On Tue, 21 Jun 2005 18:13:59 GMT,
aqueno@me.ves (Altair) wrote:
>On Tue, 21 Jun 2005 19:31:23 +0200, Miguelangel <postalnet@msn.com>
>wrote:
>
>>Vale.
>>
>>Abundando en tu gusto por las pruebas, demuestrame que este fulastre
>>tiene razón. Y hazlo pronto, porque dentro de poco será expulsado
>>defintivamente del colegio profesional de Madrid, y de la facultad en la
>>que es catedrático.
>
>Esta es la biografía de "este fulastre":
>
>
>http://www.elcorteingles.es/libros/secciones/biografia/2.biografia.asp?ncodiaut=3827
>
>AQUILINO POLAINO-LORENTE
>
>Doctor en Medicina, Licenciado en Filosofía (en la Univ de Navarra) y
>Catedrático de Psicopatología de la Universidad Complutense de Madrid.
>Amplió sus estudios en Psicología y Psiquiatría en las Universidades
>de Heidelberg, Munich y Los Angeles. Investigador-colaborador en el
>Instituto de Ciencias para la Famolia para el programa 'Psicología del
>matrimonio', es autor de numerosos libros, entre los que podemos
>destacar Madurez personal y amor conyugal (1990), Hijos celosos
>(1991), sesso y cultura (1992), Terapia familiar y conyugal (1993),
>Embarazo y maternidad en la adolescencia (1995), El impacto del niño
>autista en la familia (1997), Evaluación psicológica y psicopatología
>de la familia (1998), La comunicación en la pareja.
>
>________________
>
>Evidentemente, ha nacido ayer y debe ser un petulante, ¿verdad,
>Miguelangel?
>
>Si quieres leer algunos artículos suyos, aquí tienes varios:
>
>http://www.istmoenlinea.com.mx/autores/111.html?PHPSESSID=471cdf1e0f2a608be5d5d3f566accdf2
>
>Lamentablemente son de pago, pero algún título parece interesante
>sobre este tema:
>
>"Padres gayses. ¿un futuro cercano? Publicado en 2001
>y
>"gaysidad, una realidad sin mitos" De 1999.
>
>Evidentemente, no es la primera vez que trata este tema y seguro que
>está muuuuy documentado. Podrás estar en desacuerdo con él, pero antes
>entérate en qué se basa para mantener esas posturas porque las supongo
>muy contrastadas.
>
>Creo que no estamos ante ningún "fulastre". ¿Equivocado? No se, pero no
>un fulastre, desde luego.
Y me ha encantado este artículo que copio en su integridad sobre la
adicción al trabajo:
Cuando el trabajo es el amo
Aquilino Polaino-Lorente
¿Morirse en el trabajo? ¿Dejar la piel en el escritorio? ¡Pero si la
vida tiene más horizontes que los que asoman por la ventana de la
oficina! El éxito social de nuestro trabajo no debe ser parámetro del
éxito integral de la propia vida. El trabajo es medio para llegar a la
plenitud; si se transforma en meta, aparecerá –sin lugar a dudas– la
neurosis.
La intención, el «qué», por el que se trabaja, el fin final de la
acción humana condiciona de forma muy intensa el modus operandi de esa
actividad, así como muchas de las consecuencias que de ella se derivan
para el agente que así lo realiza. Veamos a continuación algunas de
las actitudes que más frecuentemente caracterizan al hombre
contemporáneo:
1. CONSUMISMO: VIDAS QUE SE GASTAN
En este caso, el hombre no trabaja para ennoblecer las cosas, ni para
autoperfeccionarse a sí mismo, ni para incrementar el bien común.
Trabaja, sencillamente, para ampliar todavía más su ya dilatado y
mediocre horizonte consumista. A quien así trabaja, parece como si lo
único que le importara fuera el consumo. El consumo de más cosas cada
vez y de cosas más vanas, aunque para ello tenga que trabajar en lo
que no le gusta, e incluso a pesar de que pueda sentirse enajenado en
las muchas horas de trabajo que le son exigidas.
Tras de esta actitud, el trabajo deviene en un medio para un fin que,
en el fondo, no es sino otro medio: el medio de poder adquirir y
consumir más cosas. En una situación así, el fin de la actividad se
disuelve, extingue y desaparece; el trabajo queda vacío de sentido y
mediatizado.
La persona que de este modo se comporta se experimenta como
desfinalizada, por cuanto ha perdido el «norte» de su actividad,
haciendo de ésta apenas un medio para otro medio (el consumo).
La actividad profesional y la misma persona devienen en una
«mercancía», pronta a venderse al mejor postor, por cuanto a través de
ese intercambio —el trueque de la actividad por el dinero— el mercader
de su propia vida consigue alcanzar las cosas que apetece.
2. AVARICIA: AMBICIÓN DE LA MEZQUINDAD
La inseguridad es mala compañera en la travesía de la vida. La persona
insegura no hace pie en su propia biografía. De aquí que desarrolle
ciertas estrategias, complejas y sofisticadas, a fin de procurarse un
falso control —una «ilusión de control»— acerca de cuanto le rodea.
La inseguridad, además, aísla al hombre al transformarlo, del ser
abierto que es, en un ser curvado sobre sí, sólo dependiente de su
«cuenta de resultados» y, por consiguiente, herméticamente blindado
por todo lo que no sea ésta.
La inseguridad, vivida como tal conducta neurótica, es incompatible
con la esperanza, con el estado de lo permanentemente abierto que
caracteriza y es propio del homo viator, en su andadura por la vida.
Nada de particular tiene que las actitudes que aquí se generan
respecto del trabajo resulten pobres e imperfectas. En efecto, lo
único que motiva a trabajar al avaro es allegar fondos a fin de
prepararse un futuro menos incierto, más seguro, es decir, más
supuestamente controlable por él. Como si el ardid de acaudalar fondos
saliera siempre garante de su futura seguridad personal. Sin embargo,
es la actual inseguridad que experimenta la que actúa como «motor» que
pone en marcha su comportamiento en aras de lograr una incierta y
fútil seguridad futura.
No suelen reparar en que estas actitudes le conducen a otra terrible
paradoja. La posesión de seguridad que les motiva a trabajar, los
bienes allegados que parecen respaldar la relativa seguridad
conquistada, sus posesiones materiales acaban por poseer —y hasta
devorar— a su poseedor.
El trabajo deviene aquí en una actividad soterrada e improductiva.
Improductiva, porque la persona dedica sus mejores energías a vigilar
y servir a lo que, supuestamente, le pertenece de forma inmutable y
absoluta, como si al fin no fueran también bienes perecederos y, por
tanto, inciertos. Soterrada, porque no es una actividad solidaria,
sino opaca y no transparente, pronta a ser realizada sólo al amparo de
la oscuridad de la noche.
3. HEDONISMO: EL PLACER DE NO TRABAJAR
En otras ocasiones, las actitudes desde las que se afronta el trabajo,
enmascaran su finalidad real que permanece subrepticiamente agazapada
en el proceso del acontecer.
Se trata, en este caso, de quienes trabajan con la idea de no trabajar
más en el futuro. Es decir, los que trabajan para procurarse ciertos
medios, a fin de no tener que continuar trabajando en un futuro
próximo.
Son personas que suelen guiar su, en apariencia, impecable trayectoria
profesional —que, por supuesto, desean sea muy corta en el tiempo—,
movidos por una funesta resistencia a todo trabajo, a cualquier
esfuerzo.
El trabajo es aquí un «mal menor», una carga siempre provisional y
transitoria —limitada ad tempus—, sólo indispensable para el
cumplimiento de ciertos fines ocultos (dejar de trabajar).
En el fondo, la posesión por la que aquí se ha apostado no es otra que
la consecución de un cierto placer: la satisfacción del placer de no
trabajar.
En esta perspectiva, es lógico que el significado del trabajo quede
recortado a algo artefactual y erróneo: una mera frustración, un
displacer, en una palabra, un insufrible castigo divino y humano.
4. ACTIVISMO: NARCISISTA Y PROTAGÓNICO
Otra actitud hoy en alza, es la de aquellas personas a las que apenas
si parece importarles otra cosa que la acción por la acción, el
movimiento incesante y sin término, la actividad desbocada que no se
concede un segundo —¡sería una pérdida insostenible!— para detenerse y
contemplar lo que se está haciendo, para disfrutar de la obra bien
hecha o bien para aprender de los propios errores y mejorar en futuras
realizaciones.
Aquí sólo se privilegia la acción o, mejor dicho, el activismo febril
y enajenado que no atiende, que se desentiende de cualquiera de sus
consecuencias. Son personas que se sirven de privilegiar el activismo
para, de este modo, hacerse relevantes, autoafirmarse y protagonizar
la propia conducta y, a través de ella, magnificar el propio yo.
La posesión por la que en este caso se trabaja es más sutil y menos
objetivable que las anteriores, también es más fugaz y transitoria.
En realidad, no se trata sino de la autoposesión narcisista y
autoafirmante en la pretendida autoexaltación del propio yo. Es decir,
estamos ante un caso muy particular de narcisismo.
Pero al yo le sucede lo que a los globos, que cuanto más se hinchan,
más próximos están a explotar, a explotar y desaparecer, dejando tras
de sí el residuo maltrecho de apenas una goma deformada e inútil.
De aquí que esta actitud ante el trabajo comporte una posesión
desposeedora, tanto más pronta a extinguirse y desaparecer cuanto más
cerca se halla, en apariencia, de autoposeerse.
Es la meta final del activismo que se alimenta a sí mismo hasta la
autoeliminación, sin que encuentre el necesario reposo y sosiego para
gozarse en lo poseído.
5. «WORKAHOLISM»: EL TRABAJO COMO ADICCIÓN
Más allá de las características y rasgos de personalidad, lo que
acontece en la adicción al trabajo1 podría extenderse también como una
consecuencia del cambio social experimentado en la forma de valorar el
trabajo y en sus consecuencias psicopatológicas y sociales.
Si exceptuamos a aquellas personas adictas al trabajo con una alta
puntuación en la dimensión obsesiva-compulsiva, que precisan de
consulta al psiquiatra, la generalizada conducta compulsiva a seguir
trabajando de forma adictiva hunde sus raíces no sólo en un
determinado estilo profesional o en unas concretas actitudes
laborales, sino en algo que está mucho más allá de ellas.
Me refiero, claro está a los valores que al trabajo se le atribuyen.
Unos valores que en tanto que el propio yo del trabajador está
fuertemente implicado en ellos (egoimplicación) y resulta modificado
por su adquisición, realiza una inferencia inconsciente —unbevusster
Schluss— que justificaría el hecho de encontrar mayor satisfacción en
los resultados obtenidos en el ámbito laboral que en cualquier otro
contexto sociocultural. De aquí que el adicto al trabajo diseñe su
trayectoria biográfica de forma tan sesgada y reduccionista.
Jugarse toda la vida a una sola carta —rendimiento y/o logros
obtenidos en el trabajo— es algo que excede con mucho a lo que es
propio del trabajo. El error está, pues, en la atribución axiológica
que del trabajo se hace o, para decirlo más claramente, en las
consecuencias que esos resultados laborales generan en quienes los
obtienen.
De ordinario, las consecuencias de esos más o menos brillantes
resultados suelen identificarse en nuestra actual cultura con el
éxito, popularidad, prestigio, elevado status socioeconómico, beatiful
people y poder. En el actual contexto sociocultural, todas esas
consecuencias son valoradas a su vez como el marco diferencial desde
el cual emergen los criterios que definen y califican a la persona
como autorrealizada o no.
Esto quiere decir que el énfasis —sospechosamente exagerado que
algunos potenciales adictos al trabajo ponen en la labor que
realizan—, no consiste tanto en que el trabajo les satisfaga
plenamente —y por eso se entregan a él—, o que ellos se
autoperfeccionen tanto a través de ese trabajo, ni tan siquiera que
los resultados que a su través obtienen les compensen de tantos
sacrificios como tienen que hacer sino simplemente que, a través suyo
y por esas consecuencias, la persona trata de ajustarse y satisfacer
el criterio socialmente vigente, en ese instante, para sentirse
autorrealizada.
Pero si la vida se organiza sólo con arreglo a este parámetro, el
proyecto biográfico que resulta así configurado no se diseñará desde
dentro, desde lo personal e íntimo, sino que resultará elaborado y
estará a merced de lo que los imperativos de la moda dicten
coyunturalmente en cada circunstancia.
LA TAREA DE SER HOMBRE
Realizar la propia vida a tenor de lo que las modas vayan señalando no
es sino una impostura o falsación, porque uno no realiza su vida en
función de sus propios valores y de lo que su libertad elige, sino que
la vida se hace y escribe, entonces, al dictado de lo que las
circunstancias y la moda le imponen.
Una vida así trazada, de seguro que no puede acertar a dar en el
blanco de un destino personalizado. La vida no puede vivirse desde la
imposición ajena, sencillamente porque cada vida ha de concebirse
personalmente de manera que, realizando en sí los valores por los que
uno opta, ésta alcance un sentido, independientemente de que valgan la
pena o no los esfuerzos que su realización conlleva.
Qué duda cabe que a través del trabajo es como el hombre se enriquece
y hace valioso. En este punto, la actual sociedad tiene una percepción
visual un tanto acomodaticia. De un lado, se sobrestiman las
consecuencias públicas y ad extra del trabajo (éxito, popularidad,
etcétera), pero de otro, se infraestiman las consecuencias privadas,
ad intra del trabajo (hábitos y desarrollo de las funciones superiores
como inteligencia, memoria, prudencia, constancia, etcétera), que son
las que realmente, en tanto que virtudes, hacen valiosa a la persona
que los encarna.
Optar por la adicción al trabajo —cuando el punto de mira exclusivo y
excluyente se coloca únicamente en las consecuencias externas que éste
genera— supone optar por un camino que conduce al comportamiento
neurótico.
De hecho, la felicidad no se consigue a causa de que la opinión
pública nos considere exitosos. De la misma forma que la eficacia del
trabajo bien hecho no coincide casi nunca con el mero éxito social. Y
es que la felicidad es algo personal que el hombre tiene que
conquistar a solas y por sí mismo, independientemente de cuál sea el
juicio con que la opinión pública en un determinado momento pueda
calificar su comportamiento.
Entiendo la adicción al trabajo como un comportamiento neurótico más,
tal y como se manifiesta en la clínica y en el trato con muchas
personas, que habiendo realizado en sí los valores que constituyen y
satisfacen el criterio impuesto por nuestra sociedad, no obstante, se
sienten desgraciadas e infelices. No, ni siquiera la vida profesional
puede hacerse al dictado de las modas, como tampoco la felicidad
personal está en función de que los demás nos la atribuyan de forma
más o menos infundada.
El hombre es, pero no está hecho. El trabajo es uno de los factores
más fuertemente implicados en ese hacerse en que consiste la vida: la
tarea de ser hombre.
Pero para que ese trabajo sea plenamente autorrealizador, el hombre ha
de sentirse libre para elegir su contenido, su dedicación y los
valores que a través suyo ha de obtener, con independencia de lo que
establezca en cada momento el «pensamiento dominante».
Nada de particular tiene que muchas personas de indiscutible éxito
profesional y en apariencia plenamente autorrealizadas —según los
criterios vigentes en ese determinado momento sociocultural—, adictas
o no al trabajo, en el fondo de su corazón se sientan frustradas.
Es lástima que en muchos casos ese sentimiento de frustración —un
indicador de haber errado en el juego de la vida profesional—, se
descubra demasiado tarde, cuando ya en el ocaso se inicia el descenso
de la trayectoria profesional y apenas si se dispone de algún tiempo
para el cambio.
Equivocarse en esta grave elección, elegir la adicción al trabajo,
puede contribuir, sin duda alguna, a la neurotización de la persona.
El adicto al trabajo deviene en esas circunstancias en un neurótico y
la anhelada y supuesta autorrealización en una neurosis.
En este contexto, el hacerse del hombre a través de la adicción al
trabajo es un proceso que le deshace, que no le realiza sino que le
frustra.
La psicoterapia, cuando se llega tiempo, puede contribuir a que la
persona se rehaga a sí misma, a enderezar esa trayectoria biográfica,
ayudando al hombre deshecho —por haber optado por una equivocada
trayectoria profesional— a rehacerse. Este proceso es siempre doloroso
y exige pagar un alto precio. Pero si se supera, si el hombre se
rehace, todavía puede llegar a alcanzar su destino: autorrealizarse y
realizar libremente su vida en plenitud, a través del trabajo.
1. Sugerimos la lectura de Polaino Lorente, Aquilino. «¿Es usted un
"workaholic"?». ISTMO, no.216. Enero-febrero. 1999, p.28.