Carrus Magníficus
Madmaxista
Sí, los centros penitenciarios reformatorios juveniles educativos salesianos tenían todos el mismo corte. Adustos, marciales, desprovistos de sentimientos, con el grito como respuesta o forma de dirigirse a los presos alumnos...
Lo que hoy se denominarían malos tratos eran comunes en nuestras aulas: descalificaciones, tizas, borradores, pescozones, tirones de oreja, levantar por la patilla cuando no una leche con la mano abierta... Castigos al fondo de clase, en la esquina, contra la pared o directamente yendo a la sala del director para que los padres viniesen a por ti. Y por supuesto, zurra por parte de tu padre conforme salías de la escuela y zurra de correa en casa porque algo malo has hecho.
Pelearse en el patio del colegio por una falta de fútbol, por una broma pasada de rosca o por un insulto mayor que el férreo código de conductapenal escolar no escrito pero que todos respetábamos era la forma natural de canalizar nuestra frustración por estar en un lugar tan lúgubre y bipolar, que tenía a la parroquia y sus ritos como centro neurálgico pero que en la práctica los curas no pasaban, algunos, de meros cabos chusqueros y capellanes de tropa venidos a menos.
¡¡Aaaaa forMAR!! ¡¡Aaaaa cuBRIR-SE!!... Un, dos, un, dos... ¡canTAD! Y marchábamos, cantando... arrastrando los pies escaleras arriba y desafinando de propósito para cabrear al cura de turno... De nuestras pocas alegrías.
Y sí, fue mi agogé... mi colegio.
Lo que hoy se denominarían malos tratos eran comunes en nuestras aulas: descalificaciones, tizas, borradores, pescozones, tirones de oreja, levantar por la patilla cuando no una leche con la mano abierta... Castigos al fondo de clase, en la esquina, contra la pared o directamente yendo a la sala del director para que los padres viniesen a por ti. Y por supuesto, zurra por parte de tu padre conforme salías de la escuela y zurra de correa en casa porque algo malo has hecho.
Pelearse en el patio del colegio por una falta de fútbol, por una broma pasada de rosca o por un insulto mayor que el férreo código de conducta
¡¡Aaaaa forMAR!! ¡¡Aaaaa cuBRIR-SE!!... Un, dos, un, dos... ¡canTAD! Y marchábamos, cantando... arrastrando los pies escaleras arriba y desafinando de propósito para cabrear al cura de turno... De nuestras pocas alegrías.
Y sí, fue mi agogé... mi colegio.