El efecto del cambio en la política monetaria

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El efecto del cambio en la política monetaria

(31-03-2008)

En tiempos de turbulencias como los que se avecinan, el debate de política económica se centra en los medios disponibles para atajar las consecuencias de la desaceleración. Tradicionalmente, la intervención del gobierno sobre la economía se realizaba a través de la política fiscal y la política monetaria. Pero la situación actual difiere radicalmente de cualquiera de las anteriores crisis: España ya no es responsable de su política monetaria, determinada hoy por el Banco Central Europeo.

El próximo 1 de enero se cumplirán diez años de existencia de la Unión Económica y Monetaria, a la que España ha pertenecido desde el principio y que dio lugar a la sustitución de la peseta por el euro, en 2002. El plazo transcurrido ofrece ya elementos de análisis para considerar si la renuncia a la moneda propia ha merecido la pena.

Quizá la ventaja más clara y específica para la economía española es la financiación exterior. El país lleva casi 15 años de crecimiento sólido, durante los cuales la inversión ha aumentado drásticamente hasta rondar el 30% del producto interior bruto. Mientras, la tasa de ahorro se mantiene cerca del 20%, lo que implica una necesidad de financiación externa, materializada en el déficit corriente, que ya supera el 10% del PIB. La pertenencia a la moneda única es crucial para mantener esos ingentes flujos de capital anuales. Nadie duda que, si la peseta no estuviera diluida en la cesta que compone el euro, el acceso a esa financiación se vería limitado, y ni siquiera sería descartable el recurso de emergencia de la devaluación monetaria para mantener el tipo.

Junto con el aseguramiento de la financiación exterior, la principal ventaja de la UEM para España ha sido la disciplina interna exigida para pertenecer al selecto club. La estabilidad presupuestaria, uno de los conocidos requisitos de Maastricht, ha servido para dar vuelco a un mal endémico de la economía española: el déficit fiscal. Si hasta mediados de los años 90 no era extraño ver desequilibrios negativos cercanos al 6% del PIB, en el ejercicio recién cerrado se ha logrado el superávit récord del 2,23%. Ese saneamiento de las cuentas (incluida la drástica reducción de la deuda pública) supone un claro incentivo para la confianza de los agentes económicos, y permite afrontar situaciones de ciclo bajo como la que ahora se inicia con mayor margen de maniobra.

Un efecto derivado de esa estabilidad es la moderación de los precios. El barril de petróleo por encima de los 100 dólares ha llevado el IPC a superar 4%, pero, salvo crisis exógenas aún más graves, parece muy improbable volver a los niveles de los años 80 y principios de los 90. Es cierto que la conversión de la peseta al euro tuvo un efecto inflacionista inmediato por culpa del famoso redondeo, pero los años sucesivos han demostrado el beneficio en este sentido de la renuncia a la política monetaria propia.

La instauración de una moneda común supuso el fin de los costes de transacción y la eliminación del riesgo de tipo de cambio en las operaciones comunitarias, lo que ha incentivado la internacionalización de la empresa española. Sin embargo, el propio Gobierno reconoce aún como insuficiente la base exportadora del país, con lagunas especialmente amplias entre las pymes.

Si los efectos positivos de la pertenencia al euro son innegables, tampoco se pueden obviar los directamente derivados de la pérdida del control monetario. La introducción del euro implicó que el BCE determinase la política de tipos de interés, con el problema de asumir decisiones únicas para circunstancias (las realidades económicas de los países miembros) distintas. España e Irlanda han sido, de hecho, las excepciones a la regla de languidez económica de los Doce durante la década en curso.

A principios de 2001, justo antes del estallido de la burbuja de las empresas puntocom, el Banco Central Europeo tenía los tipos de interés de referencia para la zona euro en el 4,75%, un nivel adecuado para que la entonces boyante fase económica no se trasladara a la inflación. Pero el desplome de las Bolsas llevó a una crisis generalizada, ante la que Fráncfort reaccionó con una sucesión de recortes de tipos de interés hasta dejarlos en el 2% a mediados de 2003.

Ese estímulo monetario ayudó a mitigar a duras penas el impacto de la crisis económica de la zona euro. Pero también tuvo un reverso envenenado para un país como España, que, pese a la ralentización, seguía creciendo a niveles saludables cercanos al 3% del PIB. Los nuevos tipos de interés eran, por tanto, inadecuados para la situación económica española.

Los efectos negativos para España se pueden resumir en dos: la tolerancia a un cierto calentamiento de la economía y el incentivo desaforado hacia el mercado de la construcción. El sector ya llevaba algunos años creciendo a fuerte ritmo, pero la caída del coste financiero de las hipotecas llevó a miles de familias a asumir préstamos cuyas letras mensuales podían costear. La bola de nieve comenzó a crecer de forma descontrolada: mayor demanda y mayores precios de la vivienda, que aumentaban a ritmos cercanos al 20% anual. Hasta que cambiaron las tornas europeas y el BCE volvió a la senda de elevación de tipos de interés.

En menos de dos años, el precio del dinero se duplicó, hasta el actual 4%, y sólo la reciente crisis financiera ha detenido el contador en ese nivel. Aun así, la subida ha llevado a que las letras mensuales crecieran de forma difícilmente soportable para muchas familias, con el consiguiente impacto sobre el consumo. Así, la crisis de la construcción y la moderación del gasto privado se han erigido en las dos grandes sombras que pueden poner fin a los 14 años de fuerte crecimiento.

Es claro que ese efecto pernicioso de la instauración de tipos desde Fráncfort era un precio a pagar por las ventajas mencionadas más arriba. Lo que sí podría discutirse es la adecuación de las decisiones del BCE sobre la política monetaria ante la actual crisis financiera, sobre todo porque su actitud inmovilista contrasta con la de su entidad homóloga estadounidense, la Reserva Federal, que ha recortado los tipos en tres puntos en sólo seis meses. En la dicotomía entre control de la inflación y el estímulo a la actividad, el presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, apela al mandato del Tratado de la Unión Europea: 'el principal objetivo del Sistema Europeo de Bancos Centrales será mantener la estabilidad de precios'. De cualquier forma, es difícil creer que, de mantener en sus manos la política monetaria, el Banco de España situaría los tipos por debajo del actual 4%.

Con luces y sombras, una referencia sobre la bondad de la renuncia a la política monetaria propia es que, a diferencia de lo sucedido en Italia, nadie en España ha reclamado la vuelta a la moneda propia. La historia de éxito avala, de momento, la decisión.