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sencillaco Premium Deluxe - Desde 2009 dando por trastero
Bares y restaurantes de zonas turísticas quieren recuperar al cliente local. Pero parece demasiado tarde
En los casi 20 años que llevo viviendo en Barcelona no me he sentado jamás en una terraza de Las Ramblas ni conozco a nadie que lo haya hecho. Alguna vez ha surgido la idea de hacerlo como experimento periodístico para comprobar el nivel del timo, pero es todo tan obvio que es como demostrar que el agua moja.
En la Plaza Real, hace mucho tiempo me llevaron a ese restaurante que forma parte de un grupo que tiene más de una docena por la ciudad y que ofrece menús a precio cerrado y con ciertas ínfulas y apariencia de local. Hasta ahí mi experiencia gastronómica en dos de los epicentros del turisteo de la ciudad.
No soy un caso aislado, claro. Cuesta pensar en alguien que a la hora de elegir lugar para comer o tomar algo señale estos dos puntos. Son zonas que se entregaron hace ya mucho tiempo al turismo -en el peor sentido del término- y que simplemente se dan por perdidas para quienes viven aquí. Por supuesto, tampoco Barcelona es un caso aislado, porque el tema se repite en muchas otras ciudades turísticas.
Pero llegó el bichito y todo saltó por los aires. El primer día de reapertura de bares muchos fuimos a hacer la foto de las terrazas de Las Ramblas. Meses después siguen vacías. Y lo mismo la Plaza Real. El sábado pasado al mediodía la estampa era desoladora.
Compartí un par de fotos del lugar -con hileras de mesas vacías- en Twitter y tuvieron una repercusión considerable. Y un comentario repetido: nos han echado de allí, ahora que no pidan que volvamos.
Ese parecía el plan de algunos negocios que incluso los primeros días lanzaron ofertas de paellas y cañas a precio de derribo en plenas Ramblas. Con que no fuera un timo sería suficiente, pensó entonces la mayoría. Pero se ve que la inercia puede más que la promoción y a algunos valientes que se asomaron por allí les acabaron clavando sus 4 euros por una cerveza.
Con un verano sin apenas turistas en la ciudad, la situación no parece muy sostenible para este tipo de negocios. Muchos ni siquiera han abierto y las persianas echadas son parte ya del paisaje en esta zona. Eso y las calles inusualmente vacías.
Algo que contrasta con el ambiente animado en otros barrios, incluso los más cercanos como El Raval o Sant Antoni, donde las terrazas se han ido ampliando con más o menos disimulo y elegancia para dar cabida al público creciente.
Incluso ahora que ha habido estampida de la ciudad (el amago de Torra de confinar ayudó mucho a adelantar planes de viaje), Las Ramblas siguen marcando una frontera entre la ciudad real que más o menos sigue a su ritmo y esa otra ciudad turística que aparece prácticamente vacía. Y es que ya no es solo la hostelería, también los vecinos en barrios como el Gótico y el Born se han convertido en una especie en peligro de extinción.
Tienes que probar la paella de tal sitio, me comentaban el otro día hablando del tema. Un restaurante del Port Olímpic que confieso no haber pisado -la zona en general, no el local en cuestión- en mi vida.
Y no es una cuestión de turismofobia, que es el término que usan los que no han tenido que sufrir aumentos absurdos de sus alquileres, ver como su Boquería se convertía en un parque de atracciones o cómo negocios tradicionales cedían su espacio a tiendas de souvenirs.
Es que sencillamente muchos habitantes de Barcelona -y de otras ciudades- hemos borrado barrios y zonas enteras de nuestro particular mapa.
Y puede que nos estemos perdiendo cosas, claro. Ese estupendo arroz que prometí ir a probar, por ejemplo. Y ojalá sea esta maldita esa época en el 2020 de la que yo le hablo la excusa pare recuperar esos territorios entregados y los vecinos vuelvan a pisar barrios y calles de los que en su momento se les echó.
Ojalá. Pero la verdad es que parece complicado. En el fondo todos sabemos que cuando llegue la banderilla -pronto, esperemos- y vuelvan los cruceros, no dudarán ni un segundo en echarnos de esas terrazas que ahora nos reclaman.
En los casi 20 años que llevo viviendo en Barcelona no me he sentado jamás en una terraza de Las Ramblas ni conozco a nadie que lo haya hecho. Alguna vez ha surgido la idea de hacerlo como experimento periodístico para comprobar el nivel del timo, pero es todo tan obvio que es como demostrar que el agua moja.
En la Plaza Real, hace mucho tiempo me llevaron a ese restaurante que forma parte de un grupo que tiene más de una docena por la ciudad y que ofrece menús a precio cerrado y con ciertas ínfulas y apariencia de local. Hasta ahí mi experiencia gastronómica en dos de los epicentros del turisteo de la ciudad.
No soy un caso aislado, claro. Cuesta pensar en alguien que a la hora de elegir lugar para comer o tomar algo señale estos dos puntos. Son zonas que se entregaron hace ya mucho tiempo al turismo -en el peor sentido del término- y que simplemente se dan por perdidas para quienes viven aquí. Por supuesto, tampoco Barcelona es un caso aislado, porque el tema se repite en muchas otras ciudades turísticas.
Pero llegó el bichito y todo saltó por los aires. El primer día de reapertura de bares muchos fuimos a hacer la foto de las terrazas de Las Ramblas. Meses después siguen vacías. Y lo mismo la Plaza Real. El sábado pasado al mediodía la estampa era desoladora.
Compartí un par de fotos del lugar -con hileras de mesas vacías- en Twitter y tuvieron una repercusión considerable. Y un comentario repetido: nos han echado de allí, ahora que no pidan que volvamos.
Ese parecía el plan de algunos negocios que incluso los primeros días lanzaron ofertas de paellas y cañas a precio de derribo en plenas Ramblas. Con que no fuera un timo sería suficiente, pensó entonces la mayoría. Pero se ve que la inercia puede más que la promoción y a algunos valientes que se asomaron por allí les acabaron clavando sus 4 euros por una cerveza.
Con un verano sin apenas turistas en la ciudad, la situación no parece muy sostenible para este tipo de negocios. Muchos ni siquiera han abierto y las persianas echadas son parte ya del paisaje en esta zona. Eso y las calles inusualmente vacías.
Algo que contrasta con el ambiente animado en otros barrios, incluso los más cercanos como El Raval o Sant Antoni, donde las terrazas se han ido ampliando con más o menos disimulo y elegancia para dar cabida al público creciente.
Incluso ahora que ha habido estampida de la ciudad (el amago de Torra de confinar ayudó mucho a adelantar planes de viaje), Las Ramblas siguen marcando una frontera entre la ciudad real que más o menos sigue a su ritmo y esa otra ciudad turística que aparece prácticamente vacía. Y es que ya no es solo la hostelería, también los vecinos en barrios como el Gótico y el Born se han convertido en una especie en peligro de extinción.
Tienes que probar la paella de tal sitio, me comentaban el otro día hablando del tema. Un restaurante del Port Olímpic que confieso no haber pisado -la zona en general, no el local en cuestión- en mi vida.
Y no es una cuestión de turismofobia, que es el término que usan los que no han tenido que sufrir aumentos absurdos de sus alquileres, ver como su Boquería se convertía en un parque de atracciones o cómo negocios tradicionales cedían su espacio a tiendas de souvenirs.
Es que sencillamente muchos habitantes de Barcelona -y de otras ciudades- hemos borrado barrios y zonas enteras de nuestro particular mapa.
Y puede que nos estemos perdiendo cosas, claro. Ese estupendo arroz que prometí ir a probar, por ejemplo. Y ojalá sea esta maldita esa época en el 2020 de la que yo le hablo la excusa pare recuperar esos territorios entregados y los vecinos vuelvan a pisar barrios y calles de los que en su momento se les echó.
Ojalá. Pero la verdad es que parece complicado. En el fondo todos sabemos que cuando llegue la banderilla -pronto, esperemos- y vuelvan los cruceros, no dudarán ni un segundo en echarnos de esas terrazas que ahora nos reclaman.