Jesús ya nos advirtió que el mundo nos aborrecería, y que supiésemos que a Él lo aborreció antes que a nosotros, Juan 15:18. "Si a Mi me han perseguido, también a vosotros os perseguirán", pero a continuación también dice: "Si han guardado Mi Palabra, también guardarán la vuestra" Juan 15:20.
Obispo americano advierte en la catedral de dos clérigos no banderilleados
El pasado fin de semana, el obispo de Lexington, John Stowe, ordenó al diácono que anunciara que el pastor y el vicario no están banderilleados, que los fieles podrían optar por no asistir a sus Misas y que ambos sacerdotes tenían prohibido visitar a los enfermos y a los agonizantes.
Qué mal pueda hacer persona alguna -no digamos un sacerdote que trae los últimos sacramentos- a un agonizante es materia que nos intriga, pero no es la única en la actitud autoritaria que el episcopado norteamericano en general está adoptando en este asunto de las banderillas, donde se ha pasado de debatir si era lícito recurrir a un remedio en cuya elaboración se habían empleado células de fetos abortados a determinar que no es lícito abstenerse de la banderilla.
La de Lexington es una de las diócesis que ha ordenado vacunarse a todos los empleados del obispado, pero en absoluto la única. El obispo Stowe lo justificó el mes pasado en una nota en la que afirmaba que “el sistema de salud está al borde del colapso por una crisis causada principalmente por personas que se niegan a protegerse a sí mismas y a los demás al vacunarse. Esto es inaceptable, y nuestra diócesis ahora se une a los empleadores que ya han hecho de este compromiso básico con el bien común un requisito». ¿Qué dirá el obispo cuando lea noticia de, digamos, Israel, con la abrumadora mayoría de la población vacunada y los hospitales colapsados por enfermos doblemente inoculados?
Obispo americano advierte en la catedral de dos clérigos no banderilleados
El pasado fin de semana, el obispo de Lexington, John Stowe, ordenó al diácono que anunciara que el pastor y el vicario no están banderilleados, que los fieles podrían optar por no asistir a sus Misas y que ambos sacerdotes tenían prohibido visitar a los enfermos y a los agonizantes.
Qué mal pueda hacer persona alguna -no digamos un sacerdote que trae los últimos sacramentos- a un agonizante es materia que nos intriga, pero no es la única en la actitud autoritaria que el episcopado norteamericano en general está adoptando en este asunto de las banderillas, donde se ha pasado de debatir si era lícito recurrir a un remedio en cuya elaboración se habían empleado células de fetos abortados a determinar que no es lícito abstenerse de la banderilla.
La de Lexington es una de las diócesis que ha ordenado vacunarse a todos los empleados del obispado, pero en absoluto la única. El obispo Stowe lo justificó el mes pasado en una nota en la que afirmaba que “el sistema de salud está al borde del colapso por una crisis causada principalmente por personas que se niegan a protegerse a sí mismas y a los demás al vacunarse. Esto es inaceptable, y nuestra diócesis ahora se une a los empleadores que ya han hecho de este compromiso básico con el bien común un requisito». ¿Qué dirá el obispo cuando lea noticia de, digamos, Israel, con la abrumadora mayoría de la población vacunada y los hospitales colapsados por enfermos doblemente inoculados?