El ‘No a la guerra’ de Vietnam, un clamor mundial. Hay que convertirlo en NO a ninguna guerra.
En los años cincuenta, el macartismo había perseguido a todo estadounidense con ideas progresistas
El mismo año que marcó el inicio oficial de la contienda, 1964, tras el incidente de Tonkín, se oyeron las primeras voces en contra, aunque hasta finales de ese año las protestas fueron escasas y procedieron de organizaciones de izquierdas minoritarias que no atrajeron apenas atención mediática ni contaron con apoyo popular. De hecho, el principal cuestionamiento sobre la idoneidad de la política norteamericana en el sudeste asiático, en aquel punto, surgió en periódicos como The Washington Post o The New York Times. (El problema que ahora tenemos es que los medios de comunicación están controlados)
Se extiende la protesta
Para 1965, las cosas eran ya muy distintas. El primer bombardeo estadounidense sobre Vietnam del Norte, el 7 de febrero, marcó un punto de inflexión. El 16 de marzo, una octogenaria judía se quemó a lo bonzo en Detroit, convirtiéndose así en la primera de ocho activistas inmolados en EE UU en protesta por la guerra. El más famoso, Norman Morrison, se quemaría frente al Pentágono el 2 de noviembre de ese mismo año.
En un principio, las manifestaciones antibélicas se limitaban a tímidas marchas en las principales ciudades. La primera de gran calibre a nivel nacional fue la de Washington –frente la Casa Blanca y el Capitolio– del 17 de abril del 65, organizada por estudiantes. Pronto California se convirtió en el gran centro contestatario del país. El 16 de octubre, cuando la revolución pacifista empezaba a asentar sus bases, casi 5 000 personas marcharon desde la Universidad de Berkeley hasta Oakland. Se quería evidenciar la lucha pacífica contra el reclutamiento obligatorio y, aunque era una marcha autorizada, no podían acercarse a la terminal del ejército donde embarcaban tropas con destino Vietnam.
La irrupción de cientos de policías abortó la protesta y la marcha se disolvió. El poeta Allen Ginsberg, que iba a la cabeza, diseñó lo que sería la gran revolución del flower power, que repartiría flores y caramelos entre los policías. Estas ‘armas estratégicas’ estuvieron presentes en la siguiente gran marcha por la paz, que protagonizaron 8 000 personas en San Francisco el 20 de noviembre.
El movimiento hippie formó parte de la resistencia. Grupos de jóvenes radicalmente opuestos a los sectores más conservadores se mostraron en contra del conflicto y ayudaron a concienciar sobre la barbarie que suponía. Bajo la consigna “Haz el amor y no la guerra”, cuestionaban el consumismo y el estilo de vida burgués, defendían el amor libre y promovían el cese de las industrias bélicas.
Flores contra fusiles
Las manifestaciones fueron creciendo hasta alcanzar su punto álgido en 1967. Ese año arrancó, el 14 de enero, con el Festival Human Be-In en San Francisco, al que acudieron miles de estudiantes; la siguiente cita importante fue en Monterey, en junio. Y también ese año tuvo lugar en el área de San Francisco ‘el verano del amor’, especialmente intenso, que reunió a más de 200 000 personas, la mayoría jóvenes dispuestos a disfrutar de una fiesta que defendiera el amor, el sesso, las drojas y la paz.
En octubre de 1967, los manifestantes trataron de ‘bombardear’ con flores el Pentágono
Al hilo de la sucesión de celebraciones contestatarias, el 21 de octubre se dieron en diferentes ciudades las mayores manifestaciones realizadas hasta entonces contra la Guerra de Vietnam. La jornada anterior, los manifestantes que empezaban a llegar a la capital, Washington DC, amenazaron con protagonizar una marcha hasta el Pentágono, y la clase dirigente se asustó. Esa noche, la sede del Departamento de Defensa se llenó de soldados y la primera dama, Lady Bird Johnson, escribió en su diario que, durante la cena en la Casa Blanca, había “un murmullo de excitación tétrica en el aire, casi como una sensación de estar sitiados”. El día 21, entre 50 000 y 150 000 personas –según las fuentes– se manifestaron frente al monumento a Lincoln y se dirigieron al Pentágono, donde la Guardia Nacional y la policía militar les bloquearon el paso.
Pese a la resistencia pasiva, hubo algunos enfrentamientos y más de 600 detenidos. Como el lanzamiento de 10 000 flores que estaba previsto no pudo realizarse, muchas de ellas acabaron en los cañones de los fusiles. Así lo recogieron fotografías tan emblemáticas como La chica con la flor, de Marc Riboud, o Flower Power, de Bernie Boston. Norman Mailer registró lo ocurrido en su novela Los ejércitos de la noche.
La bautizada como Marcha al Pentágono fue idea de algunos activistas del Youth International Party, pero estuvieron representados todos los grupos de la izquierda americana. Las protestas seguirían hasta que tuvo lugar la manifestación antibelicista más concurrida de la historia de EE UU. Fue también en Washington, en 1968, y asistió más de medio millón de personas.
Luther King remueve conciencias
Pese a todo, la acción que atrajo la atención del mundo entero fue la que protagonizó en 1967 el reverendo Martin Luther King, experto orador, líder del movimiento por los derechos civiles y ganador en 1964 del Premio Nobel de la Paz. El 25 de marzo encabezó una marcha multitudinaria en Chicago en contra de la guerra y poco después, el 4 de abril, pronunció en la iglesia neoyorquina de Riverside uno de sus discursos más polémicos: Más allá de Vietnam: el momento de romper el silencio.
Entre otras cosas, declaró que la guerra era “una blasfemia contra todo lo que Estados Unidos representa” y llamó la atención sobre el gasto que suponía, señalando que el dinero estaría mucho mejor empleado en programas de ayuda a los afroamericanos que vivían en la pobreza en lugar de desperdiciarse en “los campos de exterminio de Vietnam”. Calificó a su país como “el mayor generador de violencia del mundo” y afirmó: “Por el bien de esos muchachos, por el bien de este gobierno, por el bien de los cientos de miles que padecen nuestra violencia, no puedo permanecer en silencio”. Fue duramente criticado por sus declaraciones, tanto por los medios de comunicación hegemónicos como por destacados dirigentes del país, que le echaron en cara su intento de relacionar los derechos civiles y el movimiento contra la Guerra de Vietnam.
Pero este clamor social antibélico no iba a dejar de crecer, y desde 1968 se volvería mundial. Hubo manifestaciones en los países escandinavos, Francia, el Reino Unido, etc., por el fin de la escalada bélica y en solidaridad con las víctimas de esta (tanto vietnamitas como estadounidenses).
La rebelión de los soldados
Tan impopular era la Guerra de Vietnam, que rebelarse contra la intervención norteamericana no fue solo cosa de civiles, sino también de los soldados que luchaban en el sudeste asiático, la mayoría reclutas casi adolescentes, pertenecientes a la clase trabajadora y a minorías étnicas, que terminaron hartándose de aquel sinsentido; en el año 1971, la mayoría de soldados rasos se negaría a luchar o evitaría entrar en combate siempre que podía.
A medida que la guerra avanzaba, crecía la cifra de víctimas mortales norteamericanas, entre las cuales predominaban los de origen humilde. Un 80% de los combatientes eran de clase trabajadora, mayoritariamente de origen rural y sin apenas estudios. Hay que tener en cuenta que los universitarios podían pedir una prórroga: por eso, 16 de los 27 millones de jóvenes seleccionados para el servicio militar lograron librarse del reclutamiento de forma legal.
Puesto que el peso de la guerra lo sostuvieron las clases más desfavorecidas, el sentimiento antibélico fue mayor entre estas que en la clase media. Así lo expresa Marilyn Blatt Young en The Vietnam Wars, 1945-1990: “Desde el principio, la oposición a la guerra fue más fuerte entre los americanos más pobres y con menos formación, aquellos que iban a tener que luchar y morir”.
La rebelión no fue solo civil: muchos soldados rasos se negarían a luchar
Desertores e insumisos
El reclutamiento, considerado injusto, era un excelente caldo de cultivo para la protesta. Por eso, entre las denuncias antibelicistas destacan las que hubo contra el draft, como se conocía popularmente el servicio militar obligatorio.
En el frente, los soldados manifestaban su malestar pintando símbolos pacifistas en sus cascos y escribiendo en ellos Fuck the Army! (¡Que se aguante el ejército!). Fumaban hachís, opio, heroína...; querían huir de aquel horror como fuera. El 4 de julio de 1971 tuvo lugar una de las pocas manifestaciones públicas de los soldados en Vietnam: más de mil personas protestaron contra la guerra en la playa de Chu Lai.
Aunque siempre había habido abandonos en el ejército americano, la tasa se triplicó. En 1971, desertaron un 7% de los soldados y más del 6% de los marines, y unos 250 000 militares mandaron cartas con quejas a los congresistas. En total, se registraron más de 30 000 desertores americanos y otros 200 000 fueron declarados insumisos (draft dodgers). Muchos de los que eludieron sus obligaciones se exiliaron en Canadá y adoptaron una nueva identidad. Según Roger N. Williams, autor de The New Exiles: American War Resisters in Canada, la mayoría creía que aquella guerra estaba mal; alrededor del 30% estaban confusos, porque les habían enseñado que el ejército era una entidad noble que defendía la libertad, pero se había convertido en algo brutal, horroroso, y menos del 5% desertó por motivos personales o problemas con la justicia.
El gobierno estadounidense, a través del FBI de J. Edgar Hoover, espió, acosó e intentó desacreditar y desestabilizar a organizaciones y asociaciones contrarias a la guerra, lo que incluía perseguir a sus líderes, sus militantes más relevantes y sus simpatizantes. Se hizo mediante el programa de contrainteligencia COINTELPRO, que llevaba años luchando contra organizaciones de izquierda y que hizo especial hincapié en el movimiento pacifista. Entre los miles que sufrieron estos abusos estuvo Luther King.
Veteranos, los grandes olvidados
Un problema mayor, si cabe, fue el de los veteranos. A causa de la oposición pública al conflicto, muchos militares estadounidenses que lograron sobrevivir fueron ridiculizados al volver a casa. Aparte de las esperadas cicatrices físicas y sociales, la cicatriz psicológica que dejó en los combatientes la guerra alcanzó una dimensión desconocida hasta entonces.
Los síntomas que sufrieron fueron mucho más acentuados de lo habitual, a causa de su juventud y de las características de una guerra basada en la contrainsurgencia. Alrededor de 1,5 millones de soldados presentaron insomnio, depresión, pesadillas, ansiedad, manía persecutoria, flashbacks, ataques de ira... Hablar del ‘síndrome de Vietnam’ era habitual en los medios de comunicación. Todo esto, sumado a la etiqueta de ‘perdedores’ o, aún peor, a la de ‘asesinos de niños’, acrecentó la marginalidad y el rechazo a los ex combatientes, tanto por parte de la sociedad como del gobierno. Y en muchos casos, incomprendidos y ninguneados, respondieron con actitudes violentas. Como explica Joanna Bourke en el libro Sed de sangre. Historia íntima del combate cuerpo a cuerpo en las guerras del siglo XX, sintieron el mismo desamparo que ante el enemigo vietnamita, y eso condujo a un ascenso vertiginoso de la criminalidad. A finales de 1979, hubo unos 400 000 arrestos de veteranos. La fin de uno de los héroes de guerra más condecorados, Dwight H. Johnson, mientras cometía un atraco en una tienda de licores de Detroit evidenció la gravedad de un problema que se estaba silenciando.
Entre los veteranos, también eran habituales los suicidios. Según estimó la prensa, se contabilizaron unos 150 000 en los primeros cinco años tras el fin de la contienda, mientras que para las organizaciones de veteranos la cifra ronda los 500 000. Para calmar los síntomas posbélicos se recetaban fármacos como el Mellaril y la Clorpromazina, drojas autorizadas pero experimentales que acarrearían problemas muy serios a la hora de intentar la reinserción social.
La organización Vietnam Veterans Against the War, creada por el veterano Jan Barry en 1967, logró la visibilización del veterano marginado, mostrándolo como una víctima más de la contienda y de las políticas gubernamentales. El objetivo era intentar evitar que al volver a casa “nadie les diese la bienvenida”, como recordó el ex soldado John Smoot durante las celebraciones del 50 aniversario de la guerra, que empezaron en 2012 y terminarán en 2025. Hasta entonces, cada 29 de marzo, el Departamento de Defensa honrará a los combatientes para intentar cerrar las múltiples heridas aún abiertas.
La Guerra de Vietnam es probablemente el hecho histórico más trascendente de la segunda mitad del siglo XX estadounidense. Ningún ciudadano entendió por qué habían librado en Asia una batalla en la que no tenían nada que ver solo por el terror a la expansión del comunismo. Hoy, el conflicto se recuerda tanto por las acciones en el campo de batalla como por esta gran oposición que generó.
En los años cincuenta, el macartismo había perseguido a todo estadounidense con ideas progresistas
El mismo año que marcó el inicio oficial de la contienda, 1964, tras el incidente de Tonkín, se oyeron las primeras voces en contra, aunque hasta finales de ese año las protestas fueron escasas y procedieron de organizaciones de izquierdas minoritarias que no atrajeron apenas atención mediática ni contaron con apoyo popular. De hecho, el principal cuestionamiento sobre la idoneidad de la política norteamericana en el sudeste asiático, en aquel punto, surgió en periódicos como The Washington Post o The New York Times. (El problema que ahora tenemos es que los medios de comunicación están controlados)
Se extiende la protesta
Para 1965, las cosas eran ya muy distintas. El primer bombardeo estadounidense sobre Vietnam del Norte, el 7 de febrero, marcó un punto de inflexión. El 16 de marzo, una octogenaria judía se quemó a lo bonzo en Detroit, convirtiéndose así en la primera de ocho activistas inmolados en EE UU en protesta por la guerra. El más famoso, Norman Morrison, se quemaría frente al Pentágono el 2 de noviembre de ese mismo año.
En un principio, las manifestaciones antibélicas se limitaban a tímidas marchas en las principales ciudades. La primera de gran calibre a nivel nacional fue la de Washington –frente la Casa Blanca y el Capitolio– del 17 de abril del 65, organizada por estudiantes. Pronto California se convirtió en el gran centro contestatario del país. El 16 de octubre, cuando la revolución pacifista empezaba a asentar sus bases, casi 5 000 personas marcharon desde la Universidad de Berkeley hasta Oakland. Se quería evidenciar la lucha pacífica contra el reclutamiento obligatorio y, aunque era una marcha autorizada, no podían acercarse a la terminal del ejército donde embarcaban tropas con destino Vietnam.
La irrupción de cientos de policías abortó la protesta y la marcha se disolvió. El poeta Allen Ginsberg, que iba a la cabeza, diseñó lo que sería la gran revolución del flower power, que repartiría flores y caramelos entre los policías. Estas ‘armas estratégicas’ estuvieron presentes en la siguiente gran marcha por la paz, que protagonizaron 8 000 personas en San Francisco el 20 de noviembre.
El movimiento hippie formó parte de la resistencia. Grupos de jóvenes radicalmente opuestos a los sectores más conservadores se mostraron en contra del conflicto y ayudaron a concienciar sobre la barbarie que suponía. Bajo la consigna “Haz el amor y no la guerra”, cuestionaban el consumismo y el estilo de vida burgués, defendían el amor libre y promovían el cese de las industrias bélicas.
Flores contra fusiles
Las manifestaciones fueron creciendo hasta alcanzar su punto álgido en 1967. Ese año arrancó, el 14 de enero, con el Festival Human Be-In en San Francisco, al que acudieron miles de estudiantes; la siguiente cita importante fue en Monterey, en junio. Y también ese año tuvo lugar en el área de San Francisco ‘el verano del amor’, especialmente intenso, que reunió a más de 200 000 personas, la mayoría jóvenes dispuestos a disfrutar de una fiesta que defendiera el amor, el sesso, las drojas y la paz.
En octubre de 1967, los manifestantes trataron de ‘bombardear’ con flores el Pentágono
Al hilo de la sucesión de celebraciones contestatarias, el 21 de octubre se dieron en diferentes ciudades las mayores manifestaciones realizadas hasta entonces contra la Guerra de Vietnam. La jornada anterior, los manifestantes que empezaban a llegar a la capital, Washington DC, amenazaron con protagonizar una marcha hasta el Pentágono, y la clase dirigente se asustó. Esa noche, la sede del Departamento de Defensa se llenó de soldados y la primera dama, Lady Bird Johnson, escribió en su diario que, durante la cena en la Casa Blanca, había “un murmullo de excitación tétrica en el aire, casi como una sensación de estar sitiados”. El día 21, entre 50 000 y 150 000 personas –según las fuentes– se manifestaron frente al monumento a Lincoln y se dirigieron al Pentágono, donde la Guardia Nacional y la policía militar les bloquearon el paso.
Pese a la resistencia pasiva, hubo algunos enfrentamientos y más de 600 detenidos. Como el lanzamiento de 10 000 flores que estaba previsto no pudo realizarse, muchas de ellas acabaron en los cañones de los fusiles. Así lo recogieron fotografías tan emblemáticas como La chica con la flor, de Marc Riboud, o Flower Power, de Bernie Boston. Norman Mailer registró lo ocurrido en su novela Los ejércitos de la noche.
La bautizada como Marcha al Pentágono fue idea de algunos activistas del Youth International Party, pero estuvieron representados todos los grupos de la izquierda americana. Las protestas seguirían hasta que tuvo lugar la manifestación antibelicista más concurrida de la historia de EE UU. Fue también en Washington, en 1968, y asistió más de medio millón de personas.
Luther King remueve conciencias
Pese a todo, la acción que atrajo la atención del mundo entero fue la que protagonizó en 1967 el reverendo Martin Luther King, experto orador, líder del movimiento por los derechos civiles y ganador en 1964 del Premio Nobel de la Paz. El 25 de marzo encabezó una marcha multitudinaria en Chicago en contra de la guerra y poco después, el 4 de abril, pronunció en la iglesia neoyorquina de Riverside uno de sus discursos más polémicos: Más allá de Vietnam: el momento de romper el silencio.
Entre otras cosas, declaró que la guerra era “una blasfemia contra todo lo que Estados Unidos representa” y llamó la atención sobre el gasto que suponía, señalando que el dinero estaría mucho mejor empleado en programas de ayuda a los afroamericanos que vivían en la pobreza en lugar de desperdiciarse en “los campos de exterminio de Vietnam”. Calificó a su país como “el mayor generador de violencia del mundo” y afirmó: “Por el bien de esos muchachos, por el bien de este gobierno, por el bien de los cientos de miles que padecen nuestra violencia, no puedo permanecer en silencio”. Fue duramente criticado por sus declaraciones, tanto por los medios de comunicación hegemónicos como por destacados dirigentes del país, que le echaron en cara su intento de relacionar los derechos civiles y el movimiento contra la Guerra de Vietnam.
Pero este clamor social antibélico no iba a dejar de crecer, y desde 1968 se volvería mundial. Hubo manifestaciones en los países escandinavos, Francia, el Reino Unido, etc., por el fin de la escalada bélica y en solidaridad con las víctimas de esta (tanto vietnamitas como estadounidenses).
La rebelión de los soldados
Tan impopular era la Guerra de Vietnam, que rebelarse contra la intervención norteamericana no fue solo cosa de civiles, sino también de los soldados que luchaban en el sudeste asiático, la mayoría reclutas casi adolescentes, pertenecientes a la clase trabajadora y a minorías étnicas, que terminaron hartándose de aquel sinsentido; en el año 1971, la mayoría de soldados rasos se negaría a luchar o evitaría entrar en combate siempre que podía.
A medida que la guerra avanzaba, crecía la cifra de víctimas mortales norteamericanas, entre las cuales predominaban los de origen humilde. Un 80% de los combatientes eran de clase trabajadora, mayoritariamente de origen rural y sin apenas estudios. Hay que tener en cuenta que los universitarios podían pedir una prórroga: por eso, 16 de los 27 millones de jóvenes seleccionados para el servicio militar lograron librarse del reclutamiento de forma legal.
Puesto que el peso de la guerra lo sostuvieron las clases más desfavorecidas, el sentimiento antibélico fue mayor entre estas que en la clase media. Así lo expresa Marilyn Blatt Young en The Vietnam Wars, 1945-1990: “Desde el principio, la oposición a la guerra fue más fuerte entre los americanos más pobres y con menos formación, aquellos que iban a tener que luchar y morir”.
La rebelión no fue solo civil: muchos soldados rasos se negarían a luchar
Desertores e insumisos
El reclutamiento, considerado injusto, era un excelente caldo de cultivo para la protesta. Por eso, entre las denuncias antibelicistas destacan las que hubo contra el draft, como se conocía popularmente el servicio militar obligatorio.
En el frente, los soldados manifestaban su malestar pintando símbolos pacifistas en sus cascos y escribiendo en ellos Fuck the Army! (¡Que se aguante el ejército!). Fumaban hachís, opio, heroína...; querían huir de aquel horror como fuera. El 4 de julio de 1971 tuvo lugar una de las pocas manifestaciones públicas de los soldados en Vietnam: más de mil personas protestaron contra la guerra en la playa de Chu Lai.
Aunque siempre había habido abandonos en el ejército americano, la tasa se triplicó. En 1971, desertaron un 7% de los soldados y más del 6% de los marines, y unos 250 000 militares mandaron cartas con quejas a los congresistas. En total, se registraron más de 30 000 desertores americanos y otros 200 000 fueron declarados insumisos (draft dodgers). Muchos de los que eludieron sus obligaciones se exiliaron en Canadá y adoptaron una nueva identidad. Según Roger N. Williams, autor de The New Exiles: American War Resisters in Canada, la mayoría creía que aquella guerra estaba mal; alrededor del 30% estaban confusos, porque les habían enseñado que el ejército era una entidad noble que defendía la libertad, pero se había convertido en algo brutal, horroroso, y menos del 5% desertó por motivos personales o problemas con la justicia.
El gobierno estadounidense, a través del FBI de J. Edgar Hoover, espió, acosó e intentó desacreditar y desestabilizar a organizaciones y asociaciones contrarias a la guerra, lo que incluía perseguir a sus líderes, sus militantes más relevantes y sus simpatizantes. Se hizo mediante el programa de contrainteligencia COINTELPRO, que llevaba años luchando contra organizaciones de izquierda y que hizo especial hincapié en el movimiento pacifista. Entre los miles que sufrieron estos abusos estuvo Luther King.
Veteranos, los grandes olvidados
Un problema mayor, si cabe, fue el de los veteranos. A causa de la oposición pública al conflicto, muchos militares estadounidenses que lograron sobrevivir fueron ridiculizados al volver a casa. Aparte de las esperadas cicatrices físicas y sociales, la cicatriz psicológica que dejó en los combatientes la guerra alcanzó una dimensión desconocida hasta entonces.
Los síntomas que sufrieron fueron mucho más acentuados de lo habitual, a causa de su juventud y de las características de una guerra basada en la contrainsurgencia. Alrededor de 1,5 millones de soldados presentaron insomnio, depresión, pesadillas, ansiedad, manía persecutoria, flashbacks, ataques de ira... Hablar del ‘síndrome de Vietnam’ era habitual en los medios de comunicación. Todo esto, sumado a la etiqueta de ‘perdedores’ o, aún peor, a la de ‘asesinos de niños’, acrecentó la marginalidad y el rechazo a los ex combatientes, tanto por parte de la sociedad como del gobierno. Y en muchos casos, incomprendidos y ninguneados, respondieron con actitudes violentas. Como explica Joanna Bourke en el libro Sed de sangre. Historia íntima del combate cuerpo a cuerpo en las guerras del siglo XX, sintieron el mismo desamparo que ante el enemigo vietnamita, y eso condujo a un ascenso vertiginoso de la criminalidad. A finales de 1979, hubo unos 400 000 arrestos de veteranos. La fin de uno de los héroes de guerra más condecorados, Dwight H. Johnson, mientras cometía un atraco en una tienda de licores de Detroit evidenció la gravedad de un problema que se estaba silenciando.
Entre los veteranos, también eran habituales los suicidios. Según estimó la prensa, se contabilizaron unos 150 000 en los primeros cinco años tras el fin de la contienda, mientras que para las organizaciones de veteranos la cifra ronda los 500 000. Para calmar los síntomas posbélicos se recetaban fármacos como el Mellaril y la Clorpromazina, drojas autorizadas pero experimentales que acarrearían problemas muy serios a la hora de intentar la reinserción social.
La organización Vietnam Veterans Against the War, creada por el veterano Jan Barry en 1967, logró la visibilización del veterano marginado, mostrándolo como una víctima más de la contienda y de las políticas gubernamentales. El objetivo era intentar evitar que al volver a casa “nadie les diese la bienvenida”, como recordó el ex soldado John Smoot durante las celebraciones del 50 aniversario de la guerra, que empezaron en 2012 y terminarán en 2025. Hasta entonces, cada 29 de marzo, el Departamento de Defensa honrará a los combatientes para intentar cerrar las múltiples heridas aún abiertas.
La Guerra de Vietnam es probablemente el hecho histórico más trascendente de la segunda mitad del siglo XX estadounidense. Ningún ciudadano entendió por qué habían librado en Asia una batalla en la que no tenían nada que ver solo por el terror a la expansión del comunismo. Hoy, el conflicto se recuerda tanto por las acciones en el campo de batalla como por esta gran oposición que generó.