etsai
Será en Octubre
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- 12 Oct 2010
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Soy más de pueblo que las amapolas y ayer, dando una vuelta por Bilbao me embargó una intensa sensación de estar viviendo en una distopía futurista ciberpunk con:
-Personas de todas las razas, alienados y desubicados en un rincón impersonal de una ciudad que podría ser cualquiera, porque todas tienden a ser iguales.
-Pantallas por todas partes, desde las que caben en la palma de una mano hasta gigantescas.
-Publicidad gubernamental y privada, invasiva y desquiciante.
-Edificios modernistas repletos de carteles sucios y pintadas que se ahogan entre moles de metal y cristal impersonal, como un vestigio de tiempos mejores.
Suciedad, polución, ruido, gente guapa que comparte acera con el lumpen, estrafalarias tribus urbanas, degradación por barrios y que se extiende cual mancha de aceite, ideologías sectarias y absurdas, dirigentes crueles y mezquinos, transporte futurista y la asfixiante convicción de que uno está paseando por un futurista manicomio de cemento al que todos pueden entrar pero del que pocos pueden escapar.
Tan sólo eche en falta la lluvia ácida y ver a un Blade Runner persiguiendo a un pellejudo, a Robocop acribillando a unos indeseables o a Swarcheneger huyendo de unos tipos y corriendo a coger el próximo vuelo a Marte.
Todo aquello con lo que soñabamos en nuestra antiestética y mediocre, y sin embargo añorada y entrañable infancia se está volviendo real ante nuestros ojos. Pero descubrimos con tristeza que no somos ese antiheroe que querríamos ser, sino un tipo triste y gris que no puede ni pretende cambiar el mundo. El futuro nos ha llegado demasiado pronto.
-Personas de todas las razas, alienados y desubicados en un rincón impersonal de una ciudad que podría ser cualquiera, porque todas tienden a ser iguales.
-Pantallas por todas partes, desde las que caben en la palma de una mano hasta gigantescas.
-Publicidad gubernamental y privada, invasiva y desquiciante.
-Edificios modernistas repletos de carteles sucios y pintadas que se ahogan entre moles de metal y cristal impersonal, como un vestigio de tiempos mejores.
Suciedad, polución, ruido, gente guapa que comparte acera con el lumpen, estrafalarias tribus urbanas, degradación por barrios y que se extiende cual mancha de aceite, ideologías sectarias y absurdas, dirigentes crueles y mezquinos, transporte futurista y la asfixiante convicción de que uno está paseando por un futurista manicomio de cemento al que todos pueden entrar pero del que pocos pueden escapar.
Tan sólo eche en falta la lluvia ácida y ver a un Blade Runner persiguiendo a un pellejudo, a Robocop acribillando a unos indeseables o a Swarcheneger huyendo de unos tipos y corriendo a coger el próximo vuelo a Marte.
Todo aquello con lo que soñabamos en nuestra antiestética y mediocre, y sin embargo añorada y entrañable infancia se está volviendo real ante nuestros ojos. Pero descubrimos con tristeza que no somos ese antiheroe que querríamos ser, sino un tipo triste y gris que no puede ni pretende cambiar el mundo. El futuro nos ha llegado demasiado pronto.