Sánchez Dragó se cambia de bando:
«Soy todo oídos, señora ministra (o ministro, o ministre, si nos atenemos a la morfología ireniana). Convénzame usted de que mi resquemor no está justificado»
gaceta.es
Con la tercera vacuna, que me puse muy a comienzos del pasado diciembre, las cosas se torcieron un poco. Sólo un poco. A saber…
Empezó a dolerme la garganta casi en el acto y esa molestia, acompañada por un carraspeo que aún no ha desaparecido del todo, se mantuvo alrededor de seis meses. Notaba también cosillas raras, aunque de ligera entidad. Recurrí, por si acaso, a un exhaustivo análisis de sangre. Los dímeros M, indicadores de posibles embolias pulmonares y otras lindezas inflamatorias –miren en Google… Yo tampoco sabía entonces qué diablos eran los jodidos dímeros– se habían disparado. Me hice un par de radiografías con contraste incluido y, afortunadamente, no hubo rastro de secuelas en mis vejigas respiratorias ni grumos en la red circulatoria de mis extremidades.
Pero me quedé un poco mosca…
Y más aún cuando a finales de ese mismo mes, el de diciembre, y ya en plenas navidades, pesqué el virus. Reconozco que
su repercusión pasó casi inadvertida, excepción hecha de lo que el test de antígenos decía, y que apenas tuve síntomas. Ni siquiera fiebre, aunque me la tomaba a todas horas.
Ya, ya… Pero, aun así, considerando que tengo a los gatos por maestros y que esos animalillos tan sabios
hasta del agua fría huyen cuando con anterioridad se han escaldado, estoy decidido, de momento, a no correr el riesgo de que la moneda de la cuarta vacuna caiga de cruz.
¿Algo más? Sólo una cosa. Parece ser –son estadísticas facilitadas por el Ministerio de su jurisdicción– que
la mortalidad europea se ha duplicado al hilo del último año y que muchas de esas muertes carecen de explicación y se han cebado con gentes de buena salud e, incluso, de juvenil edad. La repentinitis, ya sabe. Uno, o una, está jugando al fútbol o va caminando despacito por la playa, y se desploma sin previo aviso. Casi todos esos cadáveres, si no todos, estaban vacunados y/o habían enfermado de Covid. Da que pensar, ¿no? Motivo, creo, más que suficiente para imponer prudenciales cuellos de botella a la intromisión en nuestros cuerpos de huéspedes tan extraños y de costumbres tan raras como los mensajeros del ARN y otros inmigrantes sin documentación de similar vitola.
Claro que si ustedes, los metomentodos del Gobierno , se sacan de la manga, no de la toga, un decreto-ley que obligue a presentar el certificado de la cuarta vacuna para tomar un vaso de bon vino en la taberna de enfrente o para llevar al cine a mi hijo… Bueno, entonces no me quedará más remedio que ofrecer mi brazo y mi sumisión por cuarta vez a la enfermera de turno.
Soy todo oídos, señora ministra (o ministro, o ministre, si nos atenemos a la morfología ireniana).
Convénzame usted de que mi resquemor no está justificado e iré, tolón, tolón, tengo una vaca lechera, adonde sus pastores me convoquen.
«Soy todo oídos, señora ministra (o ministro, o ministre, si nos atenemos a la morfología ireniana). Convénzame usted de que mi resquemor no está justificado»
gaceta.es