La palabra clave es "internacional" y su contraparte "nacional". Mismo sentido anticapitalista separado de manera inapelable por conceptos, digamos, geográficos.
Otro concepto es la "propiedad privada" frente a la "propiedad colectiva". Si en el fascismo se defiende la propiedad privada -que no el control de los grandes medios de producción-, en el comunismo se va contra ella de manera absoluta. Para el comunismo, toda propiedad privada es susceptible de convertirse en un medio de producción, y por lo tanto debe estar a disposición del pueblo, es decir, del estado, que como vamos sabiendo, no es el destinatario último de esa concentración de riqueza en muy pocas manos. Desposeer de sus propiedades a las familias, ellos suponen que es un acto de justicia porque el trabajo de los ancestros no puede tener repercusiones privadas que privilegien a sus sucesores. Se hace tabla rasa y así todos iguales, es decir, todos dependiendo de las decisiones del partido, que es quien sabe lo que conviene a todos, pues son la democracia popular, osea, para el pueblo pero sin el pueblo, salvo en lo que toca a la mano de obra del pueblo, faltaría más.
El Gran Capital internacionalista nunca ha sido perjudicado por las revoluciones obreristas "internacionalistas", como si el concepto internacional tuviera más quilates "conceptuales" que capital o colectivismo. Algo abierto a lo internacional (a la internacional) escapa al control de las propias naciones y no es posible saber dónde se gestan las ideas destinadas a la globalidad del mundo.
Una élite global es difícil ubicarla y por tanto imposible hacerla responsable de nada. Una élite nacional está perfectamente ubicada y por tanto es fácil identificarla como responsable con nombre y apellidos incluso. El poder local de las élites nacionales como también las internacionales, puede ser el mismo pero no es la mismo su responsabilidad ante las naciones concretas, es decir, ante los parias locales. Los líderes de partidos fascistas han muerto casi todos de manera "personal", identificando claramente al individuo con sus presuntas responsabilidades. Los líderes de la "internacional", salvo los "reajustes" que se dan entre ellos, sin que otras potencias intervengan, han muerto en el honor de la historia salvo casos contados. La explicación -tal vez- la encontremos en quienes detentan el control del relato: el líder local sin apoyos exteriores -internacionales- muere y con él el agravio a la cosa internacional. Los líderes internacionalistas, hayan hecho lo que hayan hecho, son recordados con honores internacionalmente, con alguna que otra protesta que cada día suena más a relleno para ofrecer una sensación pública de competencia -a fin- entre modelos económicos y sociales.
Comunistas y fascistas rompen con el tabú clásico del poder: son revolucionarios. La diferencia es el carácter nacional de unos frente al internacional de los otros. Si ambos persiguen dar respuesta a los desajustes originados en la Revolución industrial, ambos están enfrentados por la idea de nación o globalización... Si el fascismo fuera de carácter internacionalista, es posible que no creara malestar a los que miran el mundo como una cosa potencialmente uniforme. Su carácter nacional, dado que su respuesta a los abusos y a la explotación de los trabajadores es similar, marca una enorme diferencia. Los "verdaderos amos" no pueden toleras que la excusa de proteger a las clases desfavorecidas locales no tenga un alcance internacional, que es, según parece, la patria de los internacionalistas, salvo casos como el soviético, que no se corta en declara su guerra como una Guerra patriótica, al mismo tiempo que su franquicia española celebraba a Rusia y al URSS.
Toda idea aferrada al concepto Nación, sea cual sea es contraria al espíritu de la síntesis hegeliana y la entorpece. Si fuera la justicia social lo único que moviera al comunismo, se podría ser perfectamente fascista en función del grado de comprensión personal del hecho nacional frente al hecho internacional. Sin embargo, el comunista está convencido de que el fascismo no busca el bien común sino la perpetuación de los privilegiados locales, mientras ignora la ingente cantidad de privilegios que han adquirido los apátridas...