PARADOJAS ANTIPÁTICAS
IGNACIO CAMACHO
CUANDO el Gobierno de Zapatero aprobó la Ley de (contra la) Violencia de Género, el Partido Socialista de Euskadi estaba presidido por un hombre condenado por pegar a su mujer con un paraguas y un zapato. Lo estuvo desde 2002 hasta 2014, tiempo en el que ejerció delicadas misiones de Estado como la de servir de interlocutor del presidente con la ETA; no había en el PSOE un ápice de repudio como el que ha provocado la inmediata baja del exministro López Aguilar tras una denuncia de su exesposa por maltrato. Ha cambiado el paradigma, según parece, o tal vez se trata de un circunstancial doble rasero; de cualquier modo es una incongruencia enojosa en torno a un asunto en el que hay al menos otras tres paradojas antipáticas. Ésta es la primera y no resulta la menos ingrata.
La segunda es la incómoda salpicadura con que el escabroso episodio de López Aguilar cuestiona el discurso monopolístico de la izquierda en materia de violencia doméstica [y de la derecha, que lleva con mayoría absoluta años y no ha cambiado una coma de la ley integral zapateril]. El legítimo empeño por liderar la lucha contra los malos tratos a las mujeres suele ir acompañado de un reproche más o menos explícito contra la derecha como presunta culpable de machismo complaciente o de anuencia pasiva con los agresores. El mismo Pedro Sánchez publicó hace pocos días un artículo de denuncia en el que sugería una relación de causa-efecto entre la reciente escalada de asesinatos y la presencia del PP en el Gobierno. (Y en el que por cierto cometió un doble patinazo: incluir en la macabra estadística nacional un triple crimen familiar cometido ¡¡en Gibraltar!! y del que además resultó ser autora la esposa y madre). En este marco de sesgo ideológico, la acusación contra un eurodiputado de destacado pedigrí socialista plantea una incómoda contradicción que sólo puede resolver un pronto veredicto de inocencia.
La tercera y la cuarta paradoja, quizá las más desapacibles, afectan al propio ex ministro atrapado en la Ley por él impulsada. En primer lugar chirría su recurso a una protección de aforamiento que no debería valerle para un supuesto como éste, de índole por completo ajena a su actividad parlamentaria y para el que existen juzgados específicos. Y queda el fondo de la cuestión: si es culpable, que ojalá no, su evidente falta de ejemplaridad trituraría de modo clamoroso la reclamación de superioridad moral de su bando. Pero si resulta, como argumenta, víctima de una conspiración rencorosa, la falsa denuncia se habría colado por una flagrante rendija de su propia obra, que atribuye de hecho una presunción de culpabilidad a todo varón denunciado. Un principio de dudosa constitucionalidad defendido por el PSOE frente a numerosas evidencias de fraude y que acabaría rebotando contra su directo promotor en una especie de bucle del destino.
Todo es vidrioso, desagradable, perturbador. Pero es la consecuencia de clasificar la realidad en dogmáticos compartimentos estancos.
Histórico Opinión - ABC.es - jueves 9 de abril de 2015
IGNACIO CAMACHO
CUANDO el Gobierno de Zapatero aprobó la Ley de (contra la) Violencia de Género, el Partido Socialista de Euskadi estaba presidido por un hombre condenado por pegar a su mujer con un paraguas y un zapato. Lo estuvo desde 2002 hasta 2014, tiempo en el que ejerció delicadas misiones de Estado como la de servir de interlocutor del presidente con la ETA; no había en el PSOE un ápice de repudio como el que ha provocado la inmediata baja del exministro López Aguilar tras una denuncia de su exesposa por maltrato. Ha cambiado el paradigma, según parece, o tal vez se trata de un circunstancial doble rasero; de cualquier modo es una incongruencia enojosa en torno a un asunto en el que hay al menos otras tres paradojas antipáticas. Ésta es la primera y no resulta la menos ingrata.
La segunda es la incómoda salpicadura con que el escabroso episodio de López Aguilar cuestiona el discurso monopolístico de la izquierda en materia de violencia doméstica [y de la derecha, que lleva con mayoría absoluta años y no ha cambiado una coma de la ley integral zapateril]. El legítimo empeño por liderar la lucha contra los malos tratos a las mujeres suele ir acompañado de un reproche más o menos explícito contra la derecha como presunta culpable de machismo complaciente o de anuencia pasiva con los agresores. El mismo Pedro Sánchez publicó hace pocos días un artículo de denuncia en el que sugería una relación de causa-efecto entre la reciente escalada de asesinatos y la presencia del PP en el Gobierno. (Y en el que por cierto cometió un doble patinazo: incluir en la macabra estadística nacional un triple crimen familiar cometido ¡¡en Gibraltar!! y del que además resultó ser autora la esposa y madre). En este marco de sesgo ideológico, la acusación contra un eurodiputado de destacado pedigrí socialista plantea una incómoda contradicción que sólo puede resolver un pronto veredicto de inocencia.
La tercera y la cuarta paradoja, quizá las más desapacibles, afectan al propio ex ministro atrapado en la Ley por él impulsada. En primer lugar chirría su recurso a una protección de aforamiento que no debería valerle para un supuesto como éste, de índole por completo ajena a su actividad parlamentaria y para el que existen juzgados específicos. Y queda el fondo de la cuestión: si es culpable, que ojalá no, su evidente falta de ejemplaridad trituraría de modo clamoroso la reclamación de superioridad moral de su bando. Pero si resulta, como argumenta, víctima de una conspiración rencorosa, la falsa denuncia se habría colado por una flagrante rendija de su propia obra, que atribuye de hecho una presunción de culpabilidad a todo varón denunciado. Un principio de dudosa constitucionalidad defendido por el PSOE frente a numerosas evidencias de fraude y que acabaría rebotando contra su directo promotor en una especie de bucle del destino.
Todo es vidrioso, desagradable, perturbador. Pero es la consecuencia de clasificar la realidad en dogmáticos compartimentos estancos.
Histórico Opinión - ABC.es - jueves 9 de abril de 2015