Distopía.
Quienes auguran tiempos de violencia no andan desencaminados, me temo.
Esta crisis que se avecina va a ser básicamente urbana. Antaño, cuando las cosas iban mal siempre quedaba el recurso al agro porque gran parte de los españoles tenía, al menos, parte de su familia en el campo y podía contar con su ayuda para final de mes. Pero ¿qué haremos con una enorme masa de parados (entre los cuáles no sé si son peores los pagapensiones acostumbrados a un modo de vida duro o nuestra maleducada generación de niñatos acostumbrados a la molicie) urbanitas?
Quienes vivan en el campo podrán salir adelante con mayor o menor problema (a no ser que hayan vendido las mejores tierras cultivables para edificar sobre ellas; cosa que en no pocos sitios habrá sucedido). Pero en las ciudades la cosa puede ir muy pero que muy mal.
Me temo que, políticamente, habrá un auge de la ultraderecha y, una vez que un gobierno lo suficientemente duro ocupe todos los recursos de poder, habrá un ejercicio despiadado de la violencia; primero contra la delincuencia generalizada, en modo de estados de alarma o de excepción; después contra los disidentes en sentido más amplio, en forma de estado de sitio. Tal vez incluso se atrevan con una nueva Constitución que retrotraiga el estado de libertades a niveles cercanos a los de una dictadura; o, lo que es lo mismo, que amplíe tanto las potestades del gobierno (entre ellas la de suspender derechos y libertades) que, a los efectos, sea lo mismo.
Quienes esperen un gobierno de concentración de izquierdas creo que se verán desengañados. Y es triste. Pero la mayoría política en España no son los desencantados sino los acomodados, los egoístas y los apáticos.
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