http://www.elmundo-lacronica.com/cronicadeleon/articulo_03a_opinion.asp?idart=3966321&idcat=4029
CARLOS LAMOCA
Madera de teca
Va destapándose poco a poco la inmensa ciénaga en la que 'nos-se' va hundiendo el sector inmobiliario. Caída del empleo, estancamiento en la solicitud de licencias, ofertas de suelo no cubiertas por la demanda, impagos hipotecarios, denegación de subrogaciones en préstamos... Se veía venir pero, preferimos mirar para otro lado mientras la vaca siguiera dando leche.
Ni las medidas de potenciación del mercado de alquileres, ni aquellas ocurrentes soluciones habitacionales que tanto juego mediático proporcionaron, ni las mágicas ayudas pro-emancipación juvenil, han causado efecto perceptible alguno en un mercado cada día más renqueante. Claro que van a seguir sacando conejos de la chistera, claro que seguirá habiendo clá que ovacione sin reservas la faena, pero... ¡ay! los conejos se nos mueren de tularemia hipotecaria nada más asomar el hocico por el sombrero.
Un mercado que alcanzó el cielo con unos compradores potenciales que difícilmente llegan a fin de mes, no tiene mas remedio que ajustarse. Que bajar a los infiernos. Desinflarse o estallar, esa es la cuestión. Ya no sirve la respiración asistida en forma de acelerones, demandas artificiales, tipos subvencionados y demás cataplasmas de pseudo política económico social. Dilatamos el momento de la solución y será muy probable que cuando decidamos cirugía, el paciente no pueda superar el episodio.
Un mercado que crecía a ritmos del 17% anual. Quienes podían pagar dos, se metían en una trampa de cuatro. Claro que ayudados por quien tasaba en cuatro, lo que malamente tenía un coste de uno. Otra vez el país de las maravillas. Otra vez los faros económicos de las democracias occidentales. ¿Que hay casi 6.000.000 de viviendas inmovilizadas? No pasa nada. ¿Qué las políticas municipales sobre el suelo han dejado en manos de un oligopolio perfectamente organizado la práctica totalidad de la superficie edificable de este país? No preocuparse. Que las repercusiones del solar llegan al 80 % del precio final de la vivienda, que la demanda especulativa ha huido de la plaza buscando lares más estables, que tenemos un 70% de nuestros jóvenes inmersos en la densa niebla de los contratos temporales de a 1.000 euros y gracias, que estamos vendiendo a esos jóvenes y en 300.000 pisos que cuestan 100.000, que el nivel de endeudamiento se come ya el 75% de la renta de las familias españolas, que el euribor se sumerge en un preocupante estado de «mírame y no me toques»... 'Champions league'. Magia. «Ningún español sin vivienda digna». Y además gratis, faltaba más. El populismo todo lo puede.
¿Cómo hemos permitido que una generación, la nuestra, trueque su mezquino y ruin presente mercantil, a cambio del futuro, de todo el futuro, de la siguiente? ¿Quiénes somos nosotros para cometer tamaño atraco? Tremenda responsabilidad la de aquellos que, conocedores de los pies de barro del coloso, han intervenido en el bluff. Porque de eso se trata precisamente, de un bluff, de aire, de humo, de una descomunal trampa en la que hemos cazado a la próxima generación. Sin darnos cuenta de que, letalmente, esa trampa, también se ha cerrado en torno nuestro. Emerge cada día con más fuerza, entre nuestros hijos, la idea de que alguien, les ha engañado. De que no era verdad. De que no era eso. De que nosotros, abonados a la mezquindad, a la especulación por la especulación, les hemos embarcado en un viaje hacia la tristeza de por vida. Treinta, cuarenta, cincuenta años para pagar una vivienda en la que apenas puedes dormir, salvo que el Orphidal te eche una mano y te ayude a olvidar el euribor y la inevitable renovación de plazos hipotecarios. Su vida por una hipoteca. Por una mentira. Su vida enterrada entre unos ladrillos.
No sólo hemos generado con nuestro beneficio, la esclavitud hipotecaria de por vida de los que nos siguen, que ya sería reprobable conducta. Más que eso. Hemos roto los lazos de la confianza que se supone debe existir entre la generación tutelante y la tutelada. Los hemos engañado. Los hemos estafado.
Les hemos vendido una existencia gris, triste, rutinaria, amarrada al fin de mes, total para pagar algo que valía la mitad de lo que pagaron. Nos hemos lucrado a su costa y eso es difícil que nos lo perdonen, cuando accedan al poder que ahora ocupamos. Y es que no se trata solo de regular el mercado inmobiliario. Es mucho más que eso. Se trata de amparar el futuro de los ciudadanos que comienzan a vivir. De garantizarles que, en un período máximo de diez años, puedan pagar un préstamo hipotecario con el que adquirir su vivienda. De garantizarles que podrán dormir por las noches salvo que llore el niño.
De garantizarles que el beneficio especulativo que pudiera generar la venta de su piso, va a quedar incorporado al mismo, pues nunca, nunca, podrá favorecer intereses privados. Se trata, en suma, de poner los pies en el suelo, de restablecer la confianza de quienes vienen detrás, de aliarnos con nuestras generaciones y olvidarnos de estrambóticas alianzas entre civilizaciones interplanetarias.
Estamos decayendo moralmente. Pero nunca es tarde para la libertad. Para recobrar la ilusión. Aún está en nuestras manos egoístas, desamarrar de esos préstamos remesa a una generación que comienza a estar sumida en la más absoluta desilusión existencial.
CARLOS LAMOCA
Madera de teca
Va destapándose poco a poco la inmensa ciénaga en la que 'nos-se' va hundiendo el sector inmobiliario. Caída del empleo, estancamiento en la solicitud de licencias, ofertas de suelo no cubiertas por la demanda, impagos hipotecarios, denegación de subrogaciones en préstamos... Se veía venir pero, preferimos mirar para otro lado mientras la vaca siguiera dando leche.
Ni las medidas de potenciación del mercado de alquileres, ni aquellas ocurrentes soluciones habitacionales que tanto juego mediático proporcionaron, ni las mágicas ayudas pro-emancipación juvenil, han causado efecto perceptible alguno en un mercado cada día más renqueante. Claro que van a seguir sacando conejos de la chistera, claro que seguirá habiendo clá que ovacione sin reservas la faena, pero... ¡ay! los conejos se nos mueren de tularemia hipotecaria nada más asomar el hocico por el sombrero.
Un mercado que alcanzó el cielo con unos compradores potenciales que difícilmente llegan a fin de mes, no tiene mas remedio que ajustarse. Que bajar a los infiernos. Desinflarse o estallar, esa es la cuestión. Ya no sirve la respiración asistida en forma de acelerones, demandas artificiales, tipos subvencionados y demás cataplasmas de pseudo política económico social. Dilatamos el momento de la solución y será muy probable que cuando decidamos cirugía, el paciente no pueda superar el episodio.
Un mercado que crecía a ritmos del 17% anual. Quienes podían pagar dos, se metían en una trampa de cuatro. Claro que ayudados por quien tasaba en cuatro, lo que malamente tenía un coste de uno. Otra vez el país de las maravillas. Otra vez los faros económicos de las democracias occidentales. ¿Que hay casi 6.000.000 de viviendas inmovilizadas? No pasa nada. ¿Qué las políticas municipales sobre el suelo han dejado en manos de un oligopolio perfectamente organizado la práctica totalidad de la superficie edificable de este país? No preocuparse. Que las repercusiones del solar llegan al 80 % del precio final de la vivienda, que la demanda especulativa ha huido de la plaza buscando lares más estables, que tenemos un 70% de nuestros jóvenes inmersos en la densa niebla de los contratos temporales de a 1.000 euros y gracias, que estamos vendiendo a esos jóvenes y en 300.000 pisos que cuestan 100.000, que el nivel de endeudamiento se come ya el 75% de la renta de las familias españolas, que el euribor se sumerge en un preocupante estado de «mírame y no me toques»... 'Champions league'. Magia. «Ningún español sin vivienda digna». Y además gratis, faltaba más. El populismo todo lo puede.
¿Cómo hemos permitido que una generación, la nuestra, trueque su mezquino y ruin presente mercantil, a cambio del futuro, de todo el futuro, de la siguiente? ¿Quiénes somos nosotros para cometer tamaño atraco? Tremenda responsabilidad la de aquellos que, conocedores de los pies de barro del coloso, han intervenido en el bluff. Porque de eso se trata precisamente, de un bluff, de aire, de humo, de una descomunal trampa en la que hemos cazado a la próxima generación. Sin darnos cuenta de que, letalmente, esa trampa, también se ha cerrado en torno nuestro. Emerge cada día con más fuerza, entre nuestros hijos, la idea de que alguien, les ha engañado. De que no era verdad. De que no era eso. De que nosotros, abonados a la mezquindad, a la especulación por la especulación, les hemos embarcado en un viaje hacia la tristeza de por vida. Treinta, cuarenta, cincuenta años para pagar una vivienda en la que apenas puedes dormir, salvo que el Orphidal te eche una mano y te ayude a olvidar el euribor y la inevitable renovación de plazos hipotecarios. Su vida por una hipoteca. Por una mentira. Su vida enterrada entre unos ladrillos.
No sólo hemos generado con nuestro beneficio, la esclavitud hipotecaria de por vida de los que nos siguen, que ya sería reprobable conducta. Más que eso. Hemos roto los lazos de la confianza que se supone debe existir entre la generación tutelante y la tutelada. Los hemos engañado. Los hemos estafado.
Les hemos vendido una existencia gris, triste, rutinaria, amarrada al fin de mes, total para pagar algo que valía la mitad de lo que pagaron. Nos hemos lucrado a su costa y eso es difícil que nos lo perdonen, cuando accedan al poder que ahora ocupamos. Y es que no se trata solo de regular el mercado inmobiliario. Es mucho más que eso. Se trata de amparar el futuro de los ciudadanos que comienzan a vivir. De garantizarles que, en un período máximo de diez años, puedan pagar un préstamo hipotecario con el que adquirir su vivienda. De garantizarles que podrán dormir por las noches salvo que llore el niño.
De garantizarles que el beneficio especulativo que pudiera generar la venta de su piso, va a quedar incorporado al mismo, pues nunca, nunca, podrá favorecer intereses privados. Se trata, en suma, de poner los pies en el suelo, de restablecer la confianza de quienes vienen detrás, de aliarnos con nuestras generaciones y olvidarnos de estrambóticas alianzas entre civilizaciones interplanetarias.
Estamos decayendo moralmente. Pero nunca es tarde para la libertad. Para recobrar la ilusión. Aún está en nuestras manos egoístas, desamarrar de esos préstamos remesa a una generación que comienza a estar sumida en la más absoluta desilusión existencial.