Bolita
Madmaxista
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http://www.abc.es/20061022/sociedad-sociedad/pobreza-tambien-vive-espana_200610220258.html
La pobreza también vive en España
TEXTO: JESÚS BASTANTE FOTOS: DANIEL G. LÓPEZ/DE SAN BERNARDO
Pablo y Elena viven en un estrecho pisito, en el sur de Madrid. Han superado los cuarenta, y están en el paro. «No siempre ha sido así», cuenta Pablo, para quien el hecho de reconocer que «somos pobres» supuso un impacto emocional del que todavía no se ha recuperado. No aceptan salir en ninguna fotografía, pese a que «no tenemos nada de lo que avergonzarnos. Somos gente normal, ni drojadictos, ni transeúntes, ni vagos...». Simplemente, no quieren que sus vecinos se enteren de que, desde hace dos años, tienen que pedir auxilio a organizaciones como Cáritas o Cruz Roja para salir adelante.
En 2004, Pablo se quedó sin empleo, y «el paro se acabó pronto». Y las cuentas no salen. Pagan 750 euros de alquiler, y el sueldo de Elena —limpia casas por horas— apenas alcanza los 600. «Eso, sin contar el abono transporte, la comida, la ropa y los libros del niño (Carlos, de 8 años)...», suspira ella. No es fácil asumir una situación semejante, y mucho menos en un país como el nuestro, donde los indicadores económicos nos sitúan en el selecto grupo de los países más industrializados.
Y, sin embargo, la situación de Pablo y Elena se repite con cruel normalidad en todos los rincones de España. Se trata de una pobreza desconocida, que en la mayoría de los casos se mantiene en silencio, incluso con los vecinos más próximos. Y es que la pobreza genera una suerte de aislamiento social, en buena medida provocado por los propios afectados, que no quieren que sus vecinos sepan que pasan hambre y dificultades.
Menos de 523 euros al mes
Según datos de Cáritas y el INE, 8,5 millones de personas viven por debajo del umbral de la pobreza en España. Esto es, cobran menos de 523 euros al mes, lo que quiere decir dos cosas: que Pablo y Elena, oficialmente, no son pobres, y que, en la práctica, el número de ciudadanos que pasa dificultades supera ampliamente los 10 millones.
Más de dos millones de familias sufren pobreza en nuestro país. La mayor parte de ellas (el 85%) padecen la denominada «pobreza relativa», aunque un pequeño sector (86.000 familias, más de medio millón de personas) viven en «pobreza extrema»: con menos de 261 euros al mes. Las principales bolsas de pobreza se dan en las grandes ciudades, y sus protagonistas suelen ser hogares con familias numerosas o con madres solteras o separadas. En su mayoría, son personas normales, que no están desestructuradas ni han estado en la guandoca. Simplemente, la vida les dio la espalda en un momento determinado. «Te podía haber pasado a tí, o a mi vecina de abajo», señala Pablo.
Muchos son españoles, pero no todos, porque la pobreza no entiende de nacionalidades. Otros, como Mariana, llegaron a nuestro país «en busca de un sueño», y se dieron de bruces con la realidad... y con la mala suerte. Mariana es colombiana, y en 1994 (con 23 años) vino a nuestro país, «dejando allá a mis dos hijos pequeños». progenitora soltera, su compañero no quiso hacerse cargo de nada, «y decidí cambiar de aires».
«Limpiando casas»
En 1997 logró traerse a sus dos hijos, Yuli y Carlos Fernando, a Madrid. Desde entonces, y hasta hace año y medio, trabajaba a destajo «limpiando casas, como camarera... en cualquier trabajo que saliera». En 2005, fue operada de la columna, y desde entonces no puede trabajar. Pero tampoco cobra pensión por invalidez. ¿La razón? «Durante un tiempo estuve trabajando en casa de unos alemanes en Mallorca. Yo cotizaba y ellos pagaban la Seguridad Social... o eso decían». Sin embargo, llegado el momento, la Administración le informó que debía 6.000 euros por impagos a la Seguridad Social. «He ido pagando poco a poco, pero no he conseguido que se me reconozca la invalidez», comenta resignada Mariana, que actualmente está en tratamiento psicológico por depresión. «No puedo trabajar, y mi niña ha tenido que dejar los estudios, y es la que mantiene a la familia». Yuli, de 17 años, trabaja en un centro comercial, y por las noches, en una discoteca.
«Emocionalmente la situación es muy dura, y se nota en la convivencia. Discutimos, nos enojamos», admite esta muyer, que a diferencia de Pablo y Elena «no me avergüenzo de que me regalen comida». En su pequeño hogar, una Biblia recibe a los huéspedes con las palabras de Cristo «porque tuve hambre, y me dísteis de comer...».
Mariana y sus hijos cuentan, desde hace meses, con la ayuda de sus «ángeles de la guardia». Higinio, Dolores, Floro, Félix... voluntarios de Cáritas Getafe que «nos apoyan en lo que pueden, con alimentos, dinero, ropa... Ellos han dado la cara por nosotros».
Desde varias asociaciones se denuncia cómo, al hablar de pobreza, muchas veces «se olvida que aquí también existe la pobreza», en la que vive prácticamente uno de cada cinco españoles. En esta Semana de Movilización Contra la Pobreza, que ayer culminó con la celebración de multitudinarias manifestaciones en cuarenta ciudades españolas, se ha solicitado el incremento del 0,7% del PIB a Cooperación Internacional, «pero no olvidamos a los pobres de aquí. Las situaciones son distintas, pero la dignidad de la persona, y su sufrimiento, es el mismo», apuntan desde la Alianza Española Contra la Pobreza.
De la riqueza a la pobreza
Gonzalo y Silvia vivían con bastante desahogo, «casi éramos ricos» en Argentina hasta hace seis años. Ambos se dedicaban a la docencia y, en los mejores tiempos de la economía de ese país, llegaron a tener incluso chófer. «Pero todo se acabó». Este joven matrimonio tiene cuatro hijos, y «tras una decisión muy meditada», optaron por viajar a España «juntos. Si decidimos cambiar de vida fue por nuestra familia, para que nuestros hijos pudieran aspirar a un futuro, estudiar y ser felices», dice Silvia. Primero llegó Gonzalo, y meses después toda la familia. «Por suerte, desde el principio no me faltó el trabajo», cuenta este hombre, que midiendo casi dos metros, todos los días se monta en una pequeña motocicleta y reparte paquetes para una mensajería. Los meses en que más reparte «llegamos sin problemas a fin de mes, pero ahora...» Desde febrero, Gonzalo no puede trabajar. Una lesión crónica en el riñón se lo impide. El dinero que recibe en concepto de baja laboral es ínfimo, apenas 480 euros. «No podemos cubrir las necesidades básicas».
Desde entonces, Silvia ha tenido que ponerse a trabajar cuidando niños, «pero no nos alcanza. Resulta paradójico, porque en Argentina nos dedicábamos a colaborar con Cáritas para ayudar a los más desfavorecidos, y ahora somos nosotros los que pedimos favores. Estamos en el otro lado».
Los cuatro chicos estudian, y la mayor, Alesandra, está a un paso de iniciar la Universidad. «Queríamos que estudiasen y se formasen, esa fue una de las razones para venir a España. Pero ahora no sabemos si podremos». Desde Cáritas se les ayuda, sobre todo en cuestión de vestimenta —«imagina, cuatro chicos en edad de crecimiento... menos mal que los dos varones y el padre tienen el mismo número de pie... Nos apañamos como podemos». Pese a todo, no pierden la sonrisa. «Estamos juntos, y saldremos adelante. Que no le quepa la menor duda».
Entre las papeleras
Cuando no quedan esperanzas, siempre se agudiza el ingenio. O eso piensa y cuenta, entre gestos, Enriqueta. Esta granadina y su marido, sordomudos y con tres hijos, para quienes la falta de alimentos y oportunidades de inserción social se ha convertido en algo natural, bajan cada noche al centro de la ciudad. A buscar entre los contenedores de un centro comercial. Los alimentos recién caducados son la comida de esta familia, que después prosigue su peregrinar entre las papeleras hasta una cercana panadería.
Algunas noches, además, los más pequeños se acercan a una urbanización, en busca de juguetes que otros niños ya no utilizan. Y entonces la Navidad llega antes de tiempo para el pequeño Andrés y sus hermanos. Y, sólo por unas horas, se sienten los más ricos del mundo. Porque la pobreza también está en la cabeza. En la de los más necesitados y en la de aquellos, sus vecinos, los que viven arriba, que no se dan cuenta del sufrimiento de aquellos que están al otro lado de una pared. Y de la vida.
La pobreza también vive en España
TEXTO: JESÚS BASTANTE FOTOS: DANIEL G. LÓPEZ/DE SAN BERNARDO
Pablo y Elena viven en un estrecho pisito, en el sur de Madrid. Han superado los cuarenta, y están en el paro. «No siempre ha sido así», cuenta Pablo, para quien el hecho de reconocer que «somos pobres» supuso un impacto emocional del que todavía no se ha recuperado. No aceptan salir en ninguna fotografía, pese a que «no tenemos nada de lo que avergonzarnos. Somos gente normal, ni drojadictos, ni transeúntes, ni vagos...». Simplemente, no quieren que sus vecinos se enteren de que, desde hace dos años, tienen que pedir auxilio a organizaciones como Cáritas o Cruz Roja para salir adelante.
En 2004, Pablo se quedó sin empleo, y «el paro se acabó pronto». Y las cuentas no salen. Pagan 750 euros de alquiler, y el sueldo de Elena —limpia casas por horas— apenas alcanza los 600. «Eso, sin contar el abono transporte, la comida, la ropa y los libros del niño (Carlos, de 8 años)...», suspira ella. No es fácil asumir una situación semejante, y mucho menos en un país como el nuestro, donde los indicadores económicos nos sitúan en el selecto grupo de los países más industrializados.
Y, sin embargo, la situación de Pablo y Elena se repite con cruel normalidad en todos los rincones de España. Se trata de una pobreza desconocida, que en la mayoría de los casos se mantiene en silencio, incluso con los vecinos más próximos. Y es que la pobreza genera una suerte de aislamiento social, en buena medida provocado por los propios afectados, que no quieren que sus vecinos sepan que pasan hambre y dificultades.
Menos de 523 euros al mes
Según datos de Cáritas y el INE, 8,5 millones de personas viven por debajo del umbral de la pobreza en España. Esto es, cobran menos de 523 euros al mes, lo que quiere decir dos cosas: que Pablo y Elena, oficialmente, no son pobres, y que, en la práctica, el número de ciudadanos que pasa dificultades supera ampliamente los 10 millones.
Más de dos millones de familias sufren pobreza en nuestro país. La mayor parte de ellas (el 85%) padecen la denominada «pobreza relativa», aunque un pequeño sector (86.000 familias, más de medio millón de personas) viven en «pobreza extrema»: con menos de 261 euros al mes. Las principales bolsas de pobreza se dan en las grandes ciudades, y sus protagonistas suelen ser hogares con familias numerosas o con madres solteras o separadas. En su mayoría, son personas normales, que no están desestructuradas ni han estado en la guandoca. Simplemente, la vida les dio la espalda en un momento determinado. «Te podía haber pasado a tí, o a mi vecina de abajo», señala Pablo.
Muchos son españoles, pero no todos, porque la pobreza no entiende de nacionalidades. Otros, como Mariana, llegaron a nuestro país «en busca de un sueño», y se dieron de bruces con la realidad... y con la mala suerte. Mariana es colombiana, y en 1994 (con 23 años) vino a nuestro país, «dejando allá a mis dos hijos pequeños». progenitora soltera, su compañero no quiso hacerse cargo de nada, «y decidí cambiar de aires».
«Limpiando casas»
En 1997 logró traerse a sus dos hijos, Yuli y Carlos Fernando, a Madrid. Desde entonces, y hasta hace año y medio, trabajaba a destajo «limpiando casas, como camarera... en cualquier trabajo que saliera». En 2005, fue operada de la columna, y desde entonces no puede trabajar. Pero tampoco cobra pensión por invalidez. ¿La razón? «Durante un tiempo estuve trabajando en casa de unos alemanes en Mallorca. Yo cotizaba y ellos pagaban la Seguridad Social... o eso decían». Sin embargo, llegado el momento, la Administración le informó que debía 6.000 euros por impagos a la Seguridad Social. «He ido pagando poco a poco, pero no he conseguido que se me reconozca la invalidez», comenta resignada Mariana, que actualmente está en tratamiento psicológico por depresión. «No puedo trabajar, y mi niña ha tenido que dejar los estudios, y es la que mantiene a la familia». Yuli, de 17 años, trabaja en un centro comercial, y por las noches, en una discoteca.
«Emocionalmente la situación es muy dura, y se nota en la convivencia. Discutimos, nos enojamos», admite esta muyer, que a diferencia de Pablo y Elena «no me avergüenzo de que me regalen comida». En su pequeño hogar, una Biblia recibe a los huéspedes con las palabras de Cristo «porque tuve hambre, y me dísteis de comer...».
Mariana y sus hijos cuentan, desde hace meses, con la ayuda de sus «ángeles de la guardia». Higinio, Dolores, Floro, Félix... voluntarios de Cáritas Getafe que «nos apoyan en lo que pueden, con alimentos, dinero, ropa... Ellos han dado la cara por nosotros».
Desde varias asociaciones se denuncia cómo, al hablar de pobreza, muchas veces «se olvida que aquí también existe la pobreza», en la que vive prácticamente uno de cada cinco españoles. En esta Semana de Movilización Contra la Pobreza, que ayer culminó con la celebración de multitudinarias manifestaciones en cuarenta ciudades españolas, se ha solicitado el incremento del 0,7% del PIB a Cooperación Internacional, «pero no olvidamos a los pobres de aquí. Las situaciones son distintas, pero la dignidad de la persona, y su sufrimiento, es el mismo», apuntan desde la Alianza Española Contra la Pobreza.
De la riqueza a la pobreza
Gonzalo y Silvia vivían con bastante desahogo, «casi éramos ricos» en Argentina hasta hace seis años. Ambos se dedicaban a la docencia y, en los mejores tiempos de la economía de ese país, llegaron a tener incluso chófer. «Pero todo se acabó». Este joven matrimonio tiene cuatro hijos, y «tras una decisión muy meditada», optaron por viajar a España «juntos. Si decidimos cambiar de vida fue por nuestra familia, para que nuestros hijos pudieran aspirar a un futuro, estudiar y ser felices», dice Silvia. Primero llegó Gonzalo, y meses después toda la familia. «Por suerte, desde el principio no me faltó el trabajo», cuenta este hombre, que midiendo casi dos metros, todos los días se monta en una pequeña motocicleta y reparte paquetes para una mensajería. Los meses en que más reparte «llegamos sin problemas a fin de mes, pero ahora...» Desde febrero, Gonzalo no puede trabajar. Una lesión crónica en el riñón se lo impide. El dinero que recibe en concepto de baja laboral es ínfimo, apenas 480 euros. «No podemos cubrir las necesidades básicas».
Desde entonces, Silvia ha tenido que ponerse a trabajar cuidando niños, «pero no nos alcanza. Resulta paradójico, porque en Argentina nos dedicábamos a colaborar con Cáritas para ayudar a los más desfavorecidos, y ahora somos nosotros los que pedimos favores. Estamos en el otro lado».
Los cuatro chicos estudian, y la mayor, Alesandra, está a un paso de iniciar la Universidad. «Queríamos que estudiasen y se formasen, esa fue una de las razones para venir a España. Pero ahora no sabemos si podremos». Desde Cáritas se les ayuda, sobre todo en cuestión de vestimenta —«imagina, cuatro chicos en edad de crecimiento... menos mal que los dos varones y el padre tienen el mismo número de pie... Nos apañamos como podemos». Pese a todo, no pierden la sonrisa. «Estamos juntos, y saldremos adelante. Que no le quepa la menor duda».
Entre las papeleras
Cuando no quedan esperanzas, siempre se agudiza el ingenio. O eso piensa y cuenta, entre gestos, Enriqueta. Esta granadina y su marido, sordomudos y con tres hijos, para quienes la falta de alimentos y oportunidades de inserción social se ha convertido en algo natural, bajan cada noche al centro de la ciudad. A buscar entre los contenedores de un centro comercial. Los alimentos recién caducados son la comida de esta familia, que después prosigue su peregrinar entre las papeleras hasta una cercana panadería.
Algunas noches, además, los más pequeños se acercan a una urbanización, en busca de juguetes que otros niños ya no utilizan. Y entonces la Navidad llega antes de tiempo para el pequeño Andrés y sus hermanos. Y, sólo por unas horas, se sienten los más ricos del mundo. Porque la pobreza también está en la cabeza. En la de los más necesitados y en la de aquellos, sus vecinos, los que viven arriba, que no se dan cuenta del sufrimiento de aquellos que están al otro lado de una pared. Y de la vida.