Doy por hecho que usted, por coherencia, nunca ha ido de turista a otra ciudad, provincia o país.
Hace ya décadas que no voy a ningún sitio conocido o con alta afluencia. Sé que no iré jamás a Venecia por ejemplo. O al cañón del río Lobos. O a Cudillero. O a la ruta esa del Cares. O a Orbaneja, que es el sitio más deprimente que he visitado recientemente de paso hacia otros destinos. Intento no parar nunca en lugares así, son deprimentes por estar condenados.
Afortunadamente con la España vacía y desconocida tengo suficiente para los restos. Es la gran suerte de vivir en España. Tiene todo lo que busco: cultura, soledad y naturaleza.
Y no se porqué tendría yo que ser altamente coherente cuando nadie lo es. Aún así. Por lo menos trato de gastar mi dinero en favor de pequeños hoteleros de pueblos perdidos, a los que les viene de perlas. Con los además suelo trabar amistad y muchas veces repito estancia. Y me cuido mucho de contarle a nadie donde voy. Afortunadamente a día de hoy, mis intereses son indiferentes para el español común vulgaris.
El problemón del turismo es la masificación y lo intensivo, cuando el turista desplaza a la población autóctona, burbujea los precios de bienes básicos, cuando los espacios naturales están desbordados o los recursos indispensables (como el agua) esquilmados por miles de borrachitos lowcost en chanclas generando tms de aguas residuales. Los negocios tradicionales sustituidos por ventas de souvenirs y abalorios madeinchina.
La dosis. La dosis lo es todo en la vida.
En exceso es veneno, en defecto es medicina.
Dicho esto. Cuando reviente la estafa FIAT, si no es sustituida por la Cripto, se llevará por delante el turismo plebeyo.
No hay mal que por bien no venga.