Pérez-Reverte: "Fabricando misóginos"

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Madmaxista
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Fabricando misóginos
20 Sep 2021 / ARTURO PÉREZ-REVERTE / Patente de corso

Me lo cuenta el padre, que es amigo mío. Y me lo cuenta preocupado. Escríbelo tú que puedes, dice. Porque para estar preocupado no le falta razón. Su hijo, al que llamaremos Pedro, o Pedrito, tiene doce años. Es un crío vivo y listo, rápido de cabeza, honrado, buen estudiante. De los que dicen buenos días, gracias y por favor. Además, le gusta leer libros y ver películas viejas con sus padres. Un chico, en fin, de ésos que vamos a necesitar mucho como adultos dentro de unos años: los que levantan la mano en clase, hacen sus propias preguntas y no se dejan comer el tarro, o no demasiado para los tiempos que corren, por el grupo ni la tendencia. Un niño como Dios manda.

Todo iba bien hasta el curso pasado, dice el padre. Obediente, educado, buenas notas. Así era Pedrito. Todo iba de perlas hasta que se cruzó el azar, reforzado por la estupidez humana. Y lo hizo en forma de niña. El suyo es un colegio mixto, de una ciudad grande: Valencia, para ser exactos. Unos treinta críos en clase, entre ellos y ellas. Convivencia normal, respeto mutuo, etcétera. Todo según los cánones actuales. Formado en el respeto a las niñas y la igualdad, Pedrito era de los que no pasaban por alto un comentario supuestamente machista, una frase hecha, un lugar común. Valoraba al otro sesso porque había sido educado para ello por sus padres y profesores. En esa materia era puntilloso, implacable como un gendarme prusiano. Sin embargo, llegó el día fatal. El incidente.

Ni siquiera fue en el colegio, señala amargo el padre. Fue en la calle, a la salida, cuando Pedrito y un grupo de niños y niñas charlaban esperando el autobús. Críos de doce años, repitámoslo. Surgió una discusión sobre los motivos de cada cual para ser delegado de clase, y en un momento determinado, sin que mediase acto previo ni provocación especial por parte de Pedrito, una niña –de carácter difícil, que ya había protagonizado otros incidentes en clase– le dio una bofetada. A ella la llamaremos Lucía. Al recibir el golpe, la reacción del chico fue automática: devolvió la bofetada. Todo acabó allí, al menos en esa fase del asunto. Llegó el autobús, fuéronse todos y no hubo más. Aparente final, de momento.

Pero de final, nada. Sólo era el principio. Al día siguiente, en el colegio, consejo de guerra: vista disciplinaria sumarísima por parte de los profesores. Los padres de la niña se habían quejado; y el colegio, sin escuchar a nadie más, comunicó por teléfono a los de Pedrito que su hijo quedaba suspendido durante dos semanas por agredir a una compañera. Los padres del chico no se tragaron el asunto tal cual, le preguntaron a él, hicieron llamadas telefónicas, lo interrogaron, preguntaron a los otros niños, acudieron al colegio exigiendo igualdad de trato. De ese modo lograron que se escuchase a los demás testigos y también a Pedrito, que compareció al fin para dar su versión ante los profesores, con la calma de quien tiene la conciencia tranquila. No negó en absoluto el hecho, asumió su parte de responsabilidad, confesó que fue la reacción instintiva a un golpe dado por Lucía, y con la honrada convicción de quien todavía no ha sido estropeado por la cosa de sociedad en la que vive y va a vivir, dijo: «Me pegó y le pegué sin pensarlo, es verdad. Nada más. Castigadme si lo hice mal, pero también ella lo hizo, y además me pegó primero. Así que castigadla también a ella. ¿No decís que los chicos y las chicas somos iguales?».

De nada, o de poco, sirvió el argumento. Reunido el consejo escolar, dictó sentencia final: Pedrito, suspendido una semana y nota negativa en su expediente. Lucía, absuelta de todo y tan tranquila, segura en adelante de su poder y su impunidad. Pero lo más grave, cuenta el padre, fue cuando el niño conoció la sentencia. Lo que dijo referido a sus profesores y también a sus padres: «Es injusto, me habéis estado engañando con eso de las chicas». No añadió nada más, y desde entonces no ha vuelto a comentar el asunto, como si quisiera borrarlo de su cabeza. Pero he notado algo, señala el padre. Y no me gusta. Ahora, cuando estamos viendo la televisión y hay una escena de reivindicación feminista, alguien defiende los derechos de la mujer o habla de igualdad o algo parecido, no falla: cada vez, Pedrito, impasible el rostro, cambia de canal si tiene el mando automático en las manos. Y si no, se levanta y sale de la habitación con el pretexto de beber un vaso de agua, hacer pipí, sacar al perro al jardín. Al cabo de un par de minutos regresa, mira de reojo la tele y se sienta de nuevo, imperturbable, silencioso. Y a su progenitora y a mí, dice el padre, nos llevan los diablos.

Publicado el 18 de septiembre de 2021 en XL Semanal.

Mañana aparece su nueva novela, tal vez sea simple casualidad que le apetezca volver a pisar callos justo ahora. Pero lo escrito merece una reflexión y va a levantar ampollas entre unxs cuantxs.
 
Es decir, cuando el niño detecta la falsa propaganda que ve en la tele, propaganda que sus propios padres le inocularon, decide rechazarla porque correctamente la juzga intoxicante y falsa. Los padres, manteniéndose en su error, juzgan esto como un acto misógino y se preocupan.

Todo bien, Reverte sigue en su puesto de extremo centro. Bendito sea nuestro cipotudo patrio. Por cierto, como rechinan los dientes cuando el ateo reverte se llena la boca con expresiones del tipo "como Dios manda".
 
Lógico, si se "empodera" a una parte de la población con privilegios y se pisotea a la otra, la pisoteada va a ver a la privilegiada más como el enemigo que otra cosa. Una de las razones de que no me haya ido peor en la vida (a mis 45) -todavía peor, pero esa es otra cuestión- es que huyo de trato y relaciones con mujeres, más allá de las estrictamente necesarias en el trabajo. Para todos lo demás, pilinguis que son más útiles de lo que la gente se cree. Toda mujer = PROBLEMAS, de un tipo o de otro.
 
Suponiendo que sea cierto el relato, pues me parece un poco extremo, esos padres están educando mal a su hijo porque le mienten: no hay igualdad real en según qué situaciones. Hay igualdad para algunas cosas, y así debe ser, pero no para otras. Y esto hay que ir dejándoselo ver a los niños, poco a poco, sin hacer dramas ni convertirlos en extremistas o misóginos. Igual que les explicas otras asimetrías de la vida.
 
Evidentemente Pedrito no existe, pero estas cosas sí que pasan, y no fabrican "misóginos", fabrican escépticos de la religión feminista, que no es lo mismo ni de lejos.
 
Han descubierto la rueda.

Los niños que salen de los colegios odian el feminista radicalsmo, al igual que los que fuimos a colegios de curas salimos todos ateos.

Muy bien dada la torta, con igualdad, asi educo yo a los mios.
 
Es decir, cuando el niño detecta la falsa propaganda que ve en la tele, propaganda que sus propios padres le inocularon, decide rechazarla porque correctamente la juzga intoxicante y falsa. Los padres, manteniéndose en su error, juzgan esto como un acto misógino y se preocupan.

Todo bien, Reverte sigue en su puesto de extremo centro. Bendito sea nuestro cipotudo patrio. Por cierto, como rechinan los dientes cuando el ateo reverte se llena la boca con expresiones del tipo "como Dios manda".

Es que ese es el problema, es la típica crítica al feminismo "radical" que al final acaba ensalzando al supuesto feminismo "moderado" y "sensato". Y lo peor es que todos los nacionalpagafantas apaludir´çan como focquitas y dirán que es una sacada de regazo y demás insensateces que sueltan.
 
Vaya porquería de artículo Paco, que podría haberlo escrito cualquier mamá semi-analfabeta, que falta de profundidad... Acaso no podría el autor haber hecho un paralelismo con lo que hubiera pasado si la escena se repite 15 años después, el nene hubiera ido al calabozo y a la chica no le hubiera pasado nada. El habría cometido un delito y ella una falta por el mismo acto, dónde está la igualdad ante la ley y la no discriminación por género?

El niño acaba de descubrir que es el neցro en la Sudáfrica del apartheid o en el sur de USA en los años 50, un ciudadano de cuarta clase, al que se le puede golpear, robar o dar de baja de la suscripción de la vida impunemente y del que todo el mundo sospechará si se comete algún delito cerca suyo. Lo raro es que ni los padres, ni el autor, al que se le supone cierta altura intelectual, se hayan dado cuenta todavía.
 
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