¿Por qué no funciona?

Juan Nada

Pompero
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3 Jun 2020
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Me presento, soy Juan. Me considero un poco filósofo, pensador y más cosas que no vienen al caso, porque no vengo a hablar de mí.

Vengo a hablar del mundo, que es una fruta hez.

Así es. Vuestras vidas son, por lo general, una fruta hez. Y examinarlo resulta sorprendente. ¿Por qué lo permitimos? Esa es la pregunta que realmente vale la pena, ninguna otra hay cuya respuesta sea tan clarificadora.

Vivimos dentro de una trampa mortal que llamamos sociedad. La dirigen unos completos corruptos incompetentes, que nos tienen entretenidos peleando entre nosotros por cuatro flecos ideológicos o directamente, por inventos que no existen, de reciente creación, mientras destruyen el tejido de la dignidad humana. Por encima y por debajo de ellos hay miles de intereses contrapuestos, una maquinaria llena de grasa y hez formada por grandes empresas, medios de comunicación de masas, índices bursátiles... vivimos en un mundo gigantesco lleno de manos codiciosas dirigiéndolo.

Es un milagro que no estemos completamente en la hez. A ello vamos.

No soy anarquista. Creo que la organización social es necesaria para mejor supervivencia de nuestra especie, pero el epicentro debería ser la libertad individual. No la supeditación del humano a la masa. Así estamos como estamos, que nos lo quitan todo de las manos, y lo miramos, con una sonrisa.
Creo que las personas que nos gestionan, los supuestos líderes, deberían ser nombrados por sorteo entre personas mínimamente capacitadas. Y ser elegido gobernante de un país, o una región, debería ser considerado un marronazo, y no una oportunidad de hacerse de oro.

Si al primer cabrón que pillaron con la mano en la bolsa lo hubieran apaleado y lo hubieran metido en un saco con un par de perros pobres, al siguiente le habría temblado la mano al acercarse al saco. Pero parte de su juego consiste en habernos convencido de que la violencia es cosa del pasado, una barbarie imperdonable y que no tenemos derecho a ella. Son nuestras manos las que tiemblan al pensar en defendernos mientras nos ponen un cuchillo en los narices, no la mano del que sujeta el cuchillo, como debería ser.

Vivimos en un mundo grande y absurdo, que para subsistir necesita restringir cada vez más las libertades individuales. La sociedad se basa en el hecho de que es el estado el que debe sustentar el poder, y no las personas que lo componen. Para poder perpetuarse y continuar su juego, no tienen otra que recortar cada día más, el margen de movimiento del individuo. Cada vez serán más fuertes, y cuanto más fuertes, menos tolerantes serán. No tienen otro camino. Pararse a mitad de comer el pastel es insostenible, alguien se lo quitaría.

Las relaciones humanas se han deteriorado mucho. Las antiguas redes de comunicación y colaboración, familia, barrio, trabajo, ya están casi destruidas. La familia ha sido dinamitada desde dentro por toda clase de trucos en los últimos 30 años, y respecto a las otras redes de colaboración, las han desmontado gracias a la creación de la clase media que compite entre sí.
La persona que debería ayudarnos a escalar el muro del castillo del noble, y sujetarlo por los brazos mientras lo degollamos, nos odia por algún motivo peregrino, como que tenemos un coche mejor, o un trabajo mejor pagado.

El ser humano tal y como ha sido conocido está en vías de extinción y transformación a un ser ignorante de su verdadera naturaleza, un ser nacido, criado y cosechado dentro de una burbuja, blando y vacío como un suflé, sin saber jamás nada que no se quiera que sepa, sin conocer o saborear o concebir, siquiera, que otra forma de vida es posible.

Deberíamos quemarlo todo y volver al campo, a los núcleos pequeños de población, las ciudades las arrasaría con buenos pepinos nucleares si estuviera en mi mano, hay que reconstruir las redes, que nuestros vecinos y compañeros sean nuestro apoyo. Que si alguien va a por mí, pueda morirme con la tranquilidad de saber que mañana, mi familia no descansará hasta encontrar a ese alguien y masacrarlo a él y a toda su estirpe, con un sadismo y un celo tal, que compense cualquier daño que yo haya podido sufrir.

Pero por supuesto, todos estamos demasiado cómodos con las ventajas de esta guandoca de cemento y cristal, yo el primero: su aire acondicionado, su televisión inteligente suscrita a Netflix, sus terrazas al sol y su playa. Cambiarlo todo conlleva romper la burbuja. Muchos preferirían morir. Otros ya son incapaces siquiera de ver la burbuja. Sobre todo los jóvenes, no han conocido otra cosa, y se creen que la vida es esto. No puedes valorar lo que te han quitado si ya has nacido sin ello.