Artículo Original: Dmitry Steshin / Komsomolskaya Pravda El momento para la visita a la cocina del frente resultó bien elegido. En el segundo día de lluvia helada, como caramelizada, incluso las hi…
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Cocina de campaña
20/12/2023
Artículo Original:
Dmitry Steshin / Komsomolskaya Pravda
El momento para la visita a la cocina del frente resultó bien elegido. En el segundo día de lluvia helada, como caramelizada, incluso las hierbas parecían frutas exóticas. Las urgencias estaban llenas, las escuelas cerradas y los pocos conductores que circulaban por la carretera repetían como un mantra la fórmula “si no es contigo, es contra ti”. En el sur de Rusia no les gusta gastar dinero en llantas de invierno y tienen un buen motivo. Se preguntan “¿qué invierno?”, y es cierto, hay poco invierno, pero las irregularidades del tiempo pueden ser fuertes.
No estaba muy lejos de la línea de contacto, más o menos en dirección a Nevelskoe, en las afueras de Donetsk. El tiempo se podía considerar
bueno para el ser el frente. El coche civil no pudo circular los últimos cien metros. Las ruedas resbalaban en el hielo. De alguna manera, conduje al coche al lado de la carretera, seguí andando y caí con el casco por un lado y la mochila por otra, dando una vuelta como una tortuga que viste chaleco antibalas y queda panza arriba e intenta levantarse. Un amigo me escribió sobre los pasos de baile en el hielo que “si hay bombardeos o drones enemigos, no corras a ninguna parte”. Ningún dron podía volar en esas condiciones meteorológicas, pero nuestra artillería golpeaba al enemigo sin parar, justo hacia el cielo gris. El cielo, a cambio, descargaba granos blancos.
Siempre me ha interesado la cuestión de la nutrición: comer es la forma más íntima de comunicación entre una persona y el medio ambiente. Cualquier que siga el curso de la
operación especial, que tiene familiares en el frente, se ha interesado, sin excepción, por qué comen los soldados.
En el frente, la alimentación es la mitad de la batalla. Lo importante está en la organización y en las posibilidades. Depende de la ubicación, la distancia entre el frente y las grandes ciudades o la situación. La alimentación es diferente en momentos de ofensiva o de defensa, eso es comprensible. Por ejemplo, en el sur, en la zona de Zaporozhie, mis amigos paracaidistas se cansaron de las raciones después de un mes. Los soldados siempre encontraban un par de raciones sin abrir que les habían dado y me escribían: “La correspondencia”. Muchas veces, esas raciones me han ayudado.
Cuando las raciones ya no son suficiente, los soldados empiezan a organizarse si es posible. Reciben latas de carne, leche condensada, mantequilla o aceite, cereales, pasta y preparan la comida para toda la unidad. Los platos son los más simples de esos que llamamos caseros: sopas, cocido, patatas. Pero también se pueden encontrar los menús más exóticos. En una ocasión, fui a cenar en las trincheras y sirvieron faisán. Un inteligente y apañado cazador siberiano había llegado al frente como voluntario y un dron enemigo impactó a un faisán en el lugar. Así que decidió agasajar a sus compañeros con algo de caza. El cazador, Senya, es también amante de la cocina, así que tienen catering centralizado. Así que llego al comedor media hora antes de la comida.
En el patio, me encuentro con los gatos. El gris es cazador de temporada. Los soldados explican que se come los ratones, así que está de buen año, y simplemente duerme. El segundo, el rojo, es un gato doméstico, el favorito de la cocina. Los gatos se ignoran entre ellos, viven en mundos diferentes, aunque juntos. Y los soldados les quieren por igual.
El comandante de la unidad,
Ivanich, me lleva bajo el toldo, ya que dice que, aunque el tiempo es malo y no hay drones, nunca se sabe. Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que todo está a cubierto de ojos ajenos, también la cocina. Los fuegos echan humo.
Ivanich, un profesional, me dice: “Sí, me gradué en la universidad, soy cocinero. Soy un hombre de la Unión Soviética, así que en los 80 trabajé en casi todos los cafés de Donetsk”. Sospecho por intuición que
Ivanich no solo ha trabajado en las cantinas. Estoy en lo cierto y al final empieza a soltar nombres de productos exóticos, restaurantes, mercados y tiendas de la costa mediterránea francesa. Pero hablando de lo mundano,
Ivanich dice: “El borscht no juega, así que me di cuenta de que a los soldados les gustan las alubias y las sopas de guisantes. El borscht viene en lata, está casi preparado. Le añadimos algo y es el plato principal”.
“¿Cómo viene el guisado, de diferentes maneras, con algunos mejor?”, pregunto. Como un viejo montañero, estoy preparado para hablar de distintos tipos de carne enlatada, que es un tema existencial que no tiene fin. Pero todo resulta ser más simple: “La carne en lata es la que se produce para el Ministerio de Defensa y, bajo su control, nos viene a nosotros”.
“¿Sin lechón ni pezuñas?”
“Es un gran guisado. Se puede encontrar alguno mejor, pero este tiene una proporción correcta de carne, grasa y sabor. Una nota de cinco sobre cinco”.
Creo que cualquiera que lo haya probado estará de acuerdo con
Ivanich. Se puede criticar la comida del frente, por ejemplo la ensalada de Voronezh, que no es muy popular. Se puede criticar el paté. Pero el guisado es sagrado, no se discute, como a una progenitora, que siempre es la mejor y la más guapa. Y siempre es verdad. Según
Ivanich, todo está estrictamente regulado, especialmente el tiempo de cocina: “”Aquí está el mapa táctico, ahí se indican los tiempos. Teniendo en cuenta las circunstancias de fuerza mayor, como la climatología, la comida se prepara en quince minutos. A la una estamos preparados”.
Me llaman a la cocina. Todo está limpio, casi esterilizado. Está aislado, con una bonita capa de plata hacia fuera, que es uno de los materiales de construcción favoritos del frente, ya que rápidamente puede aislar cobertizos.
Ivanich se enorgullece de que los propios soldados lo organizan todo aquí, el horno está bien cuidado y todo está limpio. El chef Mijaíl intenta atar un gorro blanco para el cocinero Mahmoud. Misha es joven y alto, casi un metro noventa, y Mahmoud es todo lo contrario. Por el rabillo del ojo, veo a Mahmoud cortando cebollas para una sopa y me doy cuenta de que él es el Cocinero con mayúsculas. Es ruso de origen libanés. Durante unos minutos, hablamos de Beirut, del sol abrasador y del mar. Mahmoud aparta las memorias con esfuerzo y sigue con la cocina. Mientas lo hace, cuenta lo que está ocurriendo: “Trabajamos según la forma Número 2, esto son
platos en latas de metal. Los estamos refinando para hacerlos más sabrosos. Lo que hacemos aquí es como repostar”.
Le pregunto si se levanta pronto. “A las cinco de la mañana, a veces un poco antes. Desayunamos entre las siete y las ocho, comemos entre la una y las dos y cenamos de siete a ocho. Pero todo depende de las circunstancias. Si hay ataques, puede ser algo más tarde. Bueno, no mucho. Siempre estamos en contacto con los comandantes, que son los que nos envían a los soldados a comer”.
La pregunta que se hacen todos y que Mahmoud responde con frecuencia es cómo acabó un cocinero libanés en el frente de Donetsk. Mahmoud explica que es así como cumplió un sueño de la infancia: “Vivo en Donbass desde 2006. Me marché del Líbano por la guerra con Israel. Me gusta el ejército, quería ser soldado, pero según la legislación libanesa no podía luchar: está prohibido reclutar a más de un hombre por familia. Un amigo vivía en Donbass y me invitó a trabajar en un restaurante. Ya no volví a Líbano. Mi familia está aquí, este es mi país. Desde 2014, los milicianos empezaron a venir al restaurante. Empecé a darle vueltas y les pregunté cómo les daban de comer en el frente. ¿Cómo es la comida? Hablé con uno de los comandantes, me dio su dirección, firmé un contrato y llevo desde 2016 dando de comer a los soldados de las Repúblicas Populares y ahora de Rusia”.
“¿Qué es más interesante para un cocinero?”
“Esto. La forma en la que los soldados bien alimentados te dicen gracias. Nadie te da las gracias en un restaurante. Hay algo que me enorgullece: alimento a personas que dan la vida por nosotros, por nuestra tierra”.
La artillería sigue trabajando y algo empieza a volar sobre nosotros. Salgo al patio para observar el frente, pero la visibilidad no va más allá de los cien metros. Solo veo sombras de algún tipo de trinchera.
Me llaman “prueba un poco de la comida”
Es una simple mesa militar, pero que hace parecer estar en casa. La sopa es absolutamente
casera, no se puede llamar
oficial. También hay un plato de embutido en la mesa. Es una salchicha semicurada. Se puede fácilmente poner el nombre de alguna marca conocida y nadie diría que es algo preparado para el ejército. La sopa es contundente, con un poco de grasa y aroma gracias a la salsa. Pido repetir a
Ivanich, que me mira complacido.
Aparecen los termos de los soldados. A cuatro manos, Misha y Mahmoud, rápidamente, llenan todos los recipientes con sopa, trigo sarraceno con asado y te. Los soldados desaparecen en la niebla, vuelven a sus posiciones, pero ya comidos. Nadie se queda un minuto de más, así se aseguran de que no se desvela la posición de la cocina de campaña.
Pese a su juventud, Misha también es cocinero y no de los simples. Es especialista en sopas picantes. Explica por qué las sopas asiáticas gustan tanto en Rusia: por sus combinaciones inusuales. Y llega a una curiosa conclusión: “Estoy seguro de que en el este, la cocina rusa se podría ver con el mismo interés y tendría fans”.
“¿Cuál es tu
plato militar favorito?”
“Me gusta la pasta con estofado. Es algo que se prepara de forma sencilla, el sabor y la combinación con impecables. Y a los soldados les encanta”.
Misha también hace la sopa de pescado clásica
, la sopa de los pescadores ingleses y franceses. Su ejecución es compleja, no es un plato ordinario. Es amigo de Mahmoud y sueñan con abrir su propio restaurante en Donetsk después de la guerra. Como dicen los mineros, espero que sus sueños se hagan realidad. Le pregunto a Misha si están tranquilos. Se encoge de hombros y explica: “La situación no es la más tranquila, pero tampoco es tensa. Siempre se está en alerta, escuchando qué pasa a tu alrededor. Puede ser muy ruidoso”. Mijaíl llegó al ejército por su progenitora, antes incluso de nacer. Ella sirvió en el ejército. “Todavía trabajaba en un restaurante de Donetsk, pero mi progenitora me dijo que me uniera al ejército: la escasez de cocineros era terrible, no había dónde encontrarlos”:
“¿Qué es mejor para el alma del cocinero? ¿El frente o el restaurante?”
“Es posible que muchos dijeran que el restaurante. Pero yo tengo una opinión diferente. Creo que lo que estoy haciendo, proteger mi tierra, es importante”.
Me despido rápidamente. Mahmoud y Misha tienen que empezar a preparar la cena y solo entonces tendrán tiempo libre. Hasta las cinco de la mañana. Me ha quedado claro quiénes son los que se levantan temprano en el ejército. Además de quienes no pueden irse a dormir.