El Moscardon
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ARTÍCULO // MEMORIA Y VIDA
UNA CENA DE VERANO
JUAN-JOSÉ López Burniol
Notario
Se ha observado el rito un año más. He cenado con un viejo colega que
trabajó muchos años en un pueblo de la costa y, al jubilarse, se retiró a su
Castilla natal. Regresa a Catalunya cada verano para pasar un par de meses
en su vieja casa, hoy un tanto desvencijada y vacía, ubicada en un lugar
antaño bellísimo y hoy a punto de sucumbir ante una suburbialización
rampante.
Viandas frugales e impecables, también como siempre: un lenguado con algo de
ensalada y una botella de tinto excelente. Jamás bebe blanco. "Aún me
gusta", dice riendo, mientras conduce la conversación por donde quiere. De
pronto, agotadas las obligadas maledicencias corporativas y pasada detallada
revista a los temas por los que compartimos interés --política española,
libros de historia, el País Vasco-- se pone un tanto serio y me dice: "Sabes
que desarrollé buena parte de mi vida profesional en Catalunya y que, pese a
sentirme siempre de paso, llegué a conocer bastante bien y admirar mucho a
este país. Hoy me tiene desconcertado. Está dilapidando a manos llenas el
capital de credibilidad que tenía y el prestigio de que gozaba, hecho de
seriedad y eficacia. Y, dado que la tierra y la gente son las mismas, hay
que concluir que quizá Catalunya padezca una grave crisis de su clase
dirigente. El mismo vodevil en que ha poco equilibrado la negociación estatutaria
lo demostraría".
Le respondo que en todas partes cuecen habas, tanto en Madrid como en
Europa; que sólo hay que leer las crónicas de la Carrera de San Jerónimo
para que se te caiga la cara de vergüenza. Insiste: "Te admito una crisis
generalizada de liderazgo, pero todo tiene un límite: el que impone el
sentido del ridículo. Más de uno, en Catalunya, comienza ya a sobrepasarlo".
Lo dejamos así.
http://www.elperiodico.com/default.asp?idpublicacio_PK= 5
&idioma=CAS&idnoticia_PK=233262 &idseccio_PK=5&h=050807
UNA CENA DE VERANO
JUAN-JOSÉ López Burniol
Notario
Se ha observado el rito un año más. He cenado con un viejo colega que
trabajó muchos años en un pueblo de la costa y, al jubilarse, se retiró a su
Castilla natal. Regresa a Catalunya cada verano para pasar un par de meses
en su vieja casa, hoy un tanto desvencijada y vacía, ubicada en un lugar
antaño bellísimo y hoy a punto de sucumbir ante una suburbialización
rampante.
Viandas frugales e impecables, también como siempre: un lenguado con algo de
ensalada y una botella de tinto excelente. Jamás bebe blanco. "Aún me
gusta", dice riendo, mientras conduce la conversación por donde quiere. De
pronto, agotadas las obligadas maledicencias corporativas y pasada detallada
revista a los temas por los que compartimos interés --política española,
libros de historia, el País Vasco-- se pone un tanto serio y me dice: "Sabes
que desarrollé buena parte de mi vida profesional en Catalunya y que, pese a
sentirme siempre de paso, llegué a conocer bastante bien y admirar mucho a
este país. Hoy me tiene desconcertado. Está dilapidando a manos llenas el
capital de credibilidad que tenía y el prestigio de que gozaba, hecho de
seriedad y eficacia. Y, dado que la tierra y la gente son las mismas, hay
que concluir que quizá Catalunya padezca una grave crisis de su clase
dirigente. El mismo vodevil en que ha poco equilibrado la negociación estatutaria
lo demostraría".
Le respondo que en todas partes cuecen habas, tanto en Madrid como en
Europa; que sólo hay que leer las crónicas de la Carrera de San Jerónimo
para que se te caiga la cara de vergüenza. Insiste: "Te admito una crisis
generalizada de liderazgo, pero todo tiene un límite: el que impone el
sentido del ridículo. Más de uno, en Catalunya, comienza ya a sobrepasarlo".
Lo dejamos así.
http://www.elperiodico.com/default.asp?idpublicacio_PK= 5
&idioma=CAS&idnoticia_PK=233262 &idseccio_PK=5&h=050807