Hilo sobre Ramiro Ledesma Ramos.

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Ramiro Ledesma Ramos 1905-1936
Ramiro Ledesma Ramos«Ramiro Ledesma Ramos (1905-1936) Político y Escritor. Fundador de las Juntas Ofensivas Nacional Sindicalistas (JONS), uno de los teóricos que más han influido en la concepción del Movimiento Nacional iniciado en 1936, Ramiro Ledesma Ramos nació en Alfaraz (Zamora) el 23 de mayo de 1905 y murió fusilado por los republicanos en Aravaca (Madrid) el 29 de octubre de 1936. Estudió las Carreras de Filosofía y Letras y Ciencias Físicas y Matemáticas, licenciándose en ambas por la Universidad de Madrid. Aventajado discípulo de Ortega y Gasset, profundizó en el estudio del filósofo Martín Heidegger y colaboró, desde muy joven, en «La Gaceta Literaria» y la «Revista de Occidente». Por entonces escribió, también, su única novela, El sello de la fin. Ramiro Ledesma tenía veinticinco años al ocupar la dirección de la revista «La Conquista del Estado» (14 de marzo de 1931), coincidiendo este momento con su irrupción en la política activa. Entrada verdaderamente extraña para quienes le conocían antes, para quienes habían asistido a su primera juventud de estudioso de la Filosofía y las Matemáticas, reflejada en sus trabajos de la «Revista de Occidente», pero que él justificará luego señalando que: «Toda novedad auténtica está condenada por radical designio, a no ser comprendida. Es el caso de las juventudes cuando acometen la creación de nuevos estilos de vitalidad.» El periódico, en el que colaboraban principalmente Giménez Caballero, Juan Aparicio, Souto Vilas, Emiliano Aguado, Bermúdez Cañete estaba vinculado a dos consignas fundamentales: nacionalismo profundo y revolución de carácter económico-sindical. Al poco tiempo de salir, su director es encarcelado como consecuencia de los intentos de protesta por el viaje de Maciá a Madrid y Ledesma pasa diez días en la guandoca Modelo. El 25 de julio (1931) es suspendido el periódico no reanudando la publicación hasta el mes de octubre, en cuyo número, se anunciaba la próxima fundación de la organización política (J. O. N. S.). Las J. O. N. S., cuyo espíritu respondía a una profunda inquietud social y a una actitud Nacional Sindicalista, se fundaron el 30 de noviembre de 1931. Según su fundador, equivalían al «abandono de las tácticas de aproximación a los intentos subversivos de los anarcosindicalistas. Un afán de crear la propia doctrina. Quieren la unidad intangible de España. Postulan el respeto a la tradición religiosa. Llaman de modo preferente a las juventudes, no admitiendo en su seno sino a los españoles menores de cuarenta y cinco años. Manifiestan su incompatibilidad radical con el marxismo. Y representan una demanda imperiosa de revolución social-económica, a base de la sindicación obligatoria, la intervención nacional de la riqueza y la dignificación plena de los trabajadores».

En abril de 1932, Ramiro Ledesma Ramos pronuncia una conferencia en el Ateneo sobre el tema Fascismo frente a marxismo, que no puede terminar por las protestas del público y que alcanza resonancia en la Prensa. El 10 de agosto de aquel año vuelve a ser detenido a consecuencia de los sucesos antirepublicanos, encarcelamiento que se volverá a repetir a fines de enero de 1933 para cumplir una condena de dos meses. Al salir de la guandoca participa en el consejo de Redacción del recién creado «El Fascio», semanario que dirigió Delgado Barreto, del que salió un solo número y en cuyo consejo de redacción participaron Giménez Caballero, Primo de Rivera, Ramiro Ledesma, Sánchez Mazas y Juan Aparicio. En abril se traslada a Portugal, donde se encuentra exiliado Onésimo Redondo y deciden fundar la revista «JONS» como órgano teórico de la organización y cuyo primer número salió a la calle en mayo de aquel mismo año. Tres meses después ingresó en el penal de Ocaña acusado de complot contra la República. Al ser puesto en libertad, en el mes de agosto, se dirigió a San Sebastián donde se entrevistó, por mediación de José María de Areilza, con los dirigentes falangistas Primo de Rivera, Ruiz de Alda y García Valdecasas. En el mes de octubre asiste al acto fundacional de la Falange en el teatro de la Comedia de Madrid y los días 11 y 12 de febrero reúne al Consejo Nacional Jonsista, con el fin de discutir una posible unificación con Falange. Una vez perfiladas y aceptadas las bases del acuerdo, éste fue firmado por los máximos dirigentes Ledesma Ramos y Primo de Rivera. Sin embargo, hubo discrepancias como la del prestigioso jonsista Montero Díaz que se apartó de la organización. La estructura jerárquica adoptada por la nueva Organización fue la de una junta de Mando Nacional, constituida por José Antonio Primo de Rivera, Ramiro Ledesma Ramos, Ruiz de Alda, Onésimo Redondo, Raimundo Fernández Cuesta y Rafael Sánchez Mazas.


Desde entonces ésta se llamó Falange Española y de las JONS y tuvo a la cabeza, hasta septiembre de 1934, un triunvirato dirigente formado por Ruiz de Alda, Primo de Rivera y Ledesma Ramos. Debido al resurgimiento de ciertas discrepancias, en el mes de septiembre, el triunvirato delegó sus funciones ejecutivas en Primo de Rivera, que convocó el primer Consejo Nacional de F. E. y de las JONS. En éste, y a propuesta de Sánchez Mazas, fue nombrado jefe Nacional José Antonio y Presidente de la junta política a Ledesma Ramos, que previamente había aceptado la jefatura de aquél. Poco después de la Revolución de octubre en Asturias y Cataluña, propuso que el partido, de acuerdo con jóvenes mandos del ejército, pasara a la acción armada. En la primera decena de noviembre redactó, por encargo de la junta, el Anteproyecto de los Estatutos que contenían los veintisiete puntos de la Falange, que serían retocados, para su aprobación definitiva, por Primo de Rivera. A finales de diciembre de 1934, el Partido está en crisis y la junta Política se reúne sin encontrar un remedio a la situación. Las JONS habían incorporado obreros a las filas de la Falange, pero aún estaba en plena elaboración la vertebración sindicalista, cuando se había llegado a la fusión de las dos fuerzas. Manuel Hedilla había creado la primera y muy limitada organización sindical de la Falange. El rompimiento entre José Antonio y Ramiro Ledesma fue más por la presencia en la Falange de dos tendencias extremas en los escalones de mando inmediatamente a ellos, que por una intransigencia personal de ambos. Efectivamente estas tendencias se manifestaban por una parte, entre elementos procedentes de las JONS que veían en los falangistas hombres más preparados intelectualmente pero que les producían reservas en cuanto a su capacidad revolucionaria, procedentes como eran de capas burguesas y acomodadas. Recelaban a su vez los falangistas de los jonsistas, que al ser en su mayoría de origen obrero podrían proletarizar en extremo peligroso a la Falange y especialmente por la presencia, de entre aquellos, exmilitantes de la izquierda que pretendían conservar modos y tácticas troskistas.


A la salida de la reunión decide, junto con Onésimo Redondo, Sotomayor y Manuel Mateo, separar a las fuerzas jonsistas del partido; escisión que se llevó a efecto en enero de 1935. Ledesma intentó recrear las JONS, mas nunca logró tener un número suficiente de miembros para hacerlas viables, mientras que por su parte la Falange aumentaba progresivamente sus filas. La nueva agrupación saca un nuevo semanario, «La Patria libre», que polemizará agriamente con Falange. En el mes de mayo publicó su libro Discurso a las juventudes de España y en noviembre del mismo año su obra Fascismo en España (sus orígenes, su desarrollo, sus hombres) (Ramiro Ledesma firmó este libro bajo el seudónimo de Roberto Lanza) en el que señala que «para ellos su escisión y rompimiento con Falange equivale, de hecho, a la liquidación definitiva de una concepción que les era preciso superar» y el libro termina con estas palabras: «A Ramiro Ledesma y a sus camaradas les viene mejor la camisa roja de Garibaldi que la camisa negra de Mussolini.» En mayo de 1936 visitó a José Antonio en la guandoca Modelo de Madrid y se ofreció a Falange para todo. En el mes de julio editó el primer y único número de la revista «Nuestra Revolución» y pocos días después del Alzamiento del 18 de julio, es detenido e ingresado en la prisión de Ventas, de donde fue sacado, junto con Ramiro de Maeztu, para ser fusilado en Aravaca el 29 de octubre de 1936. Le fue otorgado a título póstumo la Palma de Plata del Movimiento. Obras principales: Discurso a las juventudes de España, ¿Fascismo en España?, Escritos filosóficos, &c.» (Diccionario Biográfico Español Contemporáneo, Círculo de Amigos de la Historia, Madrid 1970, vol. 2, pág. 910-912.)

★ Sobre Ramiro Ledesma en el Proyecto filosofía en español
1941 Santiago Montero Díaz, La evolución intelectual de Ramiro Ledesma

1942 Disertación de Emiliano Aguado sobre “Ramiro Ledesma”

Manuel Souto Vilas, El sentido histórico de Ramiro Ledesma

★ Textos de Ramiro Ledesma en el Proyecto filosofía en español
1927 Libros italianos: Croce, Filosofía práctica

1928 El matemático Rey PastorOtto Braun: Aus nachgelasseneu Schriften eines frühvollendetenTres libros de filosofíaCinema y arte nuevoHans Driesch y las teorías de Einstein

1929 Un Instituto de Sánz del Río · Un libro de análisis lógicoEl pedagogo Cossío / Hertwig y el postdarwinismoEl curso universitarioLa última incógnita de Max Scheler

1930 Carmona Nenclares: El pensamiento de Ortega y Gasset. Madrid, 1930.

1931 Filosofía 1930Sören Kierkegaard: El concepto de la angustiaLa vida políticaLibros políticos extranjerosGrandezas de UnamunoEl nacionalsocialismo alemán. El partido de HitlerLa vida políticaNuestras afirmacionesLos hombres de la DictaduraLos intelectuales y la políticaSobre un libro político de Ortega y GassetEl individuo ha muertoEspaña, una e indivisible

1933 Ideas sobre el EstadoQué son las JONS

1941 Escritos filosóficos, Madrid 1941


 
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Comentario filosófico:

Ramiro Ledesma Ramos
Sobre un libro político de Ortega y Gasset
Cuando un filósofo se acerca a las cosas, a los hechos, actúa muy frecuentemente de corruptor. Le ofrece unas categorías magnas, que los pobres hechos nunca sospecharon, y aceptan con fácil servidumbre el imperio de la idea. Es la eterna polémica en torno a la imposible objetividad de toda Filosofía de la Historia. Nosotros, no obstante, creemos que esa es la única Historia posible. Ahora bien, la Política no es una disciplina investigadora, sino una acción. Si el filósofo se ciñe a los hechos actuales y les somete a una soberanía sistemática, entonces es cuando tiene lugar la corrupción de que hablamos antes. Se verifica el gran fraude de la realidad, destruyendo así la palpitación política, que es acción directa sobre los hechos vírgenes. De ahí que el político tenga algo de primitivo, y aun de bárbaro. Y que desoriente a los filósofos alguno de sus rápidos virajes.

Don José Ortega y Gasset, mi gran maestro de Filosofía, es un escritor de la máxima solvencia filosófica. Creo –yo, que conozco bien este aspecto suyo– que es antes que nada filósofo, y de los de primer rango de una época. Los españoles semicultos poseen tal incapacidad para la percepción de los valores filosóficos, que le niegan de plano ese carácter, y, en cambio, le reconocen valores de otra índole. Siempre he defendido a este maestro mío frente a esos juicios malévolos, que al adscribirle un exclusivo y gigantesco sentido literario buscaban un indudable efecto peyorativo.

Pero hoy no se trata de considerar o comentar un libro filosófico de Ortega, sino un libro político, La redención de las provincias (1931). Nadie puede ignorar la rectitud meditadora que preside a los ensayos políticos de Ortega. En este terreno de la política me separan de él hondísimas discrepancias, que debo exponer con toda lealtad. Su libro contiene críticas exactas de todo ese tinglado artificioso que se llamó vieja política. El análisis de la Constitución canovista, el proceso de la descomposición interna del viejo Estado, a base de ósmosis y endósmosis curiosas entre el Poder central y el ruralismo cacique, es pulcro y preciso. Se trata del próximo pasado nacional, de la política de los últimos treinta años, que el filósofo aprehende con facilidad suma.

Ahora bien: Ortega adopta luego su índice político y se mezcla a la polémica diaria del presente. Aquí ya el timón falla, y surgen de un lado contradicciones, de otro infidelidades al espíritu de nuestra época. Se da muy bien cuenta, sí, del supremo carácter que debe informar una política de altura. Por eso es magnífica la apreciación siguiente: «Se disputa sobre formas del Estado, como tal y sin más; pero no se nos insinúa qué vamos a hacer con ese Estado, qué gran tarea histórica debemos emprender.» (pág. 40.) Y más adelante: »Una política que no contiene un proyecto de grandes realizaciones históricas queda reducida a la cuestión formal de gobernar, en el sentido menor del vocablo, a la cuestión de ejercer el Poder público.» Exacto. En estos dos párrafos está, sin embargo, escondida la fuente radical de discrepancia política que nos separa de Ortega.

Ortega y Gasset no ha conseguido desprenderse en política del viejo concepto de Estado. Se mueve en el orden de ideas roussonianas y de la Revolución francesa, según las cuales el Estado es pura y simplemente una institución al servicio de la nación, del pueblo. Un instrumento útil, algo sobrepuesto de que la nación se sirve. Ese era, en efecto, el Estado liberal burgués, vigente en el mundo durante todo el siglo XIX. Hasta la Gran guerra. Todo eso se halla hoy rotundamente superado. El Estado es más bien la base misma del pueblo, se identifica con el pueblo, y no es un mero auxiliar del pueblo para realizar sus hazañas históricas. Gracias al Estado, hoy se comprende que los pueblos consigan una acción colectiva de volumen histórico. Al idear, por tanto, una política, mejor dicho, al realizar una política, es indispensable que preceda ese período creador de un pueblo en que éste se torne un Estado, obtenga de sí mismo una orden de marcha. El Estado no es, pues, un marco externo que se le coloca a un pueblo desde fuera, sino algo que nace de él, se nutre de él y sólo en él tiene sentido. El Estado liberal burgués se fabrica en serie y los pueblos lo adoptaron en su día en forma de Constituciones, dictadas asimismo en serie. Recuérdese cómo el sociólogo y jovenlandesalista inglés Bentham escribía constituciones de encargo, según se le hacían los pedidos.

Frente a todo eso triunfa hoy en el mundo el nuevo Estado, cuyo precursor ideológico más pulcro es Hegel. El Estado es ya eso que hace posible el que un pueblo entre en la Historia y lleve a efecto grandes cosas. Pueblo y Estado son algo indisoluble, fundido, cuyo nombre es todo un designio gigantesco. No es ya un tinglado artificioso que un pueblo se pone y se quita como si se tratase de un vestido.

En el libro de Ortega, igual que en todos sus escritos de política, se advierte la filiación ideológica del viejo Estado, que le impide penetrar en los nuevos tiempos. No le basta su destreza y su gran talento. El vicio es radical y anega el resto de virtudes. Es lástima, porque si hay en España alguna mente ágil, con soltura y elegancia para hacernos la disección de los fenómenos políticos, es la de Ortega. ¡Qué estudios hubiera podido escribir sobre el férreo Estado soviético, o bien sobre la musculatura del Estado fascista!


Y hasta aquí por hoy!
 
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