


Acabar allí no era precisamente el plan que me había trazado al salir de casa. Los grupos de personas normalmente tienen opiniones discordantes acerca de dónde ir y qué hacer; y yo por lo general, guardo las fuerzas para menesteres más importantes que ponerme a debatir con ellos los pormenores de una salida. El método que sigo para explorar una ciudad en la que viviré algún tiempo es bastante aleatorio. Hay quien se provee de mapas o de guías turísticas; algunos intentan entablar amistad lo más rápido posible con algún lugareño. Lo mío en cambio es el azar: comprar un billete de metro, coger la línea más cercana, salir al exterior y liarme un cigarrillo. Luego, caminar hasta llegar al próximo medio de transporte urbano y descender en la primera parada que me diga algo. A veces bajaba detrás de una rubia cuyo trastero quería comprobar si hacía juego con el balcón. Otras, observaba desde la ventanilla a alguien con un cigarrillo entre los dedos y me acercaba a pedirle otro, o quizás fuego. Sin embargo en aquel día me adherí como una lapa a un grupo de personas recién llegadas que más o menos estaban en mi misma situación. Conocerlos fue fácil. Bastó oír que hablaban en mi idioma para acercarme a ellos y darme cuenta de que estaban unidos por casualidad y de que se conocían desde hacía poco. Todos recién llegados a París gracias al programa Erasmus, asustados como borregos, deseando ser simpáticos y conocer a mucha gente… Por mi parte necesitaba lazarillos. Gente que supiera ir y venir a los sitios porque hubieran leído una de esas guías que había rechazado comprar. ¿La razón? Después de coger dos metros y permanecer bajo tierra alrededor de una hora, no sé cómo, había venido a parar al mismo punto de partida. Era gracioso: uno se gastaba tres euros veinte en dos billetes y terminaba a escasos pasos del mismo lugar del que salió.

Tenían algunos años menos que yo, pero nada preocupante. La improvisada amistad me había llevado a conocer a dos empollones que no dejaban de hacer comentarios sobre todo cuanto veían; ya fuera para compararlo con otras muchas ciudades que ya habían visitado, o para nombrar los lugares y monumentos frente a los que pasábamos, demostrando que en efecto, se habían aprendido bien su guía turística. Uno de ellos era delgaducho y con gafas y decía que estudiaba algo que tenía que ver con el cine. El otro, un estudioso de las teorías literarias, que no dejaba de hacer referencias a autores y sus andanzas por los sitios que íbamos viendo. Enseguida me pregunté si en París habían vivido tantos dolidos escritores como para que cada parque, cada estatua y cada banco tuviera una anécdota aparejada. En cuanto a las tres tías que nos acompañaban, parecían bastante estúpidas, aunque una de ellas no me hubiera importado meterle la platano en la boca (sobre todo porque hubiera conseguido que se callara). Era algo subida de peso, pero tenía los labios carnosos y sin duda era la más hermosa de las tres. Además, se marcó el detalle de no pararse en cada escaparate cuya fama y renombre le recordara a un diseñador famoso o a una línea de ropa, o a no sé qué zarandaja, porque la verdad es que ni entiendo del tema, ni pretendo hacerlo. Cuando cayó la noche, apuramos las últimas cervezas junto a unas calderas que conseguían que las terrazas de Saint Michel fueran utilizables incluso en los meses fríos. No recuerdo muy bien hasta dónde nos desplazamos, porque parecía haber discrepancias, pero a juzgar por lo poco que aprendí más tarde del callejero de aquella ciudad, debíamos andar cerca de Chatêlet. Nos adentramos en uno de los antros a los que jamás regresé y al cabo de media hora me di cuenta de que los empollones se habían puesto a charlar con las dos cazadoras de escaparates. La gordita de los labios carnosos intentaba mantener una conversación conmigo, pero dado que le contestaba con monosílabos, acabó por ponerse a charlar con los otros. La vejiga me iba a explotar de tanta cerveza. Nunca me gustó especialmente esa bebida, dado que existen otras que embriagan más rápido y saben mejor. Sobre todo teniendo en cuenta que era cerveza de barril y que nos la servían en vaso de plástico. No obstante, no tenía ganas de averiguar cuánto costaba un cubata ni a qué irrisorias cantidades se reducía. Además, de mi última visita a París me había quedado claro que aquí no conocen el hielo.

Decidí aliviar mi presión interior adentrándome en un baño unisex. Se me ocurrió pensar la suerte que era el no tener que sentarme en aquella taza y caí en la cuenta de que los servicios separados por sexos, no eran ni mucho menos una discriminación, sino una solución paliativa al problema de guarrería que sufría gran parte de la población masculina. Sin duda también había mujeres guarras, pero eso ya me encargaría de confirmarlo más tarde mediante mis propios métodos. Analicé la situación: no tenía ni idea de dónde estaba y me había unido a un grupo de otras cinco personas. El plasta de los monumentos se llamaba Héctor, el que eyaculaba por las noches sobre una página de Víctor Hugo, ya no lo recordaba. En cuanto a las tías, por lo que a mí respecta no tenían nombre. Estaba claro que en algún momento se habían presentado, e incluso que sus nombres se habían repetido varias veces a lo largo de la tarde y la noche. Sólo sabía que el nombre de la que no miraba más que uno de cada tres escaparates, empezaba por la letra eme. Mónica, Magdalena, Manuela, María… Me embargó la certeza de que si la interpelaba por su nombre, fallaría en la elección estrepitosamente. En cualquier caso uno de mis sueños se estaba haciendo realidad: estaba en una gran urbe. Las posibilidades de volverlos a encontrar eran casi nulas, pues los había conocido lejos de mi residencia y me habían explicado de pasada dónde vivían. Salí del baño y me encaminé hacia la puerta para fumarme un cigarrillo. ¿En qué clase de país estaba? ¿Ni siquiera se podía fumar en un pub? ¿Por qué me había acabado juntado con los más iluso, de cuantos españoles habían puesto el pie en aquella tierra? Por si fuera poco ninguno de ellos fumaba e incluso sentados en el exterior junto a las calderas, habían estado haciendo muecas cuando el humo de mis cigarrillos les llegaba a los ojos y a la nariz.

Caminé tan deprisa como pude, con la idea de perderlos para siempre. En la calle había mucha gente hablando entre sí, en lo que me resultaba una lengua incomprensible. Los letreros estaban borrosos y me tambaleaba un poco más de lo que me hubiera gustado. Por si fuera poco llevaba andando media hora y la vejiga volvía a solicitarme un vaciado urgente. Entré en un bar y fui directamente al baño. Estaba bastante más limpio que el anterior, aunque aquello parecía deberse simplemente a que la afluencia de clientes era menor. Me acerqué a la barra y me pedí una cerveza, porque acababan de entrar una turba de gente bastante animada. Las tías iban disfrazadas de algo que no acertaba a comprender. Llevaban pelucas de diversos colores y se contoneaban. Cuando una medianamente agraciada empezó a bailotear cerca de donde yo estaba, le dije a media voz: “¡Sexy!”. Se alejó al instante y se puso a hablar con un tío, y yo volví a mi cerveza. En cuanto me la terminara saldría de allí y buscaría alguien que me contara cómo volver a casa. Pero la chica de la peluca blanca se me acercó, dejándome notar que antes me había oído perfectamente pero esperaba un poco más de insistencia por mi parte. Normalmente era bastante malo para entablar conversación con una desconocida en un sitio en el que no me sentía a gusto, así que hacerlo en una lengua en la que me hacía comprender a duras penas y con una música estridente de fondo, era poco menos que imposible. Para mi sorpresa me saludó simplemente, nos dijimos nuestros nombres, nos besamos las mejillas y me contó que estudiaba algo que tenía que ver con la ecología o no sé qué palos. Ni que decir tiene, me preguntaba si el protocolo nacional marcaría alguna pauta para que pudiéramos pasar de conversaciones banales a practicar sesso. Por suerte para mí, tenía un nivel de español semejante al mío de francés, así que pudimos hablar un poco antes de que a los diez minutos se nos hubieran acabado todos los temas de conversación.

Una vez más las ganas de irme me apremiaban. Le comuniqué que salía a fumarme un cigarrillo y me acompañó. -¡Al menos fuma!- me dije. En la puerta estaban otras tres amigas suyas que dado su estado de ebriedad se animaron a hablar rápidamente conmigo, conjugando mal los tres verbos que habían aprendido en español. Aún así, era de agradecer que se tomaran el esfuerzo. Más tarde aprendería que el parisiense medio tenía un carácter bastante cerrado en cuanto a conocer gente nueva, y que aquella timidez o cerrazón mal entendida, se veía compensada gracias al alcohol, que lo llevaba a comportarse más desinhibidamente de lo que lo hubieran hecho unos adolescentes españoles de botellón. Parecía como si sus ganas de hablar y de socializar se hubieran comprimido durante mucho tiempo en una botella de gas, y de pronto alguien hubiera abierto la válvula. La chica con la que hablaba al principio me contó que su novio la había dejado por una española. ¿Qué querría decirme con aquello? ¿Acaso quería enrollarse ahora con un español, sólo para desquitarse? Sus tres amigas entraron en cuanto acabaron el cigarrillo y ella se quedó un poco más hablando conmigo, a pesar de que los nuestros se habían acabado casi a la vez. Decidí que si escuchaba una sola bagatela más, la cabeza me explotaría y dejaría mis sesos esparcidos por todo el suelo, así que le puse fin a tanto preámbulo a la par que notaba sus labios contra los míos. Para ser la primera francesa que besaba en mi vida, la verdad era que no lo estaba disfrutando demasiado. La estreché contra mí y empecé a tocarle el ojo ciego sin más, apretándolo fuertemente y casi levantándola. Me propuso que fuéramos a dar un paseo y pronto llegamos a una calle totalmente desierta, que no estaba más que a unos cuantos metros del local del que ambos habíamos salido. Con la mano izquierda quise desabrocharle el sujetador, pero pareció resistirse. Entonces la coloqué en el ojo ciego mientras la besaba con fuerza, utilizando la mano que me quedaba libre para metérsela ligeramente por debajo de las ropa interior. Volvió a detenerme y me preguntó si tenía un cigarrillo… Otra vez volvíamos a fumar. Mi platano estaba tiesa y cada vez tenía más ganas de quedarme solo y hacerme simplemente una manola. Comprendía que no quisiera que nos vieran en plena calle copulando como dos animales, ¡pero jorobar, allí no había nadie! ¿Tan difícil era que nos masturbáramos un poco el uno al otro? Antes de que acabara el cigarro la empecé a besar por el cuello, mientras estaba de espaldas a mí. Esta vez mis manos se zambulleron tan profundo en sus ropa interior y de manera tan rápida, que no tuvo modo de evitarlo. Al cabo de unos segundos notaba su shishi húmedo y ella parecía haber desistido en su afán por detenerme. Sabía que si hacía que se corriera probablemente se le pasaría el calentón y cada vez dudaba más que tan denodados esfuerzos, merecieran a sus ojos una churrupaica o una simple pajilla por compasión. Saqué mi derecha de aquellas ropa interior y de aquel pantalón poco ajustado y le pregunté por qué no íbamos a su casa. La muy mujer que no me cae bien me contó que aún vivía con su ex novio y que si quería podíamos volver a la mía, pero al contarle dónde vivía debió parecerle muy lejos, porque rechazó mi invitación. La deposité en el bar del que nunca hubiera debido sacarla y me encaminé hacia el metro. Al fin y al cabo debía abrir dentro de poco, y milagrosamente, ¡había un tren de cercanías que me llevaría directo a casa! Al coger el papel para liarme otro cigarrillo, me di cuenta de que en la mano tenía algo viscoso. No es que me den ardor de estomago los flujos vaginales ni muchísimo menos, pero inevitablemente tuve que olerme la mano… Olía igual que el bacalao. Aquella hija bastarda de Molière no sólo no se había depilado el shishi, sino que además, ¡tampoco se lo había lavado! Me limpié como pude en un pañuelo de papel e incluso saqué una botella de agua con sabor a naranja de una máquina expendedora, la cual vertí directamente sobre mis manos, frotándolas enérgicamente y mojando el suelo de aquel andén.

Un año y medio más tarde volvía a estar en París, en el aeropuerto de Charles de Gaule. Me habían cobrado algo más de cinco euros por una cerveza de medio litro, así que me pedí otras dos para asegurarme de hacer un plácido viaje de vuelta. La noche anterior no había dormido nada y mi vuelo contra todo pronóstico, iba a despegar a la hora marcada. Mientras hacíamos una cola que parecía que nunca iba a avanzar, me cercioré mirando los billetes de algunos de los presentes, de que estaba en el lugar apropiado, en la terminal correcta y en el mostrador que el monitor señalaba. Entré casi el primero al autobús que había de transportarnos hasta el avión y me puse a mirar sonriendo a una pasajera. Volvió la cara, como si le molestara y sin embargo, se sentó a mi lado dentro del transbordador. Contaría unos veinte años, era rubia y tenía la nariz algo respingona. Deseaba fervientemente comprobar si también tenía el shishi en mal estado, o por el contrario era igual que el de las vedettes, bien depilado y perfumado. Aquello no iba a ser tarea fácil, porque probablemente ni siquiera nos sentáramos en el mismo sitio. Tal y como preveía, a mi lado había otra persona… Otra francesa, que se había dirigido hacia mí en francés para pedirme que la dejara ocupar su asiento junto a la ventanilla. Ésta calculé que era más vieja que yo y supe que también viajaba sola, porque nuestra fila era de tres asientos y el otro estaba libre. Tenía la cara con algunas marcas de viruela, o qué sé yo. No era ni de lejos tan agraciada como la primera, pero daba igual…

No me costó trabajo dormirme, despertándome a los diez minutos. Los asientos no eran precisamente cómodos y extrañamente el efecto del alcohol parecía haberse desvanecido un poco, de manera que podía entregarme a una duermevela plácida. Intencionadamente, comencé a echar mi cabeza sobre su hombro. De vez en cuanto me reincorporaba, para darle algo más de credibilidad al atentado contra la dignidad de Francia que estaba a punto de cometer. La primera vez que puse mi mano sobre uno de sus muslos, me di cuenta de que reaccionó espantándose un poco. La retiré haciéndome el dormido y luego la dejé caer sobre ella de nuevo. Esta vez no pareció prácticamente inmutarse, así que comencé a acariciarla, primero de forma más fortuita y luego más descarada. En un momento dado nuestras cabezas estaban frente a frente, así que le abrí los ojos de par en par y sonreí un poco. Ella también lo hizo… Y justo cuando ya me había deslizado por debajo de la falda, la megafonía anunciaba que abriéramos las ventanillas y enderezáramos los asientos. Entre todos los que se agolpaban e intentaban bajar del avión, estábamos nosotros dos. De un salto me levanté, casi pisando a un tipo con cara de pocos amigos que no obstante, no formuló protesta alguna. Tomé mi equipaje de mano y en cuanto me aseguré de que pisaría tierra antes que ella, le espeté un au revoir casi al tiempo que me llevaba la mano a la nariz. ¡Faltaría más! Por supuesto que había francesas con el shishi limpio y depilado.

Si separases las lineas igual me lo leeria.
 

Me lo figuraba :fiufiu:

---------- Post added 17-abr-2017 at 20:20 ----------

Pues hombre, en cuanto a lo de separar las líneas... No veo que se pueda cambiar el interlineado fácilmente. Igualmente, si no te lo quieres leer, pues nada... :)
 
buff. tochaco..... nose yo si empezarlo... y si a mitad me da un mareo?
 
Me lo figuraba :fiufiu:

---------- Post added 17-abr-2017 at 20:20 ----------

Pues hombre, en cuanto a lo de separar las líneas... No veo que se pueda cambiar el interlineado fácilmente. Igualmente, si no te lo quieres leer, pues nada... :)

Con todos ustedes un relato que escribí hace algunos años.


Acabar allí no era precisamente el plan que me había trazado al salir de casa. Los grupos de personas normalmente tienen opiniones discordantes acerca de dónde ir y qué hacer; y yo por lo general, guardo las fuerzas para menesteres más importantes que ponerme a debatir con ellos los pormenores de una salida.

El método que sigo para explorar una ciudad en la que viviré algún tiempo es bastante aleatorio. Hay quien se provee de mapas o de guías turísticas; algunos intentan entablar amistad lo más rápido posible con algún lugareño. Lo mío en cambio es el azar: comprar un billete de metro, coger la línea más cercana, salir al exterior y liarme un cigarrillo.

Luego, caminar hasta llegar al próximo medio de transporte urbano y descender en la primera parada que me diga algo. A veces bajaba detrás de una rubia cuyo trastero quería comprobar si hacía juego con el balcón. Otras, observaba desde la ventanilla a alguien con un cigarrillo entre los dedos y me acercaba a pedirle otro, o quizás fuego. Sin embargo en aquel día me adherí como una lapa a un grupo de personas recién llegadas que más o menos estaban en mi misma situación.

Conocerlos fue fácil. Bastó oír que hablaban en mi idioma para acercarme a ellos y darme cuenta de que estaban unidos por casualidad y de que se conocían desde hacía poco. Todos recién llegados a París gracias al programa Erasmus, asustados como borregos, deseando ser simpáticos y conocer a mucha gente… Por mi parte necesitaba lazarillos.

Gente que supiera ir y venir a los sitios porque hubieran leído una de esas guías que había rechazado comprar. ¿La razón? Después de coger dos metros y permanecer bajo tierra alrededor de una hora, no sé cómo, había venido a parar al mismo punto de partida. Era gracioso: uno se gastaba tres euros veinte en dos billetes y terminaba a escasos pasos del mismo lugar del que salió.

Tenían algunos años menos que yo, pero nada preocupante. La improvisada amistad me había llevado a conocer a dos empollones que no dejaban de hacer comentarios sobre todo cuanto veían; ya fuera para compararlo con otras muchas ciudades que ya habían visitado, o para nombrar los lugares y monumentos frente a los que pasábamos, demostrando que en efecto, se habían aprendido bien su guía turística.

Uno de ellos era delgaducho y con gafas y decía que estudiaba algo que tenía que ver con el cine. El otro, un estudioso de las teorías literarias, que no dejaba de hacer referencias a autores y sus andanzas por los sitios que íbamos viendo. Enseguida me pregunté si en París habían vivido tantos dolidos escritores como para que cada parque, cada estatua y cada banco tuviera una anécdota aparejada.

En cuanto a las tres tías que nos acompañaban, parecían bastante estúpidas, aunque una de ellas no me hubiera importado meterle la platano en la boca (sobre todo porque hubiera conseguido que se callara). Era algo subida de peso, pero tenía los labios carnosos y sin duda era la más hermosa de las tres.

Además, se marcó el detalle de no pararse en cada escaparate cuya fama y renombre le recordara a un diseñador famoso o a una línea de ropa, o a no sé qué zarandaja, porque la verdad es que ni entiendo del tema, ni pretendo hacerlo. Cuando cayó la noche, apuramos las últimas cervezas junto a unas calderas que conseguían que las terrazas de Saint Michel fueran utilizables incluso en los meses fríos.

No recuerdo muy bien hasta dónde nos desplazamos, porque parecía haber discrepancias, pero a juzgar por lo poco que aprendí más tarde del callejero de aquella ciudad, debíamos andar cerca de Chatêlet. Nos adentramos en uno de los antros a los que jamás regresé y al cabo de media hora me di cuenta de que los empollones se habían puesto a charlar con las dos cazadoras de escaparates.

La gordita de los labios carnosos intentaba mantener una conversación conmigo, pero dado que le contestaba con monosílabos, acabó por ponerse a charlar con los otros. La vejiga me iba a explotar de tanta cerveza. Nunca me gustó especialmente esa bebida, dado que existen otras que embriagan más rápido y saben mejor.

Sobre todo teniendo en cuenta que era cerveza de barril y que nos la servían en vaso de plástico. No obstante, no tenía ganas de averiguar cuánto costaba un cubata ni a qué irrisorias cantidades se reducía. Además, de mi última visita a París me había quedado claro que aquí no conocen el hielo.

Decidí aliviar mi presión interior adentrándome en un baño unisex. Se me ocurrió pensar la suerte que era el no tener que sentarme en aquella taza y caí en la cuenta de que los servicios separados por sexos, no eran ni mucho menos una discriminación, sino una solución paliativa al problema de guarrería que sufría gran parte de la población masculina.

Sin duda también había mujeres guarras, pero eso ya me encargaría de confirmarlo más tarde mediante mis propios métodos. Analicé la situación: no tenía ni idea de dónde estaba y me había unido a un grupo de otras cinco personas.

El plasta de los monumentos se llamaba Héctor, el que eyaculaba por las noches sobre una página de Víctor Hugo, ya no lo recordaba. En cuanto a las tías, por lo que a mí respecta no tenían nombre. Estaba claro que en algún momento se habían presentado, e incluso que sus nombres se habían repetido varias veces a lo largo de la tarde y la noche. Sólo sabía que el nombre de la que no miraba más que uno de cada tres escaparates, empezaba por la letra eme. Mónica, Magdalena, Manuela, María…

Me embargó la certeza de que si la interpelaba por su nombre, fallaría en la elección estrepitosamente. En cualquier caso uno de mis sueños se estaba haciendo realidad: estaba en una gran urbe. Las posibilidades de volverlos a encontrar eran casi nulas, pues los había conocido lejos de mi residencia y me habían explicado de pasada dónde vivían. Salí del baño y me encaminé hacia la puerta para fumarme un cigarrillo.

¿En qué clase de país estaba? ¿Ni siquiera se podía fumar en un pub? ¿Por qué me había acabado juntado con los más iluso, de cuantos españoles habían puesto el pie en aquella tierra?

Por si fuera poco ninguno de ellos fumaba e incluso sentados en el exterior junto a las calderas, habían estado haciendo muecas cuando el humo de mis cigarrillos les llegaba a los ojos y a la nariz.

Caminé tan deprisa como pude, con la idea de perderlos para siempre. En la calle había mucha gente hablando entre sí, en lo que me resultaba una lengua incomprensible. Los letreros estaban borrosos y me tambaleaba un poco más de lo que me hubiera gustado. Por si fuera poco llevaba andando media hora y la vejiga volvía a solicitarme un vaciado urgente.

Entré en un bar y fui directamente al baño. Estaba bastante más limpio que el anterior, aunque aquello parecía deberse simplemente a que la afluencia de clientes era menor. Me acerqué a la barra y me pedí una cerveza, porque acababan de entrar una turba de gente bastante animada.

Las tías iban disfrazadas de algo que no acertaba a comprender. Llevaban pelucas de diversos colores y se contoneaban. Cuando una medianamente agraciada empezó a bailotear cerca de donde yo estaba, le dije a media voz: “¡Sexy!”. Se alejó al instante y se puso a hablar con un tío, y yo volví a mi cerveza.

En cuanto me la terminara saldría de allí y buscaría alguien que me contara cómo volver a casa. Pero la chica de la peluca blanca se me acercó, dejándome notar que antes me había oído perfectamente pero esperaba un poco más de insistencia por mi parte.

Normalmente era bastante malo para entablar conversación con una desconocida en un sitio en el que no me sentía a gusto, así que hacerlo en una lengua en la que me hacía comprender a duras penas y con una música estridente de fondo, era poco menos que imposible.

Para mi sorpresa me saludó simplemente, nos dijimos nuestros nombres, nos besamos las mejillas y me contó que estudiaba algo que tenía que ver con la ecología o no sé qué palos.

Ni que decir tiene, me preguntaba si el protocolo nacional marcaría alguna pauta para que pudiéramos pasar de conversaciones banales a practicar sesso. Por suerte para mí, tenía un nivel de español semejante al mío de francés, así que pudimos hablar un poco antes de que a los diez minutos se nos hubieran acabado todos los temas de conversación.

Una vez más las ganas de irme me apremiaban. Le comuniqué que salía a fumarme un cigarrillo y me acompañó. -¡Al menos fuma!- me dije. En la puerta estaban otras tres amigas suyas que dado su estado de ebriedad se animaron a hablar rápidamente conmigo, conjugando mal los tres verbos que habían aprendido en español.

Aún así, era de agradecer que se tomaran el esfuerzo. Más tarde aprendería que el parisiense medio tenía un carácter bastante cerrado en cuanto a conocer gente nueva, y que aquella timidez o cerrazón mal entendida, se veía compensada gracias al alcohol, que lo llevaba a comportarse más desinhibidamente de lo que lo hubieran hecho unos adolescentes españoles de botellón.

Parecía como si sus ganas de hablar y de socializar se hubieran comprimido durante mucho tiempo en una botella de gas, y de pronto alguien hubiera abierto la válvula. La chica con la que hablaba al principio me contó que su novio la había dejado por una española.

¿Qué querría decirme con aquello? ¿Acaso quería enrollarse ahora con un español, sólo para desquitarse? Sus tres amigas entraron en cuanto acabaron el cigarrillo y ella se quedó un poco más hablando conmigo, a pesar de que los nuestros se habían acabado casi a la vez.

Decidí que si escuchaba una sola bagatela más, la cabeza me explotaría y dejaría mis sesos esparcidos por todo el suelo, así que le puse fin a tanto preámbulo a la par que notaba sus labios contra los míos. Para ser la primera francesa que besaba en mi vida, la verdad era que no lo estaba disfrutando demasiado.

La estreché contra mí y empecé a tocarle el ojo ciego sin más, apretándolo fuertemente y casi levantándola. Me propuso que fuéramos a dar un paseo y pronto llegamos a una calle totalmente desierta, que no estaba más que a unos cuantos metros del local del que ambos habíamos salido.

Con la mano izquierda quise desabrocharle el sujetador, pero pareció resistirse. Entonces la coloqué en el ojo ciego mientras la besaba con fuerza, utilizando la mano que me quedaba libre para metérsela ligeramente por debajo de las ropa interior. Volvió a detenerme y me preguntó si tenía un cigarrillo… Otra vez volvíamos a fumar.

Mi platano estaba tiesa y cada vez tenía más ganas de quedarme solo y hacerme simplemente una manola. Comprendía que no quisiera que nos vieran en plena calle copulando como dos animales, ¡pero jorobar, allí no había nadie! ¿Tan difícil era que nos masturbáramos un poco el uno al otro? Antes de que acabara el cigarro la empecé a besar por el cuello, mientras estaba de espaldas a mí.

Esta vez mis manos se zambulleron tan profundo en sus ropa interior y de manera tan rápida, que no tuvo modo de evitarlo. Al cabo de unos segundos notaba su shishi húmedo y ella parecía haber desistido en su afán por detenerme. Sabía que si hacía que se corriera probablemente se le pasaría el calentón y cada vez dudaba más que tan denodados esfuerzos, merecieran a sus ojos una churrupaica o una simple pajilla por compasión.

Saqué mi derecha de aquellas ropa interior y de aquel pantalón poco ajustado y le pregunté por qué no íbamos a su casa. La muy mujer que no me cae bien me contó que aún vivía con su ex novio y que si quería podíamos volver a la mía, pero al contarle dónde vivía debió parecerle muy lejos, porque rechazó mi invitación. La deposité en el bar del que nunca hubiera debido sacarla y me encaminé hacia el metro.

Al fin y al cabo debía abrir dentro de poco, y milagrosamente, ¡había un tren de cercanías que me llevaría directo a casa! Al coger el papel para liarme otro cigarrillo, me di cuenta de que en la mano tenía algo viscoso. No es que me den ardor de estomago los flujos vaginales ni muchísimo menos, pero inevitablemente tuve que olerme la mano…

Olía igual que el bacalao. Aquella hija bastarda de Molière no sólo no se había depilado el shishi, sino que además, ¡tampoco se lo había lavado! Me limpié como pude en un pañuelo de papel e incluso saqué una botella de agua con sabor a naranja de una máquina expendedora, la cual vertí directamente sobre mis manos, frotándolas enérgicamente y mojando el suelo de aquel andén.

Un año y medio más tarde volvía a estar en París, en el aeropuerto de Charles de Gaule. Me habían cobrado algo más de cinco euros por una cerveza de medio litro, así que me pedí otras dos para asegurarme de hacer un plácido viaje de vuelta.

La noche anterior no había dormido nada y mi vuelo contra todo pronóstico, iba a despegar a la hora marcada. Mientras hacíamos una cola que parecía que nunca iba a avanzar, me cercioré mirando los billetes de algunos de los presentes, de que estaba en el lugar apropiado, en la terminal correcta y en el mostrador que el monitor señalaba.

Entré casi el primero al autobús que había de transportarnos hasta el avión y me puse a mirar sonriendo a una pasajera. Volvió la cara, como si le molestara y sin embargo, se sentó a mi lado dentro del transbordador. Contaría unos veinte años, era rubia y tenía la nariz algo respingona.

Deseaba fervientemente comprobar si también tenía el shishi en mal estado, o por el contrario era igual que el de las vedettes, bien depilado y perfumado. Aquello no iba a ser tarea fácil, porque probablemente ni siquiera nos sentáramos en el mismo sitio. Tal y como preveía, a mi lado había otra persona…

Otra francesa, que se había dirigido hacia mí en francés para pedirme que la dejara ocupar su asiento junto a la ventanilla. Ésta calculé que era más vieja que yo y supe que también viajaba sola, porque nuestra fila era de tres asientos y el otro estaba libre. Tenía la cara con algunas marcas de viruela, o qué sé yo. No era ni de lejos tan agraciada como la primera, pero daba igual…

No me costó trabajo dormirme, despertándome a los diez minutos. Los asientos no eran precisamente cómodos y extrañamente el efecto del alcohol parecía haberse desvanecido un poco, de manera que podía entregarme a una duermevela plácida.

Intencionadamente, comencé a echar mi cabeza sobre su hombro. De vez en cuanto me reincorporaba, para darle algo más de credibilidad al atentado contra la dignidad de Francia que estaba a punto de cometer. La primera vez que puse mi mano sobre uno de sus muslos, me di cuenta de que reaccionó espantándose un poco.

La retiré haciéndome el dormido y luego la dejé caer sobre ella de nuevo. Esta vez no pareció prácticamente inmutarse, así que comencé a acariciarla, primero de forma más fortuita y luego más descarada. En un momento dado nuestras cabezas estaban frente a frente, así que le abrí los ojos de par en par y sonreí un poco.

Ella también lo hizo… Y justo cuando ya me había deslizado por debajo de la falda, la megafonía anunciaba que abriéramos las ventanillas y enderezáramos los asientos. Entre todos los que se agolpaban e intentaban bajar del avión, estábamos nosotros dos.

De un salto me levanté, casi pisando a un tipo con cara de pocos amigos que no obstante, no formuló protesta alguna. Tomé mi equipaje de mano y en cuanto me aseguré de que pisaría tierra antes que ella, le espeté un au revoir casi al tiempo que me llevaba la mano a la nariz. ¡Faltaría más! Por supuesto que había francesas con el shishi limpio y depilado.


Dificilísimo, hoija :roto2:
 
Atención al cambio de título para atraer a las masas. ¡Qué éxito! Ya casi vislumbro ese premio Marlboro.

---------- Post added 17-abr-2017 at 21:26 ----------

¿Has mejorado algo, mejor dicho, ostensiblemente desde entonces?

No entiendo la pregunta. Ahora soy un carroza, así que obviamente he empeorado :roto2:
 
Última edición:
Con todos ustedes un relato que escribí hace algunos años.


Acabar allí no era precisamente el plan que me había trazado al salir de casa. Los grupos de personas normalmente tienen opiniones discordantes acerca de dónde ir y qué hacer; y yo por lo general, guardo las fuerzas para menesteres más importantes que ponerme a debatir con ellos los pormenores de una salida.

El método que sigo para explorar una ciudad en la que viviré algún tiempo es bastante aleatorio. Hay quien se provee de mapas o de guías turísticas; algunos intentan entablar amistad lo más rápido posible con algún lugareño. Lo mío en cambio es el azar: comprar un billete de metro, coger la línea más cercana, salir al exterior y liarme un cigarrillo.

Luego, caminar hasta llegar al próximo medio de transporte urbano y descender en la primera parada que me diga algo. A veces bajaba detrás de una rubia cuyo trastero quería comprobar si hacía juego con el balcón. Otras, observaba desde la ventanilla a alguien con un cigarrillo entre los dedos y me acercaba a pedirle otro, o quizás fuego. Sin embargo en aquel día me adherí como una lapa a un grupo de personas recién llegadas que más o menos estaban en mi misma situación.

Conocerlos fue fácil. Bastó oír que hablaban en mi idioma para acercarme a ellos y darme cuenta de que estaban unidos por casualidad y de que se conocían desde hacía poco. Todos recién llegados a París gracias al programa Erasmus, asustados como borregos, deseando ser simpáticos y conocer a mucha gente… Por mi parte necesitaba lazarillos.

Gente que supiera ir y venir a los sitios porque hubieran leído una de esas guías que había rechazado comprar. ¿La razón? Después de coger dos metros y permanecer bajo tierra alrededor de una hora, no sé cómo, había venido a parar al mismo punto de partida. Era gracioso: uno se gastaba tres euros veinte en dos billetes y terminaba a escasos pasos del mismo lugar del que salió.

Tenían algunos años menos que yo, pero nada preocupante. La improvisada amistad me había llevado a conocer a dos empollones que no dejaban de hacer comentarios sobre todo cuanto veían; ya fuera para compararlo con otras muchas ciudades que ya habían visitado, o para nombrar los lugares y monumentos frente a los que pasábamos, demostrando que en efecto, se habían aprendido bien su guía turística.

Uno de ellos era delgaducho y con gafas y decía que estudiaba algo que tenía que ver con el cine. El otro, un estudioso de las teorías literarias, que no dejaba de hacer referencias a autores y sus andanzas por los sitios que íbamos viendo. Enseguida me pregunté si en París habían vivido tantos dolidos escritores como para que cada parque, cada estatua y cada banco tuviera una anécdota aparejada.

En cuanto a las tres tías que nos acompañaban, parecían bastante estúpidas, aunque una de ellas no me hubiera importado meterle la platano en la boca (sobre todo porque hubiera conseguido que se callara). Era algo subida de peso, pero tenía los labios carnosos y sin duda era la más hermosa de las tres.

Además, se marcó el detalle de no pararse en cada escaparate cuya fama y renombre le recordara a un diseñador famoso o a una línea de ropa, o a no sé qué zarandaja, porque la verdad es que ni entiendo del tema, ni pretendo hacerlo. Cuando cayó la noche, apuramos las últimas cervezas junto a unas calderas que conseguían que las terrazas de Saint Michel fueran utilizables incluso en los meses fríos.

No recuerdo muy bien hasta dónde nos desplazamos, porque parecía haber discrepancias, pero a juzgar por lo poco que aprendí más tarde del callejero de aquella ciudad, debíamos andar cerca de Chatêlet. Nos adentramos en uno de los antros a los que jamás regresé y al cabo de media hora me di cuenta de que los empollones se habían puesto a charlar con las dos cazadoras de escaparates.

La gordita de los labios carnosos intentaba mantener una conversación conmigo, pero dado que le contestaba con monosílabos, acabó por ponerse a charlar con los otros. La vejiga me iba a explotar de tanta cerveza. Nunca me gustó especialmente esa bebida, dado que existen otras que embriagan más rápido y saben mejor.

Sobre todo teniendo en cuenta que era cerveza de barril y que nos la servían en vaso de plástico. No obstante, no tenía ganas de averiguar cuánto costaba un cubata ni a qué irrisorias cantidades se reducía. Además, de mi última visita a París me había quedado claro que aquí no conocen el hielo.

Decidí aliviar mi presión interior adentrándome en un baño unisex. Se me ocurrió pensar la suerte que era el no tener que sentarme en aquella taza y caí en la cuenta de que los servicios separados por sexos, no eran ni mucho menos una discriminación, sino una solución paliativa al problema de guarrería que sufría gran parte de la población masculina.

Sin duda también había mujeres guarras, pero eso ya me encargaría de confirmarlo más tarde mediante mis propios métodos. Analicé la situación: no tenía ni idea de dónde estaba y me había unido a un grupo de otras cinco personas.

El plasta de los monumentos se llamaba Héctor, el que eyaculaba por las noches sobre una página de Víctor Hugo, ya no lo recordaba. En cuanto a las tías, por lo que a mí respecta no tenían nombre. Estaba claro que en algún momento se habían presentado, e incluso que sus nombres se habían repetido varias veces a lo largo de la tarde y la noche. Sólo sabía que el nombre de la que no miraba más que uno de cada tres escaparates, empezaba por la letra eme. Mónica, Magdalena, Manuela, María…

Me embargó la certeza de que si la interpelaba por su nombre, fallaría en la elección estrepitosamente. En cualquier caso uno de mis sueños se estaba haciendo realidad: estaba en una gran urbe. Las posibilidades de volverlos a encontrar eran casi nulas, pues los había conocido lejos de mi residencia y me habían explicado de pasada dónde vivían. Salí del baño y me encaminé hacia la puerta para fumarme un cigarrillo.

¿En qué clase de país estaba? ¿Ni siquiera se podía fumar en un pub? ¿Por qué me había acabado juntado con los más iluso, de cuantos españoles habían puesto el pie en aquella tierra?

Por si fuera poco ninguno de ellos fumaba e incluso sentados en el exterior junto a las calderas, habían estado haciendo muecas cuando el humo de mis cigarrillos les llegaba a los ojos y a la nariz.

Caminé tan deprisa como pude, con la idea de perderlos para siempre. En la calle había mucha gente hablando entre sí, en lo que me resultaba una lengua incomprensible. Los letreros estaban borrosos y me tambaleaba un poco más de lo que me hubiera gustado. Por si fuera poco llevaba andando media hora y la vejiga volvía a solicitarme un vaciado urgente.

Entré en un bar y fui directamente al baño. Estaba bastante más limpio que el anterior, aunque aquello parecía deberse simplemente a que la afluencia de clientes era menor. Me acerqué a la barra y me pedí una cerveza, porque acababan de entrar una turba de gente bastante animada.

Las tías iban disfrazadas de algo que no acertaba a comprender. Llevaban pelucas de diversos colores y se contoneaban. Cuando una medianamente agraciada empezó a bailotear cerca de donde yo estaba, le dije a media voz: “¡Sexy!”. Se alejó al instante y se puso a hablar con un tío, y yo volví a mi cerveza.

En cuanto me la terminara saldría de allí y buscaría alguien que me contara cómo volver a casa. Pero la chica de la peluca blanca se me acercó, dejándome notar que antes me había oído perfectamente pero esperaba un poco más de insistencia por mi parte.

Normalmente era bastante malo para entablar conversación con una desconocida en un sitio en el que no me sentía a gusto, así que hacerlo en una lengua en la que me hacía comprender a duras penas y con una música estridente de fondo, era poco menos que imposible.

Para mi sorpresa me saludó simplemente, nos dijimos nuestros nombres, nos besamos las mejillas y me contó que estudiaba algo que tenía que ver con la ecología o no sé qué palos.

Ni que decir tiene, me preguntaba si el protocolo nacional marcaría alguna pauta para que pudiéramos pasar de conversaciones banales a practicar sesso. Por suerte para mí, tenía un nivel de español semejante al mío de francés, así que pudimos hablar un poco antes de que a los diez minutos se nos hubieran acabado todos los temas de conversación.

Una vez más las ganas de irme me apremiaban. Le comuniqué que salía a fumarme un cigarrillo y me acompañó. -¡Al menos fuma!- me dije. En la puerta estaban otras tres amigas suyas que dado su estado de ebriedad se animaron a hablar rápidamente conmigo, conjugando mal los tres verbos que habían aprendido en español.

Aún así, era de agradecer que se tomaran el esfuerzo. Más tarde aprendería que el parisiense medio tenía un carácter bastante cerrado en cuanto a conocer gente nueva, y que aquella timidez o cerrazón mal entendida, se veía compensada gracias al alcohol, que lo llevaba a comportarse más desinhibidamente de lo que lo hubieran hecho unos adolescentes españoles de botellón.

Parecía como si sus ganas de hablar y de socializar se hubieran comprimido durante mucho tiempo en una botella de gas, y de pronto alguien hubiera abierto la válvula. La chica con la que hablaba al principio me contó que su novio la había dejado por una española.

¿Qué querría decirme con aquello? ¿Acaso quería enrollarse ahora con un español, sólo para desquitarse? Sus tres amigas entraron en cuanto acabaron el cigarrillo y ella se quedó un poco más hablando conmigo, a pesar de que los nuestros se habían acabado casi a la vez.

Decidí que si escuchaba una sola bagatela más, la cabeza me explotaría y dejaría mis sesos esparcidos por todo el suelo, así que le puse fin a tanto preámbulo a la par que notaba sus labios contra los míos. Para ser la primera francesa que besaba en mi vida, la verdad era que no lo estaba disfrutando demasiado.

La estreché contra mí y empecé a tocarle el ojo ciego sin más, apretándolo fuertemente y casi levantándola. Me propuso que fuéramos a dar un paseo y pronto llegamos a una calle totalmente desierta, que no estaba más que a unos cuantos metros del local del que ambos habíamos salido.

Con la mano izquierda quise desabrocharle el sujetador, pero pareció resistirse. Entonces la coloqué en el ojo ciego mientras la besaba con fuerza, utilizando la mano que me quedaba libre para metérsela ligeramente por debajo de las ropa interior. Volvió a detenerme y me preguntó si tenía un cigarrillo… Otra vez volvíamos a fumar.

Mi platano estaba tiesa y cada vez tenía más ganas de quedarme solo y hacerme simplemente una manola. Comprendía que no quisiera que nos vieran en plena calle copulando como dos animales, ¡pero jorobar, allí no había nadie! ¿Tan difícil era que nos masturbáramos un poco el uno al otro? Antes de que acabara el cigarro la empecé a besar por el cuello, mientras estaba de espaldas a mí.

Esta vez mis manos se zambulleron tan profundo en sus ropa interior y de manera tan rápida, que no tuvo modo de evitarlo. Al cabo de unos segundos notaba su shishi húmedo y ella parecía haber desistido en su afán por detenerme. Sabía que si hacía que se corriera probablemente se le pasaría el calentón y cada vez dudaba más que tan denodados esfuerzos, merecieran a sus ojos una churrupaica o una simple pajilla por compasión.

Saqué mi derecha de aquellas ropa interior y de aquel pantalón poco ajustado y le pregunté por qué no íbamos a su casa. La muy mujer que no me cae bien me contó que aún vivía con su ex novio y que si quería podíamos volver a la mía, pero al contarle dónde vivía debió parecerle muy lejos, porque rechazó mi invitación. La deposité en el bar del que nunca hubiera debido sacarla y me encaminé hacia el metro.

Al fin y al cabo debía abrir dentro de poco, y milagrosamente, ¡había un tren de cercanías que me llevaría directo a casa! Al coger el papel para liarme otro cigarrillo, me di cuenta de que en la mano tenía algo viscoso. No es que me den ardor de estomago los flujos vaginales ni muchísimo menos, pero inevitablemente tuve que olerme la mano…

Olía igual que el bacalao. Aquella hija bastarda de Molière no sólo no se había depilado el shishi, sino que además, ¡tampoco se lo había lavado! Me limpié como pude en un pañuelo de papel e incluso saqué una botella de agua con sabor a naranja de una máquina expendedora, la cual vertí directamente sobre mis manos, frotándolas enérgicamente y mojando el suelo de aquel andén.

Un año y medio más tarde volvía a estar en París, en el aeropuerto de Charles de Gaule. Me habían cobrado algo más de cinco euros por una cerveza de medio litro, así que me pedí otras dos para asegurarme de hacer un plácido viaje de vuelta.

La noche anterior no había dormido nada y mi vuelo contra todo pronóstico, iba a despegar a la hora marcada. Mientras hacíamos una cola que parecía que nunca iba a avanzar, me cercioré mirando los billetes de algunos de los presentes, de que estaba en el lugar apropiado, en la terminal correcta y en el mostrador que el monitor señalaba.

Entré casi el primero al autobús que había de transportarnos hasta el avión y me puse a mirar sonriendo a una pasajera. Volvió la cara, como si le molestara y sin embargo, se sentó a mi lado dentro del transbordador. Contaría unos veinte años, era rubia y tenía la nariz algo respingona.

Deseaba fervientemente comprobar si también tenía el shishi en mal estado, o por el contrario era igual que el de las vedettes, bien depilado y perfumado. Aquello no iba a ser tarea fácil, porque probablemente ni siquiera nos sentáramos en el mismo sitio. Tal y como preveía, a mi lado había otra persona…

Otra francesa, que se había dirigido hacia mí en francés para pedirme que la dejara ocupar su asiento junto a la ventanilla. Ésta calculé que era más vieja que yo y supe que también viajaba sola, porque nuestra fila era de tres asientos y el otro estaba libre. Tenía la cara con algunas marcas de viruela, o qué sé yo. No era ni de lejos tan agraciada como la primera, pero daba igual…

No me costó trabajo dormirme, despertándome a los diez minutos. Los asientos no eran precisamente cómodos y extrañamente el efecto del alcohol parecía haberse desvanecido un poco, de manera que podía entregarme a una duermevela plácida.

Intencionadamente, comencé a echar mi cabeza sobre su hombro. De vez en cuanto me reincorporaba, para darle algo más de credibilidad al atentado contra la dignidad de Francia que estaba a punto de cometer. La primera vez que puse mi mano sobre uno de sus muslos, me di cuenta de que reaccionó espantándose un poco.

La retiré haciéndome el dormido y luego la dejé caer sobre ella de nuevo. Esta vez no pareció prácticamente inmutarse, así que comencé a acariciarla, primero de forma más fortuita y luego más descarada. En un momento dado nuestras cabezas estaban frente a frente, así que le abrí los ojos de par en par y sonreí un poco.

Ella también lo hizo… Y justo cuando ya me había deslizado por debajo de la falda, la megafonía anunciaba que abriéramos las ventanillas y enderezáramos los asientos. Entre todos los que se agolpaban e intentaban bajar del avión, estábamos nosotros dos.

De un salto me levanté, casi pisando a un tipo con cara de pocos amigos que no obstante, no formuló protesta alguna. Tomé mi equipaje de mano y en cuanto me aseguré de que pisaría tierra antes que ella, le espeté un au revoir casi al tiempo que me llevaba la mano a la nariz. ¡Faltaría más! Por supuesto que había francesas con el shishi limpio y depilado.

Na wewe hadithi niliandika miaka michache iliyopita. [/ B]


Mwisho hapakuwa hasa mpango waliochota yangu kuondoka. Makundi ya watu huwa na maoni tofauti kuhusu mahali pa kwenda na nini cha kufanya; na mimi kawaida kuweka majeshi masuala muhimu zaidi kwamba kuweka mimi kujadili nao maelezo ya kutoka.

Mbinu Mimi ni wa kuchunguza mji ambapo mimi kuishi muda ni random kabisa. Baadhi ni zinazotolewa ramani au guidebooks, Baadhi kujaribu kufanya urafiki na haraka iwezekanavyo na baadhi wa vijijini. Hata hivyo mgodi ni nafasi: kununua Subway tiketi, kuchukua mstari karibu, nenda nje na liarme sigara.

Kisha kutembea hadi nusu ya usafiri wa mijini na kupata mbali katika kuacha kwanza kuniambia kitu. Wakati mwingine chini nyuma blonde ambaye punda alitaka kuona kama kuendana neckline. Wengine kuangalia kutoka kwa mtu dirisha na sigara kati ya vidole vyake na alinifuata kuuliza nyingine, au labda moto. Lakini siku hiyo mimi kuzingatiwa kama limpet kwa kundi la wageni waliokuwa zaidi au chini katika hali hiyo hiyo.

Mkutano wao ulikuwa rahisi. Kutosha kwa tunasikia wakisema lugha yangu ya kupata karibu na wao na kutambua kwamba wao kuungana pamoja na nafasi na kwamba alikuwa anajulikana kidogo. wageni wote Paris shukrani kwa mpango Erasmus, hofu kondoo, kutaka kuwa wa kirafiki na kukutana na watu wapya ... Kwa upande lazarillos yangu inahitajika.

Watu ambao wanaweza kuja na kwenda maeneo ambayo yalikuwa kusoma moja ya viongozi wale waliokuwa alikataa kununua. sababu? Baada ya kuchukua mita mbili na kukaa chini ya ardhi kwa muda wa saa moja, sijui jinsi alivyokuwa kuja kuacha katika hatua ya kuanza moja. Ilikuwa funny: tatu ishirini euro zilitumika katika tiketi mbili na kumalizika hatua chache kutoka sehemu moja wewe kushoto.

Walikuwa na miaka michache chini ya miaka mimi, lakini hakuna mashaka. urafiki improvised ilisababisha yangu kukutana wasomi wawili ambao naendelea kutoa maoni juu ya kila kitu walichokiona; ama kwa kulinganisha na miji mengine mengi ambayo tayari alitembelea, au jina maeneo na makaburi dhidi ambayo sisi kupita, na kuthibitisha kwamba kweli walikuwa wamejifunza vizuri ziara yao mwongozo.

Moja ni skinny, bespectacled na alisema alikuwa kusoma kitu ambacho ilikuwa na uhusiano na filamu. nyingine, msomi wa nadharia ya fasihi, ambayo naendelea kufanya marejeo ya waandishi na kuzunguka yao kwa njia ya maeneo ya tulikuwa kuona. Mimi mara moja aliuliza kama Paris walikuwa wameishi waandishi wengi fucked up ili kila hifadhi, kila sanamu na kila benki na anecdote wizi wa kura.

Kama kwa shangazi tatu waliokuwa pamoja nasi, walikuwa wanaonekana pretty kijinga, lakini mmoja wao mimi bila kuwa na nia ya kuweka jogoo wake katika kinywa (hasa kwa sababu alikuwa imeweza kufunga up). Alikuwa badala nono, lakini midomo yake kamili na kwa hakika ilikuwa ni nzuri zaidi ya tatu.

Aidha, kwa undani si kuacha katika kila dirisha duka ambaye umaarufu na umaarufu aliwakumbusha yake ya designer maarufu au aina ya nguo, au hawajui nini zarandaja alama, kwa sababu ukweli ni kwamba si kuelewa somo, wala mimi na nia ya. Usiku ulipofika, sisi haraka bia ya mwisho na boiler kuwa kupata matuta ya Saint Michel zilitumika hata katika miezi ya baridi.

Sikumbuki vizuri sana jinsi mbali sisi hoja, kwa sababu ilionekana kuwa utofauti, lakini kwa kuangalia jinsi kidogo mimi kujifunza baadaye kuu ya mjini, tulikuwa na kutembea karibu Chatelet. Sisi kuingia moja ya klabu hiyo hapo nilirudi na baada ya nusu saa mimi alitambua kwamba wasomi walikuwa kuweka gumzo Slayers mbili madirisha.

Chubby midomo plumper kujaribu kushikilia mazungumzo na mimi, lakini tangu yeye akajibu kwa monosyllables, hatimaye kupata kuzungumza na watu wengine. kibofu alikuwa anaenda kupasuka na bia sana. Mimi kamwe hasa walipenda kunywa, kwa vile kuna wengine ambao kulewa kwa kasi na ladha bora.

Hasa kwa kuzingatia ilikuwa bia na kutumikia nasi katika kikombe plastiki. Hata hivyo, hakutaka kujua ni kiasi gani gharama cubata au kiasi gani derisory ilipungua. Aidha, ziara yangu ya mwisho na Paris I wazi kuwa hapa hawajui barafu.

Niliamua kupunguza shinikizo yangu ya ndani katika bafuni unisex kupata zaidi. Ilitokea kwangu jinsi bahati haikuwa kuwa na kukaa katika kikombe hicho na alitambua kwamba huduma ya jinsia moja walikuwa mbali kidogo ubaguzi, lakini ufumbuzi ya kupunguza kwa guarrería wanaosumbuliwa sana idadi ya watu wa kiume.

Bila shaka kuna pia wanawake sluts, lakini hiyo kutunza yangu baadaye kuthibitishwa na mbinu yangu. I kuchambuliwa hali: Sikujua fucking ambapo mimi nilikuwa na nilikuwa alijiunga na kundi d
 
Yo sólo leo los relatos de Clavisto.

¿Quién es ese pavo?

---------- Post added 17-abr-2017 at 21:43 ----------

Na wewe hadithi niliandika miaka michache iliyopita. [/ B]


Mwisho hapakuwa hasa mpango waliochota yangu kuondoka. Makundi ya watu huwa na maoni tofauti kuhusu mahali pa kwenda na nini cha kufanya; na mimi kawaida kuweka majeshi masuala muhimu zaidi kwamba kuweka mimi kujadili nao maelezo ya kutoka.

Mbinu Mimi ni wa kuchunguza mji ambapo mimi kuishi muda ni random kabisa. Baadhi ni zinazotolewa ramani au guidebooks, Baadhi kujaribu kufanya urafiki na haraka iwezekanavyo na baadhi wa vijijini. Hata hivyo mgodi ni nafasi: kununua Subway tiketi, kuchukua mstari karibu, nenda nje na liarme sigara.

Kisha kutembea hadi nusu ya usafiri wa mijini na kupata mbali katika kuacha kwanza kuniambia kitu. Wakati mwingine chini nyuma blonde ambaye punda alitaka kuona kama kuendana neckline. Wengine kuangalia kutoka kwa mtu dirisha na sigara kati ya vidole vyake na alinifuata kuuliza nyingine, au labda moto. Lakini siku hiyo mimi kuzingatiwa kama limpet kwa kundi la wageni waliokuwa zaidi au chini katika hali hiyo hiyo.

Mkutano wao ulikuwa rahisi. Kutosha kwa tunasikia wakisema lugha yangu ya kupata karibu na wao na kutambua kwamba wao kuungana pamoja na nafasi na kwamba alikuwa anajulikana kidogo. wageni wote Paris shukrani kwa mpango Erasmus, hofu kondoo, kutaka kuwa wa kirafiki na kukutana na watu wapya ... Kwa upande lazarillos yangu inahitajika.

Watu ambao wanaweza kuja na kwenda maeneo ambayo yalikuwa kusoma moja ya viongozi wale waliokuwa alikataa kununua. sababu? Baada ya kuchukua mita mbili na kukaa chini ya ardhi kwa muda wa saa moja, sijui jinsi alivyokuwa kuja kuacha katika hatua ya kuanza moja. Ilikuwa funny: tatu ishirini euro zilitumika katika tiketi mbili na kumalizika hatua chache kutoka sehemu moja wewe kushoto.

Walikuwa na miaka michache chini ya miaka mimi, lakini hakuna mashaka. urafiki improvised ilisababisha yangu kukutana wasomi wawili ambao naendelea kutoa maoni juu ya kila kitu walichokiona; ama kwa kulinganisha na miji mengine mengi ambayo tayari alitembelea, au jina maeneo na makaburi dhidi ambayo sisi kupita, na kuthibitisha kwamba kweli walikuwa wamejifunza vizuri ziara yao mwongozo.

Moja ni skinny, bespectacled na alisema alikuwa kusoma kitu ambacho ilikuwa na uhusiano na filamu. nyingine, msomi wa nadharia ya fasihi, ambayo naendelea kufanya marejeo ya waandishi na kuzunguka yao kwa njia ya maeneo ya tulikuwa kuona. Mimi mara moja aliuliza kama Paris walikuwa wameishi waandishi wengi fucked up ili kila hifadhi, kila sanamu na kila benki na anecdote wizi wa kura.

Kama kwa shangazi tatu waliokuwa pamoja nasi, walikuwa wanaonekana pretty kijinga, lakini mmoja wao mimi bila kuwa na nia ya kuweka jogoo wake katika kinywa (hasa kwa sababu alikuwa imeweza kufunga up). Alikuwa badala nono, lakini midomo yake kamili na kwa hakika ilikuwa ni nzuri zaidi ya tatu.

Aidha, kwa undani si kuacha katika kila dirisha duka ambaye umaarufu na umaarufu aliwakumbusha yake ya designer maarufu au aina ya nguo, au hawajui nini zarandaja alama, kwa sababu ukweli ni kwamba si kuelewa somo, wala mimi na nia ya. Usiku ulipofika, sisi haraka bia ya mwisho na boiler kuwa kupata matuta ya Saint Michel zilitumika hata katika miezi ya baridi.

Sikumbuki vizuri sana jinsi mbali sisi hoja, kwa sababu ilionekana kuwa utofauti, lakini kwa kuangalia jinsi kidogo mimi kujifunza baadaye kuu ya mjini, tulikuwa na kutembea karibu Chatelet. Sisi kuingia moja ya klabu hiyo hapo nilirudi na baada ya nusu saa mimi alitambua kwamba wasomi walikuwa kuweka gumzo Slayers mbili madirisha.

Chubby midomo plumper kujaribu kushikilia mazungumzo na mimi, lakini tangu yeye akajibu kwa monosyllables, hatimaye kupata kuzungumza na watu wengine. kibofu alikuwa anaenda kupasuka na bia sana. Mimi kamwe hasa walipenda kunywa, kwa vile kuna wengine ambao kulewa kwa kasi na ladha bora.

Hasa kwa kuzingatia ilikuwa bia na kutumikia nasi katika kikombe plastiki. Hata hivyo, hakutaka kujua ni kiasi gani gharama cubata au kiasi gani derisory ilipungua. Aidha, ziara yangu ya mwisho na Paris I wazi kuwa hapa hawajui barafu.

Niliamua kupunguza shinikizo yangu ya ndani katika bafuni unisex kupata zaidi. Ilitokea kwangu jinsi bahati haikuwa kuwa na kukaa katika kikombe hicho na alitambua kwamba huduma ya jinsia moja walikuwa mbali kidogo ubaguzi, lakini ufumbuzi ya kupunguza kwa guarrería wanaosumbuliwa sana idadi ya watu wa kiume.

Bila shaka kuna pia wanawake sluts, lakini hiyo kutunza yangu baadaye kuthibitishwa na mbinu yangu. I kuchambuliwa hali: Sikujua fucking ambapo mimi nilikuwa na nilikuwa alijiunga na kundi d

En suajili queda mucho mejor, sí :tragatochos:
 
Volver