EXCLUSIVA: Elia Rodriguez sufrió ACOSO en Libertad Digital

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Disclaimer: Este hilo es una recopilación con fines meramente periodísticos y de interés público de opiniones ajenas al autor del hilo, que no tienen por qué corresponderse con la opinión del autor del hilo.


Exclusiva: Elia Rodríguez sufrió acoso en Libertad Digital
14/09/2021




Luis Bru.

Fuentes de toda solvencia de Libertad Digital
contactadas por Rambla Libre informan de que la periodista Elia Rodríguez sufría acoso en Libertad Digital. Asó lo expresó en varias ocasiones, aunque nunca dijo quien era el acosador y, al final, no consta que presentara denuncia alguna. Es probable, explican las fuentes, que temiera perder su puesto de trabajo y prefiriera asumir la vergüenza que había pasado a que la echaran.


Javier Somalo. /Foto: gorkazlimela.com

La verdadera historia de Elia Rodríguez está llena de desencuentros con Javier Somalo. Entró en la radio con un programa de toros – no sé quien la recomendó – y le complementaban los emolumentos con el patrocinio del Corte inglés en el programa de Federico Jiménez Losantos. Fuentes internas de la radio explican que no la tenían muy considerada, pero hete aquí que el que llevaba el programa de fin de semana se hartó y se fue.

En EsRadio cobraban de manera injustificadamente alta Ayanta Barilli o los amiguetes de Losantos como Andrés Arconada o Antonio Amorós. Cuando se produjo el hueco en el fin de semana, decidieron taparlo con lo que tenían más a mano y pensaron en Elia. Con ella, el padre Mundina y un profesor de instituto jubilado que hablaba de animales aviaron el fin de semana.

Elia Rodríguez se quejaba a menudo, en pequeños corrillos, de que Javier Somalo no le tenía ninguna consideración y que incluso se negaba a pagarle más y a anunciarla como directora del fin de semana. Incluso llegaron a tener una discusión en que Javier Somalo le dijo que en vez de fijarse tanto en la designación que tenía lo que debía hacer era pensar más en la radio. Ni bien pagada, ni bien considerada, salvo por los oyentes.
http://ramblalibre.com/2019/04/11/losantos-cada-vez-mas-lejos-de-la-cope/
Elia Rodríguez vivía sola, y fueron sus padres, alarmados porque su hija no contestaba al teléfono, quienes se presentaron en el domicilio y descubrieron el cadáver.
 
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Nuevo ARTÍCULO con más INFORMACIÓN en Rambla Libre sobre el crimen perpetrado a una periodista de LIBERTAD DIGITAL a causa de la PROTEINA SPIKE

Cuando recibió la llamada el director general de Libertad Digital, Javier Somalo, sobrino del cardenal Somalo, sintió que le flaqueaba las piernas y el mundo se le venía abajo. Su primer instinto fue recurrente: llamar a Federico Jiménez Losantos, él sabría lo que hacer. Así nació la mentira del “accidente doméstico” de Elia Rodríguez, 38 años, en la flor de la vida, entregada a su trabajo como directora de los programas Es la Mañana de Fin de Semana y Es Toros, y la voz de El Corte Inglés en Es Radio, segoviana.

Se había derrumbado fulminada en la ducha. Se especula que iba a ducharse para bajarse la fiebre muy alta. No fue el día anterior a trabajar por tal motivo, cosa inusual en ella, ya digo, muy entregada a su trabajo. Y allí se desplomó, el 7 de septiembre de 2021, sin apariencia de ningún golpe que justificara la muerte ni que la hiciera explicable.​

 
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César Vidal no habla muy bien del terror que se vive en esa empresa:




Mi cuarta temporada en EsRadio resultó extraordinariamente difícil. De entrada, no me costó mucho comprobar el profundo pesar que ocasionó mi regreso en algunos que soñaban con sustituirme en la dirección del programa de la noche. De hecho, tiempo después me enteré de cómo habían intentado vender aquella piel de oso no cazada a los dirigentes de un cierto partido político. La envidia, la ambición y la incompetencia son tres males con los que me he cruzado muy a menudo en mi vida y volver a verlos no me causó especial impresión. Yo además regresaba para intentar que la situación mejorara. Si no era así, como en tantas ocasiones previas a lo largo de mi existencia, asumiría simplemente el principio de que no había venido para quedarme.

Me he preguntado más de una vez si, vendida la televsión, cambió algo tras mi regreso en el otoño de 2012 a EsRadio. Debo decir que lo único que se alteró fue mi visión, en general positiva, de lo que sucedía en aquella casa. No tardé en percatarme de que los cambios indispensables no se realizarían nunca y que así sería porque ese era un instrumento privilegiado de gentes demostradamente incompetentes para ejercer un dominio absoluto sobre la empresa, gente que, para colmo, ni eran miembros del consejo de administración ni eran siquiera accionistas.

En el curso de los meses siguientes, me fui enterando de las purgas que se habían realizado en la casa siempre sobre la base d criterios de servilismo y nunca de competencia; examiné uno por uno los ascensos que habían tenido lugar y que habían recaído por regla general en gente mediocre, pero dócil; supe los cables que se habían lanzado al PP prometiendo que quien me sustituiría por la noche en la dirección del preogrma sería alguien mejor mandado; se me informó de aquellos que habían buscado un trabajo oficial en el aparato del PP aunque, la verdad sea dicha, sin conseguirlo, y, por supuesto, constaté una y otra vez la censura que se ejercía en el interior de la casa sobre mi persona. Hablé por ejemplo, con alguien que había sido abroncado por tener la osadía de atreverse a escribir la recesión de un libro mío en el periódico de la empresa. Comprobé cómo mis artículos en prensa en otros medios eran sistemáticamente pasados por alto salvo cuando alguien de manera casual sustituía a la persona encargada de esa labor. Incluso pude verificar que algunos de los premios que yo recibía no eran ni siquiera mencionados. Todo esto sucedía en el seno de una empresa de cuyo consejo de administración yo formaba parte, de la que constituía uno de los pilares y a la que había ayudado de manera decisiva con la venta de la televisión. Ciertamente, no estaba mal...

—Te han puesto cerco como se lo pusieron a Javier Rubio... —me dijo un día alguien que pudo detallarme el listado, ciertamente extenso, de la gente que había terminado fuera de la empresa gracias a la acción conjunta de Dieter Brandau y Javier Somalo.

Yo, la verdad sea dicha, me resistía a creer en todo aquello. No es que no me pudiera caber en la cabeza que alguien fuera tan malo. Es que no me entraba que se pudiera ser tan petulante. Los datos —de los que hago gracia al lector— eran abundantes. Más que abundantes, diría yo que apabullantes. Con todo, estoy convencido de que las dudas quedaron totalmente disipadas cuando asistí, por primera vez, a un espectáculo que tenía lugar todos los días y que yo ignoraba.

Los lunes por la mañana, desarrollaba yo en el programa de Federico una sección titulada «Preguntas a la Historia». Solía entrar en torno a las once y media en el estudio y me marchaba sobre las doce menos diez. Así, habitualmente, antes de que llegara el mediodía, ya había salido en dirección a mi casa. Sin embargo, un día me retrasé en mi despacho algo más de lo habitual y cuando lo abandoné a las doce contemplé a Dieter Brandau y a Javier Somalo esperando a la puerta del estudio a que apareciera Federico. Apenas hubo emergido, lo flanquearon y, como si lo llevaran en volandas, lo condujeron a un despacho. Un tanto sorprendido, pregunté si había alguna reunión de la que yo no me había enterado. La respuesta fue clara y directa:

¿Reunión? No. Éste es el dúo de la pelota de las doce.
—¿Cómo? —pregunte sin acertar a comprender.
—El dúo de la pelota de las doce —respondió mi interlocutor—. El Dieter y el Somalo están aquí todos los días a las doce para hacer la pelota a Federico. Se lo llevan a un despacho, le comen la oreja y luego le dejan marcharse a su casa.

Confieso que me quedé perplejo al escuchar aquellas palabras y decidí averiguar lo que tenían de ciertas. Durante varios días, me pasé a propósito por la radio a la hora señalada. Pues bien, allí estaba el dúo... de las doce para custodiar a Federico como si fueran una pareja de la Benemérita y llevárselo a un despacho. En una ocasión, confieso que incluso me dio pena porque parecía como si se lo llevaran arrestado a un rumbo desconocido. Desde luego, si aquellos dos que no poseían una formación especial —llegaron a contarme que Somalo no era periodista sino un técnico de sonido procedente de Radio España— se habían ido apoderando de la empresa, dado el precedente de la televión, podíamos esperarnos lo peor de cara a la radio.

Durante las semanas siguientes, fui contemplando con verdadera desazón el régimen de pavor al que se encontraban sometidas las gentes de la casa. Con las excepciones que se desee, los trabajadores estaban divididos entre aterrados y sometidos e indignados que veían cómo todo se iba al garete y nadie, absolutamente nadie, acometía la tarea de evitarlo. Como si la paciencia hubiera llegado a un límite, por mi despacho y sin que yo los convocara, fueron pasando no pocas de las víctimas de aquella lamentabilísima situación relacionada directamente con el dúo... de las doce. A ellas se fueron sumando los que habían sido despedidos de la casa no porque hubieran hecho algo mal sino, simplemente, porque eran mucho mejores.

En paralelo, yo observaba con profundo pesar que, aunque se había cobrado el precio de la televión, no se habían subido los sueldos a los trabajadores, y que no se llevaba a cabo ni uno solo de los recortes indispensables.
 
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Fray Josefo está con pie fuera, veremos lo que dura:




Fray Josepho:
¿Soy un homicida con premeditación y alevosía?

Que desde un medio liberal, en el que escribo, se me llame 'homicida' y 'criminal' me ha sentado regulero, qué quieren que les diga.

Leo en Libertad Digital, periódico en el que colaboro desde hace 17 años, un artículo encabezado por el siguiente titular, entrecomillado: "Los antivacunas son criminales más peligrosos que los traficantes de drojas". Está fechado el 16-8-2021 y se trata de la sección La Prensa de un Vistazo, firmada por Pilar Díez, redactora de la casa.

El titular me pareció fuertecillo, pero al fin y al cabo estaba entrecomillado y era la revista de prensa, así que seguí leyendo, hasta que llegué a la fuente. Pilar Díez cita un artículo de ABC, firmado por Guy Sorman, del cual entrecomilla otras lindezas, aparte de las del titular, sobre los que no quieren ponerse las banderillas contra la el bichito.

Suelo leer con agrado las revistas de prensa de Pilar Díez, que no son únicamente entrecomillados de determinados artículos, sino que incluyen comentarios y apostillas cargados de gracejo y agudeza, normalmente.

¿Y cómo comenta y apostilla este? Pueden ustedes leerlo en el enlace de arriba, pero les voy a extraer lo más importante. Escribe Pilar Díez: "Guy Sorman canta las verdades del barquero a los antivacunas". Después añade: "Al fin alguien habla alto y claro". Y concluye con esta frase: "Son homicidas con premeditación y alevosía". Un homicida con premeditación y alevosía, según lo poco que entiendo de Derecho, es un asesino.

En fin, resulta que yo, aunque no soy no un antivacunas (me he puesto, y les he puesto a mis hijos, todas las del calendario vacunal), sí soy alguien que tiene poca confianza en las banderillas contra el el bichito. No voy ahora a exponer las razones, pero el caso es que no me he medicado, entre otras cosas porque no es obligatorio hacerlo, de momento. Además, porque se han hartado de decirnos las autoridades sanitarias y los medios de comunicación (también este) que las banderillas no inmunizan ni evitan el contagio, aunque sí reducen la posibilidad de padecer la enfermedad con síntomas graves. Es decir, las banderillas, según sus defensores, protegen (en cierta medida) a quien se las pone. Pero el hecho de que alguien no se vacune (sobre todo, si tiene inmunidad natural por haber pasado la enfermedad o haber estado en contacto con el bichito) no pone en peligro a los banderilleados, que ya tienen su protección.

Pero dije que no iba a entrar en pormenores. El caso es que me duele que en mi periódico se insulte y ataque de una manera feroz, injusta y, sobre todo, irracional ("homicidas con premeditación y alevosía") a quienes, como yo, hacen uso de su libertad, dentro de la ley. Puedo entender que se ironice sobre los que no queremos vacunarnos. Que se nos desacredite, con bromas o gracietas de mejor o peor gusto. Pero que desde un medio liberal, en el que escribo, se me llame homicida y criminalme ha sentado regulero, qué quieren que les diga.

Aceptaría una rectificación y unas disculpitas.
 

Felson

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Por aquí ando.
"Elia Rodríguez vivía sola, y fueron sus padres, alarmados porque su hija no contestaba al teléfono, quienes se presentaron en el domicilio y descubrieron el cadáver".
Una mujer que vive sola aparece muerta en su casa, con un golpe en la cabeza (el famoso "accidente doméstico" que dijeron Brandau y Losantos) o, cuando menos -o mayor desgracia-, sin vida y, pregunto, ¿no se hace autopsia para averiguar la causa de la muerte? Repito, es una pregunta.
 

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¿Que ocurrio realmente entre Losantos y Vidal?
Le cito lo que sigue escribiendo Vidal a continuación de la cita de arriba:

Una tarde —veníamos d negociar Federico y yo el alquiler de una emisora— Federico, ya convertido en presidente de la casa, se quedó un rato antes de que empezara mi programa para intercambiar impresiones conmigo. Me dijo que había que realizar recortes —una cantinela que yo le había escuchado y que sabía cómo terminaba— y, en un momento determinado, dijo:

—No te puedes imaginar lo que nos han costado programas como Cara B.

Confieso que tuve que contener la indignación al escuchar aquellas palabras de Federico. Cara B era un magnífico programa musical que nos costaba ochocientos euros al mes y que se cerró cuando, en lugar de hacer los recortes adecuados, se había optado por suprimir el chocolate del loro. Por el contrario, otros programas que no suponían prácticamente ingresos nos estaban costando más de cincuenta mil euros al año. O Federico estaba perdiendo la cabeza, o ignoraba la realidad o estaba convencido de que yo no sabía lo que sucedía en la casa... o las tres cosas. Pero la conversación no terminó ahí.

—Me he enterado de que estás planeando un viaje a Israel —continuó—. No puedes hacerlo.
—¿Por qué razón? —indagué.
—Pues muy sencillo, porque si yo no salgo a Soria porque perdemos dinero en la salida, no te vas a ir tú a Jerusalén.

Estuve a punto de decirle que con sus salidas perdíamos dinero porque las organizaba Somalo, que no era precisamente un prodigio de buena gestión, pero me contuve. Una vez más que enfrentaba con la regla siniestra de la casa, la que afirma que nos e puede permitir que las cosas salgan bien porque entonces se demuestra que si salen mal alguien tiene la responsabilidad. Recordé en esos momentos cómo se habían suprimido los sms de los programas por la sencilla razón de que Es la noche de César recibía más del 80 por ciento y el resto de los programas sumados menos del 20. Ahora eran los viajes los que había que impedir porque ¿cómo podía dar beneficios un viaje a Jerusalén cuando se habían generado pérdidas con uno a La Coruña?

—Voy a ir a Israel, Federico —dije—. He conseguido que el viaje y la estancia nos salgan gratis, y si el departamento de publicidad funcionara como es debido, hasta sacaríamos dinero de algunos patrocinios.
—El departamento de publicidad no lo toques —me indicó Federico con el gesto torcido—. Bueno, dejemos lo de Jerusalén, pero se acabaron los viajes.
—No —le interrumpí—. No se acabaron. Si todo sale bien, antes de que acabe la temporada tengo pensado hacer dos programas en Estambul.

Federico se revolvió incómodo en la silla y decidió cambiar de tema:

—Por cierto, tienes que despedir a tu escolta. Es un matón.
—Federico —le respondí dominándome todo lo que pude—. Mi escolta lo escogió Cirilo, tu jefe de seguridad, y no yo. Además, a diferencia de tus escoltas, lo pago yo y no esta casa. Creo que soy yo el que tiene que decidir cuándo hay que despedirlo siquiera porque soy yo el que pagaría la indemnización. Por cierto, sería de interés que se le escuchara en lo que dice a la seguridad de esta casa porque creo que tiene razón y el día menos pensado nos podemos llevar un disgusto.
—Habla con administración lo del despido —me cortó Federico—. A este tipo tienes que despedirlo.

Este tipo, como lo había llamado Federico, se llama Enrique Martín Pacheco y no tenía yo la menor intención de despedirlo por la sencilla razón de que era una persona honrada y decente que cumplía más que decorosamente con su cometido y que, por si fuera poco, pronunciaba unas advertencias sobre la seguridad de la casa que rezumaban sentido común por más que nadie quisiera escucharlas. Por añadidura, no estaba dispuesto a que me colocaran —¡pagándolo yo!— a alguien que pudiera estar al servicio del dúo... de las doce. Sin embargo, aquella exigencia injusta no constituía una novedad. Adecir verdad, desde hacía meses yo tenía que defender a mis colaboradores de las llamadas de Federico exigiendo que me deshiciera de ellos. Puedo decir con legítimo orgullo que no despedí a ninguno porque jamás he aceptado ese tipo de interferencias en mi trabajo. No lo había hecho en la COPE con Gabriel Albiac y no pensaba hacerlo en EsRadio con Roberto Centeno y otros. No solo eso. Uno de los dolores mayores que yo me vi obligado a sufrir en EsRadio fue el despido de Lorenzo Ramírez. Como no dependía de mí sino de un contrato con la casa, pude salvarlo temporada y media, pero al final lo echaron. Etoy más que convencido de que el despido de Lorenzo fue únicamente fruto de la envidia porque yo lo había señalado como mi sucesor natural y esa circunstancia no podía ser tolerada por otra gente de la casa. Junto con él, proporcionando un vivo retrato de lo que son ciertas personas, despidieron también a su novia. Por eso, apenas unos días antes del final de la cuarta temporada, invité a Lorenzo Ramírez para una entrevista en mi programa. No sólo eso. Salí a recibirlo a la entrada para darle un abrazo. En apenas unos minutos, la redacción de Libertad DIgital era presa del pánico. ¡Me había atrevido a saludar a un represaliado! Por supuesto que sí y lo había hecho, entre otras razones, porque él solo valía más que Somalo, Brandau y todos sus paniaguados juntos y sumados. De hecho, de haber permanecido en EsRadio una temporada más, lo hubiera incorporado a mi programa.

[...]

El 6 de julio, sábado, cuando estaba a punto de salir para el teatro, Federico me telefoneó. Llamaba para darme instrucciones, una conducta que no había seguido jamás hasta el último año en que era recogido a las doce por el conocido dúo. De nuevo volvió a insistirme en mi escolta y en que tenía que despedirlo. Luego comenzó a referirse a otra gente que tenía que echar de mi programa —él lo ignoraba, pero en algún caso la expulsión se iba a traducir en la pérdida de un más que sustancioso patrocinio que EsRadio necesitaba como agua de mayo— y volvió a insistirme en que no se me ocurriera entrar en cuestiones como la sección de publicidad o la gestión de la empresa. Estuve a punto de decirle que, si ése era el caso, no tenía ningún sentido que yo estuviera en el consejo de administración, y más cuando las decisiones se tomaban fuera de él y de acuerdo con lo que se le ocurría a Dieter Brandau o a Javier Somalo. Por ejemplo, cuando se había vendido la televisión y se había decidido que Federico apareciera por las mañanas en la de Intereconomía, la idea había sido de Dieter, no se nos había pedido opinión a nadie y se nos habían anunciado a posteriori los hechos consumados. Sin embargo, opté por callarme. Federico esgrimía un tono de voz que yo conocía de sobra y que indica que dará igual lo que se le diga y yo no deseaba amargarme la tarde. Concluí, pues, la conversación como pude, en parte, porque no deseaba llegar tarde al teatro y, en parte, porque sabía por experiencia propia que Federico tiene muchas cualidades, pero entre ellas no se encuentra la de escuchar lo que no le gusta oír.

Aquel fin de semana reflexioné una y otra vez en el estado de la empresa y decidí escribir una carta a Federico en la que le plantearía los pasos que, a mi juicio, resultaban indispensables para su supervivencia y para que no acabara sufriendo el dramático final de la televisión. No creo desvelar nada que no deba indicando que los puntos esenciales de la carta eran, primero, la necesidad de que determinadas personas dejaran de ocuparse de la gestión, no sólo por su contrastada incompetencia, sino también por el pésimo ambiente que habían creado en la casa; segundo, la de que se corrigiera el desastre de YouTube castigando a los culpables; tercero, la de que se suprimieran gastos que, a mi juicio, no tenían justificación alguna; cuarto, la de que se adoptaran medidas en favor de los empleados de las que una de las más importantes —no la única— era volver a subirles los salarios como él mismo me había prometido y como se podía llevar a cabo sin problemas en cuanto que se suprimieran determinados gastos, y quinto, la de que se reajustara el departamento de publicidad que, de nuevo en mi opinión, dejaba mucho que desear salvo alguna persona a la que mencionaba de manera expresa por su competencia probaada. Añadiría yo en la misiva que si Federico, como presidente de la empresa, daba esos pasos yo estaba dispuesto no sólo a respaldarlo sino incluso a buscar inversores para inyectar liquidez en la radio mediante ampliaciones de capital. De lo contrario, me vería obligado a pedirle mi salida del consejo de administración y a salir de la radio porque había ya vivido el final de algunos medios y era una experiencia triste que no pensaba sufrir de nuevo. El texto final fue dilatado —diez folios— y vino precedido por un e-mail que cursé a Alberto Recarte adelantándole únicamente los puntos principales y por una entrevista privada con Luis Herrero en la que le anuncié lo que pensaba hacer.

Recarte no me acusó recibo, pero yo mismo le había indicado en mi mensaje que podía entender que, por la relación que mantenía con Federico, no me respondiera. Creo, pues, que no actuó, al menos hasta donde yo sé, de manera incorrecta. Luis Herrero —a quien anuncié que le mencionaba como mi mejor sucesor en la dirección del programa de la noche— me manifestó sus dudas de que Federico aceptara lo que yo le decía en la carta. Acepté que era más que improbable, pero, a la vez, le dije que no veía otra salida para la radio y que, si se daban esos pasos, era más que posible que incluso yo pudiera conseguir nuevos socios que suscribieran una ampliación de capital.

—¿Y tú crees que así sería viable la radio? —me preguntó Luis.
—Luis —le respondí—. Yo creo que esta radio es más que viable y, empresarialmente hablando, puedes ser incluso un gran negocio, pero para ello es indispensable que se den los pasos que yo le indico a Federico.

Me despedí de Lus Herrero, envié la carta a Federico y me puse a esperar en resultado que yo sabía que acontecería con más probabilidad, es decir, que Federico ni siquiera me acusara recibo. Así fue, efectivamente. Todavía el viernes 12, le telefoneé intentando quemar el último cartucho para salvar la radio. Federico no cogió el teléfono ni me devolvió la llamada. Imagino que había ya tomado una decisión y que consideraba que sobraban las palabras. A las ocho de la tarde, yo anunciaba mi marcha de la radio en mi editorial.​
 

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jorobar lo peor son los que comentan. Que horror, están todos jodidamente abducidos. Que ganas de que anuncien ya la decimoquinta dosis, a ver si se mueren ya todos de una vez.
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