Sociedad: LA LÚGUBRE LECCIÓN DEL BARÇA

Eric Finch

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LA LÚGUBRE LECCIÓN DEL BARÇA
marzo 22, 2023



Seguro que tienen amigos culés: ¿cuántos están escandalizados? ¿Cuántos han cambiado de club? Quiero decir que han pillado a su equipo pagando un dineral a los árbitros, una morterada de doblersa lo largo de los últimos 20 años. Lo siguiente más grave habría sido un francotirador agazapado detrás del marcador automático –si es que existe tal cosa- dedicado a eliminar a los delanteros contrarios que se acercasen peligrosamente al área. Pues bien, la evidencia del grosero cohecho continuado –lo es: no me mezclen, por favor, el aspecto judicial del asunto- ha dejado impertérritos a la mayoría de los aficionados. Y no me atrevo a aventurar cómo habrían reaccionado ante el francotirador. En realidad era esperable: la adscripción a un equipo de futbol es una cosa seria. Es el cauce que la modernidad ofrece a nuestro instinto tribal, la más clara expresión del Nosotros contra Ellos en una época pacífica, la identidad más potente –a pesar de los esfuerzos de Montero- en la sociedad actual. ¿Cómo dar la espalda a toda esa inversión emocional? Haría falta una fortaleza de titán y sólo somos hombres, pero este no es el mayor problema: lo peor es la maldición del ajuste de disonancia.

Ya saben, la disonancia cognitiva se produce cuando nuestra manera de vivir, nuestras convicciones declaradas y la realidad no encajan armoniosamente. Por ejemplo, al intentar simultanear las proposiciones «creo en los valores de la honradez y la deportividad» y «apoyo al Barça» después de que se haya descubierto que su orondo presidente aumentó significativamente las partidas presupuestarias dedicadas al soborno arbitral.

La disonancia cognitiva nos hace sufrir; el ajuste de disonancia nos ofrece una puerta de escape. Y el mecanismo es sencillo: actúa sobre la parte más débil, es decir, la realidad. El ajuste de disonancia permite convertirla en plastilina, quizás porque la verdad y los hechos no nos interesan tanto como creemos. Así, gracias al ajuste de disonancia, podemos retorcer ambos, atribuir todo a una persecución contra el Barça –como Pujol con la Banca Catalana- y seguir siendo barcelonistas sin tener que emitir complicados juicios o emprender incómodas acciones.

Pero si funciona tan bien ¿por qué es una maldición? Porque el ajuste de disonancia nos hace más simples, amics. Y más malos. Verán el ajuste no es tan limpio como para no dejar pequeñas huellas en nuestra capacidad de razonamiento y en nuestro juicio jovenlandesal. Lo primero es obvio: las deformaciones «todos lo hacen» e incluso «ha sido una maniobra defensiva» se sostienen mientras no sean sometidas a gran tensión, por lo que uno se acostumbra a no profundizar demasiado en la argumentación e incluso a desconfiar de ella. Pero se necesita algo más: como el culé percibe que lo ocurrido no está del todo bien debe exagerar, para compensar, la maldad del adversario. Así la mangancia del Barcelona acaba dejando al barcelonista igual de aficionado pero con un sordo resentimiento hacia el Madrid, y eso está feo. El ajuste de disonancia actúa, si quieren, como un lecho de Procusto posmoderno, una falsa promesa de reposo de la que se sale jovenlandesal e intelectualmente tullido.

Y ahora apliquen la lección del Barça a los votantes del PSOE. Piensen en esos que ya han interiorizado que Bildu es un partido más democrático que cualquiera de derechas, y a los que ya no solivianta la alianza con el etnicismo xenófobo que los desprecia. Imaginen hasta qué páramo jovenlandesal e intelectual van a acompañar a Sánchez guiados por la maldición del ajuste de disonancia, es decir, por la tétrica luz que alumbra el camino del sectarismo. Tengan un buen día.