La Verdad no tiene por que ser buena, puede ser terrible y al mismo tiempo puede esclarecer los rincones más oscuros de vuestra mente o espíritu.
Todos creen que la Guerra es mala, pero no es así, por que ni siquiera conocéis lo que significa la palabra Guerra y con un poema inacabado os contaré que es;
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EL HOMBRE INACABADO
Los primeros seres humanos viven en cavernas como los animales, se cubren con pieles de animales, se alimentan con carne de animales, se muerden y despedazan entre sí como animales, se unen libremente como animales, pero poco a poco se elevan del medio animal, se iluminan con la inteligencia, transforman la piedra en arma, el arma en arnés, la caverna en casa y en templo, convierten el abrazo ciego en amor, el brujo se hace sacerdote, el sacerdote se convierte en monarca, los cazadores se transforman en pastores, éstos en agricultores, las primitivas hordas salvajes se reducen a tribus ordenadas, las tribus llegan a ser los pueblos y naciones.
El hombre llega a ser dueño del fuego, del buey, inventa la rueda y el arado, aprende a sembrar, a pintar, ennoblece los gritos guturales convirtiéndolos en lenguaje articulado; los símbolos diseñados llegan a ser escritura inteligible.
Pero el hombre debe combatir, combatir siempre, combatir eternamente. Su guerra primera se libra contra el hambre, contra las bestias, contra la naturaleza misteriosa y amenazadora, contra las tribus rivales, contra los que abusan del poder para aprovecharse de él y oprimirlo. El hombre siempre será guerrero, combatiente, héroe: deberá combatir contra los hielos y las heladas, contra las marismas y las corrientes, contra la oscuridad y el terror nocturnos, contra la selva venenosa y la furia de los mares; finalmente combatirá contra sus reyes e incluso contra sus dioses.
Los hombres trazan con caminos los desiertos y las selvas, vencen y pasan las montañas, se enseñorean del viento y con los remos golpean las olas para navegar velozmente sobre los ríos y los mares, alzan pilastras de material y columnas de mármol, construyen las casas de Dios y las moradas de los monarcas, modelan en piedra las imágenes de los muertos y de los númenes, construyen las metrópolis. Pero, la guerra entre el hombre y el mundo, entre el hombre y el hombre, jamás se interrumpe, nunca cesa.
Las ciudades coligadas o conquistadas se dilatan transformándose en reinos e imperios, los imperios luchan entre sí para lograr el dominio sobre las ciudades, y los reinos crecen, florecen, triunfan, decaen, se derrumban. Se levantan otros imperios que a su vez se pudren y se arruinan.
El Occidente se encrespa con el Oriente, éste se lanza contra el primero, Asia contra Europa, Europa contra África, continente contra continente, raza contra raza, religiones contra religiones.
Las migraciones de los nómadas provocan nuevas guerras, las invasiones de los bárbaros obligan a nuevas luchas, los pueblos vírgenes e incultos que se asoman por vez primera al teatro de la historia se abren camino mediante guerras. Menfis y Tebas quedan destruidas, Babilonia y Persépolis son incendiadas, Atenas y Roma se ven asediadas y saqueadas; desde el Norte y el Este acuden ríos humanos de caballeros velludos, hambrientos de trigo, de lujo y de sol, salvan los confines, cruzan los mares, someten y despojan a los antiguos señores ahora reblandecidos. Mientras tanto, los emperadores hacen asesinar y son asesinados, los nuevos reyes ordenan carnicerías y a su turno concluyen siendo sacrificados.
Y a pesar de todo, a pesar de esa sangre y ese repruebo, de esa ferocidad y esas traiciones, los hombres sobreviven y se renuevan. Se levantan nuevas metrópolis en el lugar de las que cayeron o fueron destruidas, se hallan y reaparecen las obras maestras que yacían sepultadas, los poetas cantan las gestas de los dioses victoriosos y de los héroes vencidos, los filósofos procuran hallar la esencia del mundo y la del alma paseando a lo largo de las orillas del Iliso o en los pórticos de Atenas, coros de vírgenes y de ancianos cantan en teatros abiertos, bajo el cielo mediterráneo, lamentando la inexorabilidad del Hado, se alzan anfiteatros, curias y basílicas semejantes a moradas para cíclopes. Sobre los milagros esparcidos acá y allá se levanta ya el canto armonioso de los rapsodas, ya el resonar de las trompetas, ya el alarido de empenachados depredadores.
Walt Whitman.
EVOLUCIÓN.
Un saludo musical para aquellos que comprendieron;