Os copio aquí una columna publicada en el suplemento dominical "magazine" de la vanguardia del 8/10/06, de Lucía Etxeberría. Espero que no haya sido posteada ya con anterioridad.
Submileuristas
España es el menor país en densidad de población de la Unión Europea y el segundo en extensión. Cuenta con 60 habitantes por kilómetro cuadrado. Ley de oferta y demanda en mano, cualquier economista deduciría que el suelo debería ser barato, al tratarse de un bien no escaso. Sin embargo, está alcanzando precios imposibles. Y lo de imposibles no es una metáfora: demasiada gente no puede acceder a la vivienda. Un secarral en el que no se ha encontrado petróleo ni uranio ni zirconio y que anteayer, como quien dice, no valía tres pesetas pasa, merced a una recalificación, a costar cientos de millones de euros. Esto se hace ley en mano, pero tenemos que admitir que no todas las leyes son justas. ¿Cambiarlas? Imposible (como los precios). Ningún partido va a cerrar el grifo de donde sale el dinero que va a financiar sus campañas electorales, que a veces son muy directas y a veces, como en los casos Amedo, Filesa o Trashorras, no tanto. Pagar a un mentiroso sale bastante caro.
El disparate inmobiliario tiene repercusiones ecológicas y sociales. El medio ambiente no se deteriora, se destroza. Los jóvenes se tienen que quedar sine die en la casa paterna, con lo que eternizan la adolescencia hasta los imposibles: el consumo de alcohol y drojas se convierte en la norma antes que en la excepción. Las mafias que ven en nuestro país el lugar ideal para lavar su dinero oscuro en más que dudosas operaciones inmobiliarias han disparado la delincuencia y la violencia hasta niveles inimaginables hace apenas diez años. Pero además, como todo disparate de blanqueo tiene un techo y nuestro sistema económico está a día de hoy volcado en la promoción inmobiliaria, pende sobre nuestras cabezas, cual espada de Damocles, un colapso económico de dimensiones inimaginables. Entre tanto, el blanqueo y la corrupción han conseguido que España sea uno de los países con más millonarios del mundo y también uno de los más pobres de Europa. Los economistas advierten que el salario promedio del 2005 está estancado al nivel de 1997. Los periódicos nos advierten de la generación mileurista, pero lo cierto es que la gran mayoría de los menores de treinta años son submileuristas. La polarización social inevitablemente engendra violencia, y la violencia llama a la represión y el miedo.
A veces, en la calle, tengo presente que entre la muchedumbre de sombras que me rozan y con las que tropiezo, ensimismadas en sus problemas y sus cálculos, nadie se pararía a recoger al que cayera. Sospecho, recelo, una conjura de sombras silentes, fantasmas enemigos que mi imaginación localiza en la señora de ojos enrojecidos que se mesa nerviosamente el pelo, en el hombre de jersey raído y cara de cansado que mira el reloj cada cinco minutos. Gentes que contemplan con envidia los rascacielos, altas torres de desprecio que nunca les acogerán, y que tiran hacia adelante, callados, porque los pueblos estafados crían individuos hechos esencialmente de silencio. Y cuando me hablan de un concejal de urbanismo que lleva un reloj de quince mil euros, pienso qué caro les sale a otros su vacío privilegio de lucirlo.
Lucía Etxebarría
Submileuristas
España es el menor país en densidad de población de la Unión Europea y el segundo en extensión. Cuenta con 60 habitantes por kilómetro cuadrado. Ley de oferta y demanda en mano, cualquier economista deduciría que el suelo debería ser barato, al tratarse de un bien no escaso. Sin embargo, está alcanzando precios imposibles. Y lo de imposibles no es una metáfora: demasiada gente no puede acceder a la vivienda. Un secarral en el que no se ha encontrado petróleo ni uranio ni zirconio y que anteayer, como quien dice, no valía tres pesetas pasa, merced a una recalificación, a costar cientos de millones de euros. Esto se hace ley en mano, pero tenemos que admitir que no todas las leyes son justas. ¿Cambiarlas? Imposible (como los precios). Ningún partido va a cerrar el grifo de donde sale el dinero que va a financiar sus campañas electorales, que a veces son muy directas y a veces, como en los casos Amedo, Filesa o Trashorras, no tanto. Pagar a un mentiroso sale bastante caro.
El disparate inmobiliario tiene repercusiones ecológicas y sociales. El medio ambiente no se deteriora, se destroza. Los jóvenes se tienen que quedar sine die en la casa paterna, con lo que eternizan la adolescencia hasta los imposibles: el consumo de alcohol y drojas se convierte en la norma antes que en la excepción. Las mafias que ven en nuestro país el lugar ideal para lavar su dinero oscuro en más que dudosas operaciones inmobiliarias han disparado la delincuencia y la violencia hasta niveles inimaginables hace apenas diez años. Pero además, como todo disparate de blanqueo tiene un techo y nuestro sistema económico está a día de hoy volcado en la promoción inmobiliaria, pende sobre nuestras cabezas, cual espada de Damocles, un colapso económico de dimensiones inimaginables. Entre tanto, el blanqueo y la corrupción han conseguido que España sea uno de los países con más millonarios del mundo y también uno de los más pobres de Europa. Los economistas advierten que el salario promedio del 2005 está estancado al nivel de 1997. Los periódicos nos advierten de la generación mileurista, pero lo cierto es que la gran mayoría de los menores de treinta años son submileuristas. La polarización social inevitablemente engendra violencia, y la violencia llama a la represión y el miedo.
A veces, en la calle, tengo presente que entre la muchedumbre de sombras que me rozan y con las que tropiezo, ensimismadas en sus problemas y sus cálculos, nadie se pararía a recoger al que cayera. Sospecho, recelo, una conjura de sombras silentes, fantasmas enemigos que mi imaginación localiza en la señora de ojos enrojecidos que se mesa nerviosamente el pelo, en el hombre de jersey raído y cara de cansado que mira el reloj cada cinco minutos. Gentes que contemplan con envidia los rascacielos, altas torres de desprecio que nunca les acogerán, y que tiran hacia adelante, callados, porque los pueblos estafados crían individuos hechos esencialmente de silencio. Y cuando me hablan de un concejal de urbanismo que lleva un reloj de quince mil euros, pienso qué caro les sale a otros su vacío privilegio de lucirlo.
Lucía Etxebarría