No fue una lucha de clases ni tenía como objetivo derribar la sociedad estamental, sino exclusivamente el de reformar la Iglesia romana.
Tampoco en sus resultados lo fue, pues en el balance final la Reforma afianzó el poder de los príncipes imperiales (algunos de los cuales como Federico III de Sajonia o los de la Liga de Esmalcalda apoyaron a Lutero o lucharon por la nueva doctrina contra el emperador) en un proceso que culmina con los principios aprobados en la Paz de Augsburgo y en la obra política de Tomás Erasto. Por otra parte no afectó a la influencia sobre la sociedad ni a la posición privilegiada del clero, pues los obispos fueron expulsados para ser sustituidos por congregaciones reformadas, algunas de las cuales tenían incluso el poder político y civil absoluto, o por otros obispos (caso del anglicanismo).
Los movimientos más revolucionarios suscitados por la Reforma tuvieron como protagonistas tanto al campesinado (guerras del campesinado suabo en 1524) como a la pequeña burguesía (por ejemplo cuando la toma de Muñiste por los anabaptistas en 1543, liderados por Jan Matthias, que era panadero). Ambos movimientos fueron abominados por el propio Lutero, que calificó a los campesinos rebeldes como hordas de asesinos.
Lo que sí hizo la Reforma, o más concretamente el calvinismo y el pietismo, fue, según la tesis de Weber, favorecer el desarrollo de la economía capitalista moderna, racionalizada, con contabilidad de doble entrada, etc. Pero estamos hablando del florecimiento de una nueva clase, la burguesía industrial capitalista, no de su acción revolucionaria contra el régimen social. Para eso hay que esperar a 1640 en Inglaterra y a 1789 en el continente.