Lo supe desde bien joven. Corria un año ochentero random y tendría como once años.
Faltaban unos minutos para entrar al turno de tarde de la EGB en la escuela pública del lumpen, eso era mortal para un crío (así he salido), encerrarlo en colegio público a doble turno, que si viera las fotos ahora aquello se parecería a una sala de interrogatorios en Turkmenistán, o al horfanario de Futurama.
Como decía, faltaban unos minutos para que sonase aquella sirena de alarma antiaérea para entrar al colegio, ibamos con prisa pues llevabamos unas semanas construyendo un FUERTE en la orilla del rio que hacía las veces de escombrera y yonkidromo.
Para hacer una caseta en la que quepan ocho chavales de la EGB, bien alimentados con tapa negra la piara, leche en bolsa RAM, lenteja canadiense Maravilla, y bocatas de Nocilla de medio metro... hay que estar fuertes y fanegas a partes iguales.
Tienes que recoger chapas y uralita de la marca Abestos que es lam+ recia para el tejado, bobedillas, ladrillos del Bajo Imperio que andan tirados por ahí... troncos para la estructura, ramas, reglas de Alu extraviadas y todo esto, queda a tomar por trastero.
Pues esa tarde uno que no era muy normal le cogió temporamente la morisca a su padre, para cabar una zanja y tener resguardo del viento en el Fuerte. La bellota, zada, azadón o como queráis llamarle, pesa lo suyo para un crío, por lo que andábamos a turnos en la trinchera.
Derrepén, mi primo Mufasa me lo contó todo... llegará el día en el que tú y yo, inevitablemente tengamos que luchar pues así lo dijo Zaratustra. Será una lucha desigual en la que los autóctonos estaréis en clara inferioridad numérica respecto a nosotros, los foráneos
