Samuel
Guest
La historia sigue a Heráclito: "Padre es de todas las cosas guerra; a
unos hace dioses y a otros hombres; a unos hace libres y a otros esclavos".
La idea de nación, como no podía ser menos, es hija de la guerra. Hasta
la Revolución Francesa se había utilizado, por ejemplo, por San Isidoro
y, antes aún, por Tácito, para referirse a las naciones de los godos
("nationes gothorum") o de los germanos. Lo decían en plural
("nationes") porque se referían a los linajes de parentesco de unos u otros.
Pero cuando la asamblea legislativa francesa, tras rebanar la cabeza de
Luis XVI, arrojó a Francia a una aventura militar a la que no se habría
atrevido ni Luis XIV, tuvo que hacer acopio de medios para hacer frente
a toda Europa y lograr que participase todo el pueblo en una guerra sin
precedentes.
¿En nombre de quién podía atraerlo a la nueva causa? ¿Del rey, al que
habían apiolado? ¡No, de la nación!. ¡Gran hallazgo! El rey, la monarquía,
no producía la conciencia de pertenecer a una unidad superior y el
patriotismo era una forma de adhesión unión a una persona, a un jefe de
armas respetado, pero una persona al fin y al cabo.
Pues se hizo que la nación fuera una persona, un ser superior al que
todos y cada uno de los individuos pertenece como la parte al todo. Si
era necesario, había que sacrificarse por el todo. Porque la situación
era muy distinta: puede ser obligatorio sacrificarse por el rey, que es
otra persona, pero es más obligatorio todavía sacrificarse por la
nación, que es uno mismo. Frente al primero es posible reservarse algún
derecho. Frente a la segunda no, porque es un nosotros sustancializado.
La nación española brotó de otra guerra. Antes había sido una monarquía,
no una nación. Cuando Napoleón, después de obligar a abdicar al rey,
invadió España, el pueblo, el pueblo entero, incluyendo a vascos,
catalanes, castellanos y a todos los españoles de la América Española,
se alzó en armas contra él. Entonces nació la nación española, que
después ejercería su poder constituyente en Cádiz.
No hay, pues, hasta el presente, más naciones que España, Francia,
Inglaterra, etc. Cataluña, Vascongadas, Galicia, etc., no lo son.
Tampoco lo es Europa. Europa lo será, como decía Ortega y Gasset, cuando
asome una coleta china por los Urales.
Samuel.
unos hace dioses y a otros hombres; a unos hace libres y a otros esclavos".
La idea de nación, como no podía ser menos, es hija de la guerra. Hasta
la Revolución Francesa se había utilizado, por ejemplo, por San Isidoro
y, antes aún, por Tácito, para referirse a las naciones de los godos
("nationes gothorum") o de los germanos. Lo decían en plural
("nationes") porque se referían a los linajes de parentesco de unos u otros.
Pero cuando la asamblea legislativa francesa, tras rebanar la cabeza de
Luis XVI, arrojó a Francia a una aventura militar a la que no se habría
atrevido ni Luis XIV, tuvo que hacer acopio de medios para hacer frente
a toda Europa y lograr que participase todo el pueblo en una guerra sin
precedentes.
¿En nombre de quién podía atraerlo a la nueva causa? ¿Del rey, al que
habían apiolado? ¡No, de la nación!. ¡Gran hallazgo! El rey, la monarquía,
no producía la conciencia de pertenecer a una unidad superior y el
patriotismo era una forma de adhesión unión a una persona, a un jefe de
armas respetado, pero una persona al fin y al cabo.
Pues se hizo que la nación fuera una persona, un ser superior al que
todos y cada uno de los individuos pertenece como la parte al todo. Si
era necesario, había que sacrificarse por el todo. Porque la situación
era muy distinta: puede ser obligatorio sacrificarse por el rey, que es
otra persona, pero es más obligatorio todavía sacrificarse por la
nación, que es uno mismo. Frente al primero es posible reservarse algún
derecho. Frente a la segunda no, porque es un nosotros sustancializado.
La nación española brotó de otra guerra. Antes había sido una monarquía,
no una nación. Cuando Napoleón, después de obligar a abdicar al rey,
invadió España, el pueblo, el pueblo entero, incluyendo a vascos,
catalanes, castellanos y a todos los españoles de la América Española,
se alzó en armas contra él. Entonces nació la nación española, que
después ejercería su poder constituyente en Cádiz.
No hay, pues, hasta el presente, más naciones que España, Francia,
Inglaterra, etc. Cataluña, Vascongadas, Galicia, etc., no lo son.
Tampoco lo es Europa. Europa lo será, como decía Ortega y Gasset, cuando
asome una coleta china por los Urales.
Samuel.