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El endeudamiento familiar
Sergio Brosa
Puedo pecar de repetirme en la cuestión del endeudamiento de las familias españolas pero es el reflejo de aquello que viene ya sucediendo en otras sociedades que van por delante de la nuestra, por lo que no hemos de echar en saco roto las enseñanzas que de las vivencias de otros hemos de considerar.
En Ypsilanti, una ciudad de poco más de 22.500 habitantes, en el estado de Michigan, vive la familia Moellering, Mark (39) y Christine (40) con sus dos hijos. Al caer la tarde, hace unos días, Christine se dispuso a repasar los documentos que guarda en una jofaina de plástico: facturas, recibos, extractos bancarios y de tarjetas de crédito, vales descuento y cosas así.
“La de Sears es el 32,24%” dijo ella, al leer el extracto de la tarjeta de compra de esos almacenes, con un saldo de 5.955 dólares (4.580,77 euros) incluyendo 119,23 € por el coste mensual de la financiación. El alto tipo de interés la cogió por sorpresa. “Estupendo” dijo sarcásticamente.
El matrimonio Moellering gana un salario medio para su edad, de unos 50.800 € al año entre los dos. Viven en una casa de precio medio y llevan un nivel de vida medio. Pero como muchos otros propietarios de su casa en estos días, se han dado cuenta que su día a día económico ha venido a depender no sólo de cuánto ganan o gastan, sino también de cómo resuelvan lo que deben entre todas las tarjetas de crédito, la hipoteca y otras deudas.
Los americanos gastaron uno de cada siete dólares de su economía doméstica en el pago de deudas el pasado año; cuando desde 1980 eran uno de cada nueve. Los expertos dicen que tan sólo unos pocos consumidores son capaces de calcular el verdadero coste de tales pagos, dice John Leland en el New York Times.
De puertas adentro, las decisiones de las familias como los Moellering sobre sus deudas –cuándo liquidarlas, cuándo considerar otras fuentes a tipos de interés más bajos, cuándo juntarlas todas– determinan el valor de sus salarios. Como muchos otros, los Moellering acumulan multas que podían haber evitado y ocasionalmente se meten en más deudas o tipos de interés más altos, precisamente cuando han estado haciendo juegos malabares para reducir sus pagos mensuales.
Los Moellering permitieron esta primavera que un periodista viera como forcejean con estas cosas. La jofaina de la señora Moellering contenía novedades no deseadas: 2.071,54 € de un pago atrasado de la Visa, que incluía un cargo por financiación de 19,23 € y 10.276,92 del cajero automático de Visa Elite al que se sumaba, a su vez 153,85 € mensuales de gastos financieros.
La deuda de la tarjeta de crédito llegaba a 17.098,46 € incluyendo también 292,31 € mensuales de gastos financieros. El interés variaba de 12,1% a 32,24%. La familia tiene además una hipoteca de su casa de 71.538,46 € y un préstamo hogar que solicitaron en su día para hacer reformas en su casa, con un saldo de 52.749,23 € al 8% de interés.
Comentaban los Moellering que tienen muchos amigos en similar situación. Y quién no conoce a mucha gente en situación semejante. Hace años eso no pasaba; no había créditos al consumo y era impensable pedir un crédito a un banco para comprar un coche.
Hoy, la situación económica de los Moellering en Ypsilanti, Michigan, es tan frecuente ya en nuestro país que las autoridades españolas regularán la actividad en el ámbito del crédito al consumo, a partir de la aprobación el pasado 11 de mayo del proyecto de ley para normalizar las empresas reunificadoras de deudas.
Con este anteproyecto de ley se amplía la protección de los consumidores en la contratación de créditos al consumo e hipotecarios, así como en la llamada agrupación o reunificación de deudas. La regulación establece nuevas obligaciones de transparencia y garantías de información que han de cumplir las empresas que se dedican a este tipo de actividades. Se informará al consumidor de la totalidad de comisiones, cargas y gastos derivados de cada contrato y con carácter previo al ejercicio de su actividad, las empresas tendrán que suscribir un seguro de responsabilidad civil y estar inscritas en un registro, según informó el Ministerio de Sanidad y Consumo.
El consumo viene a ser como la pescadilla que se muerde la cola. Si no hay consumo decrece la actividad económica y cuando se dispara el consumo peligra la estabilidad económica de las familias. Pero los propios bancos generan la factibilidad del acceso al consumo, mediante créditos al consumo directamente e indirectamente, mediante la emisión de tarjetas de crédito con idéntico fin que ofrecen por miles.
Si hace treinta años la banca precisaba cinco puntos que incluía en los tipos de interés de la época –la media de las operaciones estaba entre el 12 y el 15%– para costear sus gastos de estructura y actualmente los créditos están en torno al 5% de qué vive la banca se pregunta uno en ocasiones, cuando además airean sus espeluznantes beneficios, si además ahora, acaba de empezar la guerra por el no cobro de comisiones. ¿Será de la financiación a los créditos al consumo en sus distintas variantes?
Hay que mirar con atención los extractos de las tarjetas de crédito, como la señora Moellering hizo días pasados. Los extractos de las tarjetas de compra de los grandes almacenes y las cadenas de alimentación. No hay duros a cuatro pesetas y no es posible acceder a todo lo que el mercado nos ofrece.
Hay que ser muy selectivo a la hora de hacer una compra; no ya sólo en el supermercado, donde por regla general nos fijamos en el precio del producto que está ya envasado, sin considerar su precio por kilo. De igual forma, cualquier utensilio que uno compra para el hogar, ha de estar justificada su necesidad y verificada la imposibilidad de ser suplido por cualquier otro artilugio que ya tenemos en casa.
Por término medio, no disponemos de recursos económicos líquidos excedentes para comprar todo lo que nos ofrecen las teletiendas. Todo es sensacional y todo nos facilita la vida. Y es cierto, pues cuando vemos al vendedor televisivo usar con ejemplar maestría los cortadores de vegetales, las licuadoras de frutas o lo que sea, nos recuerda lo fácil que siempre nos pareció la forma en la que Pit Sampras jugaba al tenis. Luego lo intentamos nosotros en casa y no es lo mismo. Compra perdida.
No disponemos de dinero para una nueva pantalla de plasma, un TDT, el último videojuego que por algo distribuyen los bancos y, menos aún, ese coche cuatro por cuatro que nos obliga a un incremento de la hipoteca de nuestra casa para poder sufragárnoslo. Y eso sí, no se nos ocurra llevarlo a la montaña, pues con lo que nos está costando, no fuera cosa que se rayara con los arbustos.
Contención en el consumo superfluo, pues si no lo fuera, se denominaría satisfacción de necesidades primarias.
ahora vuelvo 