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¿Hay crisis del ladrillo? ¿Cuál es su opinión?
Nadie salvo los 'mileuristas' está interesado en la depresión del sector inmobiliario pero esto no quiere decir que no suceda. Llevamos diez años en el país a un ritmo de construcción de viviendas muy superior al medio millón, de modo que todo lo positivo del sector está descontado. Cualquier tropiezo como el de Astroc puede desencadenar un conato de pánico, que exige una gestión fina.
Estos días vivimos una especie de unánime conjura para disipar el eventual incendio. Es un objetivo loable siempre que se base en datos ciertos, en perspectivas razonables. A mi juicio, el riesgo principal que afrontamos no son tanto las hipotecas personales como la inmensa deuda acumulada por las inmobiliarias. El 40% del crédito a las empresas está concentrado en compañías del sector, 250.000 millones -6.000 euros por español-. Si las expectativas se modifican y se instala la incertidumbre -éste es el enigma del momento-, no importa que los precios de la vivienda crezcan menos, incluso que bajen: los ciudadanos preferirán esperar a tiempos todavía mejores, y dejarán de comprar, de modo que el clima de virtud que hemos disfrutado puede convertirse en un temible círculo vicioso. La crisis de los promotores podría ser el comienzo de aquello que más nos puede afectar: pérdida de empleo y el efecto empobrecimiento, es decir, la sensación de que lo que adquirimos con el sudor de la frente y la ayuda del banco vale, coyunturalmente, bastante menos, lo suficiente como para instalarnos en el pesimismo generalizado.
Detesto el catastrofismo, pero que algo está pasando es obvio. No se explicaría de otra manera que el Ibex 35 -en el que no cotizan las inmobiliarias- haya cerrado los primeros cuatro meses peor que la media europea. Todos esperamos con ansiedad que el aterrizaje sea suave, pero ya que hay tantos datos fuera de control -los que atañen a los múltiples agentes y los millones de decisiones personales involucradas e impredecibles-, cabría esperar del Gobierno una actitud política más prudente que nunca, en el terreno fiscal y en el institucional. Es decir, un cambio
