He visto una película española de los años 70, me parece que injustamente olvidada, que me ha hecho pasar un buen rato, dirigida por José Luis Sáenz de Heredia (Historias de la radio), y con música de Ernesto Halffter, Los gallos de la madrugada
La historia, que se va desgranando con habilidad, arranca con un hecho insólito que sacude las aguas tranquilas y las conciencias bienpensantes de un pacífico pueblecito de pescadores...
Hay varios temas en la película: la relación triangular entre padre, hijo y el personaje de Concha Velasco, que disfruta despertando los antagonismos entre los hombres; la miseria moral y humana de un pueblo que envidia y odia a la extraña; la oposición entre el ser lúcido y libre y la masa amazacotada de la gente que es víctima de sus propias pequeñeces y mezquindades...
La película debe mucho a la arrebatadora presencia física e interpretación de Concha Velasco, auténtica reina jovenlandesa que desata a su alrededor un torbellino de pasiones, de amor y de confrontación, que es capaz de hacer enloquecer al padre y al hijo, de separarlos pero también de provocar su unión y de hacerlos sentir unas profundidades humanas de otro modo insospechadas, en medio de un pueblo hostil. Es pícara, seductora y deslenguada.
El personaje de Fernando Fernán Gómez ofrece un buen contrapunto, y con él la película escala otro nivel. Ante ese personaje el de Concha Velasco cambia de registro, se vuelve dócil y muestra de pronto a la niña confiada e ingenua que en el fondo es.
La película contiene diálogos divertidos, y también cortos y certeros “ellos me caen como moscas, ellas me pican como avispas” dice en cierto momento Concha Velasco, y escenas que garantizan la sonrisa divertida. Su fin es bello y poético, y viene muy bien para estos tiempos de marasmo.
La historia, que se va desgranando con habilidad, arranca con un hecho insólito que sacude las aguas tranquilas y las conciencias bienpensantes de un pacífico pueblecito de pescadores...
Hay varios temas en la película: la relación triangular entre padre, hijo y el personaje de Concha Velasco, que disfruta despertando los antagonismos entre los hombres; la miseria moral y humana de un pueblo que envidia y odia a la extraña; la oposición entre el ser lúcido y libre y la masa amazacotada de la gente que es víctima de sus propias pequeñeces y mezquindades...
La película debe mucho a la arrebatadora presencia física e interpretación de Concha Velasco, auténtica reina jovenlandesa que desata a su alrededor un torbellino de pasiones, de amor y de confrontación, que es capaz de hacer enloquecer al padre y al hijo, de separarlos pero también de provocar su unión y de hacerlos sentir unas profundidades humanas de otro modo insospechadas, en medio de un pueblo hostil. Es pícara, seductora y deslenguada.
El personaje de Fernando Fernán Gómez ofrece un buen contrapunto, y con él la película escala otro nivel. Ante ese personaje el de Concha Velasco cambia de registro, se vuelve dócil y muestra de pronto a la niña confiada e ingenua que en el fondo es.
La película contiene diálogos divertidos, y también cortos y certeros “ellos me caen como moscas, ellas me pican como avispas” dice en cierto momento Concha Velasco, y escenas que garantizan la sonrisa divertida. Su fin es bello y poético, y viene muy bien para estos tiempos de marasmo.