*Tema mítico* : Empieza calentito el NUEVO NEGOCIOS de El Pais

El_Presi

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Sin crecimiento no hay vida | Economía | EL PAÍS

Sin crecimiento no hay vida
Emilio Ontiveros 15 ABR 2012 - 00:32 CET

España puede ser el ejemplo más representativo, y quizás acabe siendo uno de los más dramáticos, de los efectos generados por las erróneas e indiscriminadas políticas impuestas por las autoridades comunitarias en la gestión de la crisis económica y financiera que sufre la eurozona. Entre otras consecuencias no menos inquietantes, el ajuste presupuestario que acaba de acordarse para aplicar en el actual ejercicio fiscal contribuirá de forma significativa a deprimir aun más el crecimiento de la economía española. Y por ello, tampoco posibilitará el alcance del objetivo de déficit público asumido. Al término de este año, la frustración de los agentes económicos puede ser una de las consecuencias más explicitas, y no precisamente la menos dañina a medio plazo. En ausencia de cambios en la orientación dominante de las políticas en la eurozona, nuestra economía será una de las que siga sufriendo en mayor medida ese escrutinio de unos mercados financieros en el que de forma cada día más evidente está primando la erosión de la confianza, no solo en la capacidad para alcanzar esos objetivos de déficit público sino, los más relevantes en el caso español, de saneamiento financiero del sector privado.

A diferencia de otras economías, el problema fundamental de la española se localiza en las abultadas deudas de las empresas, familias y, en definitiva, en el sector bancario, que mayoritariamente las alberga en sus activos. En los casi cinco años transcurridos desde el inicio de la crisis financiera en EE UU y su rápida extensión a Europa, las empresas y familias españolas apenas han reducido la magnitud de esos pasivos. De las dos vías fundamentales de aligeramiento de la deuda, las ventas de activos han sido relativamente reducidas, y la atención directa al servicio de la deuda está limitada por unas rentas decrecientes, constreñidas por el desplome de la demanda interna y el más reciente de las posibilidades de ventas al exterior. Ese insuficiente saneamiento financiero del sector privado se refleja ya en los balances bancarios.

En la economía española, no en menor medida que en el promedio de las de la eurozona, la banca tiene un protagonismo dominante en la canalización de los activos y pasivos financieros del resto de los agentes económicos. Desde luego de las familias y empresas, pero también de las administraciones públicas, como se observa en la proporción creciente que la deuda pública ha pasado a representar en los activos bancarios. Las posibilidades de neutralizar el deterioro en la calidad de esos activos dependen de la solvencia de sus prestatarios. Y la de todos ellos se ve cada día más dañada por la ausencia de crecimiento económico y una tasa de paro cada día más inquietante, no solo por su magnitud, sino por el creciente componente estructural de la misma. Y, sin crecimiento económico, no se pagan las deudas. Se pueden entregar activos a cambio, como los inmobiliarios de que se están nutriendo los balances bancarios, pero el valor de estos, con una economía en pronunciada recesión, no evolucionará de forma favorable. Tampoco la solvencia y la liquidez de las empresas bancarias, hoy constituidas en el principal de nuestros problemas.

En el particular castigo que a lo largo de las últimas dos semanas han sufrido las cotizaciones de los bonos públicos y de las acciones españolas, la inquietud por la solvencia del conjunto del sistema bancario español ha jugado un papel determinante. Constituye la más elocuente ilustración, aunque en modo alguno la única, de esa metamorfosis de la deuda privada en pública que pueden anticipar los inversores en bonos. A la alimentación de ese bucle diabólico entre la salud bancaria y la de las finanzas públicas se añade el deterioro de los ingresos públicos derivados del desplome de todas las formas de demanda, propio de una economía en recesión. Una recesión a la que contribuye de forma significativa la concentración en muy poco tiempo de extraordinarios recortes del gasto público.

El fin de ese círculo perverso no se consigue por el aumento de la confianza de los inversores, como presumían ingenuamente los defensores de la “austeridad expansiva”. La evidencia ya es suficiente, dentro y fuera de España: la austeridad mal entendida y mal dosificada no aumenta la inversión. Observamos justo lo contrario: un creciente escepticismo por sus efectos depresores sobre la actividad y la huida de flujos de capital a destinos inversores donde se garantice un mayor equilibrio entre estimulo económico y saneamiento financiero. Es decir, donde la aplicación de las políticas económicas distinga prudentemente entre lo urgente y lo importante. Y lo urgente es eludir una prolongada recesión.

Ese ha sido el objetivo prioritario en la gestión de la economía estadounidense, a pesar de unas finanzas públicas no más saneadas que las europeas. Por eso, a pesar de la desaceleración global, aquella economía crecerá este año moderadamente, aunque no menos del 2%, y su tasa de paro ha descendido hasta poco más del 8%. En la eurozona, por el contrario, la recesión es un hecho, la tasa de paro y la mortalidad empresarial no han dejado de ascender. Este contraste empírico, en mucha mayor medida que el empeño en aplicar esa pedagogía de “la letra con sangre entra”, debería contribuir a cambiar "la austeridad recesiva" por una combinación de estímulos al crecimiento y saneamiento financiero publico plurianual que, además de convencer a los mercados financieros, dañara menos las posibilidades de crecimiento potencial y bienestar en la región. También contribuiría desde luego a garantizar la viabilidad de las instituciones comunitarias, empezando por la propia moneda única, hoy amenazada.
 

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Bruselas centra en las autonomías el examen a la cuentas españolas | Economía | EL PAÍS

Bruselas centra en las autonomías el examen a la cuentas españolas
La Comisión retrasa el respaldo al Gobierno por el error en los datos de 2011
Lucía Abellán Bruselas 15 ABR 2012 - 01:10 CET

Una reforma laboral draconiana, el Presupuesto más austero de la democracia o un tijeretazo de 10.000 millones en los pilares del Estado de bienestar —educación y sanidad— representan esfuerzos inútiles si falla lo principal. Y lo principal no requiere dinero ni sacrificio de los ciudadanos, simplemente rigor: la credibilidad de las estadísticas. Más que en ningún otro aspecto del episodio español, Bruselas está empeñada en verificar si las cuentas públicas de 2012 (y por tanto la meta de déficit público) son verosímiles. Y no ofrecerá un respaldo claro al Gobierno de Mariano Rajoy hasta comprobar esa consistencia, por mucho que el temporal de los mercados arrecie.

Ese es el sentir en los pulcros despachos de las instituciones europeas, según las distintas fuentes consultadas. “Queríamos evitar la impresión de falta de credibilidad en las estadísticas españolas y que eso pudiera suponer un contagio para el resto de Europa. Hemos aprendido la lección de Grecia”, explica una fuente comunitaria. La Comisión Europea es muy consciente de que el incendio europeo desatado hace casi tres años tuvo su origen en el engaño griego: el Gobierno conservador mantuvo hasta el final una cifra de déficit público del 3,7% para 2009 y la revisión que hizo nada más llegar el Ejecutivo de Yorgos Papandreu lo disparó al 12,5% (finalmente acabó en el 15%).

Cuando España parecía haberse alejado de la ominosa y recurrente comparación con Grecia, lo ocurrido con el cambio de Gobierno recordó peligrosamente ese precedente: el equipo socialista se marchó sin reconocer abiertamente la magnitud de la desviación sobre el déficit previsto, que debía ajustarse al 6% del PIB. A su llegada, el Partido Popular, aireó la cifra del 8% y poco después, ya con datos oficiales, el desequilibrio creció hasta el 8,51%. Eso creó una situación “completamente nueva”, según la misma fuente, que convirtió en recelo la confianza inicial depositada en el Ejecutivo de Rajoy.

A la Comisión Europea nunca le gustó que España afrontara un año tan crucial como este sin un Presupuesto en la mano, pues daba la impresión de que el país se conducía sin rumbo. El presidente del Ejecutivo comunitario, José Manuel Barroso, le expresó sus reservas a Mariano Rajoy en una reunión que mantuvieron en enero en Bruselas, aunque acabó aceptando que estaba recién llegado al poder y necesitaba tiempo para enderezar la situación. El mandatario español se marchó con ese voto de confianza, que luego se vio malogrado al divulgar las estadísticas.

“Cuanto más conocemos la situación española, más confianza tenemos. Pero debemos esperar hasta que el Gobierno nos envíe el Presupuesto consolidado”, asegura Olivier Bailly, un portavoz de la Comisión Europea. Con ese concepto Bruselas se refiere a la única incógnita que falta por despejar, las cuentas de las comunidades autónomas, que el Ministerio de Economía no ha incluido en el paquete presupuestario remitido a la Comisión. Tras los problemas del año pasado —las comunidades fueron las responsables del grueso de la desviación del déficit— Bruselas se niega a hacer cualquier análisis sin esa información.

En la capital comunitaria se desconoce si se trata simplemente de un error o hay intención política en el hecho de no haberla incluido. La Comisión insiste en que otros años sí se han remitido esos datos, algo que confirma un ministro del anterior Ejecutivo socialista. Bruselas ha dado a España hasta finales de abril para proporcionar tanto los datos autonómicos como la senda de estabilidad para los próximos años y el plan nacional de reformas, elementos clave para la evaluación definitiva del país.

Mientras tanto, la marca España se tambalea en los mercados. Pero la Unión Europea rehúsa someterse a ese ritmo. Para mitigar el riesgo de contagio, se actúa preventivamente. “Intervenimos antes de que ocurran más cosas, por eso exigimos reformas”, aclara el portavoz comunitario, que cita el fondo de rescate recientemente reforzado como cortafuegos frente a una eventual epidemia europea.
 

kemao2

Será en Octubre
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EL control sobre el gasto de las CCAA debe ser total no solo por parte del Bruselas sino del estado, se deben dar datos de las cuentas mes a mes, y poder recortar gastos desde esta Troika si se considera quew no son importantes, pero las CCAA tienen mucho que recortar y son la clave para cumplir los objetivos de deficit. Y para empezar donde mas margen tienen de recorte es en gastos de personal, y mucho mas importante que reducir su numero es reducir su retribución que está muy por encima del sector privado, las CCAA están tan mal sumamente gestionadas que ni el estado quiere asumir sus competencias porque se tragaría todo tipo de pufos de los taifas, con plantillas hiperdimensionadas, sueldos disparatados, etc




Bruselas centra en las autonomías el examen a la cuentas españolas | Economía | EL PAÍS

Bruselas centra en las autonomías el examen a la cuentas españolas
La Comisión retrasa el respaldo al Gobierno por el error en los datos de 2011
Lucía Abellán Bruselas 15 ABR 2012 - 01:10 CET

Una reforma laboral draconiana, el Presupuesto más austero de la democracia o un tijeretazo de 10.000 millones en los pilares del Estado de bienestar —educación y sanidad— representan esfuerzos inútiles si falla lo principal. Y lo principal no requiere dinero ni sacrificio de los ciudadanos, simplemente rigor: la credibilidad de las estadísticas. Más que en ningún otro aspecto del episodio español, Bruselas está empeñada en verificar si las cuentas públicas de 2012 (y por tanto la meta de déficit público) son verosímiles. Y no ofrecerá un respaldo claro al Gobierno de Mariano Rajoy hasta comprobar esa consistencia, por mucho que el temporal de los mercados arrecie.

Ese es el sentir en los pulcros despachos de las instituciones europeas, según las distintas fuentes consultadas. “Queríamos evitar la impresión de falta de credibilidad en las estadísticas españolas y que eso pudiera suponer un contagio para el resto de Europa. Hemos aprendido la lección de Grecia”, explica una fuente comunitaria. La Comisión Europea es muy consciente de que el incendio europeo desatado hace casi tres años tuvo su origen en el engaño griego: el Gobierno conservador mantuvo hasta el final una cifra de déficit público del 3,7% para 2009 y la revisión que hizo nada más llegar el Ejecutivo de Yorgos Papandreu lo disparó al 12,5% (finalmente acabó en el 15%).

Cuando España parecía haberse alejado de la ominosa y recurrente comparación con Grecia, lo ocurrido con el cambio de Gobierno recordó peligrosamente ese precedente: el equipo socialista se marchó sin reconocer abiertamente la magnitud de la desviación sobre el déficit previsto, que debía ajustarse al 6% del PIB. A su llegada, el Partido Popular, aireó la cifra del 8% y poco después, ya con datos oficiales, el desequilibrio creció hasta el 8,51%. Eso creó una situación “completamente nueva”, según la misma fuente, que convirtió en recelo la confianza inicial depositada en el Ejecutivo de Rajoy.

A la Comisión Europea nunca le gustó que España afrontara un año tan crucial como este sin un Presupuesto en la mano, pues daba la impresión de que el país se conducía sin rumbo. El presidente del Ejecutivo comunitario, José Manuel Barroso, le expresó sus reservas a Mariano Rajoy en una reunión que mantuvieron en enero en Bruselas, aunque acabó aceptando que estaba recién llegado al poder y necesitaba tiempo para enderezar la situación. El mandatario español se marchó con ese voto de confianza, que luego se vio malogrado al divulgar las estadísticas.

“Cuanto más conocemos la situación española, más confianza tenemos. Pero debemos esperar hasta que el Gobierno nos envíe el Presupuesto consolidado”, asegura Olivier Bailly, un portavoz de la Comisión Europea. Con ese concepto Bruselas se refiere a la única incógnita que falta por despejar, las cuentas de las comunidades autónomas, que el Ministerio de Economía no ha incluido en el paquete presupuestario remitido a la Comisión. Tras los problemas del año pasado —las comunidades fueron las responsables del grueso de la desviación del déficit— Bruselas se niega a hacer cualquier análisis sin esa información.

En la capital comunitaria se desconoce si se trata simplemente de un error o hay intención política en el hecho de no haberla incluido. La Comisión insiste en que otros años sí se han remitido esos datos, algo que confirma un ministro del anterior Ejecutivo socialista. Bruselas ha dado a España hasta finales de abril para proporcionar tanto los datos autonómicos como la senda de estabilidad para los próximos años y el plan nacional de reformas, elementos clave para la evaluación definitiva del país.

Mientras tanto, la marca España se tambalea en los mercados. Pero la Unión Europea rehúsa someterse a ese ritmo. Para mitigar el riesgo de contagio, se actúa preventivamente. “Intervenimos antes de que ocurran más cosas, por eso exigimos reformas”, aclara el portavoz comunitario, que cita el fondo de rescate recientemente reforzado como cortafuegos frente a una eventual epidemia europea.
 

Chiquito

Madmaxista
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España, destino tercer mundo | Economía | EL PAÍS

Se han escrito muchos libros sobre la crisis, y se han quedado viejos antes incluso de que salieran a la venta. El doble error: aplicarse en un optimismo antropológico basado en la idea de que la historia siempre avanza y evaluar la actual catástrofe financiera y económica como si fuera una crisis cíclica más. Los hechos y el agravamiento de la situación están desmontando ambas falacias.

La confianza histórica en el progreso de la humanidad, con breves recesos, está instalada en la conciencia colectiva. Y se ha trasladado a la economía por inercia. Nada más lejos de la realidad. Como parte del llamado mundo desarrollado, los españoles hemos vivido entre 40 y 50 años de bienestar, una prosperidad inédita desde el comienzo de los tiempos. Ese periodo de riqueza ha sido la excepción, y no la regla como nos han hecho creer y hemos aceptado por comodidad.

La clase media como cimiento de esa bonanza es un invento reciente. No tiene ni un siglo de existencia. Y lo mismo puede decirse de la mayor parte de los sistemas de asistencia social —entre ellos, el nuestro— que han permitido la creación de esa especie a medio camino entre ricos y pobres en la que se basan las naciones modernas y desarrolladas. Pero, ¿en qué tablas de la ley está escrito que iba a durar siempre? La clase media está en peligro de extinción. Como a los dinosaurios, que antes que ella dominaron la Tierra, un meteorito la puede barrer de muchas partes del planeta donde se creía a salvo para siempre, como es el caso de España. Llámenle Gran Recesión, Gran Depresión o Gran Cataclismo. Lo de menos es el nombre, pero desde luego no se puede decir que sea una crisis más. Lo que estamos viviendo sólo en sus albores no tiene parangón histórico alguno. Ni siquiera la Gran Depresión de 1929 sirve de referencia. Desgraciadamente, de aquel marasmo se salió gracias a la Segunda Guerra Mundial. No parece previsible que un conflicto bélico vaya a salvarnos ahora. Así que nadie puede aventurar cómo escaparemos de ésta.

España está en el centro de esa vorágine de depresión económica sin salida que amenaza con destruir todos los lazos sociales que dan estabilidad a una nación y el futuro de varias generaciones.

Aunque el detonante ha sido el estallido de la burbuja inmobiliaria, la verdadera causa de que España haya caído en un pozo cuyo fondo no hemos tocado y, peor aún, no se perfile ninguna escapatoria, es que no producimos ya nada. En los últimos 30 años, hemos asistido a un escrupuloso proceso de desmontaje de toda nuestra industria (y de la agricultura) como paladines de la globalización. Algo que todos los países occidentales sufren, pero que ninguno ha celebrado como el nuestro. Todo lo que consumimos viene de mercados exóticos, de China, India, Bangladesh, Vietnam, Egipto…

Hemos creado una sociedad low cost (bajo coste), de todo a un euro, productos baratos, vuelos baratos, viajes baratos. Arropados por la fortaleza de la moneda única, y cumplido el sueño de firmar una hipoteca por encima de nuestras posibilidades, los españoles nos hemos dedicado a viajar por los rincones del mundo, a comprarnos el último smartphone, a llenar las autopistas de 4x4… Ese espejismo de nuevos ricos sin ocupación alguna se ha esfumado, y ahora nos damos cuenta de que nos estamos convirtiendo en un país low cost, con sueldos low cost, sanidad y educación low cost, que camina indefectiblemente hacia la penuria. Un país de camareros, guardias de seguridad, funcionarios y albañiles en paro, cuyas generaciones futuras ya no van a viajar sino a emigrar. Y no van a vivir peor que sus padres, como ha acuñado el eslogan. Con suerte, van a sobrevivir como sus abuelos.

Los mercenarios del optimismo, como yo les llamo porque trabajan a sueldo de los que verdaderamente mandan y han arruinado al país, les han estado contando, y aún hoy lo siguen haciendo con total impunidad, que de ésta también saldremos. Y claro que vamos a salir, pero empobrecidos hasta unos niveles que no se recuerdan desde los años 50, con varias generaciones perdidas, trabajo escaso y mal pagado, y unos jubilados que van a ver esfumarse sus cotizaciones y sólo podrán aspirar a pensiones mínimas de caridad.

Pese a los mensajes tranquilizadores de los políticos y los medios de comunicación cómplices, el sistema financiero español está quebrado, con un nivel de endeudamiento brutal, tanto público como privado. Ni la Unión Europea, ni el Fondo Monetario internacional, ni el Banco Central Europeo, ni Alemania pueden engullir una deuda de 2,4 billones de euros para salvarnos. España como país está abocada a la suspensión de pagos, y a una quita sobre la astronómica deuda que ha colocado en los mercados internacionales en forma de letras, bonos y obligaciones y que es imposible devolver. Otros países lo hicieron antes como Tailandia, Rusia o Argentina.

El problema es que ninguno de ellos estaba sometido a una moneda común como el euro. Y es que el siguiente e ineluctable paso al default es la salida del euro y la vuelta a la moneda nacional, la peseta (o como quieran denominarla). Ese proceso puede pasar a su vez necesariamente por la palabra que más aterroriza a los ciudadanos: el corralito. Tarde o temprano, el Gobierno debería decretar una restricción de los fondos que se pueden retirar de los bancos. Inmediatamente después (o al mismo tiempo), decretaría una medida aún más desastrosa para los ahorradores: el corralón. Fijaría un cambio obligatorio entre el euro y la nueva moneda nacional con una devaluación que puede alcanzar e incluso superar el 50%. Automáticamente, los fondos depositados en las entidades financieras se convertirán en pesetas. Y de un plumazo, los depositantes perderán hasta la mitad de sus ahorros.

“Somos un país low cost, con sueldos, sanidad y educación low cost”

Ya ocurrió en Argentina en 2001 que adoptó de forma suicida el dólar como moneda nacional con la misma ligereza que nosotros nos pasamos al euro. La argentinización de España es hoy una realidad. Los jóvenes preparados tienen como única salida la emigración; el resto, es carne de cañón de las villas-miseria que se están levantando a las afueras de nuestras ciudades. Los trabajadores —los que tienen un empleo y los que lo buscan— van camino de convertirse en lumpen, sin conciencia de clase, con salarios de supervivencia, predestinados a jubilaciones con pensiones asistenciales.

España está ya inmersa en un retroceso de sus condiciones de bienestar que nos va a devolver a los estándares de los llamados países en vías de desarrollo, ese eufemismo empleado para definir a las sociedades que viven en un clima de penuria general y desigualdad, en donde sólo unos pocos se benefician de los periodos de crecimiento. No es nada nuevo. Así subsisten desde siempre millones de latinoamericanos, norteafricanos o asiáticos. Y así vivíamos los españoles en los años 40 y en los 50.

Y frente a lo que pueda pensarse, vamos a sufrir ese empobrecimiento con resignación, porque, paradójicamente, ese periodo de bienestar nos ha medicado contra la revolución, nos ha desarmado para oponer resistencia frente a los poderes establecidos. Éste es un libro que pinta un futuro triste y no cree que haya escapatoria alguna. Por eso, no se lo recomiendo a optimistas o a votantes de partidos mayoritarios. Si acaso va dirigido a algún otro lector inquieto, harto de leer las mentiras patrocinadas que le han estado contando los diarios durante tantos años.
 
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España, destino tercer mundo | Economía | EL PAÍS

(...)la verdadera causa de que España haya caído en un pozo cuyo fondo no hemos tocado y, peor aún, no se perfile ninguna escapatoria, es que no producimos ya nada. En los últimos 30 años, hemos asistido a un escrupuloso proceso de desmontaje de toda nuestra industria (y de la agricultura) como paladines de la globalización.

(...)

Hemos creado una sociedad low cost (bajo coste), de todo a un euro, productos baratos, vuelos baratos, viajes baratos. Arropados por la fortaleza de la moneda única, y cumplido el sueño de firmar una hipoteca por encima de nuestras posibilidades, los españoles nos hemos dedicado a viajar por los rincones del mundo, a comprarnos el último smartphone, a llenar las autopistas de 4x4… Ese espejismo de nuevos ricos sin ocupación alguna se ha esfumado, y ahora nos damos cuenta de que nos estamos convirtiendo en un país low cost, con sueldos low cost, sanidad y educación low cost(...)
<i> «cosas veredes, amigo Sancho, que farán fablar las piedras»</i>

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bartolon

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No sé, parece que la inflación no ha traído el fin del mundo como se decía al principio del hilo