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Madmaxista
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Hace tres años compré una casita en el campo, para vivir, por 16 millones de pelas (mordidas notariales y registrales aparte) y con cero pesetas de ahorro. Pagaba 400 euros de hipoteca a nosecuantos años (35, creo), y con un sueldo relativamente bueno (1700 euros al mes en trece pagas). Me dí cuenta de que no quería vivir allí. Entonces vendí por 21 millones a los dos años exactos. Mi intención no era especular, sino cancelar mi deuda con el banco. Para calcular el precio de venta hice lo siguiente: simplemente sumé todos los gastos que había tenido o que iba a tener (intereses pagados, amortizaciones, impuestos, el 3% de la mordida de la inmobiliaria, etc) al montante que debía al banco para cancelar la hipoteca, y le añadí un millón de pesetas en concepto de revalorización (pues pensaba volver a comprar en otro sitio, y deduje que en el lugar donde comprara habría subido el precio de la vivienda), y todo eso daba una cifra redonda de 21 millones. Tanto la compra como la venta se realizaron de manera completamente legal, sin dinero zaino.
Recuerdo que cuando conocí a los compradores (pues la operación se había cerrado a traves de una inmobiliaria) se me cayó la cara de vergüenza pensando en que les estaba engañando 1 millón de pelas. Eran encantadores, simples trabajadores que querían vivir se su sueldo. Firmamos, les invité a comer, y nos despedimos.
Luego vino Hacienda, con la que más o menos ya había contado. Me piden el 15% del incremento patrimonial y la devolución de todas las ayudas y desgravaciones por haber vendido antes de tres años, tal y como ordena la ley. Como no soy banquero y sí honrado me dispongo a pagar mi deuda un año antes de lo que marca la ley (que da un plazo de dos, en previsión de que uno quiera volver a comprar). Hacienda me sablea 5000 euros, más o menos. Observese que hacienda me quita casi lo mismo que yo le había sacado a la casa (mi revalorización fue de 6000 euros). Finalmente, la operación resulta beneficiosa: recupero los impuestos pagados, los intereses y el capital amortizado pasan a mi bolsillo y puedo decir que he vivido gratis dos años.
Ahí me dí cuienta que por la sola compra de un inmueble, y por causa de los impuestos, se encarece un 10 por ciento, como mínimo. Y que, grosso modo, cuando el precio suba por debajo del 10% se habrá acabado a especualción a un año vista (y por debajo del 5%, a dos años vista, etc)..
Durante todo ese tiempo he seguido ahorrando. Ahora tengo unos 5 millones ahorrados, que no pienso regalarle a ningún especulador. Volví a la ciudad, donde el precio de la vivienda está sobrevalorado. Vivo en una urbe donde (según el INE) hay 12.000 pisos vacíos, y en la que el hay-untamiento planea construir 15.000 más. Un delirio. Decido alquilar. Llevo un año en un pisazo de tres habitaciones enormes para mí solito, con plaza de garaje, trastero y todos los extras, por 400 euros comunidad aparte. Un lujazo, señores. Si me hubiera comprado este mismo piso estaría pagando 600 o 700 al mes, derramas aparte (el edificio no tiene 10 años, pero ya le tienen que cambiar la reaccionarioda, el constructor está en busca y captura). Me llevó tiempo encontrarlo, pero está muy bien.
Pienso que comprarse un piso tiene, hoy en día, algunas ventajas, pero en general es un suicidio financiero y personal. Es, simplemente, el tipo del tocomocho. El último de la cola lo va a pagar muy caro. Es más que obvio que los precios no pueden subir indefinidamente, ni aún endeudando a las generaciones futuras, porque los sueldos no suben a la misma velocidad. Cualquiera se da cuenta, especuladores incluídos, que los precios que se están pagando son ficticios, salvo contadas excepciones. No puede ser que todo el mundo gane tanto, a no ser que nos dediquemos a invadir otras naciones para expoliar sus recursos naturales. Para cuando esto reviente (traumática o suavemente, generalizada o regionalmente) mucha ralea se habrá llenado los bolsillos, y mucha otra se habrá arruinado.
Hay mucha tontería en esto del mercado inmobiliario, y unas concepciónes de la vida, de la familia y la reproducción, de las relaciones de pareja y el matrimonio y de la felicidad francamente equivocadas. La sensación de seguridad generada por tener una propiedad endeudada es solamente eso, una sensación, que no mejora el desasosiego producido por la falta de tiempo libre, los matrimonios obligados por las deudas, el trabajo mal pagado, la convivencia forzosa con una pareja a la que no se quieree pero de la cual cuesta prescindir porque te está ayudando a pagar la hipoteca, etc, etc, etc. Conozco un funcionario con un buen sueldo que está pensando en buscarse un segundo empleo para pagar su hipoteca. Es el colmo. ¿Qué modelo de sociedad implica eso?
Caminando por mi ciudad, y viendo los enormes botellones que se generan los fines de semana, me pregunto cuánta de esa juventud no hace otra cosa que vivir en la calle porque no tiene casa, o porque su casa es un tugurio del cual es mejor salir pitando, o porque vive con sus padres y no los aguanta. Un país que dedica el 60% de la renta a pagar hipotecas es un país de chalados que no pueden hacer otra cosa que emborracharse compulsivamente. Las consecuencias medioambientales de la sobreconstrucción, la detracción de inversiones en sectores realmente productivos, la concentración del poder económico en pocas manos, los costes en materia de insatisfacción generados en lo que compran, la inseguridad de los que no compran, las consecuencias sobre la tasa de natalidad, la mala calidad de vida de muchas viviendas son otros elementos que permiten decir, sin mayores razonamientos económicos, que la especulación inmobiliaria es una amenaza para nuestra forma de vida. Casi todo el mundo es en cierta medida cómplice de este disparate. Si la clase media de un estado desarrollado se hace eso a sí misma, no quiero ni pensar qué le estaremos haciendo al terce mundo.
Recuerdo que cuando conocí a los compradores (pues la operación se había cerrado a traves de una inmobiliaria) se me cayó la cara de vergüenza pensando en que les estaba engañando 1 millón de pelas. Eran encantadores, simples trabajadores que querían vivir se su sueldo. Firmamos, les invité a comer, y nos despedimos.
Luego vino Hacienda, con la que más o menos ya había contado. Me piden el 15% del incremento patrimonial y la devolución de todas las ayudas y desgravaciones por haber vendido antes de tres años, tal y como ordena la ley. Como no soy banquero y sí honrado me dispongo a pagar mi deuda un año antes de lo que marca la ley (que da un plazo de dos, en previsión de que uno quiera volver a comprar). Hacienda me sablea 5000 euros, más o menos. Observese que hacienda me quita casi lo mismo que yo le había sacado a la casa (mi revalorización fue de 6000 euros). Finalmente, la operación resulta beneficiosa: recupero los impuestos pagados, los intereses y el capital amortizado pasan a mi bolsillo y puedo decir que he vivido gratis dos años.
Ahí me dí cuienta que por la sola compra de un inmueble, y por causa de los impuestos, se encarece un 10 por ciento, como mínimo. Y que, grosso modo, cuando el precio suba por debajo del 10% se habrá acabado a especualción a un año vista (y por debajo del 5%, a dos años vista, etc)..
Durante todo ese tiempo he seguido ahorrando. Ahora tengo unos 5 millones ahorrados, que no pienso regalarle a ningún especulador. Volví a la ciudad, donde el precio de la vivienda está sobrevalorado. Vivo en una urbe donde (según el INE) hay 12.000 pisos vacíos, y en la que el hay-untamiento planea construir 15.000 más. Un delirio. Decido alquilar. Llevo un año en un pisazo de tres habitaciones enormes para mí solito, con plaza de garaje, trastero y todos los extras, por 400 euros comunidad aparte. Un lujazo, señores. Si me hubiera comprado este mismo piso estaría pagando 600 o 700 al mes, derramas aparte (el edificio no tiene 10 años, pero ya le tienen que cambiar la reaccionarioda, el constructor está en busca y captura). Me llevó tiempo encontrarlo, pero está muy bien.
Pienso que comprarse un piso tiene, hoy en día, algunas ventajas, pero en general es un suicidio financiero y personal. Es, simplemente, el tipo del tocomocho. El último de la cola lo va a pagar muy caro. Es más que obvio que los precios no pueden subir indefinidamente, ni aún endeudando a las generaciones futuras, porque los sueldos no suben a la misma velocidad. Cualquiera se da cuenta, especuladores incluídos, que los precios que se están pagando son ficticios, salvo contadas excepciones. No puede ser que todo el mundo gane tanto, a no ser que nos dediquemos a invadir otras naciones para expoliar sus recursos naturales. Para cuando esto reviente (traumática o suavemente, generalizada o regionalmente) mucha ralea se habrá llenado los bolsillos, y mucha otra se habrá arruinado.
Hay mucha tontería en esto del mercado inmobiliario, y unas concepciónes de la vida, de la familia y la reproducción, de las relaciones de pareja y el matrimonio y de la felicidad francamente equivocadas. La sensación de seguridad generada por tener una propiedad endeudada es solamente eso, una sensación, que no mejora el desasosiego producido por la falta de tiempo libre, los matrimonios obligados por las deudas, el trabajo mal pagado, la convivencia forzosa con una pareja a la que no se quieree pero de la cual cuesta prescindir porque te está ayudando a pagar la hipoteca, etc, etc, etc. Conozco un funcionario con un buen sueldo que está pensando en buscarse un segundo empleo para pagar su hipoteca. Es el colmo. ¿Qué modelo de sociedad implica eso?
Caminando por mi ciudad, y viendo los enormes botellones que se generan los fines de semana, me pregunto cuánta de esa juventud no hace otra cosa que vivir en la calle porque no tiene casa, o porque su casa es un tugurio del cual es mejor salir pitando, o porque vive con sus padres y no los aguanta. Un país que dedica el 60% de la renta a pagar hipotecas es un país de chalados que no pueden hacer otra cosa que emborracharse compulsivamente. Las consecuencias medioambientales de la sobreconstrucción, la detracción de inversiones en sectores realmente productivos, la concentración del poder económico en pocas manos, los costes en materia de insatisfacción generados en lo que compran, la inseguridad de los que no compran, las consecuencias sobre la tasa de natalidad, la mala calidad de vida de muchas viviendas son otros elementos que permiten decir, sin mayores razonamientos económicos, que la especulación inmobiliaria es una amenaza para nuestra forma de vida. Casi todo el mundo es en cierta medida cómplice de este disparate. Si la clase media de un estado desarrollado se hace eso a sí misma, no quiero ni pensar qué le estaremos haciendo al terce mundo.