Nunca me gustaron, siempre las vi como sitios peligrosos, ya sea por la gente que allí acudía o por la seguridad de los garitos. Todo ello sin contar la riada de muertos que generaban los accidentes de tráfico en torno al mundo de la noche. Recuerdo allá en los 80, siendo un niño, a mi padre dando el parte de bajas a la hora de la comida sobre la fin de algún chaval en accidente de tráfico hijo de alguien de la fábrica. Cada dos por tres caía alguno en las noches del fin de semana.