MonteKarmelo
Madmaxista
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El domingo 26 de enero de 1930, Miguel Primo de Rivera hizo publicar en la prensa de Madrid una nota oficiosa que decía tal que así: “Como la Dictadura advino por la proclamación de los militares, a mi parecer interpretando sanos anhelos del pueblo que no tardó en mostrar su entusiasta adhesión, [a los militares] se somete y autoriza o incita a los diez Capitanes generales, Jefe superior de nuestras fuerzas de jovenlandia, tres Capitanes generales de Departamentos Marítimos y Directores de la Guardia Civil, Carabineros e Inválidos, a que, tras breve, discreta y reservada exploración, le comuniquen por escrito, y si lo prefieren se reúnan en Madrid bajo la presidencia del más caracterizado, para tomar acuerdo, y se le manifieste si sigue mereciendo la confianza del Ejército y de la Marina. Si le falta, a los cinco minutos de saberlo, los poderes de jefe de la Dictadura y del Gobierno serán devueltos a Su Majestad el Rey, ya que de éste los recibió haciéndose intérprete de la voluntad de aquellos”.
El párrafo tras*crito pertenece a Dámaso Berenguer (De la Dictadura a la República), jefe de la Casa Militar del Rey a quien Alfonso XIII encargó formar Gobierno tras la dimisión de Primo de Rivera. “El Ejército y la Marina, en primer término, me erigieron Dictador; el Ejército y la Marina son los primeros llamados a manifestar, en conciencia, si debo de seguir siéndolo o debo de resignar mis Poderes”. Pero el marqués de Estella se encontró con la sorpresa de que los jefes del Ejército se limitaron a reiterar su lealtad al Rey, eludiendo cualquier pronunciamiento. El hombre que presumía de que “a mí no me borbonea nadie”, se vio de pronto bornoneado por un Monarca que, tratando de eludir el descrédito de un régimen agotado por él impulsado tras las bambalinas, había decidido cambiar de caballo tras haber cabalgado a lomos de “su general” desde septiembre de 1923. El drama de Primo se había iniciado en el Consejo del 31 de diciembre de 1929, sesión en la que el general propuso al Rey convocar elecciones municipales y autonómicas en el primer trimestre de 1930, en un intento de volver a la normalidad constitucional. La fría reacción del Monarca y el fracaso de la apelación al respaldo de sus conmilitones, le obligó a presentar su dimisión al Rey el 28 de enero de 1930. Seis semanas después moría en París solo y decepcionado por la traición de quienes había contribuido a exaltar. Frase atribuida al ex ministro conservador Ángel Osorio y Gallardo en aquellos meses: “En mi casa, hasta el gato se ha hecho republicano”. El 14 de abril de 1931 era proclamada la II República Española.
Algunos han querido ver en el vermú ofrecido ayer por Rodriguez Zapatero a los empresarios un cierto paralelismo con la consulta a la desesperada realizada hace más de 80 años por Primo de Rivera a sus compañeros de armas. Los grandes empresarios de hoy han sustituido a los Capitanes Generales de ayer. La debilidad extrema de ambos personas es idéntica; su descrédito, equiparable. Cien empresarios y profesionales de prestigio presentaron el pasado 15 de noviembre un memorándum al nieto de Alfonso XIII, Juan Carlos I, dando cuenta de la calamitosa situación por la que atraviesa un país que, a principios de siglo, creía haber traspasado para siempre la barrera de la prosperidad y de pronto se ve amenazado por el fantasma de la pobreza, ello por culpa de un Gobierno presidido por un hombre con menos luces –intelectuales y jovenlandesales- que un barco de contrabando. Alguien con talento bastante en Moncloa debió advertir al sujeto del peligro potencial que encerraba ese manifiesto, una enmienda a la totalidad de sus políticas, y le aconsejó ponerse al frente de la manifestación. Ese es todo el secreto que rodea la estrambótica, abracadabrante convocatoria de ayer, 25 primero, 30 después, más tarde 35, finalmente 41 y, ¿por qué no 58 o 136? El resultado hubiera sido el mismo.
“La mayoría se han ido encantados”
El badulaque espera que, hábilmente amplificada por unos medios de comunicación mayormente afectos, el empaste le sirva para distraer la atención al menos unos días. Esta semana inicia un periplo por Libia, Suiza, Bolivia y Argentina. Toma del frasco. Volverá a Madrid con las luces de Navidad encendidas, y a vivir que son dos días. Otra de gambas en Moncloa. Uno de los pocos que hablo claro fue Francisco González, a quien ZP quiso descabalgar del BBVA en escandalosa operación concertada con un ladrillero murciano y los bancos amigos: “usted tiene que hacer las reformas por vía de urgencia, porque los mercados no esperan”. Ninguno se atrevió a decirle que el problema, con serlo, no es el déficit, ni los balances de Cajas y Bancos, ni las cifras de paro, ni nuestra incapacidad para exportar: El problema es él. El drama de España eres tú, José Luis, y si al partido que te respalda le quedara un átomo de sensatez, no digamos ya de patriotismo, debería buscar de inmediato un acuerdo con la oposición para desbloquear cuanto antes esta agonía que nos lleva de cabeza al abismo de la intervención de Bruselas y el FMI, y a la pobreza.
De modo que si el silencio ominoso de los Capitanes Generales sirvió en 1930 para descabalgar a Primo, el silencio de ayer de nuestros capitanes de empresa servirá para reforzar a ZP. “La mayoría se han ido encantados”. Como al soldado, el valor se les supone. Al hecho incontestable de que la cuenta de resultados de muchos de ellos depende del Gobierno –razón por la cual Amancio Ortega, el único empresario merecedor de tal nombre, no se tomó la molestia de venir a Madrid-, hay que unirle el miedo de todo español de por a significarse y hablar alto y claro. De un alto cargo de la extinta UCD: “La clave de la tras*ición fue que todos teníamos algo que perder si nos liábamos a mamporros; no le demos más vueltas: este es un país de cobardes. Fue el peor legado de Franco a la sociedad española”.
El descrédito del personaje es total en las cancillerías europeas. El espectáculo ofrecido en la cumbre de la OTAN en Lisboa, cuando, cual pollo desnortado, buscaba afanosamente el emplazamiento que tenía asignado para la foto de familia, rebasa todo ridículo imaginable. Pero, por una de esas crueles ironías que a veces depara el destino, resulta que el futuro del euro y del propio proyecto de la UE ha venido a caer en manos de este badajo. Zapateuro. Se entiende el pavor mostrado por Merkel y Sarkozy, que han hablado esta semana varias veces al respecto: ¿Cómo evitar que el colapso de España se lleve por delante a la zona euro? La alarma es muy visible también en la Reserva Federal USA, alguno de cuyos funcionarios han contactado a diario con economistas –incluso cercanos al PP- y altos funcionarios españoles, por no hablar de la presión de la Administración Obama sobre el propio ZP. “Esto está peor que en mayo”, asegura uno de nuestros mejores expertos. “España no puede financiarse a estos costes y con los mercados bloqueados, y no vamos a tener más remedio que seguir el camino de Irlanda. No hay quien pare esta sangría. Solo un chute de confianza brutal, tal que el anuncio antes del próximo puente de la Constitución de la inmediata reforma de las pensiones por Decreto Ley. El clima de desconfianza es brutal, y no hay más salida que ir a elecciones generales cuanto antes, para hacerlas coincidir con las municipales y autonómicas de mayo”.
Las maniobras del Rey con su amigo Eduardo Serra
Por otra de esas paradojas del destino, ha sido un socialista, el comisario europeo Joaquín Almunia, quien esta semana ha puesto en evidencia la condición de España como país digno de toda sospecha: “La duda, por un lado, está en saber si España va a ser capaz de aplicar lo que ha decidido que hay que hacer […] Y la segunda duda es si España tiene algo más, aparte de lo que ya está encima de la mesa”. Ahí le duele. ¿Qué ha pasado, por ejemplo, con los 320.000 millones de crédito promotor que lastraba los balances de cajas y bancos a primeros de 2008 y que a día de hoy se mantiene inalterable porque, aunque se hayan entregado viviendas, el montante del crédito se retroalimenta por culpa de los intereses acumulados? ¿Dónde escondemos esa suma? ¿Y qué hacemos con el resto de mastodónticas cifras que lastran el futuro de un país que, por encima de todo, carece de una estrategia de crecimiento imprescindible para crear empleo y mantener nuestro nivel de vida?
Se empieza a hablar de un gran Pacto de Estado capaz de desembocar en un Gobierno de concentración que, presidido por una personalidad independiente, más o menos bien vista por todos, abordaría las tareas económicas más urgentes y abriría un proceso constituyente destinado a redefinir el Estado autonómico, reequilibrar los poderes del Gobierno central, reformar la Ley Electoral, etcétera. En suma, corregir los traumas que han llevado a nuestra feble democracia a su actual estado de postración, ello en línea con el documento que, auspiciado por el ex ministro Eduardo Serra, le fue entregado al Rey días atrás. Ello con el objetivo puesto en la convocatoria de elecciones generales en un par de años, una vez cumplidas esas metas. Los peligros son obvios, y las resistencias de la clase política, totales. En las cúpulas de los partidos se rechaza la pretensión de un manotazo, recordando el intento, mitad de los noventa y con el felipismo acosado por escándalos de todo tipo, de un Gobierno de concentración secretamente auspiciado por el Monarca y encabezado por su entonces íntimo amigo Mario Conde. El protagonismo del Rey –¿cómo justificar ese pintoresco despacho del jueves con la ministra Elena Salgado?- en las últimas fechas no puede ser más llamativo. No faltan quienes apuntan al citado Serra, hombre brillante que goza de la confianza de los norteamericanos, muy cercano al Rey, ministro que fue del PP con Aznar y siempre bien visto por el PSOE, como cabeza de la iniciativa.
Hay quien asegura, en fin, que todo se reduce a un intento de última hora de la Monarquía encabezada por don Juan Carlos de recuperar la imagen perdida tras años de carantoñas con un mentecato como Zapatero, complicidad que le ha granjeado la desafección de buena parte de la derecha política e incluso de amplias capas de población urbana no partidaria. Si la violación de la Constitución por parte de Alfonso XIII al apoyar el golpe de Primo de Rivera dio a “las izquierdas”, como entonces se decía, una popularidad que no hubieran podido lograr a tenor de los magros cambios operados en la estructura social y económica de España durante las décadas precedentes, el compadreo exhibido estos años por el Rey con un tipo como el aludido ha llegado a exasperar a millones de españoles que hoy se plantean si merece la pena seguir apoyando a la institución. Tal vez demasiado tarde, Majestad, para casi todo.
Otra de gambas en Moncloa - ElConfidencial.com
El párrafo tras*crito pertenece a Dámaso Berenguer (De la Dictadura a la República), jefe de la Casa Militar del Rey a quien Alfonso XIII encargó formar Gobierno tras la dimisión de Primo de Rivera. “El Ejército y la Marina, en primer término, me erigieron Dictador; el Ejército y la Marina son los primeros llamados a manifestar, en conciencia, si debo de seguir siéndolo o debo de resignar mis Poderes”. Pero el marqués de Estella se encontró con la sorpresa de que los jefes del Ejército se limitaron a reiterar su lealtad al Rey, eludiendo cualquier pronunciamiento. El hombre que presumía de que “a mí no me borbonea nadie”, se vio de pronto bornoneado por un Monarca que, tratando de eludir el descrédito de un régimen agotado por él impulsado tras las bambalinas, había decidido cambiar de caballo tras haber cabalgado a lomos de “su general” desde septiembre de 1923. El drama de Primo se había iniciado en el Consejo del 31 de diciembre de 1929, sesión en la que el general propuso al Rey convocar elecciones municipales y autonómicas en el primer trimestre de 1930, en un intento de volver a la normalidad constitucional. La fría reacción del Monarca y el fracaso de la apelación al respaldo de sus conmilitones, le obligó a presentar su dimisión al Rey el 28 de enero de 1930. Seis semanas después moría en París solo y decepcionado por la traición de quienes había contribuido a exaltar. Frase atribuida al ex ministro conservador Ángel Osorio y Gallardo en aquellos meses: “En mi casa, hasta el gato se ha hecho republicano”. El 14 de abril de 1931 era proclamada la II República Española.
Algunos han querido ver en el vermú ofrecido ayer por Rodriguez Zapatero a los empresarios un cierto paralelismo con la consulta a la desesperada realizada hace más de 80 años por Primo de Rivera a sus compañeros de armas. Los grandes empresarios de hoy han sustituido a los Capitanes Generales de ayer. La debilidad extrema de ambos personas es idéntica; su descrédito, equiparable. Cien empresarios y profesionales de prestigio presentaron el pasado 15 de noviembre un memorándum al nieto de Alfonso XIII, Juan Carlos I, dando cuenta de la calamitosa situación por la que atraviesa un país que, a principios de siglo, creía haber traspasado para siempre la barrera de la prosperidad y de pronto se ve amenazado por el fantasma de la pobreza, ello por culpa de un Gobierno presidido por un hombre con menos luces –intelectuales y jovenlandesales- que un barco de contrabando. Alguien con talento bastante en Moncloa debió advertir al sujeto del peligro potencial que encerraba ese manifiesto, una enmienda a la totalidad de sus políticas, y le aconsejó ponerse al frente de la manifestación. Ese es todo el secreto que rodea la estrambótica, abracadabrante convocatoria de ayer, 25 primero, 30 después, más tarde 35, finalmente 41 y, ¿por qué no 58 o 136? El resultado hubiera sido el mismo.
“La mayoría se han ido encantados”
El badulaque espera que, hábilmente amplificada por unos medios de comunicación mayormente afectos, el empaste le sirva para distraer la atención al menos unos días. Esta semana inicia un periplo por Libia, Suiza, Bolivia y Argentina. Toma del frasco. Volverá a Madrid con las luces de Navidad encendidas, y a vivir que son dos días. Otra de gambas en Moncloa. Uno de los pocos que hablo claro fue Francisco González, a quien ZP quiso descabalgar del BBVA en escandalosa operación concertada con un ladrillero murciano y los bancos amigos: “usted tiene que hacer las reformas por vía de urgencia, porque los mercados no esperan”. Ninguno se atrevió a decirle que el problema, con serlo, no es el déficit, ni los balances de Cajas y Bancos, ni las cifras de paro, ni nuestra incapacidad para exportar: El problema es él. El drama de España eres tú, José Luis, y si al partido que te respalda le quedara un átomo de sensatez, no digamos ya de patriotismo, debería buscar de inmediato un acuerdo con la oposición para desbloquear cuanto antes esta agonía que nos lleva de cabeza al abismo de la intervención de Bruselas y el FMI, y a la pobreza.
De modo que si el silencio ominoso de los Capitanes Generales sirvió en 1930 para descabalgar a Primo, el silencio de ayer de nuestros capitanes de empresa servirá para reforzar a ZP. “La mayoría se han ido encantados”. Como al soldado, el valor se les supone. Al hecho incontestable de que la cuenta de resultados de muchos de ellos depende del Gobierno –razón por la cual Amancio Ortega, el único empresario merecedor de tal nombre, no se tomó la molestia de venir a Madrid-, hay que unirle el miedo de todo español de por a significarse y hablar alto y claro. De un alto cargo de la extinta UCD: “La clave de la tras*ición fue que todos teníamos algo que perder si nos liábamos a mamporros; no le demos más vueltas: este es un país de cobardes. Fue el peor legado de Franco a la sociedad española”.
El descrédito del personaje es total en las cancillerías europeas. El espectáculo ofrecido en la cumbre de la OTAN en Lisboa, cuando, cual pollo desnortado, buscaba afanosamente el emplazamiento que tenía asignado para la foto de familia, rebasa todo ridículo imaginable. Pero, por una de esas crueles ironías que a veces depara el destino, resulta que el futuro del euro y del propio proyecto de la UE ha venido a caer en manos de este badajo. Zapateuro. Se entiende el pavor mostrado por Merkel y Sarkozy, que han hablado esta semana varias veces al respecto: ¿Cómo evitar que el colapso de España se lleve por delante a la zona euro? La alarma es muy visible también en la Reserva Federal USA, alguno de cuyos funcionarios han contactado a diario con economistas –incluso cercanos al PP- y altos funcionarios españoles, por no hablar de la presión de la Administración Obama sobre el propio ZP. “Esto está peor que en mayo”, asegura uno de nuestros mejores expertos. “España no puede financiarse a estos costes y con los mercados bloqueados, y no vamos a tener más remedio que seguir el camino de Irlanda. No hay quien pare esta sangría. Solo un chute de confianza brutal, tal que el anuncio antes del próximo puente de la Constitución de la inmediata reforma de las pensiones por Decreto Ley. El clima de desconfianza es brutal, y no hay más salida que ir a elecciones generales cuanto antes, para hacerlas coincidir con las municipales y autonómicas de mayo”.
Las maniobras del Rey con su amigo Eduardo Serra
Por otra de esas paradojas del destino, ha sido un socialista, el comisario europeo Joaquín Almunia, quien esta semana ha puesto en evidencia la condición de España como país digno de toda sospecha: “La duda, por un lado, está en saber si España va a ser capaz de aplicar lo que ha decidido que hay que hacer […] Y la segunda duda es si España tiene algo más, aparte de lo que ya está encima de la mesa”. Ahí le duele. ¿Qué ha pasado, por ejemplo, con los 320.000 millones de crédito promotor que lastraba los balances de cajas y bancos a primeros de 2008 y que a día de hoy se mantiene inalterable porque, aunque se hayan entregado viviendas, el montante del crédito se retroalimenta por culpa de los intereses acumulados? ¿Dónde escondemos esa suma? ¿Y qué hacemos con el resto de mastodónticas cifras que lastran el futuro de un país que, por encima de todo, carece de una estrategia de crecimiento imprescindible para crear empleo y mantener nuestro nivel de vida?
Se empieza a hablar de un gran Pacto de Estado capaz de desembocar en un Gobierno de concentración que, presidido por una personalidad independiente, más o menos bien vista por todos, abordaría las tareas económicas más urgentes y abriría un proceso constituyente destinado a redefinir el Estado autonómico, reequilibrar los poderes del Gobierno central, reformar la Ley Electoral, etcétera. En suma, corregir los traumas que han llevado a nuestra feble democracia a su actual estado de postración, ello en línea con el documento que, auspiciado por el ex ministro Eduardo Serra, le fue entregado al Rey días atrás. Ello con el objetivo puesto en la convocatoria de elecciones generales en un par de años, una vez cumplidas esas metas. Los peligros son obvios, y las resistencias de la clase política, totales. En las cúpulas de los partidos se rechaza la pretensión de un manotazo, recordando el intento, mitad de los noventa y con el felipismo acosado por escándalos de todo tipo, de un Gobierno de concentración secretamente auspiciado por el Monarca y encabezado por su entonces íntimo amigo Mario Conde. El protagonismo del Rey –¿cómo justificar ese pintoresco despacho del jueves con la ministra Elena Salgado?- en las últimas fechas no puede ser más llamativo. No faltan quienes apuntan al citado Serra, hombre brillante que goza de la confianza de los norteamericanos, muy cercano al Rey, ministro que fue del PP con Aznar y siempre bien visto por el PSOE, como cabeza de la iniciativa.
Hay quien asegura, en fin, que todo se reduce a un intento de última hora de la Monarquía encabezada por don Juan Carlos de recuperar la imagen perdida tras años de carantoñas con un mentecato como Zapatero, complicidad que le ha granjeado la desafección de buena parte de la derecha política e incluso de amplias capas de población urbana no partidaria. Si la violación de la Constitución por parte de Alfonso XIII al apoyar el golpe de Primo de Rivera dio a “las izquierdas”, como entonces se decía, una popularidad que no hubieran podido lograr a tenor de los magros cambios operados en la estructura social y económica de España durante las décadas precedentes, el compadreo exhibido estos años por el Rey con un tipo como el aludido ha llegado a exasperar a millones de españoles que hoy se plantean si merece la pena seguir apoyando a la institución. Tal vez demasiado tarde, Majestad, para casi todo.
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