Pero esto sucede porque se ha llevado al paroxismo la censura de la información en aras de proteger la supuesta intimidad de los afectados y de no causar alarmismo. Está tan restringido el conocimiento a lo que allí está pasando que ni ellos mismos se permiten emplear los medios que le ayudarían a prever con cierta antelación el desarrollo de los acontecimientos.
Porque los primeros días cualquier hijo de vecino podía usar un dron y emitir en vivo las coladas y sus destrozos, y sabías al minuto lo que pasaba, tanto tú como el responsable de tomar las decisiones. Y yo entiendo que no fuera ético mostrar al mundo cómo la lava engullía la casa de una familia. Pero nadie planteó el debate entre la salvaguarda de la intimidad y la enorme utilidad de conocer al minuto los hechos que acontecen en un evento tan extraordinario como peligroso. Ni siquiera se intentó buscar un término medio. Se prohibieron los drones, se acabaron las cámaras, y ha prevalecido el oscurantismo.
Para los responsables técnicos y políticos esto es un alivio, porque cuando los ojos del mundo no ven, dejan de fiscalizar su labor. Ocurra lo que ocurra pueden aludir a la imprevisibilidad de la erupción, y aquí paz. Veremos si gloria. Pero esto mismo les ha cegado también a ellos, y se ven disparates como el de hoy, que sacan a las gentes de sus hogares un cuarto de hora antes de perderlos.
Es lamentable.