Tras el fracaso noruego (Plan Stratford), la acción de Inglaterra contra los neutrales toma un nuevo rumbo a mediados de Abril de 1940. Se amenaza a Rumania con el bloqueo económico si no cesa de vender petróleo a Alemania. También se amenaza a Turquía, Hungría, Portugal, España y Yugoeslavia por comerciar con el Reich por vía terrestre. Ante el aluvión de protestas de países neutrales que llegan al "Foreign Office", Churchill declara que "Inglaterra no reconoce como neutrales los actos que, directa o indirectamente puedan favorecer a Alemania, es decir, el comercio, aunque se ajusten a las normas del Derecho Internacional". Repetimos: AUNQUE SE AJUSTEN A LAS NORMAS DEL DERECHO INTERNACIONAL. ¿En qué quedamos, pues?
¿Luchaba Inglaterra por el Derecho Internacional, como pretendían sus apólogos, o no le importaba un comino el Derecho Internacional cuando su aplicación podía favorecer a Alemania? La respuesta nos la dan los hechos y las palabras de Churchill. Inglaterra luchaba por interés, como es lógico. Ahora bien, ¿por qué interés? ¿Por el interés de Inglaterra, acaso?
Durante el período llamado por los ingleses phony war y por los franceses la drôle de guerre, ciertos políticos ingleses partidarios de la paz, intentaron aprovechar la calma absoluta en el frente germano-francés para llegar a un acuerdo de cese de hostilidades. El propio Chamberlain, naturalmente sin dar la cara y sin comprometerse, y otros conservadores incluyendo a Butler y Runciman animaban discretamente esas iniciativas. Pacientes negociaciones extraoficialmente se llevaron a cabo entre representantes de ambos gobiernos y a punto estuvieron de verse coronadas por el éxito. Los alemanes aceptaron todas las ropuestas
inglesas: limitación de las anexiones alemanas en Polonia al "Corredor", amén de la anexión de Dantzig, renunciando definitivamente a Posen, la Alta Silesia, Sudaneu y Pomerelia, y firma de un convenio germanopolaco regulando la cuestión de las minorías alemanas en Polonia. El acuerdo parecía probable; incluso los comunicados oficiales de la época suavizaron notoriamente su tono, poniendo de relieve ciertos actos de generosidad de la Wehrmacht en Polonia. Pero las negociaciones deberían fracasar porque, una vez obtenido el acuerdo de principio, los negociadores ingleses fueron informados por su gobierno de dos condiciones suplementarias -y últimas - que debían ser sometidas a los negociadores alemanes. Las dos condiciones de última hora, que malograrían el acuerdo al no aceptarlas Alemania, eran que Alemania renunciara a su autarquía económica y adoptara el Patrón-Oro, reincorporándose al sistema librecambista. Además, Alemania debía autorizar la reapertura de las logias masónicas, clausuradas por Hitler. En otro lugar mencionamos (352) que fué el Coronel J. Creagh Scott, diplomático bien conocido, quien denunció públicamente estos hechos y no fue jamás desmentido. Creagh Scott, que tomo personalmente parte en las conversaciones con los emisarios alemanes, acusó públicamente al gobierno británico, en una conferencia pronunciada en el Ayuntamiento de Chelsea, de haber provocado y prolongado la guerra únicamente para defender el Patrón-Oro y la Masonería, dos "instrumentos sionistas", según él. De manera que Inglaterra no hacía la guerra por el interés propio, toda vez que Alemania no le pedía nada más que la paz. Hacía la guerra, según alguien bien calificado para saberlo, por el Patrón-Oro e, incidentalmente, por la recalificación de una secta calificada por la misma persona de "instrumento sionista".
Churchill no se desanima por el fiasco noruego y decide reactivar las operaciones contra Alemania. Sus bombarderos no pueden, ahora, llegar al Reich atravesando el espacio aéreo danés o noruego, erizado de baterías de defensa antiaérea, de manera que los vuelos sobre Holanda y Bélgica se multiplican. Estos países que, en un principio, habían protestado por tales violaciones de su soberanía, ya no protestan. Saben que no serviría de nada; les consta que están emparedados entre dos potencias de primer rango y que hay unas leyes de dinámica política contra las que nada pueden los Convenios Internacionales, firmados en tiempos de paz. No ignoran que existe, en tiempo de guerra, una fatalidad de las zonas débiles, y que es una "desgracia" geográfica ser un pequeño país neutral de interés estratégico.
Esto es particularmente aplicable al caso de Bélgica, que Inglaterra literalmente se "inventó" tras el Congreso de Viena, cogiendo un trozo de Francia y otro de Holanda y dándole un nombre derivado de una tribu germánica que habitaba aquella región en el siglo V. Como no habían "belgas" entonces -1830- Inglaterra convenció al Príncipe Leopoldo de Saxe-Coburg, un alemán, para que aceptase el trono de la nueva nación, bajo el nombre de Leopoldo I. A Inglaterra le convenía debilitar a Francia, su rival en el Continente, y a Holanda, su adversario comercial en Ultramar; al mismo tiempo quería impedir que Prusia o Austria-Hungría, jóvenes potencias en alza, se asomaran al Canal de la Mancha (que en Inglaterra llaman English Channel, es decir, Canal Inglés). Y así nació Bélgica, por conveniencias imperiales de Inglaterra.
Era lógico que Bélgica fuera, tradicionalmente, un país anglófilo, y no por gratitud, virtud rarísima entre los humanos y prácticamente inexistentes en Política, sino por aplicación automática del viejo principio Protego ergo obligo (Te protege, luego te mando ). En cuanto a Holanda, con motivos históricos justificadísimos para no ser precisamente anglófila, albergaba, desde siglos, una poderosa Colonia Israelita, la cual, por motivos de solidadidad racial, era antialemana. En todo caso, una cosa es cierta: entre los dos beligerantes se establece una carrera para ocupar estos países.
Los franceses, con razón, temen que se repita la "Ofensiva Schlieffen" de la I Guerra Mundial y los alemanes les cojan de revés. Si ésto vuelve a ocurrir ahora, la Línea Maginot no servirá de nada. Recíprocamente, piensan los alemanes que si los anglo-franceses les atacan a través de Holanda y Bélgica -cuya neutralidad ha sido amada sin consentimiento, hasta ahora, exclusivamente por la aviación británica- de nada les servirá a ellos su Línea Sigfrido. En Bruselas y La Haya se evalúa la situación, se cree en una victoria final anglo-francesa y se decide, mientras sea posible, permanecer neutrales, pero inclinándose hacia Francia e Inglaterra. Esto es un error. La "neutralidad" con "simpatías" hacía uno de los bandos es un equilibrio que raras veces sale bien y, en todo caso, no depende exclusivamente del equilibrista. Una vez tomada su decisión, belgas y holandeses empiezan a fortificar sus fronteras con Alemania y a concentrar en las mismas el grueso de sus ejércitos; pero, en cambio, los belgas no toman medidas similares en su frontera con Francia. Se arguirá que un país está en su perfecto derecho de fortificar una de sus fronteras y desproteger la otra. Es cierto, es un derecho, pero también es derecho de la potencia ante cuyas fronteras se concentra un ejército extranjero -y sólo ante las suyas- sentirse amenazada y obrar en consecuencia.
Alemania protesta repetidas veces ante el gobierno de Bruselas por permitir que, a través del espacio aéreo belga, los aviones ingleses bombardeen Alemania. Pero aún hay más: "En el Ministerio de Defensa Belga ya se tienen estructurados los planes en los cuales se indica que carreteras deben ser reservadas para dejar el paso libre a las tropas francesas e inglesas." Los regimientos franceses ya saben, desde Abril de 1940, el itinerario que deben seguir en territorio belga. Los estados mayores de las neutrales Bélgica y Holanda se reúnen con los enviados de los estados mayores inglés y francés. Mientras la frontera alemana está prácticamente cerrada, constantemente van llegando oficiales de enlace franco-británicos a Gante, Amberes, Beerschot y Lieja (353). Esto, reconocido por Paul Reynaud, Jefe del Gobierno francés, es reconocido igualmente por Churchill (354). Según los máximos responsables políticos de los Aliados, pues, Holanda y Bélgica se habían colocado, por su propia voluntad, y automáticamente, dentro de la contienda. Alemania conocía la presencia de tropas anglofrancesas en Bélgica, y había protestado enérgicamente.
La realidad, empero, es que holandeses y belgas aceptaban algunas unidades franco- británicas en su suelo muy a regañadientes, convencidos de que aquéllo podía complicarles en la guerra; por eso muestran algunas reticencias cuando el Generalísimo Gamelin decide enviar cinco divisiones para proteger Bélgica y tres para proteger Holanda, a parte las unidades especiales que ya se encuentran allí acantonadas. He aquí, pues, la situación: los alemanes temen un ataque anglofrancés contra Renánia y Westfalia a través de Bélgica y Holanda, ataque que cogería a contrapié a las tropas alemanas concentradas tras la Línea Sigfrido, y tampoco dejan de ver que Bélgica es el pasaje ideal para atacar a Francia por el Norte y coger del revés a la Línea Maginot. Los anglosajones temen que a pesar de todas las facilidades que están recibiendo de los gobiernos belga y holandés unos y otros intenten mantenerse no beligerantes.
Para prevenir tal eventualidad se planeó la invasión de Bélgica por los anglo-franceses. Esto se haría público cuando, el 24 de Junio de 1940, los servicios especiales de la Wehrmacht se incautaron de los archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores y del Estado Mayor Conjunto Interaliado, en la Charité-sur-Loire, donde encontraron un plan detallado para la invasión de Bélgica (355).
Pero de nuevo Hitler toma la delantera a sus rivales y, el 10 de Mayo de 1940 ordenará el ataque general a lo largo de todo el frente francés, así como la invasión de Bélgica, de Holanda y del Gran Ducado de Luxemburgo, éste último por motivos puramente geopolíticos y por hallarse en el mismo centro de la ofensiva. ¡Agresión alemana! exclamarán los oráculos de la Gran Prensa Internacional, controlada por los poderes fácticos. Sí, técnicamente, es indudable, Alemania ha gredido a tres pequeños países, formalmente neutrales. De hecho, el único auténticamente neutral es Luxemburgo. También el espacio aéreo luxemburgés ha sido violado por los anglofranceses, pero una protesta luxemburgesa ante los dos primeros imperios coloniales de la Tierra suena a broma. Luxemburgo ha debido sufrir, primero, la violación de su espacio aéreo por unos; luego, la ocupación de todo su territorio (ocupación, por otra parte, incruenta) por otros.
Pero Bélgica y Holanda, empujadas sin duda por las circunstancias, han elegido un campo: el campo anglofrancés. Esto les costará la ocupación militar durante la guerra... y la pérdida de sus vastos imperios coloniales después de su ( ¿ ¡ su ! ? ) victoria.
Joaquín Bochaca, Los crímenes de los "buenos".