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Himbersor
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"Pero si hay algo que marcará a Julio para siempre es la responsabilidad de tener que decidir a quién le cierra los ojos: «Se me muere la gente en los brazos», dice, y baja la vista. La falta de respiradores cortó los traslados a los hospitales y empezó el triaje. «Tienes tres personas y un solo ventilador, ¿a quién se lo das? Nos vimos sujetos al uso de un criterio para decidir». «Hay algún paciente que me ha pedido alguna manera de terminar antes con su dolor; otros, por increíble que parezca, han llegado a entender la situación: recuerdo a una mujer mayor que me dijo temblando: “Haz lo que puedas, yo lo entiendo”. Solo me pidió que llamara a su hijo para despedirse de él por videollamada. “No llores”, le pedía ella»".Merece la pena leer esta noticia reportada en el ABEC de este reportaje de un medico de Madrid que se ha tenido que "mudar" a una autocarabana para no contagiar a su familia....
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Padres e hijos, pese a la sobrecarga de deberes y al absorbente trabajo telemático, están pasando juntos más tiempo que nunca. Quizás es la cara buena (si es que la tiene) de esta esa época en el 2020 de la que yo le hablo de cobi19 que ha quitado la respiración al mundo entero. Pero preparar la cena con los niños o llegar a tiempo para acostarles y darles las buenas noches también tiene excepciones. Julio Ruiz Palomino no puede hacerlo. Este médico del Summa 112, de 48 años, está en primera línea en la lucha contra el cobi19 desde el día uno: hizo los primeros traslados al Hospital Carlos III de sospechosos vinculados con casos importados; también se hizo cargo del traslado de mayores a los hospitales cuando todavía había capacidad para acogerlos. Era la época (hace menos de un mes, aunque parezcan años) en que todavía se llegaba a los domicilios a hacer test de cobi19 a las personas con síntomas y ni existía el debate sobre los test rápidos. La insaciable necesidad de este bichito por contagiar fue cerrando con violencia todas estas opciones, una a una, estrujando cualquier hilo de esperanza. Y cuando Julio vio cómo el cobi19 se cebaba también con la gente joven tomó una rotunda decisión: mudarse a una autocaravana para no contagiar a sus hijos.
El vehículo que usaba para escaparse a la montaña o a alguna ciudad no descubierta con su mujer, Susana, y sus dos pequeños -Rodrigo, de 13 años, y Alberto, de 10-, se convirtió en su nuevo hogar para guarecerse durante el huracán. Está aparcada justo enfrente de su casa y ve a los niños desde la verja. Julio no permite a sus hijos que se acerquen a él, y cuando sus dos enormes perros bobtail lo ven y corren brincando hacía él los hace volver a casa con señas para evitar que metan dentro de casa el bichito que Julio cree que puede tener en la ropa, en el cuerpo, en el pelo...
La comunicación con la familia es a voces: «No salgáis fuera sin abrigo, por favor haz los deberes, te quitaré la Play por el suspenso…». Julio también se comunica con ellos por teléfono y a través de la tablet les corrige los deberes de Física y Biología. «La autocaravana está muy bien: tengo cocina, cama, una televisión y hasta un pequeño armario para poner la ropa», dice con un optimismo incomprensible, quizás el que le da la mejoría de algunos pacientes que vio la noche anterior o el hecho de haber recibido la noticia de la recuperación de un compañero que tuvo que ser intubado, y cuya vida quedó en sus manos. «Fue uno de los traslados más complicados de mi vida, temía no hacerlo bien; y, además, en él me veía a mí, empecé a pensar que yo sería el siguiente», reflexiona en voz alta mientras se le desdibuja la sonrisa. Y es que a veces aflora en él, cuando se lo permite y sin que nadie lo vea, el miedo, la preocupación, las lágrimas. «Ahora sí tengo miedo, he visto muchos compañeros contagiados, mucha gente joven afectada, no pienso en mí sino en que será de mis hijos…».
«Un Dios con mascarilla»
Pero si hay algo que marcará a Julio para siempre es la responsabilidad de tener que decidir a quién le cierra los ojos: «Se me muere la gente en los brazos», dice, y baja la vista. La falta de respiradores cortó los traslados a los hospitales y empezó el triaje. «Tienes tres personas y un solo ventilador, ¿a quién se lo das? Nos vimos sujetos al uso de un criterio para decidir». «Hay algún paciente que me ha pedido alguna manera de terminar antes con su dolor; otros, por increíble que parezca, han llegado a entender la situación: recuerdo a una mujer mayor que me dijo temblando: “Haz lo que puedas, yo lo entiendo”. Solo me pidió que llamara a su hijo para despedirse de él por videollamada. “No llores”, le pedía ella».
Mientras se hace un café y mete en una bolsa del Summa toda su ropa de trabajo, se consuela y cambia de tema mostrando las fotos de su familia pegadas en la pared de su nueva casa: los niños por todos lados y, en una central, los cuatro miembros de la familia, hace tiempo ya, cuando esto era parte del guión de algún director de cine con exceso de imaginación.
El médico que vive en una caravana para no contagiar a sus hijos: «Se me muere la gente en los brazos»
Hablamos, pero estar allí tiene que ser tremendo.
Qué desastre.