cujo
Madmaxista
CUATRO y Farruquito bailan por tanguillos sobre la tumba de Benjamín Olalla
A Miguel Ángel lo mataron una fría noche de noviembre. Técnicamente, fue un accidente; pero nuestra sensación térmica era de asesinato con ensañamiento. Él volvía de cenar en Madrid una madrugada de viernes que llovía a mares, cuando, al pasar por el puente sobre la M-30 de la autovía que va a Barcelona, su moto se topó de lleno con un muro, que no era tal sino un coche parado sin luces junto a la mediana, ocupando justo el carril de adelantar de la autovía. Miguel Ángel salió disparado más de 100 metros y quedó tendido. El dueño de aquel coche, que lo había estrellado contra la mediana, vio la escena desde el arcen y cómo el motorista saltaba por los aires.
Con el pánico de haber provocado un accidente tan grave, el dueño de aquel coche se olvidó de llamar al 112 y también de acercarse a intentar auxiliar al chico de 27 años que se había empotrado contra su coche por su culpa. Sí se acordó, en cambio, de cruzar toda la autovía de nuevo y de correr hasta encontrar un taxi que lo llevase a San Fernando de Henares, su pueblo, y allí fue a una Comisaría de Policía a denunciar que le habían robado su coche 8 horas antes. A la mañana siguiente, la policía lo despertó para contarle lo que él ya sabía. Le falló que al salir corriendo perdió la cartera junto a su coche y que, encima, un testigo lo vio huir y relató lo que hizo.
Desde aquella madrugada estuvimos metidos en el Ramón y Cajal esperando un milagro, pero dos días después se fue. Han pasado 16 años y aún me recuerdo en el rellano del hospital llorando mientras hablaba con el seguro, la funeraria, etc. El tipo que provocó el accidente, y que quebró su obligación de socorrer a la víctima y mintió a la policía para ocultar su fechoría, no se acercó ni mandó nunca a nadie a pedir perdón. Entiendo que no se personase, pero es que jamás mandó una carta o pidió a su abogado o a alguien de su familia o amigos que hicieran algún gesto para reconfortar mínimamente a la familia de su víctima. Y pese a ello, el padre de Miguel Ángel -uno de esos pocos hombres excepcionales que llevan la bondad escrita a fuego en su cara- tuvo la generosidad de escribir por su cuenta una carta al sujeto diciéndole que no se preocupase y que lo perdonaba. Y encargó además a su abogado que no se ensañase y que les informase lo imprescindible sobre el proceso judicial, que sólo les aportaba dolor.
Recuerdo también cómo el hez ese bajó la mirada las veces que nos cruzamos en el juzgado y, cómo entre dientes y, a petición del juez con un “quiere decirle algo a la familia”, el filtro masculló un “eeeeehhh…sí, buenoooo, que lo sientoooo”. Yo era sólo el novio de la hermana de Miguel Ángel, por lo que apenas puedo siquiera imaginar el dolor que pudieron sentir sus padres o sus tres hermanos. Pero tengo la suerte de seguir queriendo mucho a esa familia, que ha vivido valiente con su gran pérdida y han rehecho como han podido sus corazones…y, aunque han salido adelante, se han tenido que enfrentar a una vida injusta que les habrá dolido más de lo que podamos siquiera intuir.
Por eso creo que soy capaz de ponerme en la situación de María Ángeles Madero, la viuda de Benjamín Olalla, el hombre al que mató el bailaor Farruquito yendo sin carnet y dándose a la fuga, e imaginar cómo le habrá dolido a ella que ayer Cuatro emitiese un reportaje en el que se baila por tanguillos y bulerías sobre la memoria de su marido. La cadena, comprada por TeleCirco, emitió un programa en el que durante una hora salía Juan Manuel Fernández Montoya, “Farruquito”, mezclando su alegría de vivir, sus borracheras familiares e incluso -lo más sangrante- su juerga con tres primos sin cinturón de seguridad en un coche lleno de risas en el que la astuta cuidaba a las gallinas (vamos, que el que lo conducía era Farruquito, si no te apartas, yo te quito).
Como sabéis los lectores habituales, me apasiona el flamenco; así que diré sincero que disfruté mucho con ensayos, pataítas y bailes en el escenario. El programa, Conexión Samanta, quedó muy entretenido en lo musical, pero fue da repelúsnte en todo lo demás: en el enfoque y en la hagiografía que hacía de un zascandil como el bailaor Farruquito que, por supuesto, debió de cobrar por dejar que una televisión se metiera en su vida unos días, como ya cobró 140.000 cuando fue a DEC a enriquecerse a costa de hablar sobre su crimen. No me apetece darle voz aquí, pero sí pondré algunas de las preguntas de Samanta Villar a él y su familia, para que veáis el periodismo de bragueta que hicieron:
¿Cómo te sentiste el día del accidente? ¿Te preocupa si la gente entiende o no por qué no diste la cara? ¿Fue muy difícil estar sola en la casa [durante el tiempo que su marido estuvo en la guandoca]? ¿Piensa en la familia, en el señor que murió…?
De las respuestas, me quedo con estos retazos bochornosos de sus familiares: “Ni uno tenía culpa ni el otro tampoco. Al ser famoso, le dieron mucho mucho más. La cosa fue un accidente. Son desgracias diferentes, pero ellos [la familia de Benjamín Olalla] tienen lo suyo, nosotros tenemos lo nuestro“.
Como el buen artista que es, el bailaor interpretó tres papeles durante el reportaje: la víctima que ha visto hundirse su vida de manera injusta a raíz de aquello, el gran patriarca que saca con esfuerzo a su familia adelante, y el tío encantador y sonriente que alegra la vida de cercanos y conocidos con los que se cruza en su barrio. En su papel de falsa víctima, se dolió de que le pusieron 140.000€ de indemnización y “tuve que ir a un programa del corazón, donde me pagaron eso“, porque le iban a embargar la casa. Falso, Farruquito. No tuviste: quisiste. Si querías haber tenido el respeto de alguien y mostrar tu arrepentimiento, bastaba con que jamás hubieras ido a ningún programa a cobrar por hablar del daño que hiciste a una familia. O con que hubieras dicho incluso antes del juicio que todo lo que ganases, se lo ibas a ir dando a la familia de Benjamín Olalla para compensarles. La solución era fácil, y te hubiera hecho incluso parecer un señor. Si esa hubiera sido tu reacción, al salir de la guandoca te habrías rehabilitado socialmente, y hubieras tenido incluso más rendimiento en lo comercial. Podrías volver a haber tenido una carrera ascendente e incluso convertirte en una estrella, que era el camino que llevabas.
En otro momento del repor, para dar a entender que todo va de racismo por el color de su piel, el bailaor se quejó de que el diccionario de la RAE tenga como la cuarta acepción de la palabra etniano “que estafa u obra con engaño“. Vergüenza te debería dar, Juan, usar a tu raza gitana de escudo para defenderte de tu bajeza y de tus mentiras. Me da repelús esa acepción de la palabra etniano, pero si alguien merece que lo llamen estafador y mentiroso, ese eres tú: “También me pusieron 70.000€ de multa de tráfico“. Sí, por mentiroso. Te pusieron 72.000, te lo rebajaron a la mitad cuando engañaste al tribunal diciendo que no tenías capacidad para pagarlo, y te lo volvieron a doblar a 72.000 porque el juez descubrió que le habías mentido y le ocultaste ingresos. Hasta en eso tienes poca lache y poca gitanería, porque también mentiste en el reportaje diciendo que cobras de 1.000 a 3.000€ por un bolo. Tu caché no baja de 12 ó 15.000€, aunque sí es cierto que, tras pagar a tu gente, te queda bastante menos. También engañaste a tu abogado, que te demandó en otro juzgado para reclamarte sus honorarios. En lo único que dijiste la verdad fue en que el año pasado apenas tuviste galas. Sí, tu crimen hizo que empresarios y ayuntamientos -¡aleluya!- tengan dudas morales a la hora de contratarte. Y esa será la excusa que te lleva a pensar que puedes ganar dinero a costa del homicidio que perpetraste.
En cuanto al resto del reportaje, Farruquito pasó de la pose compungida de “de ese tema no puedo ni hablar“, a no caérsele la sonrisa de la boca, divirtiéndose a rabiar con su gente, presumiendo de llevar él el coche -”los dos tenemos carnet”- y alardeando de gastarse 600€ -qué torpe eres-, en la compra del supermercado.
Sigo teniendo muchas dudas de si un delincuente debería poder o no cobrar por ir a una televisión a hablar de su delito. Pero de lo que no me cabe ninguna duda es de que Telecinco-Cuatro es una empresa da repelúsnte, que ha hecho de la inmoralidad su modelo de negocio. Pueden hablar de lo que quieran, sí, pero es de tal bajeza hacer negocio con el dolor ajeno, que espero que entre legisladores y sociedad encontremos la forma de jorobarles el invento. Yo también tengo una empresa y nunca he ganado dinero a costa de una inmoralidad. Sí, a mí la inmoralidad me resultaría menos rentable, pero precisamente porque en la televisión hay proporción directa entre inmoralidad y audiencia, debemos pensar en cómo evitarle estos tragos amargos a quienes han visto sus vidas atropelladas por delincuentes como Farruquito. Hay que buscar cómo poner fin a la bajeza moral de la televisión.
A María Ángeles Madero le mando un abrazo fuerte y solidario; a la familia de Miguel Ángel, otro mayor todavía, claro. Y a ti, Farruquito: como sé que eres de gatillo fácil, alégrame el día y denúnciame por injurias si te apetece que vuelvan a denegarte la razón en un juzgado.
A Miguel Ángel lo mataron una fría noche de noviembre. Técnicamente, fue un accidente; pero nuestra sensación térmica era de asesinato con ensañamiento. Él volvía de cenar en Madrid una madrugada de viernes que llovía a mares, cuando, al pasar por el puente sobre la M-30 de la autovía que va a Barcelona, su moto se topó de lleno con un muro, que no era tal sino un coche parado sin luces junto a la mediana, ocupando justo el carril de adelantar de la autovía. Miguel Ángel salió disparado más de 100 metros y quedó tendido. El dueño de aquel coche, que lo había estrellado contra la mediana, vio la escena desde el arcen y cómo el motorista saltaba por los aires.
Con el pánico de haber provocado un accidente tan grave, el dueño de aquel coche se olvidó de llamar al 112 y también de acercarse a intentar auxiliar al chico de 27 años que se había empotrado contra su coche por su culpa. Sí se acordó, en cambio, de cruzar toda la autovía de nuevo y de correr hasta encontrar un taxi que lo llevase a San Fernando de Henares, su pueblo, y allí fue a una Comisaría de Policía a denunciar que le habían robado su coche 8 horas antes. A la mañana siguiente, la policía lo despertó para contarle lo que él ya sabía. Le falló que al salir corriendo perdió la cartera junto a su coche y que, encima, un testigo lo vio huir y relató lo que hizo.
Desde aquella madrugada estuvimos metidos en el Ramón y Cajal esperando un milagro, pero dos días después se fue. Han pasado 16 años y aún me recuerdo en el rellano del hospital llorando mientras hablaba con el seguro, la funeraria, etc. El tipo que provocó el accidente, y que quebró su obligación de socorrer a la víctima y mintió a la policía para ocultar su fechoría, no se acercó ni mandó nunca a nadie a pedir perdón. Entiendo que no se personase, pero es que jamás mandó una carta o pidió a su abogado o a alguien de su familia o amigos que hicieran algún gesto para reconfortar mínimamente a la familia de su víctima. Y pese a ello, el padre de Miguel Ángel -uno de esos pocos hombres excepcionales que llevan la bondad escrita a fuego en su cara- tuvo la generosidad de escribir por su cuenta una carta al sujeto diciéndole que no se preocupase y que lo perdonaba. Y encargó además a su abogado que no se ensañase y que les informase lo imprescindible sobre el proceso judicial, que sólo les aportaba dolor.
Recuerdo también cómo el hez ese bajó la mirada las veces que nos cruzamos en el juzgado y, cómo entre dientes y, a petición del juez con un “quiere decirle algo a la familia”, el filtro masculló un “eeeeehhh…sí, buenoooo, que lo sientoooo”. Yo era sólo el novio de la hermana de Miguel Ángel, por lo que apenas puedo siquiera imaginar el dolor que pudieron sentir sus padres o sus tres hermanos. Pero tengo la suerte de seguir queriendo mucho a esa familia, que ha vivido valiente con su gran pérdida y han rehecho como han podido sus corazones…y, aunque han salido adelante, se han tenido que enfrentar a una vida injusta que les habrá dolido más de lo que podamos siquiera intuir.
Por eso creo que soy capaz de ponerme en la situación de María Ángeles Madero, la viuda de Benjamín Olalla, el hombre al que mató el bailaor Farruquito yendo sin carnet y dándose a la fuga, e imaginar cómo le habrá dolido a ella que ayer Cuatro emitiese un reportaje en el que se baila por tanguillos y bulerías sobre la memoria de su marido. La cadena, comprada por TeleCirco, emitió un programa en el que durante una hora salía Juan Manuel Fernández Montoya, “Farruquito”, mezclando su alegría de vivir, sus borracheras familiares e incluso -lo más sangrante- su juerga con tres primos sin cinturón de seguridad en un coche lleno de risas en el que la astuta cuidaba a las gallinas (vamos, que el que lo conducía era Farruquito, si no te apartas, yo te quito).
Como sabéis los lectores habituales, me apasiona el flamenco; así que diré sincero que disfruté mucho con ensayos, pataítas y bailes en el escenario. El programa, Conexión Samanta, quedó muy entretenido en lo musical, pero fue da repelúsnte en todo lo demás: en el enfoque y en la hagiografía que hacía de un zascandil como el bailaor Farruquito que, por supuesto, debió de cobrar por dejar que una televisión se metiera en su vida unos días, como ya cobró 140.000 cuando fue a DEC a enriquecerse a costa de hablar sobre su crimen. No me apetece darle voz aquí, pero sí pondré algunas de las preguntas de Samanta Villar a él y su familia, para que veáis el periodismo de bragueta que hicieron:
¿Cómo te sentiste el día del accidente? ¿Te preocupa si la gente entiende o no por qué no diste la cara? ¿Fue muy difícil estar sola en la casa [durante el tiempo que su marido estuvo en la guandoca]? ¿Piensa en la familia, en el señor que murió…?
De las respuestas, me quedo con estos retazos bochornosos de sus familiares: “Ni uno tenía culpa ni el otro tampoco. Al ser famoso, le dieron mucho mucho más. La cosa fue un accidente. Son desgracias diferentes, pero ellos [la familia de Benjamín Olalla] tienen lo suyo, nosotros tenemos lo nuestro“.
Como el buen artista que es, el bailaor interpretó tres papeles durante el reportaje: la víctima que ha visto hundirse su vida de manera injusta a raíz de aquello, el gran patriarca que saca con esfuerzo a su familia adelante, y el tío encantador y sonriente que alegra la vida de cercanos y conocidos con los que se cruza en su barrio. En su papel de falsa víctima, se dolió de que le pusieron 140.000€ de indemnización y “tuve que ir a un programa del corazón, donde me pagaron eso“, porque le iban a embargar la casa. Falso, Farruquito. No tuviste: quisiste. Si querías haber tenido el respeto de alguien y mostrar tu arrepentimiento, bastaba con que jamás hubieras ido a ningún programa a cobrar por hablar del daño que hiciste a una familia. O con que hubieras dicho incluso antes del juicio que todo lo que ganases, se lo ibas a ir dando a la familia de Benjamín Olalla para compensarles. La solución era fácil, y te hubiera hecho incluso parecer un señor. Si esa hubiera sido tu reacción, al salir de la guandoca te habrías rehabilitado socialmente, y hubieras tenido incluso más rendimiento en lo comercial. Podrías volver a haber tenido una carrera ascendente e incluso convertirte en una estrella, que era el camino que llevabas.
En otro momento del repor, para dar a entender que todo va de racismo por el color de su piel, el bailaor se quejó de que el diccionario de la RAE tenga como la cuarta acepción de la palabra etniano “que estafa u obra con engaño“. Vergüenza te debería dar, Juan, usar a tu raza gitana de escudo para defenderte de tu bajeza y de tus mentiras. Me da repelús esa acepción de la palabra etniano, pero si alguien merece que lo llamen estafador y mentiroso, ese eres tú: “También me pusieron 70.000€ de multa de tráfico“. Sí, por mentiroso. Te pusieron 72.000, te lo rebajaron a la mitad cuando engañaste al tribunal diciendo que no tenías capacidad para pagarlo, y te lo volvieron a doblar a 72.000 porque el juez descubrió que le habías mentido y le ocultaste ingresos. Hasta en eso tienes poca lache y poca gitanería, porque también mentiste en el reportaje diciendo que cobras de 1.000 a 3.000€ por un bolo. Tu caché no baja de 12 ó 15.000€, aunque sí es cierto que, tras pagar a tu gente, te queda bastante menos. También engañaste a tu abogado, que te demandó en otro juzgado para reclamarte sus honorarios. En lo único que dijiste la verdad fue en que el año pasado apenas tuviste galas. Sí, tu crimen hizo que empresarios y ayuntamientos -¡aleluya!- tengan dudas morales a la hora de contratarte. Y esa será la excusa que te lleva a pensar que puedes ganar dinero a costa del homicidio que perpetraste.
En cuanto al resto del reportaje, Farruquito pasó de la pose compungida de “de ese tema no puedo ni hablar“, a no caérsele la sonrisa de la boca, divirtiéndose a rabiar con su gente, presumiendo de llevar él el coche -”los dos tenemos carnet”- y alardeando de gastarse 600€ -qué torpe eres-, en la compra del supermercado.
Sigo teniendo muchas dudas de si un delincuente debería poder o no cobrar por ir a una televisión a hablar de su delito. Pero de lo que no me cabe ninguna duda es de que Telecinco-Cuatro es una empresa da repelúsnte, que ha hecho de la inmoralidad su modelo de negocio. Pueden hablar de lo que quieran, sí, pero es de tal bajeza hacer negocio con el dolor ajeno, que espero que entre legisladores y sociedad encontremos la forma de jorobarles el invento. Yo también tengo una empresa y nunca he ganado dinero a costa de una inmoralidad. Sí, a mí la inmoralidad me resultaría menos rentable, pero precisamente porque en la televisión hay proporción directa entre inmoralidad y audiencia, debemos pensar en cómo evitarle estos tragos amargos a quienes han visto sus vidas atropelladas por delincuentes como Farruquito. Hay que buscar cómo poner fin a la bajeza moral de la televisión.
A María Ángeles Madero le mando un abrazo fuerte y solidario; a la familia de Miguel Ángel, otro mayor todavía, claro. Y a ti, Farruquito: como sé que eres de gatillo fácil, alégrame el día y denúnciame por injurias si te apetece que vuelvan a denegarte la razón en un juzgado.
