Cuando Lope de Vega y Cervantes se enfrentaron a través de Toledo

Góngora, pese a su legión de imitadores e inmensa fama (Felipe III lo llegó a nombrar capellán real), murió arruinado. Ignoro si, como maledecía Quevedo, por gustarle en exceso el juego:

Yace aquí el capellán del rey de bastos;
en Córdoba nació, murió en Barajas,
y en Pinto le dieron sepultura,

Así le escribió a modo de soneto-epitafio para cuando muriera. Antes de abandonar Madrid, devorado por las deudas, vivía de alquiler en la casa de la esquina de la calle Quevedo con Lope de Vega. Quevedo, efectivamente, compró la casa, lo echó y no contento con eso entró al día siguiente quemado libros con versos de Garcilaso para expurgarla de los vapores pestilentes de la poesía de Góngora. Él mismo lo cuenta:

Y págalo Quevedo
porque compró la casa en que vivías,
molde de hacer arpías;
y me ha certificado el pobre cojo
que de tu habitación quedó de modo
la casa y barrio todo,
hediendo a Polifemos estantíos,
coturnos tenebrosos y sombríos,
y con tufo tan vil de Soledades,
que para perfumarla
y desengongorarla
de vapores tan crasos,
quemó como pastillas Garcilasos:
pues era con tu vaho el aposento
sombra del sol y tósigo del viento.

Quevedo era un bicho y un grandísimo me gusta la fruta, ciertamente; pero tenía el buen gusto de estimar a Lope, y no envidiarlo en absoluto. Fue el responsable de aprobar su último libro de rimas (las de Burguillos) y más que censura con ellas, practicó la alabanza:

Por mandado de los señores del Supremo Consejo de Castilla he visto este libro cuyo título es Rimas del Licenciado Tomé de Burguillos, escrito con donaires, sumamente entretenido sin culpar la gracia en malicia ni mancharla con el ardor de estomago de palabras viles, hazaña de que hasta agora no he visto que puedan blasonar otras sales sino estas. El estilo es no solo decente, sino raro, en que la lengua castellana presume vitorias de la latina, bien parecido al que solamente ha florecido sin espinas en los escritos de Frey Lope Félix de Vega Carpio, cuyo nombre ha sido universalmente proverbio de todo lo bueno, prerrogativa que no ha concedido la fama a otro nombre. Son burlas que de tal suerte saben ser doctas y provechosas que enseñan con el entretenimiento y entretienen con la enseñanza, y tales que he podido lograr la alabanza en ellas, no ejercitar la censura. No hay palabra que disuene a la verdad católica ni palabra que no se en-camine a alentar las buenas costumbres, méritos que granjean la licencia que se pide para que la imprenta la reparta. Así me parece. En Madrid, a 27 de agosto de 1634.
Por qué era tan hijo fruta?
 
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