Sextus Flavius Lascivius
Madmaxista
- Desde
- 28 Jul 2010
- Mensajes
- 9.809
- Reputación
- 36.245
O mejor dicho el inicio del golpe, Queipo después de presentarse en la jefatura de la División Orgánica 2 destituyó a su jefe, general Villa-Abrille, arrestándolo y asumiendo sus funciones y acto seguido se dirigió al cuartel de San Hermenegido, sede del Regimiento de Infantería Granada 6 y adyacente a capitanía, acompañado únicamente de su ayudante y armado con una pistola, lo que se relata a continuación constituye uno de los momentos clave de la guerra ya que tuvo consecuencias que influyeron de forma decisiva en su desarrollo posterior.
Extraído del excelente libro de Luis Romero "Tres días de Julio", lectura fundamental para el que quiera introducirse en el tema de la guerra civil, superdocumentado y con una narración de los acontecimientos magistral.
Don Gonzalo Queipo de Llano, que desde hace unos minutos es por su propia voluntad y la de los demás sublevados, general en jefe de la 2ª División Orgánica entra a pasos largos y decididos en el cuartel de San Hermenegildo, le sigue el comandante César López Guerrero.
El general Queipo de Llano. que hasta hace unos minutos era Director General de Carabineros, aventajado de estatura y de aspecto gallardo e imponente, devuelve el saludo al teniente de guardia y penetra hasta el patio del cuartel. El coronel del regimiento, don Manuel Allanegui, hace escasamente un par de horas ha estado reunido con los demás jefes de cuerpo en el despacho del general Villa-Abrille, quien les ha dado orden de permanecer acuartelados. Soldados jefes y oficiales están en el patio cuando se presenta, anunciado por el toque de corneta, el general Queipo de Llano.
El coronel Allanegui que manda éste regimiento desde hace un mes, no conoce personalmente a Queipo, pero éste le reconoce mientras se le acerca resueltamente y le estrecha la mano al tiempo que sonríe a los demás jefes y oficiales.
-Buenos días señores.
Queipo de Llano por su parte es la primera vez que ve a éste coronel que goza de cierto prestigio dentro del ejército. Al preguntarles al comandante Cuesta, que dirige en Sevilla los hilos de la conspiración. y a los demás militares que estaban en Capitanía una vez detenidos Villa-Abrille y López Viota, se ha enterado de que a Allanegui nadie la ha hablado de lo que se estaba preparando. No quedaba otra solución que obrar con celeridad. El cuartel de infantería de San Hermenegildo está situado junto a la Capitanía General, en la cual y aparte de los escasos jefes y oficiales pronunciados, no ha conseguido reunir mas efectivos que unos treinta hombres, entre ordenanzas, oficinistas y demás, a los cuales acaba de hacer armar convenientemente y ha arengado para levantar la jovenlandesal sin preocuparse de cuales puedan ser sus ideas políticas.
- Coronel, vengo a saludarle y a felicitarle por su actitud de solidaridad con nuestros compañeros de Africa en éstos momentos decisivos.
Allanegui que le estrecha fríamente la mano se pone en guardia. El nombre de Queipo de Llano es muy popular, no sólo en el Ejército, sino entre el comun de los españoles. Está considerado hombre vehemente, audaz, republicano y turbulento; entre los militares se murmura que tras la deposición de su suegro Don Niceto Alcalá Zamora de presidente de la República está indignado contra el gobierno y particularmente contra el nuevo presidente, Don Manuel Azaña, a quien detesta.
- Mande usted a formar el regimiento que vamos a proclamar el estado de guerra.
- No obedezco mas órdenes que las del general de la División.
- El general de la División soy yo.
- Me refiero al general Villa-Abrille.
Queipo de Llano cuenta sólo con el apoyo de su ayudante. Los jefes y oficiales del regimiento de infantería num. 6 parecen sorprendidos, si bien se solidarizan con su jefe. Suboficiales y soldados asisten como espectadores a esta dicusión que, aparte de incierto resultado, puede minar la disciplina que en éste momento, mas que nunca, interesa conservar intacta. Descubre una puerta abierta que corresponde a la sala de suboficiales.
-¿Le importa, coronel, que continuemos la conversación ahí dentro?.
Excepto algún teniente que se queda con la tropa los demás entran en la sala de suboficiales. Queipo de Llano se queda en el centro del grupo. Nuevamente se encara con el coronel.
- ¿De manera que usted se coloca al lado de un gobierno que arrastra a la ruina al país y que está vejando al ejército como lo hace?
- Le repito que no puedo acatar mas órdenes que las del general Villa-Abrille.
- Me obliga a quitarle a usted el mando del regimiento.
Se vuelve hacia el teniente coronel
- Desde este momento toma usted el mando del regimiento.
- Mi general, yo estoy al lado de mi coronel.
- ¿Ah si? Pues en ese caso, a ver, ¿quien es el comandante mas antiguo?.
La negativa de los jefes, que se solidarizan con el coronel Allanegui, hace la situación insostenible. Está solo y aunque la pistola que oculta en el bolsillo del pantalón,y la actitud hasta el momento pacífica de los que le rodean, no le hace desesperar, comprende que necesita algún refuerzo y que se impone cambiar de táctica. Queipo de Llano que es hombre franco y simpático, adopta un tono jovial y se dirige a su ayudante.
- César, vamos a ver, llégate a capitanía y dile al comandante Cuesta que venga; de alguna manera hemos de entendernos con éstos señores. Creo que hay que poner algunas cosas en claro.
Cuando se ausenta el ayudante, Queipo se queda solo con los jefes y oficiales del regimiento; no está seguro- y ellos también lo ignoran- si en calidad de guardián o prisionero.
Entonces se inicia una conversación amistosa. Algunos de los presentes se muestran de acuerdo con los propósitos que animan a sus compañeros de jovenlandia, pero la guarnición de Sevilla que se sublevó el 10 de Agosto de 1932 a las órdenes del general Sanjurjo, sufrió las consecuencias del fracaso y está escarmentada. Argumenta el general que se trata de un caso distinto y que en ese instante se están alzando las guarniciones de la península.
El comandante Cuesta se presenta acompañado del ayudante del general Queipo.
- Comandante Cuesta, ¿no me aseguró usted que llegado el momento el coronel Allanegui y todo el regimimiento estarían con nosotros?
- Yo me mantengo fiel al gobierno insiste el coronel.
El comandante Cuesta habla con el general, que se mantiene erguido y continúa dominando la situación, refiriendose al coronel Allanegui.
- Nosotros por su billante historial militar siempre supusimos lo contrario.
A los requerimientos del comandante Cuesta los demás jefes se reiteran en su negativa a secundarles.
Tras las gafas del capitán Fernández de Córdoba, Queipo de Llano ha observado una mirada de simpatía
- Capitán, ¿es usted capaz de ponerse al frente del regimiento?
Fernández de Córdoba se cuadra.
- Si, mi general.
- Pues haga usted tocar a escuadra.
El capitán sale al patio, en la sala de suboficiales se produce un momento de confusión. El coronel intenta salir tambien pero Queipo de Llano se interpone,
- ¿Adonde va usted?
- A hablar a la tropa.
Allanegui echa mano a la pistola. Queipo de Llano le traba fuertemente con la mano izquierda mientras saca la suya que lleva amartillada en el bolsillo del pantalón.
- ¡Se acabó! ¿Cree usted que no estoy decidido a matarle aquí mismo?
Se hallan muy cerca uno del otro; le mira rabiosamente a los ojos. Luego, sin dejar de esgrimir la pistola aunque sin apuntar a ninguno de los presentes , se aparta ligeramente y les grita con gran energía:
- ¡Todos ustedes son mis prisioneros! !Siganme!.
A pasos largos y decididos acompañado de su ayudante y el comandante Cuesta y conduciendo arrestados al coronel y varios jefes y oficiales del regimiento de Granada. Al salir del cuartel de San Hermenegildo guarda la pistola en el bolsillo.
Extraído del excelente libro de Luis Romero "Tres días de Julio", lectura fundamental para el que quiera introducirse en el tema de la guerra civil, superdocumentado y con una narración de los acontecimientos magistral.
Don Gonzalo Queipo de Llano, que desde hace unos minutos es por su propia voluntad y la de los demás sublevados, general en jefe de la 2ª División Orgánica entra a pasos largos y decididos en el cuartel de San Hermenegildo, le sigue el comandante César López Guerrero.
El general Queipo de Llano. que hasta hace unos minutos era Director General de Carabineros, aventajado de estatura y de aspecto gallardo e imponente, devuelve el saludo al teniente de guardia y penetra hasta el patio del cuartel. El coronel del regimiento, don Manuel Allanegui, hace escasamente un par de horas ha estado reunido con los demás jefes de cuerpo en el despacho del general Villa-Abrille, quien les ha dado orden de permanecer acuartelados. Soldados jefes y oficiales están en el patio cuando se presenta, anunciado por el toque de corneta, el general Queipo de Llano.
El coronel Allanegui que manda éste regimiento desde hace un mes, no conoce personalmente a Queipo, pero éste le reconoce mientras se le acerca resueltamente y le estrecha la mano al tiempo que sonríe a los demás jefes y oficiales.
-Buenos días señores.
Queipo de Llano por su parte es la primera vez que ve a éste coronel que goza de cierto prestigio dentro del ejército. Al preguntarles al comandante Cuesta, que dirige en Sevilla los hilos de la conspiración. y a los demás militares que estaban en Capitanía una vez detenidos Villa-Abrille y López Viota, se ha enterado de que a Allanegui nadie la ha hablado de lo que se estaba preparando. No quedaba otra solución que obrar con celeridad. El cuartel de infantería de San Hermenegildo está situado junto a la Capitanía General, en la cual y aparte de los escasos jefes y oficiales pronunciados, no ha conseguido reunir mas efectivos que unos treinta hombres, entre ordenanzas, oficinistas y demás, a los cuales acaba de hacer armar convenientemente y ha arengado para levantar la jovenlandesal sin preocuparse de cuales puedan ser sus ideas políticas.
- Coronel, vengo a saludarle y a felicitarle por su actitud de solidaridad con nuestros compañeros de Africa en éstos momentos decisivos.
Allanegui que le estrecha fríamente la mano se pone en guardia. El nombre de Queipo de Llano es muy popular, no sólo en el Ejército, sino entre el comun de los españoles. Está considerado hombre vehemente, audaz, republicano y turbulento; entre los militares se murmura que tras la deposición de su suegro Don Niceto Alcalá Zamora de presidente de la República está indignado contra el gobierno y particularmente contra el nuevo presidente, Don Manuel Azaña, a quien detesta.
- Mande usted a formar el regimiento que vamos a proclamar el estado de guerra.
- No obedezco mas órdenes que las del general de la División.
- El general de la División soy yo.
- Me refiero al general Villa-Abrille.
Queipo de Llano cuenta sólo con el apoyo de su ayudante. Los jefes y oficiales del regimiento de infantería num. 6 parecen sorprendidos, si bien se solidarizan con su jefe. Suboficiales y soldados asisten como espectadores a esta dicusión que, aparte de incierto resultado, puede minar la disciplina que en éste momento, mas que nunca, interesa conservar intacta. Descubre una puerta abierta que corresponde a la sala de suboficiales.
-¿Le importa, coronel, que continuemos la conversación ahí dentro?.
Excepto algún teniente que se queda con la tropa los demás entran en la sala de suboficiales. Queipo de Llano se queda en el centro del grupo. Nuevamente se encara con el coronel.
- ¿De manera que usted se coloca al lado de un gobierno que arrastra a la ruina al país y que está vejando al ejército como lo hace?
- Le repito que no puedo acatar mas órdenes que las del general Villa-Abrille.
- Me obliga a quitarle a usted el mando del regimiento.
Se vuelve hacia el teniente coronel
- Desde este momento toma usted el mando del regimiento.
- Mi general, yo estoy al lado de mi coronel.
- ¿Ah si? Pues en ese caso, a ver, ¿quien es el comandante mas antiguo?.
La negativa de los jefes, que se solidarizan con el coronel Allanegui, hace la situación insostenible. Está solo y aunque la pistola que oculta en el bolsillo del pantalón,y la actitud hasta el momento pacífica de los que le rodean, no le hace desesperar, comprende que necesita algún refuerzo y que se impone cambiar de táctica. Queipo de Llano que es hombre franco y simpático, adopta un tono jovial y se dirige a su ayudante.
- César, vamos a ver, llégate a capitanía y dile al comandante Cuesta que venga; de alguna manera hemos de entendernos con éstos señores. Creo que hay que poner algunas cosas en claro.
Cuando se ausenta el ayudante, Queipo se queda solo con los jefes y oficiales del regimiento; no está seguro- y ellos también lo ignoran- si en calidad de guardián o prisionero.
Entonces se inicia una conversación amistosa. Algunos de los presentes se muestran de acuerdo con los propósitos que animan a sus compañeros de jovenlandia, pero la guarnición de Sevilla que se sublevó el 10 de Agosto de 1932 a las órdenes del general Sanjurjo, sufrió las consecuencias del fracaso y está escarmentada. Argumenta el general que se trata de un caso distinto y que en ese instante se están alzando las guarniciones de la península.
El comandante Cuesta se presenta acompañado del ayudante del general Queipo.
- Comandante Cuesta, ¿no me aseguró usted que llegado el momento el coronel Allanegui y todo el regimimiento estarían con nosotros?
- Yo me mantengo fiel al gobierno insiste el coronel.
El comandante Cuesta habla con el general, que se mantiene erguido y continúa dominando la situación, refiriendose al coronel Allanegui.
- Nosotros por su billante historial militar siempre supusimos lo contrario.
A los requerimientos del comandante Cuesta los demás jefes se reiteran en su negativa a secundarles.
Tras las gafas del capitán Fernández de Córdoba, Queipo de Llano ha observado una mirada de simpatía
- Capitán, ¿es usted capaz de ponerse al frente del regimiento?
Fernández de Córdoba se cuadra.
- Si, mi general.
- Pues haga usted tocar a escuadra.
El capitán sale al patio, en la sala de suboficiales se produce un momento de confusión. El coronel intenta salir tambien pero Queipo de Llano se interpone,
- ¿Adonde va usted?
- A hablar a la tropa.
Allanegui echa mano a la pistola. Queipo de Llano le traba fuertemente con la mano izquierda mientras saca la suya que lleva amartillada en el bolsillo del pantalón.
- ¡Se acabó! ¿Cree usted que no estoy decidido a matarle aquí mismo?
Se hallan muy cerca uno del otro; le mira rabiosamente a los ojos. Luego, sin dejar de esgrimir la pistola aunque sin apuntar a ninguno de los presentes , se aparta ligeramente y les grita con gran energía:
- ¡Todos ustedes son mis prisioneros! !Siganme!.
A pasos largos y decididos acompañado de su ayudante y el comandante Cuesta y conduciendo arrestados al coronel y varios jefes y oficiales del regimiento de Granada. Al salir del cuartel de San Hermenegildo guarda la pistola en el bolsillo.